domingo, 30 de octubre de 2011

Lej Lejá: Las Bendiciones de Nuestra Verdadera Identidad

"Ve a ti (lej lejá) y deja [lit. afuera de] tu tierra, y tus parientes [lit. de donde naciste], y la casa de tu padre, y ve a la tierra que Yo te mostraré [lit. te haré ver]. Y Yo te haré una gran Nación, y Yo te bendeciré, y Yo engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Y Yo bendeciré a quien te bendiga, y a quien te maldiga Yo maldeciré, y todas las familias de la Tierra serán bendecidas debido a ti [lit. en ti]" (Génesis 12:1-3) Estos versículos se tratan de un sólo Mandamiento que contiene varias bendiciones que conllevan a más bendiciones, todas ellas relacionadas con el conocimiento de algo en particular: la conciencia de ser y manifestar lo que verdaderamente somos. 

Esta conciencia es el resultado de un proceso mediante el cual vemos (o se nos muestra) con el fin de conocer. Nuestros Sabios nos enseñan que oír tiene ver con entender y ver es como saber. Podemos entender lo que se nos dice, pero lo llegamos a saber cuando lo vemos. De ahí que la clave del proceso sea que se nos muestre o se nos haga ver aquello que revela quiénes realmente somos. 

Podemos equivocarnos si previamente no se nos enseña a ver con el fin de conocer debidamente lo que tenemos frente a nuestros ojos, ya que necesitamos referencias para adquirir conocimiento en el contexto apropiado. En este sentido nuestras referencias están contenidas en la Torá, a diferencia de las referencias en el mundo no judío. En los versículos mencionados, la tierra que el Creador hará ver a Abram es la Tierra Prometida que la Torá nos revela a nosotros. Esta tierra es el espacio y el tiempo combinados, donde las bendiciones del Creador están completamente manifestadas como un propósito, como un destino, y como un fin.

El Mandamiento para Abram suena condicional, algo así como que si llegara a cumplirlo él sería recompensado con tales bendiciones. De ninguna manera. Este Mandamiento tiene que ver con el desafío individual para saber quién verdaderamente somos entre una multitud de ilusiones y espejismos que hemos creado como referencias para entender lo que se supone que somos en el mundo material. Estas ilusiones existen como el resultado de los deseos y fantasías de ego que convertimos en referencias, ídolos que dictan lo que supuestamente tenemos que ser y hacer. Esa isla de la fantasía es el lugar que Abram tuvo que abandonar con el fin de ir a la Esencia de su ser como la tierra que es nuestra verdadera identidad individual y colectiva. 

El Mandamiento le fue dado a él como la semilla elegida del pueblo judío, cuyo destino es poseer esa tierra y vivir en ella. "A tu simiente Yo daré esta tierra, (…) porque toda la tierra que ves Yo te la daré a ti y a tu simiente por toda la eternidad" (12:7, 12:15) Por lo tanto este Mandamiento también se nos ha dado igualmente a cada judío para que hagamos la elección de ser la bendición como lo hizo Abram. Nuestros Sabios dicen que, mientras las naciones prefieren ser bendecidas por el Creador, Israel prefiere ser Su bendición.

Tenemos que abandonar la idolatría de las ilusiones de ego mediante el entendimiento y el conocimiento de lo que la Torá nos dice, con el fin de abrazar la bendición de ser la gran Nación destinada a ser la Luz de los pueblos. En los primeros versos de esta porción el nombre de Abram es bendecido para engrandecerse al convertirse en la bendición que recibe, y consecuentemente también una bendición para quienes lo bendigan a él.

Maldecir rebota hacia quien maldice, y bendecir lleva su propia bendición. Al estar en esa bendición, quien elija recibirla consecuentemente es bendecido con lo que ella representa. Si queremos abrazar esas bendiciones en los versículos referidos, tenemos que ir a quién verdaderamente somos, en vez de ir a lo que las ilusiones de ego no dictan ser y hacer. Logramos el conocimiento y la conciencia cuando escuchamos a la Esencia que nos creó, la cual es el Amor de Dios que es también la tierra que Él nos muestra cuando elegimos oírle, seguir Sus caminos y manifestar Sus atributos. 

