domingo, 28 de marzo de 2010

PÉSAJ

Cada año, por Mandamiento Divino directo, conmemoramos el Éxodo de Egipto con instrucciones específicas para recordar ese suceso extraordinario con el fin de que nuestros hijos aprendan y sean conscientes su significancia. Es interesante notar que ese episodio milagroso lo recordamos no sólo una vez al año sino todos los días en nuestros rezos judíos diarios. Y la razón es muy simple: cada día expresamos el mismo clamor a nuestro Creador para nuestra Redención, que hicimos hace más de 3300 años como esclavos en la tierra de Egipto.

En nuestros rezos matutinos y nocturnos diarios nos hacemos conscientes de que el Amor infinito de Dios es el que nos libera del dominio del materialismo de nuestras creencias, ideologías, pensamientos, emociones, pasiones e instintos (representados por la tierra de Egipto, y los oficiales y soldados egipcios), y el dominio de los deseos de ego (el faraón).

Clamamos con gritos a Dios, Amor Divino y Verdad, cuando ocurre lo siguiente en nuestra conciencia: Por deducción mental de que estamos hartos, aburridos o insatisfechos con el vacío de las ilusiones derivadas del materialismo, y nos damos cuenta que de que debe haber algo más significante y trascendente en la vida, suficientemente digno de ser vivido plenamente. Cuando las emociones y el cuerpo nos gritan que están cansados y enfermos de estar cansados y enfermos de la misma "realidad" en que patrones de negatividad dominan el "orden" impuesto a nuestra vida diaria, tales como la manera en que se conducen los negocios, la política y la burocracia, la corrupción, la competencia destructiva instigada por la adquisición de prestigio, honor, ganancia monetaria, poder sobre otros, y cosas por el estilo. Y, no tanto por deducción mental, cuando la situación es tan grave que las emociones y el cuerpo ya no pueden aguantar la negatividad derivada de actitudes destructivas hacia la vida.


En otras palabras, cuando el intelecto (la capacidad de razonar y concebir la interacción con los demás y con el ambiente), las creencias (ideas, concepciones y pensamientos con los que nos dirigimos a la vida y el mundo), las emociones (la manera en que los sentimientos y sentidos experimentan los pensamientos y creencias), y el cuerpo, ya no pueden relacionarse más con el status quo, con el estado de cosas, la realidad material que nos rodea.

Estas causas que nos obligan a clamar a Dios, experimentadas por nuestros ancestros en el antiguo Egipto, son las mismas que hemos padecido desde entonces y hasta ahora. Ellas existen mientras vivamos en el exilio de las naciones, de esas otras tierras similares a Egipto, donde fuimos dispersados después de que elegimos separarnos del Creador. Nuestro Dios no nos dispersa en exilio de Él, porque Su Amor no dispersa ni separa. Fuimos y somos nosotros los que nos separamos cuando elegimos vivir en las ilusiones de "tierras ajenas", y no en la Verdad de nuestra propia Tierra Prometida, aquella que simboliza la conciencia superior del Amor de Dios. Mientras vivamos en ese sublime conocimiento, nunca estaremos separados ni exiliados.

Cada año recoradamos el Éxodo y enseñamos a nuestros hijos por qué y cómo el Amor de Dios nos redimió de la tierra de Egipto. Contémosles que el milagro ocurrió porque nuestros ancestros eligieron retornar a su Creador, y Él respondió a su clamor no sólo liberándolos sino también con la promesa de hacernos Su Pueblo escogido, en Su Tierra Prometida. Y Su promesa fue cumplida. Enseñemos a nuestros hijos que eso es por qué todos los días recordamos el Éxodo de Egipto, como manera de pedir al Amor de Dios que nos redima nuevamente de las ilusiones que nos separan de Él. Y recemos juntos para que esta sea la Redención Final, y otra vez seamos Uno con Él.

