domingo, 28 de noviembre de 2010

Parshat Mikeitz: Amor, el Regente en los Dominios de Ego

Y aconteció que al final (mikeitz) de dos años, y el faraón había estado soñando (...)” (Génesis 41:1). Hemos mencionado en comentarios anteriores que Sabios místicos consideran equivalentes la serpiente en el Jardín del Edén, el faraón y sus dominios (Egipto), y las ilusiones materialistas de ego. También hemos señalado que nuestra Redención final viene cuando clamamos al Amor de Dios para que nos lleve a la Tierra Prometida, donde finalmente estamos libres tanto del dominio de ego como de la aflicción a cuenta de las “naciones” de Canaán.

Los sueños del faraón pueden ser fructíferos, productivos y edificantes (“las vacas gordas y las espigas fuertes”), al igual que áridos, destructivos y dañinos (“las vacas flacas y las espigas débiles”). Si no dirigimos el ego en los sentidos positivos, sus deseos negativos al final consumen cualquier potencial positivo que hayamos podido adquirir para nuestro bienestar. En este sentido, el bien es la verdad de Amor: paz.

Esta es la lección que el Creador enseña al monarca que quiere someter la conciencia humana a sus deseos materialistas, y la lección es impartida por José que es la personificación de los modos y atributos de Amor: “Y José respondió al faraón diciendo: 'No soy yo, es el Eterno quien dará al faraón una respuesta de paz'.” (41:16), porque paz es el camino y también el destino final. Entonces la respuesta Divina no es para apaciguar los temores del faraón, sino para enseñar que la paz prevalece cuando sometemos a la dirección de Amor nuestros deseos en cada nivel de la conciencia: “Y José dijo al faraón: 'el sueño del faraón es uno [solo]; lo que el Eterno hace, Él lo ha dicho al faraón'.” (41:25).

Las tribulaciones de José durante doce años de cautiverio fueron las tinieblas de donde emerge como el conductor de los deseos de ego, la vasija perfecta para los modos y atributos de Amor, los cuales son el espíritu del Creador: “Y el faraón dijo a sus sirvientes: '¿Podemos encontrar a alguien como este, un hombre donde está el espíritu del Eterno'?” (41:38), ya que es el Amor de Dios el verdadero gobernante de toda la Creación: “Y el faraón dijo a José: 'Ya que el Eterno te ha permitido conocer todo esto, no hay nadie tan comprensivo y sabio como tú'.” (41:39), “Tú estarás sobre mi casa, y de acuerdo a tu palabra todo mi pueblo será gobernado; solamente en el trono seré más grande que tú'.” (41:40).

El faraón continúa sin desistir de su destructivo egocentrismo, que es recordado por el Profeta: “Habla y di, 'Así dice Dios el Eterno: “He aquí que Yo estoy en tu contra, faraón de Egipto, el monstruo más grande que yace en medio de sus ríos, y quien ha dicho 'Mi Nilo es mío, y yo mismo lo creé'.” (Ezequiel 29:3); y como recordatorio de que “El orgullo precede a la destrucción, y un espíritu orgulloso precede a la caída” (Proverbios 16:18).

La victoria de José sobre los dominios de ego es la cosecha de Amor cuando buscamos la Luz ocultada en las tinieblas: “Y el nombre del segundo (hijo) él llamó Efraín, 'porque el Eterno me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción'.” (Génesis 41:52). La regencia de José (Amor) sobre los dominios del faraón (ego), mediante los modos y atributos de Amor, se convierte en la fuente de sustento y manutención para todos los aspectos materiales de la vida: “Y cuando se sintió hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó al faraón por pan; y el faraón dijo a todos los egipcios: 'Id a José, lo que él os diga, haréis'.” (41:55).