Como hemos mencionado, este conocimiento requiere un proceso en el que debemos confrontar las ilusiones materiales que empañan todos los niveles y dimensiones de la conciencia, como resultado de concepciones erróneas derivadas de esas ilusiones. Como estado de conciencia, la Tierra Prometida necesita ser despejada de las naciones que representan esas falsas concepciones. Se les refiere como las naciones cananeas (ver en este blog el comentario "Conquistando las 'naciones' con Amor" del 26 de junio de 2010) que Israel tiene que subyugar con el fin de vivir en esa tierra. Nosotros, tal como lo hicieron nuestros ancestros, debemos confrontar y vencer los reinos que niegan la libertad moral que solamente el Amor de Dios, como nuestra Esencia, puede redimir y preservar. 

El Mandamiento para Abram incluye las bendiciones que conlleva cuando lo cumplimos. Mediante Amor, como la manifestación material del Amor Divino en la conciencia humana, despejamos concepciones negativas de pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Amor es su propia causa y efecto, y es el catalizador para disipar las ilusiones de ego y dirigir nuestra conciencia hacia hacerla partícipe de las bendiciones del Amor del Creador.

Abram escuchó la voz y el Mandamiento de Dios, y eligió seguir Sus caminos y atributos que son Sus bendiciones: "Yo te elegí y no te desprecié. No temas, porque Yo estoy contigo; no te desanimes, porque Yo soy tu Dios: Yo te he alentado, Yo también te he ayudado, Yo también te he sustentado con Mi mano justa" (Isaías 41:9-10) porque las bendiciones del Creador son Su Amor.

domingo, 23 de octubre de 2011

Nóaj: La Vida como Diversidad

Las diez generaciones entre Nóaj y Abraham nos legan la diversidad inherente a la humanidad. Nos referimos a un amplio espectro al que llamamos rasgos, cualidades, talentos, destrezas, etc., unidos a los también diversos aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia humana. Esta selecta variedad, con todo su potencial, es un reflejo -- dentro de las limitaciones de lo material -- de la infinita y eterna diversidad de la creación Divina. Sólo tenemos que echar un vistazo alrededor para darnos cuenta que no vivimos en un mundo monótono, y que estamos aquí para relacionarnos con una diversidad multidimensional. 

Podemos entenderlo como "soy diverso, luego existo", porque vivimos simultáneamente con pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Nóaj tuvo tres hijos que nuestros Sabios dicen representan los cimientos o raíces del intelecto (Shem), emoción (Jafet), y sensualidad (Ham), con los que actuamos ante una gran variedad de posibilidades para vivirlas como cimientos de lo que llamamos vida.

La visión de la vida en la Torá es inequívocamente ética, y el conductor más apropiado de esta visión es el intelecto como poder discernidor de la conciencia. Nuestros Sabios igualan el intelecto con el alma; entonces entre más discernimos sobre nuestras circunstancias en el mundo material, más vivimos en consonancia con nuestra alma. En este sentido, como ellos bien dicen, "el alma es para el cuerpo lo que el Creador es para el mundo"; dando a entender que el alma es lo que nos conecta a Él. Vivir y actuar en la vida desde el lugar del alma es la única manera de trascender los espejismos e ilusiones de lo material. En un contexto práctico, nuestra alma abarca los atributos Divinos que la Torá nos instruye a emular. Recapitulando esto, entre más diversa y compleja se nos presenta la realidad material, más necesitamos cimientos sólidos para afrontarla con los medios y atributos más positivos, productivos y edificantes.

