domingo, 26 de septiembre de 2010

Parshat Bereshit: ¡Hágase la Luz!

"En el principio (bereshit)" (Génesis 1:1) nos invita a considerar lo que motivó a Dios realizar Su Creación. ¿Cuáles habrían sido Sus "razones"? ¿Por qué el Amo del Universo querría crear todo lo que existe? Cuando nos hacemos estas preguntas estamos maravillados al mirar las estrellas, el crepúsculo, y todo lo que podemos ver alrededor. Entonces concluimos que sí hay un propósito, bondad, porque "Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno" (1:31). Seamos conscientes de que esta bondad es bondad siempre, y en presente indicativo. Nuestros Sabios dicen que el propósito de la Creación fue el hombre para que este reconociera en ella la bondad de Dios. Entonces nos damos cuenta que la Creación es un acto de Amor Divino, y nada más. Es así como deducimos que la causa y razón de la Creación es Amor, y el propósito de la Creación es Amor. Por ello decimos aquí que Amor es la causa y el efecto. Estamos aquí gracias al Amor de Dios, y si todo es creado y sustentado por ese Amor, entonces Su Amor es nuestra identidad porque es de donde todos venimos.

Nacimos y somos protegidos desde que abrimos los ojos por primera vez, y ese mismo Amor que nos mantiene vivos es nuestra verdadera Esencia, la cual debemos reconocer como la única conexión real entre nosotros y el Creador. ¿Cómo lo reconocemos? ¿Cómo lo llegamos a conocer? Hay una clara distinción entre lo que Él llama Luz, "y Dios vio que la Luz era buena" (1:3) y oscuridad. Sabios místicos enseñan que el primer día de la Creación fue el "día Uno" (1:5), ya que todo lo contenido en ella es Uno con el Creador, porque emana de Él y es sustentada por Él.

Esto no significa o implica una definición o concepción de nuestro Creador, porque Él está más allá de toda comprensión. Pero como humanos que somos podemos entender que aunque Él no es Su Creación, la controla y la dirige. Así entendemos Unidad como la voluntad Divina que abarca toda Su Creación. Después del día Uno, los siguientes cinco fueron los días de ordenamiento (lo que agnósticos contemporáneos llaman "diseño inteligente") que preceden a la creación del hombre. Este ordenamiento comienza con la separación de Luz y tinieblas, que nuestros Sabios místicos dicen son los aspectos revelados y no revelados de la Unidad que acabamos de mencionar.

Aprendemos de la Torá que la Luz es buena. Nuestros Sabios concluyen que ha sido ocultada para los malvados y es la recompensa para los justos. Esto hace perfecto sentido en el contexto del judaísmo, y de ahí aprendemos que para aquellos que procuran la bondad, la Luz es su recompensa. Entonces, ¿qué es la Luz, la cual deberíamos procurar? Nuestro Creador dice que es buena y "Dios separó entre la Luz y las tinieblas" (1:3). La oscuridad es donde el Creador oculta la Luz para que podamos tener libre albedrío. Deducimos de esto que todo es Luz, pero está en parte ocultada como oscuridad para que podamos distinguir una de la otra. Este es el escenario divinamente concebido para nosotros en el Jardín del Edén, donde Adán en su sabiduría eligió abrazar la Luz como su estado y realidad natural.

Vivir en la Luz, el Amor Divino totalmente revelado en la Creación, significa vivir en lus caminos y atributos de Dios en total armonía con Él. Esto ocurre cuando Amor es la causa y efecto de cada pensamiento, emoción, sentimiento, pasión e instinto. Amor es el gran motivador que nos conduce a revelarlo donde y cuando esté ocultado. El propósito de Amor es Amor, como el de la Luz es iluminar. ¿Qué podría entonces cuestionar ese propósito, y romper la armonía del hombre viviendo por causa y efecto de Amor? Sólo un cambio de visión como cambio de realidad. ¿Qué clase de cambio existiría para desafiar la armonía de vivir en los caminos y atributos de Amor? El cambio que sólo el libre albedrío puede validar como real.

