domingo, 27 de noviembre de 2011

Vayeitzei: En la Casa del Amor de Dios


Uno de los pasajes esenciales de la Torá relacionados con Israel es, “Y él soñó, y he aquí una escalinata con su base en la tierra y su cima alcanzando el Cielo; y he aquí ángeles del Eterno ascendían y descendían sobre ella” (Génesis 28:12) y “Esta no es otra que la Casa del Eterno [Bet-El], y puerta del Cielo” (28:17) y se trata de un lugar en el tiempo y el espacio que abarca nuestra conexión con el Creador, que existe permanentemente en los más elevados niveles de la conciencia. Es ahí donde nos damos cuenta del nexo que mantiene la unidad del Cielo y la Tierra, las dimensiones de lo espiritual y lo material de la Creación de Dios. En este conocimiento, Jacob como Israel realiza su Unidad con el Creador.

Tenemos que conocer esta Casa donde el Amor de Dios aloja a Israel en el trayecto hacia su destino como el Pueblo del Pacto. La Torá nos cuenta que Jacob soñó, lo cual significa que el conocimiento de Israel de la Presencia Divina está más allá de nuestra percepción material consciente. Sin embargo, hay una escalinata que se sostiene en nuestra conciencia material (la tierra donde pisamos), cuya cima se remonta a los más elevados niveles que podamos llegar a concebir. En esta escalinata ángeles (mensajeros) del Eterno ascienden y descienden sobre ella, y preguntémonos quiénes son estos mensajeros. La Torá nos señala que la función de los ángeles es cumplir la voluntad del Creador en las diversas dimensiones de Su Creación, y algunos de nuestros Sabios los definen como los Mandamientos que realizamos como parte de Su voluntad. Otros los definen como las almas que descienden de Su morada celestial al mundo material, para después ascender de regreso a Él.

Podríamos decir que los ángeles son, de cierta manera, los medios con los que nos comunicamos con el Creador. Ellos descienden como mensajes de Su voluntad hacia nosotros, y regresan como nuestros mensajes hacia Él. Se nos ha enseñado que los ángeles cumplen sus misiones sin cuestionarlas, porque no tienen libre albedrío. Pero, ¿nos atreveríamos nosotros a cuestionar la voluntad del Creador con el libre albedrío que Él nos dio? Hemos mencionado muchas veces que nuestro libre albedrío es la prueba viviente del Amor incondicional del Creador hacia nosotros, y lo mínimo que podríamos para reciprocar ese privilegio es cumplir con lo que Él quiere de nosotros. Aun así, la opción es sólo nuestra. Jacob estaba plenamente consciente de ello y su opción es clara porque sabe que su integridad personal depende de su servicio al Creador, después de haber tenido el más alto honor de pernoctar en Su Casa.

Ángeles son mencionados al comienzo y al final de Vayeitzei, y esta recurrencia es muy significante para nosotros porque aparecen como heraldos anunciando puntos de convergencia entre el Cielo y la Tierra. En este sentido, el Templo de Jerusalén es el nexo fundamental que une ambos niveles, y que a la vez representa nuestro mayor conocimiento de Dios. Este es, como dice Jacob, “La Casa del Eterno y la puerta del Cielo”, y aunque suene como que hay una separación entre aquí y allá, la realización de Bet-El se convierte en nuestro conocimiento de la unidad entre ambos.

Los ángeles son los mensajeros y los mensajes que tenemos que dirigir en nuestra comunicación con el Creador, y ellos son nuestra Esencia común con Él. En este contexto, los ángeles son la manifestación de Su Amor hacia nosotros y, cuando vivimos en los caminos y atributos de Amor, nuestras buenas acciones son los mensajeros y los mensajes que elevamos a Él para reciprocar el Amor con el que nos bendice. 