martes, 23 de marzo de 2010

Parshat Tzav: El Fuego Eterno

En la porción anterior de la Torá, Vayikrá, los diferentes tipos de sacrificios en el Tabernáculo son descritos en detalle, y en Tzav la atención está enfocada en el Kohen Gadol, el Sumo Sacerdote. Como mencionamos en nuestro comentario sobre Vayikrá, el Sumo Sacerdote representa el nivel más alto de nuestra conciencia mediante el cual podemos comunicarnos y relacionarnos con el Creador. En Tzav, que es la forma imperativa del verbo hebreo mandar, hay claras indicaciones para que Moisés mande a Aarón y sus hijos (también sus descendientes, los futuros Sumos Sacerdotes) seguir instrucciones específicas, de las cuales una hace eco entre nuestros Sabios: "Y el fuego sobre el Altar se mantendrá ardiendo en él, no será apagado” y luego enfatiza: “Un fuego permanente arderá sobre el Altar, nunca se extinguirá". (Levítico 6:5-6)

Rabí Moshe Alshich (1521-1593) explica en su comentario sobre la Torá que el Fuego en el Tabernáculo es el Amor por el Eterno que arde dentro de cada alma, y dice que la tarea del Sumo Sacerdote es mantener vivo este Fuego permanentemente, tal como el Amor de Dios está permanentemente vivo para nosotros. Es el Amor recíproco de dos fuegos juntos en uno, el Divino y el humano, que vemos en el Altar. Otra vez evocamos a nuestros Sabios en torno a la función del Sumo Sacerdote: "Sed de los discípulos de Aarón, un amante de la paz, un perseguidor de la paz, aquel que ama las criaturas y las acerca a la Torá". (Pirké Avot 1:12).


En su permanente conexión con el Amor de Dios, nuestra conciencia superior está dotada para armonizar los aspectos inferiores de nuestra naturaleza humana, uniéndolas juntas para también lograr su cercanía al Creador. Este es el propósito de los sacrificios en el Altar. Experimentamos el conocimiento constante, permanente de Amor Divino como nuestra Esencia e identidad cuando nuestra conciencia superior conduce todos los niveles de nuestra existencia. ¿Por qué es mencionado dos veces el Mandamiento de Dios de mantener constantemente ardiendo el fuego de nuestro Amor por Él? Hay muchos Mandamientos en la Torá que se repiten muchas veces, y en esa reiteración hay una advertencia implícita: si no los cumplimos, nos separaremos de Él. Y es siempre nuestra la elección de separarnos de Dios, ya que Él nunca se separa de nosotros.

La raiz semántica hebrea de mandamiento, mitzvá, también significa conexión y esa referencia está claramente relacionada con Dios en el contexto de la Torá. Aprendemos de la parshat Tzav que somos los únicos responsables de reforzar el poder de nuestra conciencia superior, el Sumo Sacerdote de nuestra conciencia de Amor Divino, para mantener nuestra cercanía de Él. Estamos en este mundo para ser y seguir Sus caminos y atributos, y para realizar este destino Divino tenemos que constantemente abrazar a nuestro Creador con el más ardiente Amor, como un fuego que nunca se extingue. Nunca olvidemos que este Fuego, el Suyo y el nuestro, es el nexo inquebrantable que nos nutre y nos sustenta: "Es su porción, que Yo les He dado de Mi fuego" (Levítico 6:10)… y ese fuego Divino es el Amor de Dios.

Parshat Vayikrá: Hacer lo Sagrado

Comenzamos el mes de Nisán con la lectura del tercer libro de la Torá, Vayikrá, también conocido como Levítico. Aunque la última parshá del libro del Éxodo, Pekudei, se refiere a la terminación de la construcción del Mishkán (Tabernáculo), Vayikrá continúa con los sacrificios ofrendados al Eterno en este lugar sagrado donde mora Su Presencia. El término en latín para “sacrificio” está compuesto por dos palabras que quieren decir “hacer lo sagrado”. En hebreo la palabra usada en la Torá es korbán, que generalmente es traducida como ofrenda, y que en un sentido más profundo indica lo que tiene que regresar a su Creador. Algunos de nuestros Sabios señalan que su raíz semántica, karov, quiere decir cercanía y sugieren que representa estar cerca del Eterno. Este retorno hacia la cercanía de Él ocurre como elevación porque el Creador pertenece a un lugar elevado. Esa elevación acontece cuando la ofrenda es quemada y transformada en humo que se eleva al Cielo.

