domingo, 25 de diciembre de 2011

Vayigash: Vivir en la Voluntad del Creador


Prescindiendo de lo que podamos creer o tener certeza, como parte de la Creación de Dios, nuestras vidas todas pertenecen a Su voluntad. Hay un debate interminable en torno a este principio fundamental del judaísmo respecto al libre albedrío. Si en definitiva cumplimos la voluntad del Creador sin importar las decisiones que tomamos, ¿tenemos entonces libre albedrío? La respuesta es sí, porque nuestras opciones, ya sean “correctas” o “equivocadas” invariablemente nos llevan a la Verdad de quiénes realmente somos y nuestra misión en este mundo. Dicho de otra manera, tomar decisiones positivas o negativas nos hace conscientes de ellas y sus resultados, de los que aprendemos para tomar la próxima decisión. Significa que, en últimas, tarde o temprano terminaremos haciendo lo que es correcto. Entonces depende de nosotros aprender, sea mediante lo positivo o lo negativo. Hemos dicho antes que el judaísmo considera lo negativo como una referencia para evitarlo, y en el peor de los casos para aprender de él; y no para vivir por él ya que no nacimos para ser masoquistas. Lamentablemente la mayoría de nosotros en el mundo no tenemos esto lo suficientemente claro, y para saber que es así sólo tenemos que mirar alrededor.

Tenemos que reflexionar a fondo sobre la Creación de Dios y darnos cuenta que es muchísimo más grande que la pretensión de ego de hacernos creer que somos dioses en nuestras fantasías, deseos e ilusiones materiales. Una vez lleguemos a tener un mínimo de humildad es posible que aceptemos la voluntad de Dios y no la nuestra. Al Rey David le tomó toda su vida y los 150 capítulos de sus Salmos para realizarlo, y esa es una de las principales lecciones que aprendemos de la historia de José y sus hermanos: “Pero que no estéis tristes, y no os angustie que me hayáis vendido aquí, porque fue para preservar vida que el Eterno me envió antes que vosotros” (Génesis 45:5) y Su voluntad de hecho es Su Amor por Su Creación para sustentarla cada momento en aras de lo bueno que es la vida: “(…) Y el Eterno me envió antes que vosotros parar daros una parte de la tierra, y para vivir hacia una gran liberación” (45:7) En nuestro conocimiento del Amor de Dios siempre hay una tierra para nutrir la vida, como nuestro medio para procurar nuestra liberación cuando la realidad material no satisface nuestras necesidades básicas. Enfrentamos hambruna no sólo cuando la tierra no nos provee el sustento sino también cuando el mundo material (una “tierra”) no nos ofrece una verdadera plenitud espiritual en las ilusiones que creamos a partir de nuestra realidad “individual”.

Así entendemos que ego (el faraón) debe ser dirigido por el discernimiento y la sabiduría con los que Amor (José) afronta la Creación de Dios como una emanación de Su Amor: “Y ahora, vosotros no me enviasteis aquí sino el Eterno, y Él me hizo un padre para el faraón, y un gobernante sobre toda la tierra de Egipto” (45:8) Hemos aprendido de esos pasajes bíblicos que José es la personificación de Amor desde que fue elegido por Israel para ser su primogénito, y los atributos de Amor le llevaron a ascender como el destinado conductor de todos los niveles y dimensiones de la conciencia, ego incluido. El máximo y más formidable desafío de Amor es dirigir nuestra conciencia en medio de las dificultades del mundo material. Estas abarcan desde la adversidad de los fenómenos naturales hasta los aspectos negativos de los pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos.

Nuestros Sabios nos cuentan que el odio contra los hebreos, hostilidad, agresividad, depravación e inmoralidad eran característicos de los antiguos egipcios, y bajar a ellos era una amenaza para quienes tenían rasgos opuestos a los de ellos. Israel y sus hijos lo sabían a pesar del ascenso de José al poder. En tal predicamento Israel reza al Creador, y Su Amor responde: “Yo bajaré contigo a Egipto, y también Yo te levantaré de ahí, y José pondrá su mano sobre tus ojos” (46:4) y este versículo nos recuerda ser conscientes de Su voluntad. Nuestros Sabios místicos enseñan que vivir en las tinieblas de una conciencia negativa (Egipto) es la premisa para reconocer la Luz de la Redención. En este sentido, como mencionamos arriba, nuestras decisiones negativas tarde o temprano nos llevan a discernir lo positivo de lo negativo, lo correcto a partir de lo incorrecto, lo útil a diferencia de lo inútil.

En este proceso tenemos que saber quiénes somos, de dónde venimos, y el destino que se nos ha encomendado a cumplir: “Y el faraón dijo a sus hermanos, '¿Cuál es vuestra ocupación?' Y ellos le dijeron al faraón, 'Vuestros sirvientes son pastores, tanto nosotros como nuestros ancestros'.” (47:3) Los hijos de Israel son descendientes de gente que fue encomendada por su Dios para conducir como “la Luz para las naciones” aquellos en necesidad de dirección positiva, un trabajo considerado abominación en aquellos tiempos entre pueblos cuyos rasgos estaban lejos de ser positivos.

No olvidemos que el antisemitismo y la judeofobia son tan antiguos como el judaísmo, y los difamadores de judíos eran los mismos opuestos a los principios éticos que sustentan y promueven la libertad moral en todos los niveles de conciencia. En su propósito e historia la existencia del judaísmo refleja la vida del Patriarca Israel: “Los días de los años de mi vida han sido pocos y malos, y no alcanzaron [la plenitud] los días de los años de las vidas de mis padres en los días de sus moradas” (47:9) Únicamente en nuestra inexorabilidad seremos capaces de realizar nuestro destino, sin importar cuán negativas o adversas resulten ser las ilusiones del mundo material: “E Israel habitó en la tierra de Egipto, en la región de Goshen, y ellos adquirieron propiedad en ella, y ellos fueron prolíficos y se multiplicaron grandemente” (47:27) Lo hicimos en Egipto y a través de la historia con la Presencia Divina entre nosotros.

Aunque la mayoría de nuestros días y años han acontecido en medio de la maldad, el Amor de Dios nunca nos abandona. Con Amor alcanzaremos nuestra Redención Final, que es también la Redención de todos, y entonces viviremos en la plenitud de los días de nuestros primeros Patriarcas: “Y Yo formaré un Pacto de Paz para ellos [Israel], un Pacto eterno estará con ellos; y Yo los estableceré y los multiplicaré, y Yo colocaré Mi Santuario entre ellos por siempre. Y Mi morada estará sobre ellos, y Yo seré para ellos un Dios, y ellos serán para Mí como un Pueblo" (Ezequiel 37:26-27) y para nosotros esa profecía se cumple cuando como Israel realicemos Su voluntad, la cual se manifiesta con los caminos y atributos de Su Amor.

José y Judá: La Realeza del Amor de Dios

Nuestros Sabios comparan a José y a Judá basados en sus experiencias individuales antes de la separación de José de su familia, y en las bendiciones que Jacob y Moisés les dieron como Tribus de Israel. Ellos indican que José representa la relación interior que tenemos con el Creador, y Judá la manifestación material de esta relación. En ese sentido ambos hermanos son las dos caras de la misma moneda como aspectos específicos de una identidad común de realeza, entendiendo realeza como el más elevado conocimiento con el que debemos relacionarnos con Dios. Nuestra relación interna con Él es la conexión más sagrada que podemos concebir, y es la fundación primordial que sostiene nuestra actitud hacia Su Creación referente a la realidad material donde vivimos y nuestra relación con el prójimo.

Hemos mencionado que nuestros Sabios consideran a Jacob y José como un reflejo del otro, como si fueran la misma persona, basados en aspectos similares que Jacob no compartía con el resto de sus hijos. También destacan que lo que ambos compartían era el resultado de su elevada conciencia del Creador, y consecuentemente su estrecha relación con Él. Este es el contexto en el que algunos de nuestros Sabios son llamados tzadikim (justos, íntegros) porque ese nivel de conciencia y conducta es logrado solamente cuando vivimos cada momento en estrecha relación con los caminos y atributos de Dios. Es por ello que José fue elegido para salvar a su familia de la hambruna y protegerlos en la primera etapa de su exilio en Egipto. Jacob hizo pública su preferencia por José no para instigar odio y celos en sus hermanos contra su "elegido", sino para que lo siguieran como ejemplo. No aceptaron a José como tal y tampoco su presumido destino real revelado en sus sueños. Debemos recordar otra vez el episodio de Caín y Abel para ilustrar que el odio y los celos eventualmente conducen al homicidio. La diferencia entre esa historia y esta otra es que, a diferencia del diálogo de Dios con Caín para enmendar su actitud negativa hacia Abel, Jacob aparentemente no animó a sus hijos a reconocer las cualidades de José y seguir su ejemplo.