Hay dos “campos” definidos que conocemos como lo espiritual y lo material, que están destinados a encontrarse, a abrazarse y a besarse cuando honramos los caminos y atributos de Amor como nuestra verdadera Esencia e identidad, y como nuestros medios y recursos para conectarnos con el Creador y relacionarnos con Su Amor. Andar en Sus Mandamientos es como vivimos en el mundo material, y en nuestro camino nos encontramos con Su Amor: “Y Jacob fue en su camino, y ángeles del Eterno se encontraron con él. Y Jacob dijo cuando los vio, 'Este es el campo del Eterno', y llamó al lugar Mahanaim”(32:2-3)

Sabemos entonces que hay dos campos, mahanaim, y Jacob los convirtió en uno porque es consciente de que, en definitiva, solamente hay un campo y es el campo del Eterno. Por lo tanto, tenemos que llegar a esa realización final; pero primero debemos recostar nuestra cabeza sobre las piedras que abarcan cada aspecto de la conciencia, que el Amor de Dios convierte en una sola roca donde se apoya la escalinata que nos eleva a Él, por donde nuestro Amor y Su Amor ascienden y descienden para unificar el Cielo y la Tierra. Como hemos dicho en repetidas veces, Amor es el mensajero y el mensaje, su causa y su efecto, tal como el Amor de Dios se manifiesta como causa y efecto de Su Creación.

Sólo necesitamos darnos cuenta de ello como lo hizo Jacob, legándolo a Israel, sus descendientes: “En Bet-El él [Jacob, Israel] lo encontró a Él, y ahí Él hablará con nosotros. Y el Eterno es el Dios de las multitudes, el Eterno es Su Nombre. Y vosotros regresaréis a vuestro Dios: [con] amorosa bondad y justicia, y confiando en vuestro Dios siempre (Oseas 12:5-7)

domingo, 20 de noviembre de 2011

Toldot: Uniendo la Conciencia

La conciencia abarca diversos aspectos, niveles y dimensiones. Si no somos capaces de integrarlos como una unidad armónica funcional, podemos tener dificultades para afrontar el mundo en que vivimos. La mayoría de la gente no puede lograr tal unidad armónica porque no es fácil conciliar mente con emociones, intelecto con pasión, o sentimientos con instintos. Se hace aún más difícil cuando los deseos e ilusiones de ego ocupan la mayor parte de la conciencia. A veces la vida se reduce a un campo de eterna batalla entre los elementos que conforman la conciencia humana.

Y los niños [hijos] luchaban dentro de ella” (Génesis 25:22) Rashi comenta sobre este versículo diciendo que ellos luchaban por la herencia tanto del Cielo como de la Tierra. Esto lo entendemos como ocurrió en su vida adulta, cuando Jacob gana las bendiciones que lo hicieron heredero de ambos mundos. Pareciera que la lucha con su hermano era por todo o nada, como en verdad lo fue. La disputa de Esaú y Jacob comenzó aun antes de que nacieran, lo cual nos hace reflexionar en los profundos significados que ambos hermanos representan. Resulta evidente que son polos opuestos porque tienen visiones diferentes sobre el mundo material (Tierra) y el Mundo Venidero (Cielo).

Podemos deducir de esta lucha por “todo o nada”, que “todo” implica unidad o algo en su totalidad. De ahí que Cielo y Tierra sean las dos partes del todo por el que los hermanos luchaban. Esta es una premisa esencial para que asimilar que no hay separación en la Creación de Dios o en nuestra conciencia, aún sabiendo que hay diversos aspectos, niveles y dimensiones que son parte de ellas. Esto nos ayuda a entender por qué, sin tener una conciencia formada, los gemelos luchaban en el vientre de su madre por heredar las bendiciones de la Creación entera.

Nuestro conocimiento de unidad es más fácil de asimilar desde una conciencia espiritual que desde una perspectiva material. “Y el Eterno le dijo a ella, 'Dos naciones están en tu vientre, y dos reinos se separarán de tus entrañas; y un reino será más poderoso que el otro reino, y el mayor servirá al menor'.” (25:23) Separación y oposición marcaron la pauta de dos concepciones y visiones diferentes de la Creación de Dios. Ninguna se supone supeditada a la otra, excepto por el decreto Divino de que uno ha de servir al otro. Aquí está la clave que nos hace asimilar lo que nos planteamos antes. Para que uno herede ambos mundos, el otro tendrá que servirle. En otras palabras, prevalecemos en un conflicto si la parte oponente está de acuerdo con nuestra visión y coopera con ella. Logramos una unidad armónica funcional cuando todas las partes involucradas están integradas en una causa común, en la que todos ganan y no hay perdedores.