La mayoría de los descendientes de Nóaj rechazaron la diversidad con la que el Creador dotó al mundo. Este rechazo también fue manifestado por la generación anterior que pereció en el Diluvio, como consecuencia de haber corrompido la vida, volviéndola carente de sentido ante los ojos del Creador. Resulta difícil creer que luego de tan breve transición, la "nueva" generación quisiese cometer el mismo error con la construcción de la torre de Babel. Como creación Divina que somos, los humanos tenemos el potencial de extendernos al Creador siguiendo Sus caminos y manifestando Sus atributos. Seguir las ilusiones y deseos materialistas de ego, y sentirnos autosuficientes, son los ladrillos de la torre que nos hace creer que somos nuestro propio dios. Nuestros Sabios advierten que la arrogancia es la peor forma de idolatría, porque no nos deja ver más allá del ego. El egoísmo se vuelve la manera más fácil de negar algo diferente (y por lo tanto diverso) de nuestra percepción individual.

La peor transgresión de las generaciones previas a Abraham no fue desafiar la conducción del Creador sobre Su Creación cuando proclamaron el dominio del hombre sobre su vida y su devenir, sino haber negado la diversidad y el potencial multidimensional de la vida humana como el regalo Divino más preciado. Un regalo para nuestra apreciación, valoración, alegría y regocijo, algo con lo cual deleitarnos. En este sentido, el peor pecado es privar la conciencia humana de su potencial para abarcar la vida y el mundo material en toda su diversidad, tanto revelada como ocultada.

Después del Diluvio, el Creador sigue dotándonos con libre albedrío para elegir no sólo entre lo que conocemos como bien y mal, como ocurría en el Jardín del Edén, sino entre innumerables posibilidades dentro de cada aspecto, nivel y dimensión de la conciencia. Así, en el conocimiento del Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad, somos plenamente capaces de discernir y elegir los atributos de Amor entre la diversidad de posibilidades que nos ofrece el mundo material.

La generación de la torre de Babel se juntó unida para limitar la vida humana a un solo patrón ideológico, social y cultural; en "una" lengua capaz de convertir al hombre en un dios para sí mismo, donde el resto de la Creación sería sólo un accesorio para la "grandeza" del hombre. La respuesta del Creador no fue más destrucción, como en el Diluvio, sino darnos el conocimiento y la conciencia de que cada individuo es tan diverso como las maneras de concebir, pensar, sentir, y responder al mundo también diverso en el que vivimos. De ahí que el desafío para la humanidad es igualmente responder con una actitud acogedora, unificadora y armonizadora ante la diversidad como regalo Divino.

Entre los muchos mensajes de esta porción bíblica, podemos aprender que de hecho la humanidad tiene el potencial de unirse en torno a una ideología, paradigma o creencia; tal como lo vemos con la política, la religión, y hasta en la moda. Ya sea para bien común, como lo vivimos cuando los desastres naturales nos hacen correr para ayudar a los damnificados; o para mal, cuando vemos el sufrimiento de las víctimas de fanatismo religioso y de regímenes totalitarios que profanan la santidad de la vida humana.

Una y otra vez, las opciones que tomamos son sólo nuestras. Ya sea que construyamos torres para elevar las ilusiones y delirios de grandeza del ego, o torres en nuestra conciencia para acercarnos al Creador. Torres no construidas con ladrillos de arcilla sino con nuestro Amor que procura alcanzar el Amor de Dios. Este Amor es nuestra Esencia e identidad, con el que elegimos la bondad revelada y ocultada en la multifacética diversidad que Él nos prodigó.
Debemos escuchar a nuestro Creador y extendernos a Él expandiendo nuestra conciencia de Su Amor (representada por Jerusalén y su Templo) en la diversidad de todos sus aspectos y dimensiones: "Ensancha el espacio de tus tiendas, expande las cortinas de tus moradas, sin detenerte; alarga tus sogas, y refuerza tus clavijas. Porque hacia el sur y hacia el norte te expandirás con pujanza, tus hijos heredarán las naciones, y ellos habitarán en ciudades desoladas" (Isaías 54:2-3)