Debemos conocer y emular las cualidades de tales personajes que los hacen merecedores de convertirse en las vasijas o "carruajes" del Creador para cumplir enteramente Sus caminos y ejecutar Sus atributos. Una señal inequívoca indicada en las Escrituras Hebreas es que cuando Dios está con nosotros, nos convertimos en una bendición para quienes están a nuestro alrededor. Debemos reiterar que primero debemos estar con Él para luego poder estar conscientes de Su Presencia en nuestra vida. Así podemos darnos cuenta de que las bendiciones que otros disfrutan cuando son tocados por nosotros o nos tienen cerca son realmente bendiciones de Dios y no nuestras. Somos simplemente las vasijas o mensajeros de Su Amor, y nuestro Amor también se convierte en medio para transmitir Sus bendiciones. Es esencial recalcar aquí que las bendiciones son tales, siempre y cuando beneficien a todos. El Amor de Dios no está limitado a algunos o excluye a otros, y no sólo para nosotros como individuos ya que Su Amor ocupa toda Su Creación.

Este principio no es fácil de asimilar cuando nuestra conciencia está bajo la concepción errónea de que es una parte separada de la Creación, como resultado de ego en nuestra falsa disociación del Creador. Esta es una idea equivocada que confunde nuestro discernimiento al perder la perspectiva de que la oscuridad y el mal son simples referencias para procurar Luz y Amor. Esta confusión es típica de concepciones no judías de que el bien y el mal son entidades separadas en constante conflicto para prevalecer sobre el otro, y que ambos "actúan" como "fuerzas" o "dioses" ante los que los humanos somos indefensas marionetas y víctimas fatídicas de sus caprichos. Esas concepciones son consideradas idolatría por el judaísmo, al igual que la creencia generalizada de que los humanos somos entidades aparte en un mundo del "sálvese quien pueda", justificando así explotación, discriminación, segregación, exclusión, y esclavitud a nombre de que hay gente inferior y superior, mejores y peores, perfectos e imperfectos, en niveles y categorías diferentes. Bajo estas creencias, las concepciones relativas que algunos dan valor como patrones y sistemas sociales, culturales, educativos, políticos, económicos y morales, definen los niveles del modelo piramidal bajo el que muchas naciones conciben la vida humana en este mundo.

Las bendiciones del Amor de Dios no caen dentro de ese modelo porque no se "filtran" a través de niveles y categorías de creencias particulares opuestas a las cualidades y medios incluyentes, abarcadores e integradores de Amor. Este es nuestra Esencia y, como reflejo del Amor de Dios, no tiene límites ni fronteras, y no se condiciona a intereses individualistas. No podemos amar a unos en detrimento de otros, ni tampoco podemos amar a alguien a expensas de otro. Esto nos recuerda a los carniceros nazis que torturaron y asesinaron a millones de judíos con su ilimitado odio, mientras abrazaban y besaban a sus esposas, niños y amigos, arguyendo que no hay relación entre masacrar despiadadamente a otros y amar a sus familias. Todavía vemos gente odiando a unos mientras "aman" a otros. Tenemos que reconsiderar la manera en que concebimos "amar", especialmente cuando se ha subordinado a fantasías e ilusiones materialistas, a intereses egoístas, y a la dictadura de la sociedad de consumo. Nuestro Amor a Dios es el mismo Amor que manifestamos al prójimo, y la Torá enseña que cuando amamos al Creador estamos instados a amar a los demás.

Cuando amamos como José amaba a sus hermanos, preservamos la unidad integrante que Amor es, y la Redención le sigue. Para lograr ese tipo de Amor, primero construimos nuestra relación interior con el Amor de Dios como lo hizo José, representando así un paradigma para Israel. En este proceso de construcción tenemos que refinar nuestros rasgos y cualidades individuales como parte de todos los niveles de conciencia, siguiendo y emulando los caminos y atributos de Dios. El refinamiento es una característica definitoria de realeza, y la aprendemos directamente del Creador y Rey de todo, nuestro Dios. En el contexto del judaísmo, Judá está destinado a la realeza como manifestación material del Reino de Dios en este mundo. José como rey es nuestro Amor en la relación interior con Dios, y Judá como rey en nuestra relación exterior con Él; entendiendo exterior como la manifestación material de nuestro Amor a Dios.

José está destinado a realeza en su relación interior con Dios, y Judá destinado a realeza para proclamar Su Soberanía en la Tierra. Como dijimos antes, ambas realezas son parte de la majestuosa unidad que debemos lograr en honor de la Presencia Divina en el mundo material. Esta unidad es lograda reforzando nuestra conexión interna con el Creador, mediante nuestro Amor a Él, que significa seguir Sus caminos y atributos; y en esta fortaleza podremos manifestarlos en lo que hacemos. Tal como lo señalan nuestros Sabios, José y Judá son los dos niveles de la verdadera realeza que son nuestro Amor interior y exterior como fieles manifestaciones del Amor de Dios en Su Creación. Aprendemos que materia y espíritu son partes de la unidad que la vida es. Y ambos trabajan juntos como Amor, a través de Amor y por el propósito de Amor, en todos los aspectos de la conciencia con la misión común de honrar el Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Jánuca y la Luz de Redención

Reflexionemos sobre dos cosas que aparentemente no está relacionadas pero su denominador común es que ambas desafían nuestro entendimiento. Una es el primer Mandamiento que el Creador ordena a Israel en su nacimiento como Nación, la consagración de la Luna Nueva como el inicio de los meses y Nisán como el primero de ellos cuando comenzó la libertad de Israel. La otra se trata de la Redención Final como la predicen nuestros Profetas.

Podríamos cuestionar por qué comenzamos los meses con la Luna Nueva y no con la Luna Llena, arguyendo que podríamos comenzar con su luz totalmente revelada y terminar también con ella después de pasar por días menguantes y oscuros para luego emerger en brillo total. Sin embargo el Creador nos encomienda iniciar los meses cuando la Luna está completamente oscura. Sabios de la tradición jasídica nos enseñan uno de los principios más complejos relacionados con este asunto, y debemos romper los límites de nuestro discernimiento para comprenderlo enteramente. De hecho es uno de los muchos principios místicos judíos que sólo podemos asimilar más allá del entendimiento humano, tales como los círculos o esferas concéntricas que al mismo tiempo están separadas entre sí. ¿Cómo podrían estar separadas si están contenidas unas dentro de las otras? Este es un ejemplo para dirigir nuestra mente hacia asimilar más allá de los límites del razonamiento. El principio que los jasídicos presentan es que la luz ocultada es más ponderosa o intensa que la luz revelada, bajo la premisa de que lo que no sabemos o vamos a saber es más importante que lo que ya sabemos. El álgebra es más útil que la aritmética, el cálculo es más importante que la trigonometría, y lo menos relevante es la base para asimilar lo más relevante. De ahí que lo que llegaremos a conocer sea más trascendente que lo que ya sabemos.

De igual manera, se nos enseña en la escuela elemental que la luz del sol es más intensa durante un eclipse total, por lo cual no debemos verla porque esa luz más fuerte puede afectar nuestros ojos. Este fenómeno tal vez no explique con claridad cómo es posible que haya más luz en un eclipse de sol que en un sol despejado, ya que en nuestra percepción hay más luz en un sol no eclipsado. La astrofísica podría explicar el caso, pero ante nuestros ojos seguimos percibiéndolo diferente. La física quántica también explica planos o universos paralelos invisibles y otros fenómenos que una mente simple no puede entender, y es cuestión de creerlo o no. Todas estas referencias nos invitan a expandir nuestra mente simple más allá de sus supuestos límites, y en ese sentido nuestros antiguos Sabios saben más y explican que la Luna Nueva es la luz no revelada que se nos encomienda revelar.

