domingo, 24 de abril de 2011

Parshat Kedoshim: Ser parte del Amor de Dios

Hay momentos significativos en la Torá cuando el Creador Se "define" para nosotros. La mayoría de las veces parece ser suficiente cuando leemos "Yo soy el Eterno"; y cuando leemos que Él es sagrado reflexionamos en los Mandamientos que preceden a esa definición, y en esta porción en particular: "Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: 'sed sagrados (kedoshim), porque Yo, el Eterno vuestro Dios, soy sagrado" (Levítico 19:2). Al leer estos Mandamientos en el contexto de Su sacralidad, reflexionemos sobre algunos de ellos.

"No os volveréis a los ídolos, ni os haréis dioses fundidos para vosotros. Yo soy el Eterno, vuestro Dios" (19:4) y esos ídolos son las ilusiones y fantasías materialistas de ego a las que damos prioridad en vez de los caminos y atributos de Amor. Ídolos y dioses fundidos son algunas de las traducciones de términos que originalmente significan "máscaras" que ocultan la Esencial real de quiénes somos: Amor como nuestra verdadera identidad. Máscaras que son las tinieblas con las que cubrimos la Luz original de la que fuimos creados. Entonces somos nosotros quienes implantamos oscuridad sobre la Luz que somos. Las máscaras existen porque nosotros las hacemos y hay ídolos porque los tallamos "para nosotros" como lo indica el versículo. En este sentido creamos nuestra realidad individual y ella es la reflexión de lo que concebimos.

De esta realidad tanto individual como colectiva (porque las ilusiones y fantasías de ego son comunes entre la gente que las llama glamour, sofisticación, clase, gusto, ideología, creencia, tradición, valores sociales y otras definiciones culturales) -- que la Torá llama ídolos -- provienen ideas y sentimientos de carencia que nos separan de nuestra verdadera identidad, y eventualmente nos conducen a hacer lo que también nos separa de lo sagrado que Amor es.


Por lo tanto: "No robaréis. No engañaréis. No mentiréis ninguno a su prójimo" (19:11) y "no juraréis falsamente en Mi Nombre, profanando el Nombre de vuestro Dios. Yo soy el Eterno" (19:12) y mientras vivamos sin la conciencia del Amor de Dios como nuestro Creador y sustento, todos viviremos en mentiras y convertidos en ladrones porque todos los mentirosos son ladrones.

Cuando somos bendecidos con talentos y el potencial para adquirir riquezas materiales debemos estar conscientes de que todo lo que somos y tenemos proviene del Amor de Dios, y lo que somos y poseemos debemos compartirlo con quienes tienen menos.


Esta es la dinámica de Amor Divino para que tengamos el poder de crear un mundo mejor para todos, y este es el significado del versículo: "Y no rebuscarás en tu viña, ni recogerás las uvas caídas en tu viñedo, las dejarás para el pobre y el forastero. Yo soy el Eterno, vuestro Dios" (19:10) y en este conocimiento podremos ser capaces de comprender el Mandamiento que es la piedra angular de la Torá: "No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos (miembros) de tu pueblo; amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Eterno." (19:18).

Cuando finalmente asimilemos que toda la Creación emana de la la Unidad del Creador, entenderemos que separación es el resultado de seguir a los ídolos creados por el ego. Es posible concebir y vivir plenamente esta Unidad mediante el conocimiento de nuestra conexión permanente con el Amor del Creador, la cual ocurre en un tiempo y espacio llamados Shabat y Tabernáculo: "Guardaréis Mis Shabats y veneraréis Mi Santuario. Yo soy el Eterno" (19:30) así que cuando podamos conocer y vivir el Amor Divino como nuestra Esencia y verdadera identidad, estaremos cumpliendo este Mandamiento que nos hace únicos porque somos parte de Él: "Y seréis sagrados para Mí, porque Yo, el Eterno, soy sagrado; y os he distinguido entre los pueblos para que seáis Míos." (20:26).

domingo, 10 de abril de 2011

Parshat Ajarei: Vivir el Amor de Dios en el Mundo

En esta porción hay una nueva referencia acerca de la muerte de los hijos mayores de Aarón: "Y el Eterno habló a Moisés después de la muerte (acharei mot) de los dos hijos de Aarón, cuando ellos se acercaron al Eterno, y murieron" (Levítico 16:1) para recordarnos ser y manifestar los caminos del Creador y no nuestras versiones, cuando nos esforzamos para estar cerca de Su Amor en aras de nuestra Unidad con Él.

Nuestros Sabios tienen opiniones contrarias en torno a los dos hijos que trajeron un "fuego extraño" al Santuario, y ahí murieron. Opinan por un lado que los dos hermanos y sacerdotes auxiliares ciertamente trajeron su versión individual de cómo debería ser una ofrenda al Creador, y por otro dicen que lo hicieron con la intención última de ser Uno con Él "a toda costa".