domingo, 16 de octubre de 2011

Bereshit: En el Principio

Tenemos un comienzo, tal como está escrito: "En el principio [Bereshit] de la creación de los Cielos y la Tierra" (Génesis 1:1) y tenemos que afrontar nuestro comienzo individual a partir de las elecciones que hemos hecho en cada aspecto de nuestra conciencia, desde el momento en que adquirimos conocimiento de quiénes somos. Podemos identificar nuestras elecciones basados en nuestro ambiente social, la educación que hemos recibido, y las influencias éticas y morales que definen nuestra actitud ante la vida y nuestro entorno. Nuestro discernimiento nos revela que hay oscuridad: "y las tinieblas estaban en la faz del abismo" (1:2) cuando no tenemos claridad en nuestra percepción y estamos confundidos: "la Tierra estaba sin forma y vacía" (1:2) sin embargo, a pesar de ello estamos vivos y experimentando vivir porque "el Espíritu de Dios se ceñía sobre la faz de las aguas" (1:2) y en este conocimiento podemos darnos cuenta que somos una extensión del Creador, Su emanación, y parte de Su Creación. Y este es nuestro comienzo, el principio que tenemos que mantener en la conciencia todo el tiempo.

Los elementos y circunstancias de este comienzo parecen negativos para nuestro entendimiento humano: deformación, vacío, tinieblas, y abismo. Estos son términos que sugieren confusión, desesperanza, negatividad y precipitación. Los percibimos y experimentamos todos ellos en la realidad material que hemos creado para nosotros mismos desde que estamos en este mundo. Estos son también los elementos que nos precedieron en nuestro comienzo dentro del vientre materno hasta que nacimos y fuimos "dados a luz": "Y Dios dijo: 'Hágase la Luz'. Y hubo Luz" (1:3) entonces nos damos cuenta que nuestro comienzo en las tinieblas fue el preámbulo para vivir en la Luz, por la Luz y hacia la Luz, porque "Dios vio la Luz, [y] que ella es buena" (1:4) y el resultado de esta valoración es que "Dios dividió [separó] la Luz de las tinieblas" (1:4) lo cual también es el día del comienzo en el que fuimos concebidos unidos con el Creador en "un día": "Y hubo noche y hubo mañana, un día" (1:4)

Este es nuestro inicio, nuestro principio, el cimiento de la Creación de Dios y también de nuestra existencia; de que venimos de nuestra unidad con Él. De ahí que todas nuestras elecciones dependan, ya sea de vivir en tinieblas o vivir en Luz. En "Dios como Amor" decimos que Amor y Bondad, junto a sus afines, son todos sinónimos de Luz porque son tan buenos como lo es la Luz. La Torá, como libro de la instrucción ética judía, comienza con este fundamento primordial: el inicio en el que la Luz, la Bondad, es el imperativo moral en la Creación de Dios, que incluye nuestras vidas y la realidad que hemos construido en el mundo que Él creó para nosotros. Esto significa que, aún si nacemos en circunstancias aparentemente negativas de tinieblas, la Luz está siempre presente para que la elijamos como Amor que procuramos para nuestra plenitud y felicidad, como la Bondad que deseamos ser y manifestar. Entonces el principio de la Creación de Dios es también nuestro principio, como también lo es abrazar la Luz como la referencia Divina para elegir; y separarla de las tinieblas, de aquello que no necesitamos para nuestras vidas y el mundo.

Este comienzo con su visión ética continúa en los días siguientes de la Creación de Dios de los Cielos y la Tierra, en los que Él estableció un ordenamiento que nosotros debemos mantener y sustentar, tal como el Creador sustenta todo lo que proviene de Él. Este deber es lo que nos honra para ser Su imagen y semejanza, porque estas no tienen que ver con la apariencia física sino con los principios éticos revelados en la manera cómo Él actúa y se relaciona con Su Creación. Entre más vivimos de acuerdo a Sus actos, más somos "semejantes" a Él. El Amor de Dios está presente y tangible en toda Su Creación, tal como lo es la Luz que Él llama "buena", y en ese conocimiento todo es perfecto porque en la bondad de la Luz no hay deformación, vacío, tinieblas o abismo.