Esto significa que como individuos somos lunas cuya luz está parcialmente revelada, y tenemos que hacernos conscientes de nuestra luz total cuando en apariencia no hay ninguna visible. Entonces consecuentemente dicen que en la oscuridad buscamos la Luz, porque es en las tinieblas donde está ocultada con toda su intensidad como nunca antes la hemos visto, comparada como la que ya conocemos. Es por ello que afirman que en la oscuridad del exilio debemos revelar la Luz de la Redención. En este sentido, la oscuridad como exilio es la condición previa para la Luz como Redención.

¿Cómo sabemos que en nuestros más tenebrosos momentos es cuando más poderosa está la Luz ocultada? Podríamos decir simplemente que oscuridad es lo que es, y que la luz está ausente en aquella. El problema es que con esta percepción no hay Redención posible, y nos lleva a reflexionar con un discernimiento mayor acerca de quiénes somos, qué somos, y cuál es nuestra verdadera Esencia e identidad. En la dinámica de la identidad resolvemos todas nuestras confusiones, comenzando con la "razón" de la Creación en su totalidad, su causa y su efecto, y el Creador detrás de ella. Él es la Luz intensa "ocultada" detrás de lo que vemos oscuro o eclipsado con nuestros ojos, la Luna Nueva que estamos encomendados consagrar como el comienzo de los meses, como el comienzo de todo.

El exilio como oscuridad es la actual situación que padecemos cuando elegimos vivir en los aspectos negativos de la conciencia que imponen intereses individuales a expensas del bienestar colectivo. Nuestra tradición oral cuenta que en la Plaga de la Oscuridad previa al Éxodo de Egipto, el 80% de los israelitas murieron porque no podían "ver" más allá de sus propios interesas personales. El 20% eligió cuidarse unos a otros en medio de la más densa oscuridad, amándose unos a otros y protegiéndose ante la adversidad. Estos son quienes después fueron eximidos de la plaga final del primogénito y sacados de su esclavitud en Egipto. De ellos debemos aprender que Amor es nuestro verdadero y único Redentor cuando vivimos en la oscuridad de las fantasías e ilusiones de ego. El Amor de Dios es la Luz ocultada que nos sustenta y libera de nuestros momentos más tenebrosos. Cada situación negativa que enfrentamos es disipada cuando Amor se manifiesta totalmente como la más intensa Luz detrás de las tinieblas.

Maimónides cita las palabras del Profeta (Mishné Torá, Leyes de los Reyes 12:5): "En aquellos tiempos no habrá hambruna ni guerra, ni envidia ni rivalidad; porque la bondad fluirá en abundancia, y las delicias estarán disponibles sin costo. Todos estarán completamente inmersos en el conocimiento de Dios, tal como está escrito: 'porque la Tierra estará llena del conocimiento del Eterno, como las aguas llenan el mar' (Isaías 11:9)'." ¿Podemos expandir nuestro discernimiento y conciencia para poder concebir el mundo material sin hambrunas, conflictos, avaricia, envidia, celos, lujuria, indolencia ni odio? Maimónides prosigue señalando bondad en abundancia como la respuesta, y toda bondad proviene de Amor. También indica la causa de la bondad en su próxima oración, porque nuestra bondad es el resultado de nuestra entrega total al conocimiento del Creador.

Ahora quizá podamos discernir la conexión entre la consagración de la Luna Nueva y nuestra Redención Final. Resumamos: La oscuridad como exilio nos conduce a la libertad como Redención cuando somos guiados por el Creador y Su Amor, y lo emulamos amándonos unos a otros. La Luna Nueva es el recordatorio de que la Luz no revelada es más ponderosa que la revelada, de ahí que se nos encomiende y obligue a reconocer que el Amor de Dios precede a Su Creación. Superamos las tinieblas como aspectos negativos de la conciencia cuando entronizamos Amor como la Luz que disipa la negatividad mediante lo bueno derivado de los caminos y atributos de Amor. Finalmente, vivimos en abundante bondad cuando nos dedicamos enteramente al conocimiento del Amor de Dios como causa y efecto de Su Creación, y también como nuestra verdadera Esencia e identidad.

En Jánuca encendemos ocho velas en los días más oscuros de año, alrededor del solsticio de invierno. Aprendemos que en los momentos más tenebrosos la Luz más intensa está en espera de ser revelada, y esa es la Luz de la Redención. Revelamos esta Luz en cada uno de los siete días que representan la Creación de los Cielos y la Tierra por Dios, y en un día adicional que simboliza nuestra unión permanente con Él, en la que la Redención Final acontece, el día en que es completamente revelada con toda la intensidad de Su Luz.

Podemos concluir que nuestro limitado intelecto y discernimiento sigue sin poder asimilar cómo es que la luz puede estar ocultada en la oscuridad, pero algo que sí podemos asimilar sin dificultad es que Amor es la Luz más potente capaz de transformar cualquier cosa negativa en positiva, porque Amor es la fuente de bondad como el Amor de Dios es la fuente de Su Creación y el sustento de toda vida. La Luna Nueva y Jánuca nos recuerdan que tenemos que iluminar cada día de nuestra vida hasta que lleguemos al día en que nuestra Luz y la Luz de Dios sean Una, de la misma manera que nuestro Amor y Su Amor se convierten en Uno. Este es el momento en que estaremos totalmente inmersos en el conocimiento del Creador.

Mikeitz: Cuando el Creador está con Nosotros

Y José dijo al faraón, 'El sueño del faraón es uno [solo], lo que el Eterno está haciendo Él lo ha contado al faraón'. (…) 'Este es un asunto que yo he hablado al faraón, lo que el Eterno va a hacer Él lo ha mostrado al faraón'.” (Génesis 41:25, 28) El Creador sustenta y controla toda Su Creación, y Él es el Único que hace lo que hace. Él dice a la fuerza motriz de la conciencia humana (ego) quién realmente está al mando, y el mensajero de este Principio es José como la personificación de Amor en todos los niveles de conciencia. José como aquel capaz de fluir con el Amor de Dios manifestado en su Amor: “Y José respondió al faraón, diciendo 'No [soy] yo; [es] el Eterno [quien] dará una respuesta de paz al faraón'.” (41:16) y paz es el resultado de Amor como el fuego armonizador que unifica todos los niveles y dimensiones de la conciencia, ego incluido.

Este es el único episodio en nuestra historia donde un gobernante poderoso (el faraón) es virtualmente sometido a alguien claramente superior en cualidades y rasgos (José) destinados a salvar y alimentar a millones de vidas: “Entonces el faraón dijo a sus sirvientes, '¿Encontraremos a alguien como este [José], un hombre con quien está el Espíritu del Eterno?' Luego el faraón dijo a José, 'Ya que el Eterno te ha dejado saber todo esto, no hay nadie tan comprensivo y sabio como tú'.” (41:38-39) y en estas palabras vemos que José no es sólo justo, inteligente y capaz sino algo más, ya que el Espíritu del Eterno está con él, y Dios se lo hace saber. Se nos recuerda tres veces en Vayeishev que “el Eterno estaba con él” (39:3, 21, 23)

Esto nos hace pensar en lo que significa que Dios esté con nosotros. Podría parecer arrogante decirlo de esa manera porque somos nosotros quienes se supone que debemos estar con Él. De aquí deducimos que José de hecho estaba siguiendo Sus caminos y atributos, para llegar a ser recompensado con las palabras de la Torá diciendo que el Eterno estaba con él. Esa es la dinámica de nuestra relación con el Creador, mediante la cual nos explicamos Su “celo”, “ira” y “venganza” como indicaciones de Su exclusividad para nosotros. No podemos relacionarnos con Él cuando no seguimos Sus caminos y atributos. Mientras sigamos los deseos materialistas e ilusiones de ego estaremos eligiendo separarnos del sendero que Él quiere para nosotros, y nuestra elección nos conlleva “venganza” e “ira” como consecuencias de nuestra conducta negativa.