Nuestros Sabios nos enseñan que la lección aquí es seguir los caminos de Creador en todos los aspectos de nuestras vidas, incluyendo cómo nos relacionados con Él en nuestro deseo individual de estar cerca de Él. También indican que nuestras vidas deben estar ligadas a Sus caminos mientras estemos en esta dimensión material, porque es donde Él quiere que revelemos Su Presencia.


Con este recordatorio evocamos la entrada de cuatro de nuestros Sabios al Jardín del Edén. Uno no quiso regresar al mundo y dejó su cuerpo, otro regresó al mundo y perdió la razón al vivir la diferencia entre el Cielo y la tierra, otro regresó al mundo rechazando cualquier sabiduría humana posible y se convirtió en un ermitaño, y el otro regresó como si no hubiera pasado nada. Este último lo conocemos como el Rabí Akiva de quien se dice que "entró al Cielo en paz y regresó a la tierra en paz".

Tenemos que aprender de los hijos de Aarón y de la visita del Rabí Akiva al Cielo, que estamos supuestos a vivir nuestra vida en este mundo y no en una dimensión diferente. Hemos dicho que la Presencia Divina ya está revelada en otras dimensiones que llamamos Cielo, Paraíso y otras realidades más allá de nuestro pensamiento. Si vivimos en ellas no tiene sentido revelar o transformar nada, ya que todo existe en su perfección.


Es en este mundo material que somos convocados por el Creador para revelar totalmente Su Presencia ocultada bajo las tinieblas de nuestra actitud materialista y egoísta ante la vida. Entonces es en esta oscuridad que debemos ser y manifestar los caminos y atributos de Amor como la Luz que disipa los aspectos negativos de nuestra conciencia, y que nos impiden vivir en el Amor de Dios.

La parshá prosigue con la preparación del Sumo Sacerdote para el Día de Expiación (Yom Kipur). Tenemos que decir que el claro discernimiento de nuestra intención de acercarnos al Creador es lo que en últimas transforma (expía) todos los aspectos de nuestra conciencia. Este discernimiento hace una diferencia entre dos realidades: "Y Aarón elegirá al azar entre los dos machos cabríos: uno 'Para el Eterno' y el otro 'para Azazel'." (16:8). Uno de estos representa la elevación de todas las dimensiones de la conciencia para ser transformadas por el Amor Divino, con el fin de ser y manifestar Sus caminos y atributos; y el otro representa todas las expresiones negativas de nuestra existencia que deben descender al abismo de la nada (en el desierto): "Así el macho cabrío cargará sobre sí todos sus pecados hacia una tierra de abismo, y él [el encargado de arrojar el macho cabrío] enviará el macho cabrío hacia el desierto" (16:22).


De esto aprendemos que los deseos e ilusiones materialistas (las transgresiones) de ego (el macho cabrío) pertenecen a la realidad de la nada porque de ahí provienen, y hacía ahí deben regresar. Por otra parte, nuestra dedicación y devoción a los modos y atributos de Amor, y reorientar nuestra existencia en ellos, son los medios para elevarnos a la realidad de la Verdad absoluta que el Eterno es. Nuestra tradición oral (midrash) nos cuenta que Azazel era uno de los dos ángeles caídos durante los tiempos de Enoch, que enseñó a las mujeres cómo atraer hombres usando el maquillaje. Un deseo inferior alentado por la ilusión de ego de poseer y controlar, reforzado por otra ilusión llamada maquillaje.

Nuestras ofrendas para elevar cada aspecto de la conciencia al Amor de Dios deben tener lugar exclusivamente dentro del Santuario (17:3-4) porque es ahí donde estamos totalmente conscientes de nuestro conocimiento del Amor de Dios. Cualquier "otro" lugar representa las dimensiones inferiores que nos mantienen separados de  Él, y por lo tanto "excluidos": "Y ellos nunca más sacrificarán sus ofrendas a los sátiros tras los cuales se desvían. Esto será un estatuto eterno para ellos durante todas sus generaciones." (17:7).


Más adelante en la porción hay una nueva advertencia para no caer en los deseos y cualidades inferiores que potencialmente nos conducen a actuar negativamente: "Como las costumbres de la tierra de Egipto, en la que habitasteis, no haréis; y como las costumbres de la tierra de Canaán, a la que os traigo, no haréis; y no seguiréis sus estatutos" (18:3) y esto es enfatizado por la reiterada declaración de que fuimos creados por el Amor de Dios, y es en Sus caminos y atributos que debemos conducir nuestras vidas: "Cumpliréis Mis ordenanzas y guardaréis Mis estatutos, para seguirlos. Yo soy el Eterno, vuestro Dios. Guardaréis Mis estatutos y Mis ordenanzas, que un hombre hará y vivirá por ellas. Yo soy el Eterno" (18:4-5).