Afrontemos nuestro comienzo discerniendo cuál es el valor del caos y el desorden de lo que carece de forma, de la vacuidad y futilidad de las ilusiones, de las tinieblas que padecemos con los pensamientos, sentimientos y comportamiento negativos; y de la desesperanza cuando caemos en el abismo de la ausencia de Luz, de la Bondad que Amor es: "Yo soy el Eterno, Yo te llamo con justicia y Yo fortaleceré tu mano; y Yo te formé, y Yo hice para ti un Pacto de Pueblo para [ser tú] Luz para las naciones. Para abrir ojos ciegos, para sacar cautivos de prisión, aquellos en prisión sentados en las tinieblas" (Isaías 42:6-7)

domingo, 9 de octubre de 2011

Parshat V'zot HaBrajá: Reconociendo Nuestro Legado

"(…) Moisés, el hombre del Eterno, bendijo a los hijos de Israel antes de su muerte." (Deuteronomio 33:1). Nuestros Sabios destacan que este es el único versículo de la Torá donde Moisés es identificado como el hombre de Dios, con las implicaciones particularmente relacionadas con su bendición a Israel como Nación. También señalan que Moisés no dio una sino muchas bendiciones, y se preguntan por qué las primeras palabras de esta porción (V'zot habrajá, "Y esta es la bendición") se refieren a una.

Una de las respuestas es que Moisés quiere abarcar una bendición para una Nación, como si ambas fuesen parte de un mismo Israel unido. Siendo el hombre de Dios, Moisés es el mensajero del Creador para entregar Sus bendiciones a Israel. Entonces la bendición de Moisés y la bendición de Dios son la misma en estos dos capítulos finales de la Torá. Después de todo, durante los últimos cuarenta años de su vida, Moisés ciertamente fue el mensajero que entregó el legado de Dios a Israel, la Torá, incluyendo Sus bendiciones.

En este sentido, esas bendiciones nos animan a emular los caminos y atributos del Creador en Su Torá y Mandamientos, tal como lo hizo Moisés para nosotros con sus actos; enseñándonos a ser también hombres de Dios, el Pueblo de Dios. Las bendiciones de Moisés a las Tribus no están destinadas a ser individuales sino una sola bendición para toda la Nación. Debemos enfatizar en ello porque no hay divisiones en la identidad de Israel, sino unidad con diversidad multifacética.

Somos comerciantes y estudiosos de la Torá como también somos guerreros y sacerdotes; líderes y pastores de ovejas como albañiles y joyeros; jueces y sepultureros como artistas y científicos; ricos y pobres como soñadores y narradores. Somos todos facetas de la misma identidad dirigida a honrar el Amor de Dios, siendo y manifestando Sus caminos y atributos en este mundo. Es así como vencemos los pensamientos, emociones, pasiones y sentimientos negativos, representados por las "naciones" que conquistamos con el fin de morar en la Tierra Prometida, que es la tierra de Israel.

La mayor manifestación del Creador en el mundo es Su Torá (Instrucción, Enseñanza) con sus medios y caminos para hacer tangible Su Amor en la realidad material. El versículo, "(…) de Su mano derecha Él presenta Su ardiente Torá a ellos [Israel]." (33:2) está traducido de manera esclarecida del hebreo original, interpretado como "de Su mano derecha fuego [convertido en] enseñanza para ellos", ya que "fuego" y "enseñanza" aparecen unidas en una sola palabra.