Cuando permitimos que Amor guíe todos los aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia, en efecto habremos disipado todas las cualidades y rasgos negativos como celos, envidia, orgullo, lujuria y todo sentimiento de carencia. Por lo tanto satisfaremos nuestra hambre de verdadera vida. Amor es el guía de los rasgos que abarcan nuestra conciencia, los “hermanos” que no siempre lo reconocen como su protector y Redentor: “Y José conocía a sus hermanos, pero ellos no lo conocían a él” (42:8).

Amor es el maestro que nos conduce a vivir en la Verdad como voluntad del Creador, y este es el proceso dinámico de tomar las decisiones positivas, constructivas y edificantes cada minuto, hora y día de nuestras vidas. Amor como el maestro consumado que nos conduce en sus modos y atributos hacia nuestra Redención de las ilusiones de ego. La conciencia individual y colectiva de esta realidad, la verdadera realidad, es el lugar que el Amor de Dios quiere que creemos para Él en este mundo. Nuestra misión individual es unir todos los aspectos de la conciencia en la armonía de Amor, para abrazarlos como nuestros “hermanos” tal como José lo hizo después de conducirlos a la Verdad, redimidos de las ilusiones negativas manifestadas en celos, envidia, ira, orgullo y crueldad: “Y ellos bebieron, y estuvieron felices con él” (43:34). Este es el legado de vivir en los caminos y atributos de Amor.

La haftará que acompaña esta parshá comienza con el versículo: “Y Salomón despertó, y he aquí [que era] un sueño. Y él vino a Jerusalén, y se paró ante el Arca de la Alianza del Eterno, y presentó ofrendas de sacrificio, y ofrendas de paz, e hizo una fiesta para todos sus sirvientes (I Reyes 3:15). Esto nos recuerda que cuando elevamos nuestra entera conciencia al Amor de Dios, la Unidad que vivimos con Él se convierte en una celebración de armonía que comparten nuestro intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos; una fiesta para todos ellos, pues son los sirvientes que nos ayudan a cumplir nuestra misión de hacer prevalecer en el mundo los caminos y atributos de Dios.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Parshat Vayeishev: Amor, el Elegido para Dirigir

La parshá anterior termina con todo un capítulo que menciona las “generaciones” o numerosos descendientes (cualidades negativas y bajas pasiones representadas por Esaú, Edom, Seir) de Esaú como un recordatorio de los numerosos obstáculos, riesgos y peligros que debemos conquistar para llegar a poseer la Tierra Prometida (el asentamiento en los más altos niveles de la conciencia y las cualidades positivas). Y Jacob se asentó (vayeishev) en la tierra donde peregrinó su padre, en la tierra de Canaán” (Génesis 37:1) Vayeishev comienza con las generaciones” de Jacob, no precisamente con numerosos descendientes sino como uno solo -- José --, en agudo contraste con los de Esaú: “Estas son las generaciones de Jacob. José, cuando tenía diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos y el joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, las esposas de su padre; y José le traía a su padre un mal informe de ellos” (37:2)

Nuestros Sabios debaten por qué solamente José es mencionado. Podemos entenderlo en el contexto de su prevalencia espiritual ya que él representa el más alto conocimiento y conexión con el Creador. Lo mismo que personifican Moisés, Aarón el sumo sacerdote y sus descendientes, y los levitas, cuya función es la conducción y dirección espiritual del resto de las Tribus de Israel; que a su vez representan los demás niveles de la conciencia. Es por ello que José se ve obligado a “informar” la conducta de ellos a su padre Israel, cuya tarea es formar una familia y en últimas todo un pueblo que sería elegido para proclamar la Unicidad del Creador entre las naciones.