Pero, ¿cómo podemos considerar real algo diferente a la Luz, Amor y Verdad que nos creó y nos sustenta a cada momento? Sólo cuando creemos en la oscuridad y las ilusiones derivadas de ella. Esa fue la elección que hizo Eva cuando fue seducida por la serpiente, y la elección de Adán cuando comió el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal. El escenario también cambió, y desde entonces tenemos que aprender a discernir entre el bien y el mal, lo cual es todo el propósito de la Torá y la ética en la qu se basa el judaísmo. El propósito de la Creación es "Hágase la Luz", y es también nuestra misión individual y colectiva "ser la Luz para las naciones".

Sabios místicos explican que la serpiente en el Jardín del Edén y el faraón de Egipto representan el ego que nos dice que podemos convertirnos en dioses, y que no hay mayor dios que nosotros. ¿Cómo podemos convertirnos en dioses? Cuando "creamos" nuestra propia realidad basados en las ilusiones y fantasías del mundo material; ya sea glamour, prestigio, control, poder, orgullo, lujuria, fama, etc. Cualquier "viaje de ego" en que uno se meta, esa será su realidad, su reino o dominio donde las emociones y pensamientos negativos reemplazan los caminos y atributos de Amor. Así es como terminamos "expulsados" del Paraíso, pero realmente no fuimos expulsados porque fuimos nosotros quienes elegimos salir de él tras elegir las fantasías de ego y seguir las palabras de la serpiente, los dictados de ego. ¿Cómo podemos retornar al Paraíso? Sólo cuando elijamos vivir en los caminos y atributos de Amor, que son nuestra verdadera Esencia e identidad; y es así como expiamos las ilusiones y nos redimimos a nosotros mismos.

En este proceso de discernimiento entre Luz y oscuridad, Verdad e ilusión, tenemos que familiarizarnos con todos los niveles de nuestra conciencia. Fuimos creados como unidad: "hombre y mujer Él los creó" (1:27, 5:2), y debemos saber qué es lo que somos ambos en todas las dimensiones que abarcan el intelecto, la mente, los pensamientos, las emociones, sentimientos, sentidos, pasiones e instintos. Cuando permitimos que Amor llene y guíe todas estas dimensiones, viviremos en armonía con el Creador. Cuando Amor no está presente, esta tarea se torna no solamente más difícil sino que se convierte en una maldición capaz de generar las peores cualidades y emociones como la envidia y los celos: "(…) y Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató" (4:8).

Caín y Abel solían hacer ofrendas al Amo del Universo. Las ofrendas al Creador que vienen de los aspectos negativos de la conciencia no son aceptables para Él, simplemente porque Él no cohabita con nada diferente a Sus caminos y atributos. Cuando las ofrendas provienen de los niveles más elevados de cada aspecto de nuestra conciencia, o sea desde nuestro total conocimiento del Creador nos convertimos en Uno con Él. Esa es una de las diferencias fundamentales entre el judaísmo y otras religiones, las cuales condonan la conducta negativa y destructiva basándose en la creencia de que la maldad es perdonable y redimible. En el judaísmo la maldad se entiende solamente como una referencia que nos permite elegir el bien como obligación ordenada por Dios.

La porción Bereshit está claramente dividida en cuatro partes que son la Creación, el pecado en el Jardín del Edén, la historia de Abel y Caín, y el surgimiento de la idolatría antes del Diluvio. El reino de ego después del episodio del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal corrompió a la humanidad hasta el punto que el Creador fue completamente ignorado y rechazado como el sustentador de todo lo existente. Bereshit es la más compleja de todas las porciones de la Torá, ya que Dios y Su Creación están más allá de la comprensión humana. Sólo tenemos que prestar atención a las palabras y principios esenciales presentados en la narración de la Torá, como son Cielos y la Tierra, Luz, oscuridad, Shabat, hombre y mujer, Paraíso, pecado, culpa, abandono, celos, asesinato, arrepentimiento, e idolatría.

