domingo, 28 de octubre de 2012

Vayeirá: Nuestra Esencia e Identidad como Ofrenda Perfecta a Dios

Hemos dicho que nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob personifican la relación entre el Creador e Israel. Aprendemos esta relación cuando reflexionamos en torno a cada episodio y situación narradas en la Torá. También dijimos que en el conocimiento de los caminos y atributos de Dios nos acercamos a Él. La culminación y punto más elevado de este conocimiento están representados por la akedá, la ofrenda de Isaac a Dios.

Aprendemos en la Torá que nuestros tres Patriarcas representan cualidades primordiales de la conciencia, al igual que aspectos específicos de nuestra relación con el Creador. Abraham significa nuestro Pacto con Él, Isaac nuestra conexión permanente con Él, y Jacob (Israel) la manifestación material de los anteriores para realizar el Pacto en pleno conocimiento de nuestra conexión con Dios (Ver en este blog nuestros comentarios sobre la Parshat Vayeirá: “Amor como Ofrenda al Creador” del 17 de octubre de 2010 y “Vivir en la Unidad del Amor de Dios” del 6 de noviembre de 2011).

En este contexto Isaac es el más importante ya que representa nuestro nexo eterno con el Creador. Nosotros como Israel concebimos este nexo en el pleno conocimiento de que Dios es Uno y Único, de que todo lo que existe proviene de Él, es sustentado por Él, y le pertenece a Él. Estos principios son el fundamento y la razón que llevaron a presentar a Isaac como una ofrenda al Dueño de todo. Tanto Abraham como Isaac comparten este sublime conocimiento: “(...) y ellos ambos fueron juntos (Génesis 22:6).

Esta realización es la clave para liberar nuestra conciencia del cautiverio bajo la dictadura de ego. Cuando nos damos cuenta que Dios es la única realidad que existe, desaparecen todas las fantasías e ilusiones que creamos en el mundo material. Nuestros Sabios llaman a Isaac “la ofrenda perfectaporque es intachable, transparente, clara, íntegra, completa, recta, total. Estas son cualidades y rasgos inherentes a los caminos y atributos del Creador, que son la ofrenda que elevamos a Aquel que nos las da para que vivamos por ellos, con ellos y para ellos.

Como señalamos antes, nos convertimos en estas ofrendas cuando nos hacemos plenamente conscientes de que la vida y todos sus niveles y dimensiones no nos pertenecen a nosotros sino al Creador. Nos convertimos en este conocimiento cuando verdaderamente podemos diferenciar entre la bendición del Amor de Dios, como Amor en el mundo material, y la maldición como resultado de los deseos e ilusiones materialistas de ego.

Una vez entronizamos Amor como el regente y conductor de todos los aspectos de la vida, el mandato y dominio de ego desaparecen. Dicho de otro modo, tan pronto como nos hacemos conscientes de que cada aspecto y dimensión de lo que llamamos existencia pertenecen al Creador, nos damos cuenta que también pertenecen a Sus caminos y atributos: “(...) y tú no retuviste a tu hijo, tu único, de Mí.” (22:12).

Del mismo modo, al seguir Sus caminos, atributos y Mandamientos, nos regocijamos en el deleite de saber que le pertenecemos a Él. El nombre de Isaac (que quiere decir reiré/me regocijaré) es la experiencia de este conocimiento, tal como lo dice su madre Sara: "El Eterno me ha regocijado; [y] quien lo oiga se reirá por mí [debido a mí]" (21:6). Esta es la enseñanza primordial del significado de la akedá, la ofrenda de Isaac en la que nos regocijamos cuando con nuestro Amor nos compenetramos con el Amor de Dios.