La referencia al fuego es importante porque es el elemento que mejor representa la manifestación Divina en la Creación, fuego como símbolo y medio de la dinámica transformadora del Amor de Dios. Fuego aparece en muchos pasajes, no sólo de la Torá sino de toda la Biblia hebrea, en momentos trascendentales como el primer encuentro de Moisés con el Eterno; la columna de fuego que protegió y guió a Israel durante su tránsito por el desierto; y el fuego que consumió la ofrendas en el Tabernáculo y en el Templo de Jerusalén.

En otros comentarios de nuestro blog hemos indicado que fuego es más que un elemento material o catalizador para transformar la materia de un estado a otro, ya que también es portador y sustentador de vida, protegiéndola con la intensidad apropiada. Estas cualidades son análogas al Amor Divino como fuerza dinámica transformadora, que no sólo mueve el universo sino que tiene el poder de sustentar todo y cambiar su existencia hacia niveles y dimensiones ajenos a nuestro entendimiento. Ese poder es la Ley, la Torá, la instrucción que armoniza nuestras vidas en consonancia con la voluntad del Creador, la cual son Sus caminos y atributos derivados de Su Amor.

Debemos entender fuego como símbolo de Amor en sus cualidades transformadoras y elevadoras hacia nuestra cercanía con Dios; e igualmente como elemento purificador que refina nuestros pensamientos, emociones, pasiones e instintos hacia el Servicio Divino, el cual realizamos mediante los atributos de Amor. Este es el legado Divino y herencia de Israel, presentado por la diestra de Dios con la que nos prodiga Su Amor. Esta es la mayor bendición que precede las bendiciones del Eterno a Israel a través de Moisés en los últimos versículos de la Torá.

Nuestros Sabios dicen que la voluntad del Creador es cumplida por los animales mediante su instinto, y por las plantas a través de su función. Solamente los humanos cumplen Su voluntad mediante libre albedrío, e Israel como Nación eligió hacerlo como el Pueblo Escogido que recibió la Torá. Y es nuestra mayor bendición poder vivir para proclamar el Amor de Dios como la única Verdad entre las fantasías e ilusiones del mundo material: "¡Afortunado tú, Oh Israel! ¡Quién es como tú, oh pueblo cuya Redención procede del Eterno, el Escudo que te ayuda, tu majestuosa Espada! Tus enemigos te mentirán, pero tú te remontarás encima de sus alturas." (33:29). Amén.

domingo, 2 de octubre de 2011

Parshat Haazinu: Refugiándonos en el Amor de Dios

La ardiente súplica de Moisés en esta porción de la Torá contiene las palabras del mayor conocimiento del Creador, convocando a los Cielos y la Tierra como las dos dimensiones que integran la conciencia humana: "¡Atiendan (Haazinu) oh Cielos, y yo hablaré! ¡Y que la Tierra oiga las palabras de mi boca!" (Deuteronomio 32:1), porque dentro de estas dos dimensiones abordamos la vida en el mundo material.

El mensaje esencial de esta porción resume uno de los principios fundamentales de nuestra Torá y por tanto del judaísmo, que es la Unicidad del Creador de quien todo emana, y la manera en que acontece: "Las obras de la Roca [el Eterno] son perfectas, porque todos sus caminos son justos; un Dios fidedigno, sin injusticia, Él es justo y recto" (32:4) porque esas son las cualidades del Amor de Dios, y de Amor tal como lo vivimos en Sus caminos y atributos en el mundo material. En este sentido entendemos que algo diferente a Sus caminos serían nuestras propias elecciones, ya sean ilusiones de ego o bajas pasiones producto de deseos sin control: "La destrucción no es [lo] de Él, [sino] es de los defectos de Sus hijos, vosotros, generación corrupta y retorcida." (32:5).