Cielos y Tierra son claramente dos niveles de conciencia: lo que nos conecta con el Creador y lo que nos conecta con el mundo material. Las aguas superiores y las aguas inferiores son los pensamientos espirituales y los materiales que debemos armonizar, permitiendo siempre que sean los Cielos y los pensamientos superiores (nuestra conexión con Dios) los que guíen nuestra existencia material. Luz es Amor Divino que abarca toda Su Creación, y nuestra misión es ser y revelar Luz cuando estemos en la oscuridad. Esto quiere decir que de una eventual situación negativa debemos hacer lo mejor a nuestro alcance para tornarla en positiva.

Debemos ser conscientes de que cuando completamos nuestra misión, esta satisfacción es recompensada con el Shabat, "Último en la Creación, primero en el pensamiento" (Lejá Dodí). Hombre y mujer no son entidades espirituales separadas, porque originalmente fueron creadas como una sola. La separación como cuerpos físicos complementarios significa que ambos deben estar unidos, "y deberán convertirse en una sola carne" (2:24). Este concepto realmente implica unidad, porque esta es la naturaleza y el propósito de la Creación.

Nuestros Sabios enseñan que al Creador no le gusta que Su Nombre sea asociado con separación y división. Paraíso es de donde vinimos y es adonde tenemos que retornar, y lo hacemos volviendo a Amor, que es nuestra verdadera Esencia e identidad. Como muchos dicen, "el pecado es su propio castigo", y es nuestra elección. Aprendemos por la experiencia, con prueba y error, verdadero o falso, etc., y deberíamos saber más con todos los siglos de oscuridad ya vividos.

En vez de culpar a otros y resentir de la abrumadora negatividad que enfrentamos día a día en el mundo, debemos comenzar individualmente a redirigir nuestras vidas en los caminos y atributos de Amor. En vez de sentirnos abandonados por nuestro Padre, pensemos en cuánto nos hemos distanciado de Él. Si tenemos sentimientos de carencia y la codicia nos domina, retornemos a Amor como nuestra única mayor riqueza y posesión, y seamos felices con nuestra porción que es precisamente nuestra relación con el Amor de Dios.

Cuando estamos sintonizados con Amor como nuestra Esencia e identidad, somos conscientes de ser imagen y semejanza del Creador. De ahí que el asesinato es impensable porque es negar la Esencia de Dios en los demás. Aún si transgredimos contra el Creador y Su Amor, y contra nuestro prójimo, podremos regresar a Él después de compensar por el daño que hayamos hecho a otros. Y finalmente, entre más somos conscientes del Amor de Dios como nuestro Creador y nuestra Esencia, más podremos discernir entre los caminos y atributos de Amor y las fantasías e ilusiones de ego que son los ídolos que nos separan del Amor de Dios.

Creemos un nuevo comienzo con la buena Luz que es Amor, creemos cada día con este Amor, y vivamos aquí y ahora en el Paraíso que es Amor. Esto es lo que tenía que ser en el principio, y sigue siendo lo que tiene que ser.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Parshat V'Zot HaBrajá: Abrazando el Legado del Amor de Dios

Y esta es la bendición (v'zot habrajá) con la que Moisés, el hombre de Dios, bendijo a los hijos de Israel antes de su muerte” (Deuteronomio 33:1) El hombre de Dios, es él quien representa nuestra conciencia de la Presencia Divina en todas las dimensiones de la Creación; y es el mejor para dirigirnos hacia ese conocimiento. Moisés representa el más alto nivel que nuestro intelecto puede alcanzar en el conocimiento del Creador, aquel que tiene todo claro acerca de Él en su conciencia, aquel que sabe lo mejor de lo mejor. Esta es la claridad que necesitamos para poder cumplir nuestro destino, y esta claridad es el conocimiento total del Amor de Dios como la Esencia de la que fuimos creados: “De hecho, Tú mostraste amor a pueblos; todos sus sagrados [de Israel] están en Tu mano porque ellos se juntaron a Tus piés, cumplieron con Tus palabras” (33:3) Somos sagrados cuando estamos en Sus manos en humildad, siendo y manifestando los caminos y atributos de Amor.