La porción termina con el repetido énfasis (18:24-20) advirtiéndonos que cuando mancillamos nuestra conciencia viviendo bajo el dominio de aspectos inferiores en pensamientos, emociones, pasiones e instintos, nos excluimos de la unidad que son los caminos y atributos de Amor como la Tierra Prometida que el Amor de Dios nos da para proclamar Su Gloria en este mundo, "porque Él es el Eterno nuestro Dios".

domingo, 3 de abril de 2011

Parshat Metzorá: Abrazando la Pureza de Amor Divino

"Esta será la ley del metzorá en el día de su purificación: Él será traído al Sacerdote" (Levítico 14:2). Nuestros Sabios explican que el metzorá es una persona afligida por tzaraat, término usualmente traducido como lepra pero lo describen como una afección cutánea que aparece como resultado de habladurías y difamación. Ellos concluyen que tzaraat es una señal divina para hacer consciente al difamador de la gravedad de hablar negativamente, motivado por arrogancia y altivez que nos separan de la unidad que Israel debe mantener. Aunque en nuestros tiempos no somos afligidos con problemas de la piel por hablar mal de otros, debemos ser conscientes de que nos separamos de los demás cuando la agenda de ego prevalece en la manera como nos relacionamos con ellos.

El Sumo Sacerdote, que representa el mayor conocimiento de nuestra conexión con Dios, es quien hace retornar al difamador de su viaje de ego hacia el poder unificador de los modos y atributos de Amor. Porque Amor es nuestra Esencia común que nos mantiene unidos cuando nos cuidamos unos a otros, cuando nos protegemos mutuamente, y cuando nos conducimos juntos en la misión de revelar la Presencia Divina en el mundo material y en toda la Creación.


Debemos ir más allá de la superficialidad de los aspectos inferiores de la conciencia y hacerlos que sirvan al propósito mayor que Amor, nuestra verdadera conciencia e identidad, quiere de nosotros a pesar de las limitaciones, obstáculos y desafíos que enfrentamos en la realidad material. Estamos limitados a existir dentro de las fronteras que imponen las leyes de la naturaleza, los desafíos que representan los desastres naturales y los obstáculos en que se pueden convertir cuando nuestra supervivencia y bienestar están en peligro.

En este predicamento las cosas empeoran cuando no actuamos como los cuidadores que somos unos de otros, y es egoísmo lo que destruye el bienestar individual y colectivo que Amor nos insta a lograr. Enfrentamos desastres naturales no como individuos sino como la unidad colectiva que debemos ser. También debemos estar unidos para hacer frente a problemas sociales y económicos causados por tiranía y despotismo como expresiones destructivas de las dimensiones inferiores de la conciencia humana.


Represión, discriminación, prejuicio, corrupción, opresión y sus sinónimos se derivan de la arrogancia y altivez como la ilusión de ego de sentirse superior para convertirse en un diosillo que quiere controlar no sólo la vida y destino de los demás sino también las leyes de la naturaleza.

La parshá continúa con la limpieza y expiación (entendida como transformación) del difamador. Más adelante yuxtapone la emisón seminal masculina con la menstruación femenina, ambas como estados de impureza que necesitan ser limpiados ritualmente. El denominador común de ambas es la muerte de las semillas que potencialmente conciben la vida humana. En este sentido la vida es exaltada como la más elevada expresión de la Creación, de ahí que deba ser valorada y respetada hasta el punto que al perder nuestro potencial de germinar vida (con la emisión seminal y la menstruación) nos hacemos impuros.


Hay una lección implícita que aprender de las leyes sobre estas situaciones fisiológicas, y no es solamente acerca de ser vida sino también de ser portadores de vida. Aprendemos de esto que podemos permanecer limpios y puros ante nuestro Creador cuando elegimos las bendiciones de la vida en vez de las maldiciones de la muerte, tal como Él nos lo encomienda.

Vida es el principio esencial y la vasija de los modos y atributos de Amor, mientras que muerte es la expresión de los rasgos negativos derivados de las ilusiones y fantasías materialistas de ego. Nos hacemos impuros e inmundos cuando albergamos pensamientos, ideologías o creencias que engendran resultados negativos que conducen a la muerte como negación de los modos y atributos de Amor.


Israel es elegido como el defensor de Amor como la manifestación material del Amor de Dios, y la porción termina recordándonos esto como parte de nuestro Pacto con el Creador: "Separaréis a los hijos de Israel de su contaminación [de los difamadores], y ellos no morirán como resultado de su contaminación si aquellos contaminan Mi Tabernáculo que está entre ellos." (15:31) y como hemos dicho antes el Tabernáculo representa el conocimiento permanente de la Presencia Divina en nuestras vidas mientras nos mantengamos separados de las expresiones impuras derivadas de la muerte, representada por todo aquello que no puede coexistir con los modos y atributos de Amor.

En esta porción la Torá nos recuerda otra vez que la arrogancia es la madre de todas las ilusiones negativas que el ego nos hace creer y adorar como los ídolos que pretenden negar el Amor del Creador como la única Esencia y sustento de toda la Creación, incluidos nosotros.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.