José fue el hijo escogido para resistir y superar el rigor de los rasgos negativos, las bajas emociones y pasiones con las que lo castigaría el odio de sus hermanos; y con el abrasivo materialismo de ego representado por Egipto y el faraón: “E Israel amaba a José más que todos tus hijos, porque le había nacido en su vejez, y le confeccionó una túnica de muchos colores. Y cuando sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, lo odiaron y no podían hablarle en paz” (37:3-4)

Entre sus hermanos, José es la personificación de los modos y atributos de Amor porque es el conocimiento de Amor lo que nos habilita para superar las tinieblas de los aspectos inferiores de nuestra conciencia. En este sentido Jacob (Israel) comparte la misma identidad de José como el fuego que transmuta la oscuridad: “Y la Casa de Jacob será fuego, la Casa de José será llama, y la Casa de Esaú paja” (Abdías 1:18) Sabios místicos enseñan que José representa la fundación (HaYesod) que precede la culminación de la Creación (el sexto día de la Creación), los cimientos que sostienen la revelación total del Creador en el Séptimo Día, cuando Su Soberanía (Maljut) es completamente manifestada. Es por ello que el Shabat es tan sagrado para Israel, porque en él estamos unidos con el Creador (“Torá, Shabat, Israel y Dios son Uno”).

Como hemos mencionado muchísimas veces, el Amor de Dios es la fundación y sustento de Su Creación, tal como ha sido proclamado: “El mundo está construido en amorosa bondad. En los Cielos se sostiene Tu fidelidad” (Salmos 89:3). Amor es la más alta cualidad o rasgo de la conciencia humana, y por tanto tenemos que adoptar y cuidar Amor en todos los niveles y dimensiones de la conciencia. Lo hacemos tal como “Israel amó a José más que a todos sus hijos”, porque es Amor el que debe guiar y dirigir todos los aspectos de nuestra conciencia, y estos deben ser las vasijas que debemos llenar con sus modos y atributos.

Este principio fundamental es recordado a Israel como una bendición Divina y como un Mandamiento cuando Isaac bendijo a Jacob en la parshat Todot: “Naciones te servirán y reinos se inclinarán a ti; tú serás un amo sobre tus hermanos, y los hijos de tu madre se inclinarán a ti (...)” (Génesis 27:29) y es reiterado a José en su sueño como el heredero de esta bendición: “He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba, y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor, y se inclinaban al mío” (37:7)

Y él le dijo: 'Ve ahora, mira si está bien con tus hermanos y si está bien con las ovejas, e infórmame de vuelta'.” (37:14) Jacob instruye a José no sólo velar por el bienestar de sus hermanos sino también por el de las posesiones de su padre, y obedece sólo para encontrarse con la traición y su posible muerte. Este es el sino de Israel como Luz de las naciones, el sino de Amor ante las tinieblas de las ilusiones negativas en el mundo material. Pero Amor siempre prevalece porque trasciende todas las ilusiones: “El Eterno estaba con José y él era de un hombre de éxito, y él estaba en la casa de su amo egipcio. Y su amo vio que el Eterno estaba con él, y lo que él [José] hiciera en su mano el Eterno hacía prosperar” (39:2-3), “El Eterno estaba con José, y Él le dio amorosa bondad a él y le agració ante los ojos del carcelero”, “El carcelero no revisaba nada en su mano [de José] porque el Eterno estaba con él, y en lo que hiciera el Eterno lo hacía prosperar” (39:21, 23)

El Amor de Dios es el único en que tenemos que confiar porque Él es el Creador que nos sustenta, y nada más. Cuando olvidamos esto como una vez lo hizo José, también nos recluimos en la prisión de las ilusiones de ego que nunca dejan de mantenernos alejados de los modos y atributos de Amor. Estas son las ilusiones que nunca nos redimirán de nuestras tribulaciones. Amor de hecho sustenta nuestras ilusiones, pero estas jamás sustentan Amor. El final de la parshá ilustra esta realidad: “Pero recuérdame cuando las cosas vayan bien contigo, y por favor háblale de mí al faraón para que me saques de esta casa”, “pero el principal de los coperos no se acordó de José, y lo olvidó” (40:14, 23)

El Rey David nos recuerda muchas veces confiar solamente en nuestro Padre: “Dichoso es el hombre que pone su confianza en el Eterno, y no acude al arrogante (las fantasías e ilusiones de ego)”, “Oh Eterno de las multitudes, dichoso el hombre que confía en Ti” (Salmos 40:4, 84:13)

El Amor que tanto Jacob como José representan es el fuego y la llama que transmutan envidia, celos, ira, orgullo, egoísmo y las expresiones negativas en la conciencia humana, todas derivadas de los sentimientos de carencia del ego. Estas son todas ilusiones, la “paja” de la Casa de Esaú. Es a través de Amor, la Verdad que José y Jacob son, que disipamos las tinieblas como el fuego catalizador que transforma un estado inferior no consumado en otro elevado y realizado.