Las buenas acciones de José trajeron bonanza para la gente a su alrededor, porque bondad genera bondad y sus acciones estaban inspiradas en su Amor por el Creador. El Amor de José lo condujo a hacer el bien y su Amor llegó al Amor de Dios. Es así como podemos tener el Amor de Dios con nosotros. José verdaderamente es la personificación de Amor como el camino y el medio para dirigir armónicamente todos los aspectos de la conciencia: “Tú [José] estarás [mandarás] sobre mi casa, y a través de tu mando todo mi pueblo será alimentado; y sólo [con] el trono yo seré más grande que tú” (41:40)

Probablemente no fue nada fácil imponer la decencia de los caminos y atributos de Amor en una tierra distinguida por la inmoralidad y depravación, según nos cuenta nuestra tradición oral. Es también difícil imaginar a un extranjero y esclavo íntegro ascendiendo a un cargo prominente entre personas cuyos rasgos poseen cualquier cosa excepto integridad. De ahí que la Torá repita que Dios estaba con José para explicarnos que sólo con el Creador se puede cualquier milagro, y aprendemos de ello que todo es posible cuando caminamos con Él.

La bondad de José era una bendición para aquellos a su alrededor, cumpliendo así la promesa del Creador a Abraham de que su simiente (Israel) sería una bendición para todos los pueblos. La bendición es la bondad de Amor cuando vivimos en sus caminos y ejercemos sus atributos sin importar cuán oscuras o depravadas puedan ser nuestras circunstancias, tal como está escrito: “Y el segundo [hijo] de él [José] lo llamó Efraín, porque 'Dios me hizo fructífero en la tierra de mi aflicción'.” (41:52) Es lo general creer que únicamente en circunstancias positivas nuestras buenas acciones fructifiquen pero cuando confiamos enteramente en Dios, en cualquier situación el bien que hagamos siempre prospera.

Hemos dicho que la verdadera Redención está disponible para aquel dispuesto a alcanzarla, cualquiera sea su condición. Mientras haya libre albedrío para elegir podremos optar por Redención en vez de separación. Sólo cuando perdemos nuestro discernimiento para determinar si tenemos o no libre albedrío, no podremos elegir retornar a Amor. Hay que tener valentía para estar constantemente consciente de Amor como nuestra verdadera Esencia e identidad, como nuestra Fuente de Vida y libertad total.

¿Adónde vamos cuando queremos realmente vivir en este mundo material? A la bondad de Amor como la manifestación material del Amor de Dios, y nos dice qué hacer: “Cuando toda la tierra de Egipto tenía hambre, el pueblo clamó al faraón por pan, pero el faraón dijo a todos los egipcios, 'Id a José, lo que él os diga, vosotros haréis'.” (41:55) “(…) porque vieron que la sabiduría del Eterno estaba con él para hacer justicia. Así, el rey Salomón fue monarca sobre todo Israel” (I Reyes 3:28, 4:1)

domingo, 11 de diciembre de 2011

Vayeishev: Israel como Primogénito

Vayeishev es la primera de las cuatro últimas porciones del libro de Génesis cuyo personaje principal es José. Hay extensos e intensos debates en torno a los sucesos narrados en ellas, porque sus complejidades definieron el destino de Israel como pueblo y como Nación. Estos debates y discusiones entre nuestros Sabios están mayormente centrados en la relación de José y sus hermanos, y por qué los sucesos ocurrieron como tales. La conclusión general es que, sin importar cómo pasaron las cosas y su implicación ética y moral, ocurrieron de acuerdo a la voluntad del Creador. Todos estamos de acuerdo en ello porque es uno de los Principios Fundamentales del judaísmo, los cuales no tienen “peros”.

Los eventos acontecieron para enseñarnos que el libre albedrío que el Creador nos dio, junto con el discernimiento individual y la Torá, tienen como propósito tomar decisiones positivas para honrar Sus caminos y atributos como nuestra semejanza con Él. Los hijos de Israel de hecho sabían lo suficiente bajo las enseñanzas y dirección de su padre, y lo relacionado con bajas pasiones y emociones como envidia, odio y celos, es algo que debemos confrontar con nuestro mejor conocimiento ético (de la Torá) y discernimiento para poder ejercer nuestro libre albedrío. Hemos dicho aquí que el lado negativo de pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos están representados por las “naciones” que debemos conquistar, derrotar y subyugar mediante nuestro mayor conocimiento del Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad.

La Torá nos cuenta que nuestros antepasados no eran perfectos, y vinieron a ser una Nación bajo la conducción del Creador, cumpliendo Su voluntad. Esta es la “perfección” de Israel, lo cual significa que es así, siempre y cuando tratemos de ser buenos seres humanos según lo que el Creador nos define como tal. Esta definición está ampliamente explicada en Su Torá, y reafirmada en Sus atributos de compasión (Éxodo 34:6-7). El discernimiento fue la menor de las cualidades en el acontecer de los hechos entre José y sus hermanos, y tampoco hubo comunicación clara y directa en aras de la verdad. De esto aprendemos que los celos y la envidia conllevan al odio, y el odio conduce al homicidio. El mismo predicamento viene con la codicia, lujuria, indolencia, impaciencia, crueldad y sus derivados (ver en este blog nuestro comentario “Conquistando las 'naciones' con Amor” del 26 de junio de 2010)

Reflexionemos sobre la narración de la Torá basados en los debates y conclusiones de nuestros Sabios. “Estas son las generaciones de Jacob: José (...)” (Génesis 37:2) José es todos los descendientes de Jacob como el prototipo para Israel, porque personifica las cualidades que Jacob quiere para sus hijos. Estas cualidades deben regir sobre los demás rasgos de la conciencia. En cada circunstancia vivida por José, él fue un regidor (en la casa de Potifar, en la prisión donde estuvo recluido 12 años, en la casa del faraón, y sobre la tierra de Egipto) tal como fue pronosticado en sus sueños antes de ser vendido por sus hermanos. La controversia sobre el destinado reinado de Judá como una de las razones para asesinar a José y poner fin a sus “sueños de realeza” debe ser esclarecida bajo una perspectiva diferente. Si José es Israel, todas las Tribus deben conducirse cada una bajo las cualidades de aquel, ya sean sacerdotes, reyes, guerreros, académicos, jueces, artistas, etc.

Nuestros Sabios nos recuerdan las similitudes que solamente Jacob y José compartían en sus vidas y experiencias para entender que su parecido físico no era lo único que tenían en común y que los hacía iguales. Esta es también la razón de por qué Jacob consideró como suyos los hijos de José, y los convirtió en dos Tribus. En este sentido entendemos por qué José se convirtió en el Primogénito de Israel: “E Israel amaba a José más que a todos sus hijos” (37:3), “Y sus hermanos vieron que su padre lo amaba más a él que a todos sus hermanos” (37:4), “Entonces sus hermanos lo envidiaban” (37:11)

Estos versículos nos hacen recordar el episodio de Caín y Abel, y también el diálogo entre el Creador y Caín que nos enseña a esforzarnos a ser mejores, particularmente cuando estamos destinados a ser el Primogénito. Como Israel, estamos destinados a ser Luz de las naciones, Nación de sacerdotes, y Pueblo Sagrado, simplemente porque nuestro Creador es Sagrado. Si elegimos ser los herederos de Sus caminos y atributos, tenemos que ser y manifestarlos para honrar nuestra herencia. No lo hacemos con envidia, celos o codicia, y mucho menos con crueldad, odio y rasgos negativos que asesinan los caminos y atributos de Amor. Debemos discernir acerca de lo correcto e incorrecto, verdadero y falso, útil e inútil, y elegir Amor porque es el legado del Creador, tangible y vivido en toda Su Creación. Nuestro trabajo es disipar las tinieblas que hemos creado en nuestra realidad material, y reemplazarlas con la Luz original con la que fue hecho el mundo. Esta Luz es el Amor de Dios, y como nuestra verdadera Esencia debemos hacerla prevalecer.

Nuestros Sabios dicen que Jacob amó a José como este tipo de Amor: “Amor es tan fuerte como la muerte” (Cantar de los Cantares 8:6), y que sus hermanos lo envidiaron como “La envidia es rígida como una tumba” (8:6) Entonces los Sabios preguntan, ¿Qué puede lograr el Amor ante la cara de la envidia? De esto nos damos cuenta de lo que conduce a la vida y lo que lleva a la muerte, de lo que conduce a la Luz y lo que lleva a las tinieblas. 