Amor nos hace buenos, íntegros, completos, justos, rectos, totales, intachables, y todo aquello que convierte oscuridad en Luz, negativo en positivo, equivocado en correcto, carencia en abundancia, depresión en satisfacción, odio en solidaridad, indiferencia en cuidado, indolencia en protección, crueldad en generosidad, envidia en compartir, avaricia en plenitud, egoísmo en bondad. Amor es el catalizador, el fuego que transforma maldiciones en bendiciones. Amor es la ofrenda perfecta que nos une con la Fuente de su bondad. De ahí que amemos para estar con el Amor de Dios. Amamos porque Dios nos ama para que compartamos Sus caminos y atributos.

Nuestros padres Abraham e Isaac vivieron esta Verdad trascendental asimilada mediante su entrega incondicional al CreadorEsto es parte esencial de su legado a nosotros, a través del cual asimilamos que somos los elegidos del Creador, precisamente debido a ese legado. Con este también reconocemos que pertenecemos a Él, y que nuestra recompensa es alegrarnos en Su Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad: “Y a través de tus hijos [descendientes] serán bendecidas las todas las naciones del mundo, porque tú has atendido a Mi voz.” (22:18).

Esto es quienes somos y tenemos, la porción que nos hace contentos. Amor es nuestra porción de la Torá que diariamente pedimos a Dios que nos dé, ya que es nuestro sustento y medio de conocer Su Amor en Sus caminos, atributos y Mandamientos: “concédenos nuestra porción en Tu Torá, y haz que nuestros corazones ansíen apegarse a Tus Mandamientos”, porque nuestros Sabios dicen que aquel que estudia la Torá todos los días, “los modos del mundo son suyos [las leyes de la Torá]”. Lo mismo va para Amor porque los modos del mundo son suyosTambién nuestros Sabios dicen que quien estudia la Torá [la instrucción y los caminos de Dios] aumentan la paz en el mundo. De igual manera, Amor aumenta la paz en nosotros y nuestro entorno cuando permitimos que conduzca todas las dimensiones de la vida.

Esto es lo que los demás ven en nosotros cuando nos convertimos en los caminos y atributos de Dios: Abimélej y Pijol su general declararon a Abraham, diciendo 'El Eterno está contigo en todo lo que tú haces'.” (21:22) porque cuando andamos en Sus caminos revelamos Su Presencia en el mundo material. Esta es la razón por la que Dios escogió a Abraham, Isaac y Jacob como los portadores de Su Amor por la humanidad y por toda Su Creación.

Esta realización tiene un tiempo y un espacio que ocupan todas las dimensiones de la vida y de la conciencia. Ese tiempo y ese espacio significan siempre y en todas partes, ya que este conocimiento trasciende la realidad material. Esta es una de las razones de que el Pacto (a través de la circuncisión) que Dios nos ordena lo efectuemos el octavo día después de nacer. En el judaísmo el octavo día simboliza la existencia más allá de tiempo y espacio, libre de toda limitación que podamos concebir.

Seamos siempre conscientes de que elevamos Amor como nuestra Esencia e identidad al Amor de Dios. Ambos Amores se vuelven uno en un tiempo y lugar en la conciencia que también son eternos: “Y Abraham llamó al lugar, El Eterno verá, tal como se dice hasta hoy: En la montaña el Eterno será visto [aparecerá].” (22:14). En este tiempo y lugar eternos en la conciencia, Dios nos verá y lo veremos a Él.

Esto tiene lugar en Jerusalén, en Sión, en el monte del Templo que está en la capital eterna e indivisible de Israel. El tiempo siempre es ahora y el lugar siempre es el Templo de Jerusalén, donde realizamos el pleno conocimiento de nuestra conexión permanente con el Creador. Esta es nuestra completa libertad de las fantasías e ilusiones del mundo material.

domingo, 21 de octubre de 2012

Lej Lejá: Nuestra Identidad Hebrea

Nuestro Patriarca Abraham es la personificación de la relación entre Israel y el Creador. Él es el escogido para el Pacto entre ambas partes, el sello de esta Alianza. Debemos tener esto presente en nuestras mentes, almas y corazones.