Amor es el fuego forjador, constructor y sublimador, la llama que nos eleva a nuestro Creador. Entonces ser y manifestar Amor es nuestra verdadera identidad, como el catalizador para unirmos con el Amor de Dios.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Parshat Vayishlaj: Amor y Luz como Redención de las Tinieblas

El día llega cuando los dos hermanos se encuentran después de más de 20 años, y las fuerzas opuestas que ambos representan otra vez están cara a cara. Y Jacob envió (vayishlaj) mensajeros delante de sí a Esaú su hermano hacia la tierra de Seir, el campo de Edom” (Génesis 32:4) Es evidente que el hombre de paz que es Jacob elige paz con su hermano -- a cualquier costo -- con el fin de evitar el derramamiento de sangre. En este punto hay bastante debate entre nuestros Sabios con las preguntas obvias.

Si Jacob tiene las reiteradas bendiciones y protección del Amor de Dios, ¿por qué él aparentemente lo pone en duda? ¿Por qué no chocar con su verdugo y destruirlo de una vez por todas, considerando que Jacob tiene la reafirmada protección Divina? Estas preguntas debemos hacérnoslas a nosotros mismos, y no con el objeto de justificar la decisión de Jacob en este caso, sino para entender las complejidades de vivir en el plano de las tinieblas con la misión de traer la Luz hacia ellas; y asegurarnos de revelar la Luz ocultada en ellas. Este es el dilema que Adán, Noé y muchos otros no pudieron resolver y fallaron en sus intentos.

Entrar en el reino de las ilusiones de ego es similar a penetrar un laberinto oscuro y sin luz, donde sólo ilusiones son las únicas referencias para confrontar ese espejismo. En términos prácticos es como estar atrapado en deseos que exigen satisfacción inmediata, y parece que no hay escape de ellos excepto apaciguarlos con lo que exigen. Jacob sabe que las cabras, camellos, asnos y ganado, los cuales representan rasgos inferiores y bajos instintos, son las principales exigencias de los deseos de ego: “y [Jacob] tomó lo que le vino a la mano, un regalo para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, trienta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos" (32:14-16). Pero, ¿qué tal si los deseos de Esaú fuesen de una naturaleza diferente? ¿Qué tal si en sus más profundos pensamientos y sentimientos Esaú añorase su propia redención? Después de todo, la profecía es muy clara: “Y redentores subirán al monte de Sión para juzgar [hacer justicia] al monte de Esaú, y el reinado [la soberanía] será del Eterno" (Abdías 1:21)

Los sucesos relatados por la Torá nos dan las respuestas cuando leemos que Jacob llama a su hermano “mi amo” y se presenta a él como su “sirviente”. Nuestros Sabios debaten estas definiciones y concluyen que Jacob sería castigado por inclinarse a aquel que profana el Nombre del Creador con su recalcitrante maldad. Sabios dicen que las siete veces que Jacob llama a Esaú “mi amo” representan siete reinos que posteriormente subyugarían la Tierra de Israel y a los israelitas. De este episodio aprendemos que debemos confrontar la negatividad a toda costa como la única manera de hacer que Amor prevalezca siempre.