Sabemos que en el futuro que es hoy Judá es Israel, por eso somos judíos y la realización del destino que nos depara el Creador como los mensajeros para proclamar Su Soberanía: “Porque Judá prevaleció sobre sus hermanos, y de él viene el príncipe; pero la primogenitura es de José” (I Crónicas 5:2) Como Judá somos el cetro y la corona; y José es la esencia de Israel como nuestra verdadera identidad. No podemos realizar nuestro destino como pueblo y Nación sin honrar el Amor de Dios que nos creó.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Vayishlaj: El Predominio de Amor


Continuamos en Vayishlaj con el tema tratado en Vayeitzei acerca de los ángeles como personificaciones de Amor, como medios y recursos hacia la vida, el mundo y nuestra relación con el Creador: “Jacob envió mensajeros [ángeles] delante de él para su hermano Esaú, a la tierra de Seir, el campo de Edom” (Génesis 32:4) porque es mediante Amor que concebimos y afrontamos todo, como manifestación material del Amor de Dios, de donde emana toda Su Creación. Esto incluye circunstancias negativas que desafían nuestra determinación de hacer prevalecer lo bueno en medio de la adversidad. Esto también implica que debemos tener una actitud práctica ante situaciones negativas y personas potencialmente dañinas, como lo hizo Jacob cuando se encontró con Esaú, tras veinte años de separación luego de estar al borde de un enfrentamiento mortal. Esaú, Seir y Edom son sinónimos del mismo estado emocional que nos conduce a afrontar negativamente la realidad material, y en este sentido es la actitud opuesta a las cualidades que representa Jacob.

El versículo se refiere a Esaú como un espacio (tierra, campo) en la conciencia, el cual debemos abordar con los mejores rasgos y cualidades, dotados de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad. En ese sentido los ángeles son como mensajeros que también enviamos al Creador cuando queremos estar cerca de Él. Esta tierra, por definición, es hostil a los atributos de Amor porque es un campo de la conciencia que no discierne de acuerdo al intelecto sino al aspecto negativo de emociones, pasión e instinto. Tal como comentamos acerca de Vayeitzei, hay Cielo y Tierra como dos campos aparentemente separados que en verdad son uno, y la misión de Israel es unificarlos en nuestra conciencia individual y colectiva. Es así como convertimos el mundo material en un lugar para que la Presencia Divina more entre (en) nosotros.

Cuando nuestras tribulaciones o temores nos abruman solemos sentirnos divididos o separados del campo del Amor de Dios: “(…) ahora me he convertido en dos campos. Ahora líbrame de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque tengo miedo de él, sea que venga y me ataque (…)" (32:11-12) ya que nos sentimos abandonados en nuestras dudas e incertidumbres en torno a la fortaleza que necesitamos para hacer que prevalezca Amor sobre el aparente poder de las ilusiones y deseos de ego. El ego no posee ningún poder a menos que se lo demos, de ahí que dependa de nosotros dotar de poder cualquier aspecto de la conciencia para dirigirlo hacia un propósito positivo. Sabemos de sobra que nuestra misión no es fácil y la historia nos lo recuerda. La mayoría de nuestros ancestros claudicaron o murieron en sus esfuerzos para santificar el Nombre de Dios y para honrar Su voluntad. Debemos saber que una misión de esa envergadura acarrea batallas difíciles que primero comienzan en nuestra conciencia individual.

Tenemos que estar no sólo dispuestos sino preparados para la larga lucha dirigida a derrotar al mensajero de destrucción que nuestros Sabios llaman el ángel de Esaú. La batalla está destinada a ganarse, pero la victoria exige vigilancia eterna para asegurar que los atributos de Amor sean siempre los medios que conduzcan a redimir el mundo material de las tinieblas y la negatividad de las ilusiones de ego. Prevalecemos en esa lucha conducida por nuestro mayor conocimiento de nuestra conexión con el Amor de Dios, que a Su vez nos eleva más cerca de Él. “Y él [el ángel de Esaú] dijo, 'tu nombre ya no será llamado Jacob sino Israel, porque tienes un poder de mando con [un ángel de] el Eterno y con los hombres, y tú has prevalecido'.” (32:29), “El Eterno le dijo, 'Tu nombre es Jacob. Ya no serás llamado Jacob, sino que Israel será tu nombre'. Y Él lo llamó Israel” (35:10)

El nombre Israel está compuesto de una cualidad específica imperativa complementada con la voluntad del Creador o sometida a Él. En todo caso, este nombre representa un nexo unificador con Dios. La determinación que hace prevalecer a Jacob en su lucha para dominar los aspectos negativos de la conciencia humana, representados por Esaú, convierten a Jacob en un poder de dominio y mando sostenido por Dios. Hay traducciones oscuras que definen a Israel como el que lucha con Dios”, basadas en el hecho de que Jacob luchó con uno de Sus ángeles, pero debemos clarificar que las luchas de Israel son para cumplir la voluntad del Creador a través de Sus Mandamientos, todo con el fin de disipar los aspectos negativos de la conciencia al abordar el mundo material. Cumplimos la voluntad del Creador emulando Su atributo de abundante amorosa bondad (rav jésed) sobre la cual se sostiene Su Creación.

Cuando afrontamos todo en tiempo y espacio con Su Amor como nuestro, este prevalece: “Y Esaú corrió hacia él [Jacob] y cayó en su cuello y lo besó, y ellos lloraron” (33:4) Rashi cita al Rabí Shimón Bar Yojai diciendo que, a pesar de la creencia generalizada de que Esaú odiaba a Jacob, en ese momento su compasión de conmovió y lo besó de todo corazón, porque Amor siempre prevalece. Cuando confiamos y honramos Amor como nuestra verdadera Esencia e identidad, proclamamos el Amor de Dios como Su Gloria que cubre toda Su Creación: “Ahí él [Israel] erigió un altar, y lo llamó 'El Eterno es el Dios de Israel'.” (33:20)

Nuestros Sabios dicen que Jacob erigió este altar en gratitud al Creador por salvar su vida durante su encuentro con Esaú, que él consideraba un milagro porque cuando Su Amor se manifiesta a través de nuestras acciones, lo que vivimos momento a momento es un milagro: “Haz que Tu semblante brille sobre Tu sirviente, sálvame en Tu amorosa bondad. (…) Bendito sea el Eterno, porque Él me ha mostrado Su maravillosa amorosa bondad en una ciudad amurallada [adversidad].” (Salmos 31:17, 22)

domingo, 27 de noviembre de 2011

Vayeitzei: En la Casa del Amor de Dios


Uno de los pasajes esenciales de la Torá relacionados con Israel es, “Y él soñó, y he aquí una escalinata con su base en la tierra y su cima alcanzando el Cielo; y he aquí ángeles del Eterno ascendían y descendían sobre ella” (Génesis 28:12) y “Esta no es otra que la Casa del Eterno [Bet-El], y puerta del Cielo” (28:17) y se trata de un lugar en el tiempo y el espacio que abarca nuestra conexión con el Creador, que existe permanentemente en los más elevados niveles de la conciencia. Es ahí donde nos damos cuenta del nexo que mantiene la unidad del Cielo y la Tierra, las dimensiones de lo espiritual y lo material de la Creación de Dios. En este conocimiento, Jacob como Israel realiza su Unidad con el Creador.

Tenemos que conocer esta Casa donde el Amor de Dios aloja a Israel en el trayecto hacia su destino como el Pueblo del Pacto. La Torá nos cuenta que Jacob soñó, lo cual significa que el conocimiento de Israel de la Presencia Divina está más allá de nuestra percepción material consciente. Sin embargo, hay una escalinata que se sostiene en nuestra conciencia material (la tierra donde pisamos), cuya cima se remonta a los más elevados niveles que podamos llegar a concebir. En esta escalinata ángeles (mensajeros) del Eterno ascienden y descienden sobre ella, y preguntémonos quiénes son estos mensajeros. La Torá nos señala que la función de los ángeles es cumplir la voluntad del Creador en las diversas dimensiones de Su Creación, y algunos de nuestros Sabios los definen como los Mandamientos que realizamos como parte de Su voluntad. Otros los definen como las almas que descienden de Su morada celestial al mundo material, para después ascender de regreso a Él.