Esto quiere decir que si enfrentamos una situación, ya sea entre “blanco o “negro”, no buscamos el “gris” para reconciliar las partes opuestas sino que participamos en un discernimiento para presentar lo bueno de lo “positivo” a lo malo de lo “negativo”. Una vez todos experimentamos lo “positivo”, todos abandonamos lo “negativo” a partir de nuestra experiencia individual y colectiva de lo que es correcto e incorrecto, falso y verdadero, etc. Hemos dicho que el bien y el mal son referencias para ejercer nuestro libre albedrío, y mediante nuestra experiencia de ambos tomamos nuestras decisiones.

En este sentido discernimos lo que llamamos una unidad armónica, funcional y viable, cuando tratamos con la totalidad de nuestra conciencia. Nos damos cuenta que cada aspecto de ella debe actuar con una dirección común para vivir la vida en el mundo material como una reflexión o proyección del Mundo Venidero. Así es como ganamos en nuestra lucha por heredar las bendiciones de ambos mundos. De hecho es una lucha, un esfuerzo constante para hacer prevalecer lo positivo sobre lo negativo, el bien sobre el mal, lo útil sobre lo inútil. Este es el legado que abrazó Jacob aún antes de nacer, luchando toda su vida para hacer prevalecer la Verdad; y es también el legado para sus descendientes llamados por su nombre, Israel.

Tenemos que rectificar nuestra percepción dividida del mundo material, unificando nuestra conciencia dividida. Esta tarea puede que nos tome muchas vidas por vivir. Nos damos cuenta de ello cuando repasamos nuestra historia judía desde Abraham y Sara. Tantas caídas en nuestros esfuerzos durante la esclavitud, en largos exilios, bajo extensas persecuciones, en una lucha sin fin. Jacob como Israel está destinado a cumplir la voluntad del Creador para hacer del mundo material un lugar para que Él viva entre (en) nosotros. Así es como integramos este mundo con el Mundo Venidero, en la unidad indivisible de Su Creación.

En este proceso debemos conocer quién es Esaú, y quién es Jacob. La Torá nos define quién es quién, y el portador de las bendiciones de Dios. Amor y bondad ganan la lucha porque odio y maldad están destinados a rendirse a Amor y bondad, como las cualidades que prevalecen en la unificación del Cielo y la Tierra como partes de la Creación emanada del Amor de Dios.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Jayei Sara: La Identidad Judía


Una de las más profundas declaraciones de Abraham plasmadas en la Torá es "Yo soy un extranjero y un residente con vosotros" (Génesis 23:4) y tenemos que entenderla, no sólo como una muestra de la humildad de Abraham hacia sus vecinos, sino como una caracterización del judío basada en su relación con el Creador y respecto al mundo material. Nuestra identidad como judíos está ampliamente definida en la Torá como el Pueblo Elegido, y los vecinos de Abraham le reconocieron como la simiente de una gran nación cuya misión es ser el Pueblo del Eterno: "Escúchanos, mi señor: Tú eres un príncipe del Eterno entre nosotros" (23:6)

Debemos asumir nuestra identidad, no sólo como una definición del Testimonio más importante jamás escrito sino como un significado para nosotros como judíos. Tanto "extranjero" como "residente" son términos que parecen complementarse en lo referente a vivir o habitar en un lugar particular, pero debemos verlos en relación con nuestra identidad, definida de acuerdo a nuestro nexo con el Creador. Este nexo consecuentemente nos hace extranjeros en cualquier lugar donde la Presencia Divina todavía no haya sido totalmente revelada. Somos extranjeros en el sentido de que el Creador nos confía y encomienda construir un lugar para que Él habite en el mundo material. Cumplir Su Mandamiento implica que primero debemos convertirnos en residentes del mundo para poder cumplir nuestra misión.

Como el primer hebreo, Abraham fue reconocido por las naciones vecinas como el hombre que estaba con el Eterno entre aquellas. Este reconocimiento es esencial para poder asimilar la identidad judía. Nosotros sabemos que somos el Pueblo del Eterno, no sólo porque lo diga la Torá sino porque desde nuestros orígenes las naciones lo reconocieron. Sabían que somos extranjeros y residentes con ellos porque ante de todo somos los emisarios del Eterno para ellos. Suena como que podemos habitar en la tierra siempre y cuando sigamos siendo el Pueblo del Eterno ante los ojos de las naciones. En este predicamento nos vemos abocados a reflexionar concienzudamente en la esencia de la identidad judía.