La actitud de Jacob hacia Esaú es aun más irónica después de haber derrotado al ángel (de Esaú) en una lucha que duró toda la noche (Génesis 32:25-30). Jacob (Israel) confirmó en esa larga lucha su pleno conocimiento y compromiso para remover las tinieblas que no permiten la completa revelación de la Presencia Divina en el mundo material. Como hemos dicho muchas veces, esta es la misión de Israel: crear un lugar para que Dios more en este mundo, y ese lugar es Amor como la manifestación material de Su Amor que debemos revelar removiendo los aspectos negativos de la conciencia.

Estos son los rasgos representados por Esaú y sus descendientes, las “naciones” que Israel debe conquistar y subyugar con el propósito de asentarse en la Tierra Prometida. Esta conquista y sus guerras son libradas cuando Israel está en completa unidad con el Creador, porque Sus caminos y atributos son los medios de disipar las ilusiones negativas de ego.

Acciones amorosas y de bondad se presentan como los “redentores que subirán al monte de Sión para hacer justicia en el monte de Esaú”, con el fin de proclamar plenamente la soberanía de Dios todas las dimensiones de Su Creación. Cuando abrazamos al Creador como nuestro único gobernante y exclusivo conductor de todos los niveles, rasgos, aspectos y facetas (todas las “naciones”) de nuestra conciencia, cumplimos Su voluntad tal como está escrito: “Porque el Reino es del Eterno, y Él gobierna sobre las naciones” (Salmos 22:28)

El Amor de Dios nos espera para proclamarlo como nuestro verdadero Redentor: “Y cuando ellos clamaron a Ti durante el tiempo de su tribulación Tú escuchaste desde los Cielos, y conforme a Tu gran compasión Tú les diste redentores que los liberaron de la mano de sus opresores” (Nehemías 9:27) y cuando nos demos cuenta de esto seremos completamente conscientes de que “toda la Tierra está llena de Su gloria” (Isaías 6:3)

En este sentido Jacob sabe que no está listo para confrontar a Esaú porque necesita más tiempo para elevar los rasgos de su carácter, con la misión de convertirse en la Verdad que él y sus herederos representan: Amor y Luz para crear un lugar en este mundo para el Creador de todo more entre nosotros. Por lo tanto Jacob dice a Esaú: “(…) y yo me desplazaré a mi propio paso despacio, según el paso del trabajo que está ante mí, y según el paso de los niños [mis desdendientes], hasta que yo venga a mi amo, a Seir” (Génesis 33:14), con el fin de cumplir la profecía (en Abdías 1:21) como un Mandamiento.

En este contexto podemos entender por qué Jacob llamó a Esaú su “amo”, porque en últimas es esa la misión de Israel: redimir a las “naciones” para que todas puedan reconocer y alabar a Dios como el verdadero soberano de toda la Creación: “Para que Tu camino sea conocido en la Tierra, Tu Redención entre todas las naciones” (Salmos 67:3)

El enfrentamiento de Israel con los riegos y peligros de las tinieblas continúa en esta parshá: “Los dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, los hermanos de Dina, cada uno tomó su espada y ellos llegaron a la ciudad con confianza, y mataron a todo varón”, “Los hijos de Jacob vinieron encima de los muertos y saquearon la ciudad que había mancillado a su hermana” (Génesis 34:25, 27)

Esta vez los hijos de Israel reaccionaron con la actitud inflexible que su padre no tuvo con Esaú. Y tratar con idólatras que son esclavos de sus propias pasiones conlleva al peligro de volverse como ellos: “Entonces Jacob dijo a su casa y a todos los que estaban con él, 'alejen los dioses extraños que estén entre (lit. en) vosotros, y purificaos, y cambiad vuestras vestiduras'.” (35:2) Otros sucesos tristes relatados en esta porción son las muertes de nuestra matriarca Raquel y nuestro patriarca Isaac.

La porción termina mencionando las generaciones de los descendientes de Esaú como recordatorio de que ellos representan no solamente los obstáculos para cumplir la misión de Israel, sino también los verdugos siempre dispuestos a oprimirnos cuando despreciamos los caminos y atributos del Creador y elegimos seguir las fantasías e ilusiones de ego.