Podríamos decir que los ángeles son, de cierta manera, los medios con los que nos comunicamos con el Creador. Ellos descienden como mensajes de Su voluntad hacia nosotros, y regresan como nuestros mensajes hacia Él. Se nos ha enseñado que los ángeles cumplen sus misiones sin cuestionarlas, porque no tienen libre albedrío. Pero, ¿nos atreveríamos nosotros a cuestionar la voluntad del Creador con el libre albedrío que Él nos dio? Hemos mencionado muchas veces que nuestro libre albedrío es la prueba viviente del Amor incondicional del Creador hacia nosotros, y lo mínimo que podríamos para reciprocar ese privilegio es cumplir con lo que Él quiere de nosotros. Aun así, la opción es sólo nuestra. Jacob estaba plenamente consciente de ello y su opción es clara porque sabe que su integridad personal depende de su servicio al Creador, después de haber tenido el más alto honor de pernoctar en Su Casa.

Ángeles son mencionados al comienzo y al final de Vayeitzei, y esta recurrencia es muy significante para nosotros porque aparecen como heraldos anunciando puntos de convergencia entre el Cielo y la Tierra. En este sentido, el Templo de Jerusalén es el nexo fundamental que une ambos niveles, y que a la vez representa nuestro mayor conocimiento de Dios. Este es, como dice Jacob, “La Casa del Eterno y la puerta del Cielo”, y aunque suene como que hay una separación entre aquí y allá, la realización de Bet-El se convierte en nuestro conocimiento de la unidad entre ambos.

Los ángeles son los mensajeros y los mensajes que tenemos que dirigir en nuestra comunicación con el Creador, y ellos son nuestra Esencia común con Él. En este contexto, los ángeles son la manifestación de Su Amor hacia nosotros y, cuando vivimos en los caminos y atributos de Amor, nuestras buenas acciones son los mensajeros y los mensajes que elevamos a Él para reciprocar el Amor con el que nos bendice. 

Hay dos “campos” definidos que conocemos como lo espiritual y lo material, que están destinados a encontrarse, a abrazarse y a besarse cuando honramos los caminos y atributos de Amor como nuestra verdadera Esencia e identidad, y como nuestros medios y recursos para conectarnos con el Creador y relacionarnos con Su Amor. Andar en Sus Mandamientos es como vivimos en el mundo material, y en nuestro camino nos encontramos con Su Amor: “Y Jacob fue en su camino, y ángeles del Eterno se encontraron con él. Y Jacob dijo cuando los vio, 'Este es el campo del Eterno', y llamó al lugar Mahanaim”(32:2-3)

Sabemos entonces que hay dos campos, mahanaim, y Jacob los convirtió en uno porque es consciente de que, en definitiva, solamente hay un campo y es el campo del Eterno. Por lo tanto, tenemos que llegar a esa realización final; pero primero debemos recostar nuestra cabeza sobre las piedras que abarcan cada aspecto de la conciencia, que el Amor de Dios convierte en una sola roca donde se apoya la escalinata que nos eleva a Él, por donde nuestro Amor y Su Amor ascienden y descienden para unificar el Cielo y la Tierra. Como hemos dicho en repetidas veces, Amor es el mensajero y el mensaje, su causa y su efecto, tal como el Amor de Dios se manifiesta como causa y efecto de Su Creación.

Sólo necesitamos darnos cuenta de ello como lo hizo Jacob, legándolo a Israel, sus descendientes: “En Bet-El él [Jacob, Israel] lo encontró a Él, y ahí Él hablará con nosotros. Y el Eterno es el Dios de las multitudes, el Eterno es Su Nombre. Y vosotros regresaréis a vuestro Dios: [con] amorosa bondad y justicia, y confiando en vuestro Dios siempre (Oseas 12:5-7)

domingo, 20 de noviembre de 2011

Toldot: Uniendo la Conciencia

La conciencia abarca diversos aspectos, niveles y dimensiones. Si no somos capaces de integrarlos como una unidad armónica funcional, podemos tener dificultades para afrontar el mundo en que vivimos. La mayoría de la gente no puede lograr tal unidad armónica porque no es fácil conciliar mente con emociones, intelecto con pasión, o sentimientos con instintos. Se hace aún más difícil cuando los deseos e ilusiones de ego ocupan la mayor parte de la conciencia. A veces la vida se reduce a un campo de eterna batalla entre los elementos que conforman la conciencia humana.

Y los niños [hijos] luchaban dentro de ella” (Génesis 25:22) Rashi comenta sobre este versículo diciendo que ellos luchaban por la herencia tanto del Cielo como de la Tierra. Esto lo entendemos como ocurrió en su vida adulta, cuando Jacob gana las bendiciones que lo hicieron heredero de ambos mundos. Pareciera que la lucha con su hermano era por todo o nada, como en verdad lo fue. La disputa de Esaú y Jacob comenzó aun antes de que nacieran, lo cual nos hace reflexionar en los profundos significados que ambos hermanos representan. Resulta evidente que son polos opuestos porque tienen visiones diferentes sobre el mundo material (Tierra) y el Mundo Venidero (Cielo).

Podemos deducir de esta lucha por “todo o nada”, que “todo” implica unidad o algo en su totalidad. De ahí que Cielo y Tierra sean las dos partes del todo por el que los hermanos luchaban. Esta es una premisa esencial para que asimilar que no hay separación en la Creación de Dios o en nuestra conciencia, aún sabiendo que hay diversos aspectos, niveles y dimensiones que son parte de ellas. Esto nos ayuda a entender por qué, sin tener una conciencia formada, los gemelos luchaban en el vientre de su madre por heredar las bendiciones de la Creación entera.

Nuestro conocimiento de unidad es más fácil de asimilar desde una conciencia espiritual que desde una perspectiva material. “Y el Eterno le dijo a ella, 'Dos naciones están en tu vientre, y dos reinos se separarán de tus entrañas; y un reino será más poderoso que el otro reino, y el mayor servirá al menor'.” (25:23) Separación y oposición marcaron la pauta de dos concepciones y visiones diferentes de la Creación de Dios. Ninguna se supone supeditada a la otra, excepto por el decreto Divino de que uno ha de servir al otro. Aquí está la clave que nos hace asimilar lo que nos planteamos antes. Para que uno herede ambos mundos, el otro tendrá que servirle. En otras palabras, prevalecemos en un conflicto si la parte oponente está de acuerdo con nuestra visión y coopera con ella. Logramos una unidad armónica funcional cuando todas las partes involucradas están integradas en una causa común, en la que todos ganan y no hay perdedores.

Esto quiere decir que si enfrentamos una situación, ya sea entre “blanco o “negro”, no buscamos el “gris” para reconciliar las partes opuestas sino que participamos en un discernimiento para presentar lo bueno de lo “positivo” a lo malo de lo “negativo”. Una vez todos experimentamos lo “positivo”, todos abandonamos lo “negativo” a partir de nuestra experiencia individual y colectiva de lo que es correcto e incorrecto, falso y verdadero, etc. Hemos dicho que el bien y el mal son referencias para ejercer nuestro libre albedrío, y mediante nuestra experiencia de ambos tomamos nuestras decisiones.

En este sentido discernimos lo que llamamos una unidad armónica, funcional y viable, cuando tratamos con la totalidad de nuestra conciencia. Nos damos cuenta que cada aspecto de ella debe actuar con una dirección común para vivir la vida en el mundo material como una reflexión o proyección del Mundo Venidero. Así es como ganamos en nuestra lucha por heredar las bendiciones de ambos mundos. De hecho es una lucha, un esfuerzo constante para hacer prevalecer lo positivo sobre lo negativo, el bien sobre el mal, lo útil sobre lo inútil. Este es el legado que abrazó Jacob aún antes de nacer, luchando toda su vida para hacer prevalecer la Verdad; y es también el legado para sus descendientes llamados por su nombre, Israel.

Tenemos que rectificar nuestra percepción dividida del mundo material, unificando nuestra conciencia dividida. Esta tarea puede que nos tome muchas vidas por vivir. Nos damos cuenta de ello cuando repasamos nuestra historia judía desde Abraham y Sara. Tantas caídas en nuestros esfuerzos durante la esclavitud, en largos exilios, bajo extensas persecuciones, en una lucha sin fin. Jacob como Israel está destinado a cumplir la voluntad del Creador para hacer del mundo material un lugar para que Él viva entre (en) nosotros. Así es como integramos este mundo con el Mundo Venidero, en la unidad indivisible de Su Creación.