De hecho somos (como también lo son el resto de los mortales no judíos) residentes temporales en este mundo, pero lo que nos hace "diferentes" es nuestra misión de ser Luz para las naciones, una Nación sagrada porque el Eterno es sagrado, y una Nación de sacerdotes que con sus acciones santifican Su Nombre. Nuestro lugar es con el Eterno, y esto también significa que dondequiera que estemos nuestras vidas están encomendadas a cumplir Su voluntad. Lo logramos haciendo que el mundo sea un mejor lugar para todos, de acuerdo a lo que la Torá nos instruye a seguir. Para esa misión el Eterno nos da la Tierra Prometida. Podemos ser extranjeros y residentes con otras naciones, pero tenemos una Tierra asignada a nosotros. En ella podemos desarrollar todo el potencial de nuestra identidad para cumplir la misión que el el Creador nos encomienda.

Hemos indicado en comentarios anteriores que la Tierra Prometida, además de ser un espacio geográfico específico conocido como la Tierra de Israel, representa el conocimiento individual y colectivo de nuestro nexo con el Eterno que nos dio ese territorio. Poseerla es la consecuencia directa de ejercer nuestra identidad de judíos. La Torá afirma este principio, y también nos advierte innumerables veces sobre las consecuencias de perder o despreciar nuestra conexión con el Creador mediante las decisiones que tomamos con libre albedrío.

Nuestra condición de extranjeros y residentes entre las naciones también quiere decir que no nos convertimos en parte de ellas y sus costumbres, ya que nuestros principios están definidos por nuestra relación con Dios. También hemos señalado que las naciones cananeas representan cualidades y rasgos negativos que tenemos que conquistar, derrotar y subyugar para poder asentarnos en la Tierra Prometida. La Torá y los Mandamientos del Creador son los modos y medios de superar los aspectos potencialmente negativos de la conciencia. Cuando logramos ese cometido podemos vivir en pleno conocimiento del Amor de Dios, y por lo tanto vivir en esa Tierra Prometida aquí en el mundo material.

Nuestro destino está al lado del Creador y vemos nuestro tránsito por el mundo como el tiempo para realizar el Pacto con Él. Aunque sepamos que nuestro destino espiritual es vivir con Él, también sabemos que nuestras vidas en el mundo están unidas a la misión de revelar Su Presencia y proclamar Su Gloria. Esto lo hacemos eliminando las ilusiones y fantasías de los deseos materialistas de ego, junto con los rasgos negativos que han mantenido a la humanidad en las tinieblas.

Ciertamente somos forasteros y extraños en las tierras de lo negativo que puede haber en pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Pero estos también pueden reconocer las bendiciones y cualidades que andan tomadas de la mano del Amor de Dios. Como judíos, los Abraham de hoy, debemos manifestar nuestra identidad como emisarios del Amor de Dios. Así despertaremos a los demás al conocimiento de los caminos y atributos de Amor, en medio de las ilusiones materiales, y habremos cumplido nuestro destino como el Pueblo de Dios.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Vayeirá: Vivir en la Unidad del Amor de Dios


Hemos dicho que el Amor de Dios lo abarca todo, incluyendo su inherente bondad y a aquellos que siguen Sus caminos y atributos. En esta unidad nada nos oculta de Él: "Y el Eterno [Se] dijo, ¿'Ocultaré a Abraham lo que Yo estoy haciendo? Y Abraham se convertirá en una grande y poderosa Nación, y todas las naciones del mundo están bendecidas en él'." (Génesis 18:17-18) La unidad del Pacto entre el Creador y Abraham es una unidad que abarca al Creador, la Torá, el Shabat, e Israel.

"Ya que Yo lo he conocido porque enseña [ordena] a sus hijos y a su casa por él, para que ellos mantengan el camino del Eterno para realizar justicia y rectitud, con el fin de que el Eterno traiga sobre Abraham lo que Él habló respecto a él" (18:19) Nuestros Sabios explican que este principio aparece inmediatamente contrapuesto a "Y el Eterno dijo, 'Ya que el clamor de Sodoma y Gomorra se ha vuelto grande, y ya que su pecado se ha vuelto muy grave'" (18:20) para enfatizar la clara contradicción entre lo que Abraham es y representa, y lo que las gentes de esas dos ciudades eran y representaban. Otra vez estamos ante la dualidad del bien y el mal, correcto y erróneo, verdadero y falso, de donde tenemos que elegir.