Si las decisiones de Jacob fueron ciertamente difíciles en su tiempo, también lo son para nosotros ahora. En cada momento tenemos que tomar decisiones, y la principal lección que nos enseña la Torá es tomarlas pensando no sólo en el bienestar y conveniencia individual sino en el bienestar colectivo. Ese es uno de los rasgos de Amor, y también uno de sus atributos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Parshat Vayeitzei: Amor, el Lugar de Dios en el Mundo

Y Jacob salió (vayeitzei) de Beer Sheba, y fue a Jarán” (28:10) Nuestros Sabios cuentan que Jacob habitó en las tiendas de Eber durante 14 años antes de partir a Jarán, y en todo ese tiempo estuvo inmerso en el estudio de la Torá lejos de las ilusiones del mundo material, representadas por Jarán (“ira” en hebreo) y por su tío y futuro suegro, Labán. Este período de estudio lo preparó para “descender” a los dominios de Labán, a quien Sabios místicos consideran el propio demonio. Sabemos que en el plano de las ilusiones todo es engañoso por la simple razón de que es una ilusión derivada de lo material. En este contexto, la misión de Israel (Jacob) es disipar las tinieblas de las ilusiones con la Luz de la Torá, la cual representa los caminos y atributos del Creador.

Jacob ciertamente está listo para hacer realidad la primogenitura, que es el sacerdocio repudiado por su hermano Esaú, y comienza a realizarse estableciendo la conexión permanente con el Creador en Su lugar (el Templo de Jerusalén), que representa nuestro más elevado conocimiento de Él: “Y llegó [alcanzó] al lugar, (…) y pernoctó en ese lugar" (28:11), y “(…) he aquí que una escalinata sostenida sobre la Tierra, y su cima alcanzando el Cielo; y he aquí que los ángeles del Eterno ascendían y descendían en ella” (28:12) Esta es la conexión que nos hace conscientes de la Unidad con nuestro Creador, y los ángeles como mensajeros de los caminos y atributos de Amor; aquellos que cumplen la voluntad de Dios cuando nos permitimos ser las vasijas de Sus bendiciones: “(…) la tierra en la que estás acostado a ti te la daré, y a tu simiente” (28:13)

El lugar donde nos unimos con Él es también la Tierra Prometida como manifestación material de Sus bendiciones, la bondad que podemos ser y hacer en este mundo, porque Su Amor no es sólo hacia nosotros sino hacia toda la Creación: “y a través de ti serán bendecidas todas las familias de la Tierra, y a través de tu simiente” (28:14), lo cual es una verdadera alianza con Dios en la Creación: “Yo estoy contigo, y Yo te protegeré adonde vayas, y Yo te restauraré para esta tierra, porque Yo no te abandonaré hasta cuando Yo haya hecho lo que Yo te he hablado” (28:15)

Esta alianza está sujeta a la Tierra Prometida como el lugar que compartimos con nuestro Padre: “Y él (Jacob) llamó a ese lugar Bet-El [Casa de Dios]” (28:19) donde todos añoramos vivir, y podremos morar en ella mientras vivamos en el pleno conocimiento del Amor de Dios. En este sentido entendemos lo que nuestros Sabios enseñan cuando dicen que “Dios es el lugar del mundo, y el mundo no es Su lugar”: Su Amor es el lugar que impregna y sustenta toda Su Creación.

Hemos mencionado muchas veces en este blog que todo emana del Creador y todo es sustentado por Él, que la entera Creación es una manifestación de Su Amor, y por lo tanto estamos hechos de Su Amor con el fin de ser Amor. En consecuencia, lo que somos y hacemos le pertenecen a Él y debe ser “devuelto” a Él como parte de la dinámica del Plan Divino que no podemos comprender, ni tampoco Su Esencia.