En este proceso debemos conocer quién es Esaú, y quién es Jacob. La Torá nos define quién es quién, y el portador de las bendiciones de Dios. Amor y bondad ganan la lucha porque odio y maldad están destinados a rendirse a Amor y bondad, como las cualidades que prevalecen en la unificación del Cielo y la Tierra como partes de la Creación emanada del Amor de Dios.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Jayei Sara: La Identidad Judía


Una de las más profundas declaraciones de Abraham plasmadas en la Torá es "Yo soy un extranjero y un residente con vosotros" (Génesis 23:4) y tenemos que entenderla, no sólo como una muestra de la humildad de Abraham hacia sus vecinos, sino como una caracterización del judío basada en su relación con el Creador y respecto al mundo material. Nuestra identidad como judíos está ampliamente definida en la Torá como el Pueblo Elegido, y los vecinos de Abraham le reconocieron como la simiente de una gran nación cuya misión es ser el Pueblo del Eterno: "Escúchanos, mi señor: Tú eres un príncipe del Eterno entre nosotros" (23:6)

Debemos asumir nuestra identidad, no sólo como una definición del Testimonio más importante jamás escrito sino como un significado para nosotros como judíos. Tanto "extranjero" como "residente" son términos que parecen complementarse en lo referente a vivir o habitar en un lugar particular, pero debemos verlos en relación con nuestra identidad, definida de acuerdo a nuestro nexo con el Creador. Este nexo consecuentemente nos hace extranjeros en cualquier lugar donde la Presencia Divina todavía no haya sido totalmente revelada. Somos extranjeros en el sentido de que el Creador nos confía y encomienda construir un lugar para que Él habite en el mundo material. Cumplir Su Mandamiento implica que primero debemos convertirnos en residentes del mundo para poder cumplir nuestra misión.

Como el primer hebreo, Abraham fue reconocido por las naciones vecinas como el hombre que estaba con el Eterno entre aquellas. Este reconocimiento es esencial para poder asimilar la identidad judía. Nosotros sabemos que somos el Pueblo del Eterno, no sólo porque lo diga la Torá sino porque desde nuestros orígenes las naciones lo reconocieron. Sabían que somos extranjeros y residentes con ellos porque ante de todo somos los emisarios del Eterno para ellos. Suena como que podemos habitar en la tierra siempre y cuando sigamos siendo el Pueblo del Eterno ante los ojos de las naciones. En este predicamento nos vemos abocados a reflexionar concienzudamente en la esencia de la identidad judía.

De hecho somos (como también lo son el resto de los mortales no judíos) residentes temporales en este mundo, pero lo que nos hace "diferentes" es nuestra misión de ser Luz para las naciones, una Nación sagrada porque el Eterno es sagrado, y una Nación de sacerdotes que con sus acciones santifican Su Nombre. Nuestro lugar es con el Eterno, y esto también significa que dondequiera que estemos nuestras vidas están encomendadas a cumplir Su voluntad. Lo logramos haciendo que el mundo sea un mejor lugar para todos, de acuerdo a lo que la Torá nos instruye a seguir. Para esa misión el Eterno nos da la Tierra Prometida. Podemos ser extranjeros y residentes con otras naciones, pero tenemos una Tierra asignada a nosotros. En ella podemos desarrollar todo el potencial de nuestra identidad para cumplir la misión que el el Creador nos encomienda.

Hemos indicado en comentarios anteriores que la Tierra Prometida, además de ser un espacio geográfico específico conocido como la Tierra de Israel, representa el conocimiento individual y colectivo de nuestro nexo con el Eterno que nos dio ese territorio. Poseerla es la consecuencia directa de ejercer nuestra identidad de judíos. La Torá afirma este principio, y también nos advierte innumerables veces sobre las consecuencias de perder o despreciar nuestra conexión con el Creador mediante las decisiones que tomamos con libre albedrío.

Nuestra condición de extranjeros y residentes entre las naciones también quiere decir que no nos convertimos en parte de ellas y sus costumbres, ya que nuestros principios están definidos por nuestra relación con Dios. También hemos señalado que las naciones cananeas representan cualidades y rasgos negativos que tenemos que conquistar, derrotar y subyugar para poder asentarnos en la Tierra Prometida. La Torá y los Mandamientos del Creador son los modos y medios de superar los aspectos potencialmente negativos de la conciencia. Cuando logramos ese cometido podemos vivir en pleno conocimiento del Amor de Dios, y por lo tanto vivir en esa Tierra Prometida aquí en el mundo material.

Nuestro destino está al lado del Creador y vemos nuestro tránsito por el mundo como el tiempo para realizar el Pacto con Él. Aunque sepamos que nuestro destino espiritual es vivir con Él, también sabemos que nuestras vidas en el mundo están unidas a la misión de revelar Su Presencia y proclamar Su Gloria. Esto lo hacemos eliminando las ilusiones y fantasías de los deseos materialistas de ego, junto con los rasgos negativos que han mantenido a la humanidad en las tinieblas.

Ciertamente somos forasteros y extraños en las tierras de lo negativo que puede haber en pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Pero estos también pueden reconocer las bendiciones y cualidades que andan tomadas de la mano del Amor de Dios. Como judíos, los Abraham de hoy, debemos manifestar nuestra identidad como emisarios del Amor de Dios. Así despertaremos a los demás al conocimiento de los caminos y atributos de Amor, en medio de las ilusiones materiales, y habremos cumplido nuestro destino como el Pueblo de Dios.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Vayeirá: Vivir en la Unidad del Amor de Dios


Hemos dicho que el Amor de Dios lo abarca todo, incluyendo su inherente bondad y a aquellos que siguen Sus caminos y atributos. En esta unidad nada nos oculta de Él: "Y el Eterno [Se] dijo, ¿'Ocultaré a Abraham lo que Yo estoy haciendo? Y Abraham se convertirá en una grande y poderosa Nación, y todas las naciones del mundo están bendecidas en él'." (Génesis 18:17-18) La unidad del Pacto entre el Creador y Abraham es una unidad que abarca al Creador, la Torá, el Shabat, e Israel.

"Ya que Yo lo he conocido porque enseña [ordena] a sus hijos y a su casa por él, para que ellos mantengan el camino del Eterno para realizar justicia y rectitud, con el fin de que el Eterno traiga sobre Abraham lo que Él habló respecto a él" (18:19) Nuestros Sabios explican que este principio aparece inmediatamente contrapuesto a "Y el Eterno dijo, 'Ya que el clamor de Sodoma y Gomorra se ha vuelto grande, y ya que su pecado se ha vuelto muy grave'" (18:20) para enfatizar la clara contradicción entre lo que Abraham es y representa, y lo que las gentes de esas dos ciudades eran y representaban. Otra vez estamos ante la dualidad del bien y el mal, correcto y erróneo, verdadero y falso, de donde tenemos que elegir.

La Torá recrea tiempos y lugares donde pueblos e individuos tienen que decidir y elegir. El libre albedrío es la premisa fundamental para salvaguardar la libertad moral. Es el punto de partida de lo que vendrá a nosotros. Hemos oído aquello de que "lo que empieza bien termina bien" y "lo que empieza mal termina mal". No es necesariamente así, ya que podríamos desviarnos de lo bueno hacia lo malo y de lo malo hacia lo bueno. Sin embargo, elegir hacer lo positivo es el comienzo en la dirección correcta. Las Escrituras Hebreas narran todo tipo de sucesos relacionados en su totalidad a elegir, y el propósito de tales situaciones recurrentes es enseñarnos a hacer las elecciones correctas.

Para hacer eso, nuestros Sabios se profundizaron en largas discusiones para levantar los cimientos éticos del judaísmo como la verdadera Luz para las naciones, para el mundo material. De esos principios éticos aprendemos que las decisiones negativas y destructivas conllevan a la muerte en el pleno sentido de la palabra. Estamos muertos cuando no vivimos en las decisiones positivas que debemos tomar.