La primera porción del Levítico también es llamada Vayikrá, que de acuerdo a Rashi es una manera afectuosa en la que el Eterno llama a Moisés para que instruya al Pueblo de Israel en su Tienda de Asamblea acerca de cómo deben traer sus ofrendas a Él. Como dijimos, estas ofrendas son las cosas sagradas que debemos hacer para mantener nuestra más estrecha conexión con el Creador. Sabios místicos y jasídicos explican que los animales que el Eterno indica, incluyendo su sangre y gordura, se refieren a cualidades humanas como pasión (sangre); placer (gordura); excitación emocional (ovejas y cabras); tomar lo que no se nos ha dado, comer sin saber lo que nos llevamos a la boca, y arrojar desechos por todas partes sin interesarnos por los demás (palomas); y comportamiento egocéntrico, manipulador y opresivo (buey, toro, becerro). El acto de sacrificar estos animales quemándolos en el altar del Tabernáculo no significa la represión o destrucción de las cualidades humanas básicas que aquellos representan. Reexaminemos el mensaje de esta porción y veamos de cerca los elementos esenciales relacionados con los sacrificios requeridos de Israel por el Eterno.

Primero, el lugar donde se realizan estas ofrendas, el Tabernáculo. Este representa el nivel más alto de nuestra conciencia, donde de hecho nuestra alma habita permanentemente. Es el lugar donde estamos eternamente unidos con el Eterno, y desde donde nos comunicamos y relacionamos con Él. Es ahí donde el Creador mora entre nosotros, y por tanto es el lugar más sagrado de toda nuestra conciencia material: “Y ahí Me reuniré con los hijos de Israel, y [la Tienda de Asamblea] será santificada para Mi Gloria. Y moraré entre [en] los hijos de Israel, y seré su Dios. Y ellos sabrán que Yo soy el Eterno su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para Yo morar entre [en] ellos. Yo soy el Eterno su Dios.” (Éxodo 29:43, 45-26).

Segundo, el fuego consumidor que nuestros Sabios dicen viene del Cielo. Este fuego sagrado siempre ardía en el Mishkán, y el Eterno también ordenó que un fuego material se juntara con el Suyo. El fuego Divino es el catalizador esencial con el que nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos son elevados y “devueltos” al Eterno para ser redirigidos de acuerdo a Su voluntad, y lo que Él quiere que seamos y hagamos. Este fuego no es nada más ni nada menos que el Amor Divino de donde todo fue creado y es sostenido. Es el mismo fuego que nos acoge cuando nos hacemos humildes tras quitarnos las sandalias para estar ante la Presencia Divina. Este es el fuego que purifica y conduce en la dirección correcta nuestra naturaleza y nuestras necesidades básicas e instintos.

Las diferentes clases de ofrendas tienen como fin traernos de regreso al Creador después que perdemos nuestro verdadero propósito en el mundo y caemos en las ilusiones a las que nos lleva nuestra naturaleza básica. El Sumo Sacerdote es quien nos guía todo el tiempo en este Tabernáculo. Él es la conciencia superior siempre presente cuando estamos en consonancia con la voluntad de Dios, ya que representa la conciencia espiritual que eleva nuestras cualidades básicas para dar la dirección que el Creador quiere en nuestras vidas. Esta debe prevalecer sobre el ego, establecer paz verdadera y balance armónico en las emociones, e interés y respeto hacia el prójimo en nuestros actos. Al hacerlo estaremos realmente cumpliendo la voluntad del Eterno, y también Su promesa de morar entre nosotros.

Redediquemos entonces nuestras vidas a nuestro Creador viviendo con Él en el Tabernáculo como el nivel más alto y refinado de nuestra conciencia. Desde ahí, Él amorosamente guía todas las dimensiones de los pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Tengamos presente que para reconstruir ese lugar sagrado donde el Creador prometió morar entre nosotros primero debemos reconstruir Jerusalén, nuestra conciencia del Amor de Dios. Por ello rezamos tres al día y no olvidemos que somos nosotros quienes tenemos que iniciar esa reconstrucción enseguida.

La tradición jasídica nos enseña que en Sinaí la Redención Divina vino de arriba hacia abajo, y que la Redención Final en nuestros tiempos viene de abajo hacia arriba. Esto quiere decir que con nuestra naturaleza inferior básica tenemos que elevarnos al Cielo, y ser guiados por el Amor de Dios para redimirnos de las fantasías e ilusiones de ego y volver a vivir en cercanía del Creador.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.