En esta dinámica comprendemos el significado de darle a Él los diezmos de todo: “y todo lo que Tú me des, yo ciertamente daré el diezmo para Ti” (28:22) Nuestros Sabios enseñan que los diezmos al Templo son las ofrendas para elevar nuestras vidas al Creador mediante acciones que son sagradas para Él (así es como nos “sacrificamos” a Él), y después de la destrucción del Templo damos los diezmos a quienes estén necesitados. En conclusión, estamos en este mundo para dar lo que el Amor de Dios nos ha dado y continúa dándonos en cada respiro. Es así como rectificamos el mundo (tikún olam) mediante este Mandamiento: “y amarás a tu prójimo como ti mismo, [porque] Yo soy el Eterno” (Levítico 19:18), y ciertamente todo se trata del Amor de Dios.

En este punto de la parshá nos damos cuenta que el continuo vivir en la Casa de Dios, Su lugar y Su Tierra Prometida no es sólo la voluntad del Creador sino también Su Mandamiento. Antes de asentarse permanentemente, Jacob primero debe confrontar los peligros de las ilusiones del mundo material y despejar su camino para levantar una familia en medio de las tinieblas de los aspectos negativos de la conciencia, donde vivían sus futuras esposas. Como dijimos al principio, esta es la misión de Israel como el Pueblo Elegido: Revelar, proclamar y manifestar el Amor de Dios en la oscuridad del más denso materialismo.

Jacob reconoció la Luz ocultada en la oscuridad, y supo cómo revelarla: “cuando Jacob vio a Raquel, la hija de Labán el hermano de su madre, y el rebaño de Labán el hermano de su madre, Jacob se acercó y removió la piedra de la boca del pozo, y dio de beber al rebaño de Labán el hermano de su madre” (Génesis 29:10) Tres veces el nombre de Labán es mencionado como hermano de Rebeca, la madre de Jacob. Podemos inferir de esta repetición que, tal como Rebeca fue redimida de la oscuridad en la casa de su hermano, las hijas de Labán también lo serían mediante el diligente trabajo que Jacob realizaría en los predios de su tío.

Sabios místicos comentan las complejidades de la interacción entre la Luz y las tinieblas, porque es evidente que no es un asunto sencillo tratar con las fantasías materialistas de ego en un mundo donde ilusiones son las referencias relacionadas con la vida. Amor como Verdad está ocultado detrás de la oscura carencia de carencia en todos los niveles de la conciencia, incluyendo mente, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Cuando estos se encuentran bajo el dominio de los deseos negativos de ego, y no bajo los modos y atributos de Amor, la vida y el mundo se vuelven el infierno que ya es para muchos.

Jacob tiene que confrontar los celos y la rivalidad entre sus esposas, la avaricia y la maldad de su suegro, y las emociones negativas que debemos encauzar hacia los atributos de Amor. Hijos surgen en estas circunstancias, y la tarea de Jacob se torna más difícil y desafiante para hacer de sus vástagos las vasijas adecuadas para las bendiciones prometidas por el Creador. Esta claramente no es una lucha por la “perfección” sino un camino en el que convirtamos nuestras circunstancias, tanto individuales como colectivas, en un lugar donde more el Amor que nos creó y el Amor que somos.

De los pasajes acerca de la relación de Jacob con su tío Labán podemos aprender que el engaño de las ilusiones materiales desaparece ante la Verdad que Amor es: “(…) ‘Veo el rostro de vuestro padre (Labán), que no me contempla como antes; sin embargo el Dios de mi padre ha estado conmigo” (31:5), y tal como lo dicen Lea y Raquel a Jacob: “(…) toda la riqueza que el Eterno separó de nuestro padre es nuestra y de nuestros hijos. Por lo tanto, todo lo que el Eterno te diga, hazlo” (31:16)

La porción concluye confirmando que el Amor de Dios mora dentro de nosotros cuando habitamos en Su Tierra Prometida: “Y Jacob se dirigió en su camino, y los ángeles del Eterno lo recibieron. Y Jacob dijo cuando los vio: ‘Este es el campo del Eterno’. Y puso de nombre a ese lugar Mahanaim” (32:1-2)

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.