Moisés, como el representante de nuestro mayor conocimiento de Dios, cuestiona nuestras decisiones cuando nos separamos de Sus caminos y atributos: "¿¡Es así como retribuís al Eterno, vosotros, pueblo vano e imprudente!? ¿No es acaso Él vuestro Padre, vuestro Amo? Él os ha hecho y establecido. (…) Vosotros olvidasteis la Roca [el Eterno] que os engendró; olvidasteis que el Eterno os parió" (32:6, 18) y otra vez se nos recuerda que Amor, como manifestación material del Amor de Dios, no cohabita con nada diferente a Sus caminos y atributos: "[Entonces] el Eterno los guió solo, y no había ninguna deidad ajena con Él" (32:12), y esto es reiterado una y otra vez: "¡Ved ahora que Yo soy Él! ¡Yo soy el Único y no hay dioses conmigo! ¡Yo doy muerte y doy vida. Yo hiero y Yo curo, y no hay salvador que no sea Mi mano!" (32:39).

La gran mayoría en este mundo vivimos en y por nuestras ilusiones materiales derivadas de ideologías, creencias, culturas, modas, y de la más común de todas, la sociedad de consumo. Literalmente vivimos y morimos por ellas, a veces aún sabiendo que no tienen sentido, o ignorando si son falsas o verdaderas. Las podemos llamar nuestra idolatría contemporánea. El cuestionamiento que Moisés nos hace es si esos ídolos realmente sustentan nuestra vida y nos salvan de la negatividad de su predicamento:

"Entonces Él dirá, '¿Dónde están sus dioses, la roca en que confiaban, que comían la gordura de sus sacrificios y bebían el vino de sus libaciones? ¡Que se levanten y os ayuden! ¡Dejad que sean vuestro refugio!" (32:37-38) y también cuestionémonos si hay algo de verdadero valor en las ilusiones de ego, lo que queda después que consumen la vitalidad de nuestras mentes y cuerpos.

La porción continúa con las consecuencias de vivir en el reino de las ilusiones, de la separación de nuestra propia Esencia que emana del Amor de Dios, como la repetida advertencia de no separarnos de Sus caminos. Nuestros Sabios eligen en su buen juicio una de las más hermosas reflexiones del Rey David, invitándonos a aliviar nuestras tribulaciones en los espejismos del mundo material mediante nuestra total confianza en el Amor de Dios, en la haftará que acompaña a esta porción:

"El Eterno es my roca, bajo la cual confío; mi escudo y el cuerno de mi salud, mi fortaleza y mi refugio; [Él es] mi Redendor que me librarás de violencia" (2 Samuel 22:3), "En mi angustia, llamo al Eterno, sí, yo llamo a mi Dios: y desde Su palacio Él oye mi voz, y mi clamor entra a Sus oídos" (22:7), "Él desde lo alto me sacó, Él me sacó de muchas aguas. Él me libró de mis mayores enemigos, de aquellos que me odian; porque eran más poderosos que yo. Ellos me asediaron el día de mi calamidad, pero el Eterno fue un apoyo para mí. Y Él me trajo a un paraje ancho, Él me liberó porque Él se deleitó en mí." (22:17-20).

El salmista alaba al Creador y Sus caminos siempre en el contexto correcto, porque está consciente de que la única manera de morar con Él es pensando, sintiendo y actuando de acuerdo a Sus caminos:

"El Eterno me recompensó de acuerdo a mi rectitud, de acuerdo a la limpieza de mis manos Él me compensó. Porque yo he mantenido los caminos del Eterno, y no me he separado maliciosamente de [los Mandamientos de] mi Dios." (22:21-22) porque Amor no cohabita con nada diferente de sus cualidades y atributos:

"Con el piadoso, Tú te apiadas. Con el íntegro, Tú eres íntegro; con el puro, Tú muestras pureza. Pero con el perverso, Tú eres rígido. Y a los humildes, Tú redimes; pero Tus ojos están sobre los soberbios para hacerlos humildes." (22:26-28) y la humildad es la yunta que dirige al ego hacia los caminos de integridad de Amor, fuera de las ilusiones de grandeza y las fantasías del mundo material.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.