La Torá recrea tiempos y lugares donde pueblos e individuos tienen que decidir y elegir. El libre albedrío es la premisa fundamental para salvaguardar la libertad moral. Es el punto de partida de lo que vendrá a nosotros. Hemos oído aquello de que "lo que empieza bien termina bien" y "lo que empieza mal termina mal". No es necesariamente así, ya que podríamos desviarnos de lo bueno hacia lo malo y de lo malo hacia lo bueno. Sin embargo, elegir hacer lo positivo es el comienzo en la dirección correcta. Las Escrituras Hebreas narran todo tipo de sucesos relacionados en su totalidad a elegir, y el propósito de tales situaciones recurrentes es enseñarnos a hacer las elecciones correctas.

Para hacer eso, nuestros Sabios se profundizaron en largas discusiones para levantar los cimientos éticos del judaísmo como la verdadera Luz para las naciones, para el mundo material. De esos principios éticos aprendemos que las decisiones negativas y destructivas conllevan a la muerte en el pleno sentido de la palabra. Estamos muertos cuando no vivimos en las decisiones positivas que debemos tomar.

En su corrupción, la generación del Diluvio ya estaba muerta; y las aguas limpiaron al mundo de lo que ya estaba inerte ante los ojos del Creador. La generación de la torre de Babel estaba al borde de lo mismo al tratar de matar la diversidad del espíritu humano, como uno de los regalos más preciados que nos ha dado Dios. Al reasegurar esa diversidad, la efervescencia de la vida fue salvaguardada. Los habitantes de Sodoma y Gomorra mataron todo rasgo de bondad en su humanidad, y por ello también estaban muertos ante el Creador. Su destrucción fue sólo el medio para poner fin a quienes ya estaban "muertos en vida". Hemos dicho en "Dios como Amor" que hacemos el bien no sólo porque es éticamente lo correcto, sino que lo hacemos por Amor. Lo hacemos porque estamos conscientes de que Amor es nuestra verdadera Esencia e identidad, y por lo tanto es nuestra motivación y razón real para ser buenos y hacer lo que es bueno.

Nuestros Sabios enseñan que, mientras el patrón social de las naciones se basa en el modelo piramidal, los principios de Israel se basan en un modelo circular. Entre las naciones, la sociedad se fundamenta en niveles de quiénes tienen más y quiénes tienen menos, con relación a sus valores ideológicos o culturales. Niveles que son determinados por posesiones, y la capacidad de adquirir más es proporcional a una posición superior o inferior en la pirámide. En el judaísmo, los judíos somos todos iguales ante el Creador, como partes del mismo círculo en cuyo centro está Su trono. En esa estructura todos juntos formamos parte de una unidad.

En el mundo actual hay conflicto y hasta conmoción social como resultado del modelo piramidal de las naciones. Líderes fundamentalistas promueven la destrucción de ese modelo para reemplazarlo por otra pirámide que niega los derechos humanos fundamentales del individuo. Por otro lado, aquellos que defienden el viejo modelo piramidal no saben cómo mantenerlo en pié. La solución entonces es implementar el modelo circular del judaísmo. No es tarea fácil lograrlo porque, para hacerlo, las naciones primero deben cambiar sus valores basados en su concepción de que hay humanos superiores e inferiores. Como se dice en estos tiempos, necesitan hacer una profunda "búsqueda de alma", y muchísima. De Ahí que todo se trate de regresar a lo que es el alma como nuestra verdadera Esencia e identidad.

La Torá nos enseña claramente que la Creación es producto del Amor de Dios, del que todos estamos hechos. Amor es lo que somos y es lo que debemos manifestar basados en nuestro libre albedrío, que también es otro regalo del Amor de Dios. En este conocimiento tenemos que dirigirnos a nuestro Creador y también a Su Creación, que incluye a cada ser humano. Este es el modelo circular unido del judaísmo, que nos enseña a amarnos unos a otros simplemente porque es la voluntad del Creador, como Mandamiento en Su Torá (Levítico 19:18) La humanidad necesita estar consciente de esta Verdad para que al fin podamos crear en este mundo un lugar para que Él viva entre nosotros, en el centro del círculo de nuestra unidad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.