“La Torá que Moisés nos ordenó es un legado para la congregación de Jacob” (33:4), y este es el legado que nos hace ser lo que somos, es nuestra identidad como el Pueblo Elegido, es nuestra identidad como judíos. Escoger algo diferente no es nuestro legado, y es por ello que la Torá nos advierte muchas veces contra la idolatría de las naciones, contra creer y seguir las ilusiones y fantasías del mundo material. Este legado también se trata de voluntad y determinación para realizar el destino de Israel, tal como lo afirma Moisés en su bendición a la tribu de Judá, la cual abarca a todos los judíos en los tiempos actuales: “Oh Eterno, escucha la voz de Judá y tráelo a su pueblo; que sus manos libren la batalla para él, y sé Tú una ayuda contra sus adversarios” (33:7) Voluntad y determinación son nuestro apego a Dios, y cuando andamos en Sus caminos y manifestamos Sus atributos, ¿qué podría estar en contra? Esta bendición es acerca del compromiso que hacemos cuando como individuos y como colectividad abrazamos el legado de la Torá.

La bendición de Moisés a los levitas reafirma la función de ellos como el mayor conocimiento de Amor Divino, y de ahí su guía desde el Templo hacia los demás niveles de nuestra conciencia, ya que es desde el Templo donde estamos permanentemente conectados con nuestro Padre: “Ellos enseñarán Tus ordenanzas a Jacob, y Tu Torá a Israel; ellos ofrecerán incienso ante Ti, y quemarán ofrendas sobre Tu altar” (33:10) El conocimiento total de Amor Divino en todos los aspectos de la conciencia es también la realización de nuestro destino como hijos de Dios. Este nivel, el más elevado, fue logrado indudablemente por José, de ahí que la más dulce bendición fuese para él y sus descendientes, aquellos que siguen sus pasos: “Su tierra [su porción en Israel] será bendecida por el Eterno con la dulzura de los cielos con su rocío, y con el abismo que yace debajo, (…) y con la dulzura de la tierra y su plenitud, y con el regocijo de Aquel que mora en la zarza. Que venga sobre la cabeza de José y sobre la corona de quien fue separado de sus hermanos” (33:13-16) De hecho es la más sublime bendición de todas, la bendición de Amor derramada en la más pura vasija de Amor: la humildad de José. Moisés menciona aquí la zarza ante la que tuvo que quitarse sus zapatos, y es con el regocijo de Amor que vemos a nuestro Creador, porque en el regocijo de Su amor Él nos creó.

“Y a Zebulón él dijo: "Alégrate Zebulón, en tu partida [hacia los mares]; e Issajar, en tus tiendas [lugares de estudio de la Torá]” (33:18) Rashi explica que, mientras Zebulón comercia en los mares, Issajar aprende la Torá en las tiendas, y uno ayuda al otro. La bendición de Moisés a ambas Tribus destaca la cooperación que debe prevalecer en todo el pueblo de Israel. Cada Tribu está bendecida con rasgos y cualidades que se complementan entre sí, en la unidad que debemos tener como pueblo y como nación. Esta cooperación es cuidar unos de los otros, y nuestra diversidad debe ser la fundación de nuestra unidad.

Este es un aspecto del legado de la Torá que nos hace diferentes del resto de las naciones, las cuales representan los niveles inferiores de la conciencia y las fantasías de ego: orgullo, egoísmo, envidia, lujuria, indolencia y demás rasgos negativos. Tengamos presente que las bendiciones recibidas por cada Tribu son las bendiciones para todo Israel, porque en cada una de ellas todos estamos bendecidos.