En su corrupción, la generación del Diluvio ya estaba muerta; y las aguas limpiaron al mundo de lo que ya estaba inerte ante los ojos del Creador. La generación de la torre de Babel estaba al borde de lo mismo al tratar de matar la diversidad del espíritu humano, como uno de los regalos más preciados que nos ha dado Dios. Al reasegurar esa diversidad, la efervescencia de la vida fue salvaguardada. Los habitantes de Sodoma y Gomorra mataron todo rasgo de bondad en su humanidad, y por ello también estaban muertos ante el Creador. Su destrucción fue sólo el medio para poner fin a quienes ya estaban "muertos en vida". Hemos dicho en "Dios como Amor" que hacemos el bien no sólo porque es éticamente lo correcto, sino que lo hacemos por Amor. Lo hacemos porque estamos conscientes de que Amor es nuestra verdadera Esencia e identidad, y por lo tanto es nuestra motivación y razón real para ser buenos y hacer lo que es bueno.

Nuestros Sabios enseñan que, mientras el patrón social de las naciones se basa en el modelo piramidal, los principios de Israel se basan en un modelo circular. Entre las naciones, la sociedad se fundamenta en niveles de quiénes tienen más y quiénes tienen menos, con relación a sus valores ideológicos o culturales. Niveles que son determinados por posesiones, y la capacidad de adquirir más es proporcional a una posición superior o inferior en la pirámide. En el judaísmo, los judíos somos todos iguales ante el Creador, como partes del mismo círculo en cuyo centro está Su trono. En esa estructura todos juntos formamos parte de una unidad.

En el mundo actual hay conflicto y hasta conmoción social como resultado del modelo piramidal de las naciones. Líderes fundamentalistas promueven la destrucción de ese modelo para reemplazarlo por otra pirámide que niega los derechos humanos fundamentales del individuo. Por otro lado, aquellos que defienden el viejo modelo piramidal no saben cómo mantenerlo en pié. La solución entonces es implementar el modelo circular del judaísmo. No es tarea fácil lograrlo porque, para hacerlo, las naciones primero deben cambiar sus valores basados en su concepción de que hay humanos superiores e inferiores. Como se dice en estos tiempos, necesitan hacer una profunda "búsqueda de alma", y muchísima. De Ahí que todo se trate de regresar a lo que es el alma como nuestra verdadera Esencia e identidad.

La Torá nos enseña claramente que la Creación es producto del Amor de Dios, del que todos estamos hechos. Amor es lo que somos y es lo que debemos manifestar basados en nuestro libre albedrío, que también es otro regalo del Amor de Dios. En este conocimiento tenemos que dirigirnos a nuestro Creador y también a Su Creación, que incluye a cada ser humano. Este es el modelo circular unido del judaísmo, que nos enseña a amarnos unos a otros simplemente porque es la voluntad del Creador, como Mandamiento en Su Torá (Levítico 19:18) La humanidad necesita estar consciente de esta Verdad para que al fin podamos crear en este mundo un lugar para que Él viva entre nosotros, en el centro del círculo de nuestra unidad.

domingo, 30 de octubre de 2011

Lej Lejá: Las Bendiciones de Nuestra Verdadera Identidad

"Ve a ti (lej lejá) y deja [lit. afuera de] tu tierra, y tus parientes [lit. de donde naciste], y la casa de tu padre, y ve a la tierra que Yo te mostraré [lit. te haré ver]. Y Yo te haré una gran Nación, y Yo te bendeciré, y Yo engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Y Yo bendeciré a quien te bendiga, y a quien te maldiga Yo maldeciré, y todas las familias de la Tierra serán bendecidas debido a ti [lit. en ti]" (Génesis 12:1-3) Estos versículos se tratan de un sólo Mandamiento que contiene varias bendiciones que conllevan a más bendiciones, todas ellas relacionadas con el conocimiento de algo en particular: la conciencia de ser y manifestar lo que verdaderamente somos. 

Esta conciencia es el resultado de un proceso mediante el cual vemos (o se nos muestra) con el fin de conocer. Nuestros Sabios nos enseñan que oír tiene ver con entender y ver es como saber. Podemos entender lo que se nos dice, pero lo llegamos a saber cuando lo vemos. De ahí que la clave del proceso sea que se nos muestre o se nos haga ver aquello que revela quiénes realmente somos. 

Podemos equivocarnos si previamente no se nos enseña a ver con el fin de conocer debidamente lo que tenemos frente a nuestros ojos, ya que necesitamos referencias para adquirir conocimiento en el contexto apropiado. En este sentido nuestras referencias están contenidas en la Torá, a diferencia de las referencias en el mundo no judío. En los versículos mencionados, la tierra que el Creador hará ver a Abram es la Tierra Prometida que la Torá nos revela a nosotros. Esta tierra es el espacio y el tiempo combinados, donde las bendiciones del Creador están completamente manifestadas como un propósito, como un destino, y como un fin.

El Mandamiento para Abram suena condicional, algo así como que si llegara a cumplirlo él sería recompensado con tales bendiciones. De ninguna manera. Este Mandamiento tiene que ver con el desafío individual para saber quién verdaderamente somos entre una multitud de ilusiones y espejismos que hemos creado como referencias para entender lo que se supone que somos en el mundo material. Estas ilusiones existen como el resultado de los deseos y fantasías de ego que convertimos en referencias, ídolos que dictan lo que supuestamente tenemos que ser y hacer. Esa isla de la fantasía es el lugar que Abram tuvo que abandonar con el fin de ir a la Esencia de su ser como la tierra que es nuestra verdadera identidad individual y colectiva. 

El Mandamiento le fue dado a él como la semilla elegida del pueblo judío, cuyo destino es poseer esa tierra y vivir en ella. "A tu simiente Yo daré esta tierra, (…) porque toda la tierra que ves Yo te la daré a ti y a tu simiente por toda la eternidad" (12:7, 12:15) Por lo tanto este Mandamiento también se nos ha dado igualmente a cada judío para que hagamos la elección de ser la bendición como lo hizo Abram. Nuestros Sabios dicen que, mientras las naciones prefieren ser bendecidas por el Creador, Israel prefiere ser Su bendición.

Tenemos que abandonar la idolatría de las ilusiones de ego mediante el entendimiento y el conocimiento de lo que la Torá nos dice, con el fin de abrazar la bendición de ser la gran Nación destinada a ser la Luz de los pueblos. En los primeros versos de esta porción el nombre de Abram es bendecido para engrandecerse al convertirse en la bendición que recibe, y consecuentemente también una bendición para quienes lo bendigan a él.

Maldecir rebota hacia quien maldice, y bendecir lleva su propia bendición. Al estar en esa bendición, quien elija recibirla consecuentemente es bendecido con lo que ella representa. Si queremos abrazar esas bendiciones en los versículos referidos, tenemos que ir a quién verdaderamente somos, en vez de ir a lo que las ilusiones de ego no dictan ser y hacer. Logramos el conocimiento y la conciencia cuando escuchamos a la Esencia que nos creó, la cual es el Amor de Dios que es también la tierra que Él nos muestra cuando elegimos oírle, seguir Sus caminos y manifestar Sus atributos. 

Como hemos mencionado, este conocimiento requiere un proceso en el que debemos confrontar las ilusiones materiales que empañan todos los niveles y dimensiones de la conciencia, como resultado de concepciones erróneas derivadas de esas ilusiones. Como estado de conciencia, la Tierra Prometida necesita ser despejada de las naciones que representan esas falsas concepciones. Se les refiere como las naciones cananeas (ver en este blog el comentario "Conquistando las 'naciones' con Amor" del 26 de junio de 2010) que Israel tiene que subyugar con el fin de vivir en esa tierra. Nosotros, tal como lo hicieron nuestros ancestros, debemos confrontar y vencer los reinos que niegan la libertad moral que solamente el Amor de Dios, como nuestra Esencia, puede redimir y preservar. 

El Mandamiento para Abram incluye las bendiciones que conlleva cuando lo cumplimos. Mediante Amor, como la manifestación material del Amor Divino en la conciencia humana, despejamos concepciones negativas de pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Amor es su propia causa y efecto, y es el catalizador para disipar las ilusiones de ego y dirigir nuestra conciencia hacia hacerla partícipe de las bendiciones del Amor del Creador.

Abram escuchó la voz y el Mandamiento de Dios, y eligió seguir Sus caminos y atributos que son Sus bendiciones: "Yo te elegí y no te desprecié. No temas, porque Yo estoy contigo; no te desanimes, porque Yo soy tu Dios: Yo te he alentado, Yo también te he ayudado, Yo también te he sustentado con Mi mano justa" (Isaías 41:9-10) porque las bendiciones del Creador son Su Amor.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.