“Yeshurún, no hay como Dios; Aquel que se remonta en los Cielos es quien te ayuda, y con Su majestad [se remonta] en los Cielos” (33:26) Aquel que nos creó es también quien nos sustenta, porque Su Gloria abarca toda la Creación; por lo tanto, no hay como Él. El último libro de la Torá termina recordándonos otra vez que es Moisés, nuestro más alto conocimiento de la Presencia Divina en toda la Creación, quien nos protege de caer en las ilusiones y fantasías que creamos sin ninguna razón. 
Sabios místicos dicen que esas son las fantasías representadas por el culto a Baal Peor: “Y Él lo enterró [a Moisés] en el valle, en la tierra de frente a Bet Peor” (34:6), así Moisés siempre nos recordará no caer en fantasías innecesarias. Es en el nivel más alto de nuestro intelecto que hacemos clara diferencia entre las fantasías e ilusiones de ego, y los caminos y atributos de Amor. Aún así, lo que elijamos siempre dependerá de sólo de nosotros.

“Y no hubo otro profeta que surgió en Israel como Moisés, a quien el Eterno conoció cara a cara, como atestiguan todas las señales y prodigios que el Eterno le envió para realizar en la tierra de Egipto, al faraón y todos sus sirvientes y toda su tierra, con toda la mano fuerte y con el más grande temor, que Moisés ejecutó ante los ojos de todo Israel” (34:10-12) Este es el privilegio de los humildes como él: “Y este hombre, Moisés, era extremadamente humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra” (Números 12:3), la vasija vacía ávida de ser llenada por nuestro Padre, y poder verlo y ejecutar Sus milagros, para que los demás niveles de conciencia (todo Israel) puedan ver y aprender de Moisés, nuestro maestro.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Rosh Hashaná, Yom Kipur y Sucot

Estas tres festividades mayores tienen lugar en el mismo mes que celebramos el Año Nuevo judío. Este hecho nos muestra que hay conexiones significantes entre ellas, y su denominador común es la Unidad que vivimos con nuestro Creador en cada una de ellas. En Rosh Hashaná lo proclamamos nuestro Rey y nuestro Padre. Nuestros Sabios lo llaman el Día del Juicio, en el que reconocemos que no hay nada más además de Él. Es por ello que ese día leemos la akedá, la atadura (el sacrificio) de Isaac. Sabios místicos dicen que Sara, Abraham e Isaac estaban muy conscientes de que la Creación proviene de Dios y le pertenece a Él, incluyendo nuestras vidas. No hay nada que podamos reclamar como posesión, simplemente porque no poseemos nada excepto las ilusiones materialistas que nos hacen creer lo contrario. Nuestros primeros padres lo sabían mejor que nosotros, y es por esa razón que estaban tan unidos al Creador.

Ellos sentaron el ejemplo para sus descendientes hasta que este conocimiento completo fue dado a nosotros con los Diez Mandamientos, en un día que nuestros Sabios enseñan que es Yom Kipur. En el Nuevo Año que se aproxima, este día será como fue por primera vez, en un Shabat. Otra vez celebramos solemnemente nuestra Unidad con el Creador en una ocasión en que Él expía (transmuta) nuestras faltas, y nos invita a que retornemos a Su Amor, de donde proviene nuestra verdadera identidad. Leemos el libro de Jonás para pedir por nuestro regreso a Él, después de suplicarle que nos perdone.

Si una nación pagana pudo ser perdonada por su arrepentimiento, ¿por qué no el Pueblo Elegido? El profeta Jonás aprendió en su atribulada jornada que de lo que se trata es de confiar en Dios, y no en las ilusiones materiales derivadas de la sombra de una hiedra (kikaion): “Tuviste tú lástima de la hiedra en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció” (Jonás 4:10).

Estas son las fantasías e ilusiones materiales en que confiamos, en vez de confiar en el Eterno que creó todo. Nuestros Sabios explican que Jonás estaba enojado porque una nación pagana estaba dispuesta a retornar a los caminos de Dios, no así el pueblo del Profeta.

El Amor de Dios nos creó y nos sustenta todo el tiempo, como lo hizo en Su nube de gloria cuando liberó a nuestros ancestros de la esclavitud en Egipto. Él nos encomienda recordar Su protección permanente viviendo en cabañas (sucot) durante siete días. En todas las festividades judías recordamos que el Amor de nuestro Creador está siempre con nosotros. Fuimos elegidos para ser Sus hijos y Su pueblo, y por lo tanto debemos también elegir ser Sus hijos y Su pueblo. Y solamente podemos ser conscientes de esto cuando elegimos Sus caminos y atributos. Sólo en completa conciencia del Amor de Dios que lo creó todo seremos capaces de vivir en Su Presencia durante estas memorables festividades.

¡Que el Nuevo Año nos traiga el mayor conocimiento del Amor de Dios en todas las dimensiones de nuestra existencia. ¡Shaná tová u’metuká!

Parshat Haazinu: Escuchemos al Amor de Dios

La porción de esta semana, Haazinu (¡Atiendan!), contiene las últimas palabras que Moisés nuestro maestro pronunció al Pueblo de Israel el día de su muerte. “Los hechos de la Roca son perfectos porque todos Sus caminos son justos, un Dios fidedigno sin injusticia, justo y recto” (Deuteronomio 32:4) Una vez más el mayor Profeta que ha tenido Israel reitera algunos de los atributos esenciales de nuestro Creador, los atributos de Su Amor hacia nosotros. Y continúa: “La destrucción no es de Él, ella es el defecto de Sus hijos” (32:5) Rashi también reafirma que el Amor de Dios jamás es destructivo, diciendo que “¡la destrucción es de ellos, no de Él!” Esto es esencialmente importante asimilarlo porque, como hemos dicho muchas veces, la elección es sólo nuestra cuando tenemos ante nosotros las bendiciones del Amor de Dios, y las maldiciones de las fantasías e ilusiones de ego.

Hemos indicado aquí que toda la Creación, incluidos nosotros, somos una emanación del Amor de Dios, y Moisés nos lo recuerda: “¿No es acaso Él vuestro Padre, vuestro Amo? Él os ha creado y Él os ha establecido” (32:6) Fuimos escogidos para recibir la Torá y el privilegio de conocer Sus caminos y atributos: “Porque la porción del Eterno es Su Pueblo Jacob, la porción de Su herencia. (…) Él los recogió y les dio conocimiento” (32:9-10) En este conocimiento sabemos que Amor, como manifestación material del Amor de Dios, no cohabita con nada diferente a sus modos y atributos: “El Eterno los guió solo, y no había ninguna deidad extraña con Él” (32:12), y en Sus sublimes caminos nos conduce (32:13-14) hasta que los abandonamos para vivir en las tinieblas del materialismo: “Sacrificaron a demonios, no a Dios; a deidades que no conocían, a nuevos dioses venidos de cerca que no habían reverenciado vuestros padres. Olvidaste la Roca que te creó, olvidaste el Dios que te liberó” (32:17-18)

Cuando nos rendimos a las ilusiones y fantasías del mundo material, al espejismo de las vanidades del orgullo, envidia, indolencia, lujuria y demás sentimientos negativos de carencia, de hecho nos separamos de la Esencia que nos creó y nos sustenta: “Provocaron Mi celo con aquello que no es Dios, provocaron Mi enojo con sus vanidades. También provocaré su celo con un pueblo que no es pueblo, provocaré su enojo con una nación insensata” (32:21) Amor es nuestro único Redentor cuando elegimos retornar a sus modos y atributos, y estas son las palabras finales de la parshá: “Porque Él vengará la sangre de Sus siervos, Se vengará de Sus adversarios, y expiará por Su Tierra [y] por Su Pueblo” (32:43)

La haftará complementa la lectura de la Torá de esta semana con pensamientos del Rey David: “El Eterno es mi roca y mi fortaleza, y mi Redentor; el Eterno es mi roca, en Él me refugio; mi escudo y el cuerno de mi Redención, mi torre elevada y mi refugio; mi Salvador, Tú me redimiste de la violencia. Alabado, y lo grito, es el Eterno y estoy redimido de mis enemigos” (2 Samuel 1:2-4) Cuando somos tan conscientes como el salmista de nuestra verdadera identidad y conexión con el Creador, vivimos en las delicias de Su Amor.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.