Abraham representa la conciencia superior que reconoce la Unidad y Unicidad de Dios, la persona que rechaza toda clase de idolatría como fantasías e ilusiones de ego. Porque sabe que la entera y única realidad es el Creador, Sus caminos, Su voluntad y Sus atributos. Dios elige a Abraham como Israel para sellar el Pacto eterno con el que Israel proclama y manifiesta la Presencia Divina en Su Creación.

Esta es la herencia de Abraham y el legado de Israel para el mundo. Este Pacto determina el destino de Israel en el mundo material, y define nuestra grandeza como el pueblo hebreo: “Y Yo haré de ti una gran Nación, y Yo te bendeciré, y Yo engrandeceré tu nombre, y [tú llegarás a] ser una bendición.” (Genesis 12:2).

Como ya lo señalamos en un comentario anterior en este blog (Lej Lejá: “Las Bendiciones de Nuestra Verdadera Identidad” del 30 de octubre de 2011), esta es la identidad de Israel con la cual asimilamos que Dios es la mayor bendición, porque todas las bendiciones provienen de Él. En este conocimiento Israel es bendecido y se convierte en la bendición de Dios para ser manifestada en el mundo.

Nosotros en nuestra identidad como Israel somos los portadores de la bendición que es revelar la Presencia Divina, para celebrar y regocijarnos en la realización de que Su Amor es nuestra Esencia. Que esta es también nuestra Redención de las ilusiones, espejismos y fantasías que nos separan de Él.

Amor, como la manifestación material del Amor de Dios, de hecho es lo que nos redime porque es el sustento primordial de nuestra vida. Nuestro Amor es la bendición del Amor de Dios. Así nos damos cuenta que Amor no cohabita con nada diferente a sus modos, medios y atributos. Esto quiere decir que las bendiciones no ocupan el mismo tiempo y espacio con maldiciones, porque la bondad de Amor no coexiste con la maldad de la iniquidad. Es así como entendemos las palabras de Dios en este contexto: “Y Yo bendeciré a quienes te bendigan, y maldeciré a quienes te maldigan, y todas las familias de la tierra serán bendecidas en ti.” (12:3).

Bondad, al igual que todas las cualidades, rasgos, aspectos y dimensiones de los modos y atributos de Amor, son la bendición en la que todos somos bendecidos. ¡Qué privilegio y honor ser los portadores de la bendición de revelar la Presencia Divina en el mundo material! Está dicho que “privilegios y honores exigen obligaciones y responsabilidades”, y no debemos necesariamente entenderlos como algo que se nos fuerce a ser y hacer. Simplemente lo asimilamos como una parte esencial de nuestra identidad.

De ese modo fluimos con la bendición en lo que discernimos, pensamos, creemos, sentimos, decimos y hacemos. Este es el legado fundamental de Abraham a nosotros (complementar con nuestro comentario sobre Parshat Lej Lejá: “Caminando ante el Creador” del 10 de octubre de 2010).

La tradición oral hebrea nos cuenta que desde temprana edad Abraham se dio cuenta de la futilidad inherente a los deseos materialistas de ego, derivados de una creencia o sentimiento de carencia en cualquier dimensión de la conciencia. Aprendió que de esa actitud ilusoria ante la vida surgen los ídolos que seguimos y obedecemos, cayendo bajo su dominio y control. Estos nos hacen despreciar e inclusive negar nuestra Esencia y verdadera identidad. En este sentido, el pre-requisito para conocer y abrazar a Dios es el rechazo a las fantasías e ilusiones de ego. Así es como asimilamos lo que la Torá señala como idolatría.

El rechazo total a la idolatría por Abraham lo condujo a reconocer y entender al Creador no sólo como Uno y Único, sino también como total y única realidad por la que debemos vivir como la bendición que es Él para nosotros y Su Creación. Logramos esta realización conociendo Sus caminos y atributos también como nuestros, en lo que somos y hacemos. Este conocimiento es la tierra interior que Él nos da para vivir en ella eternamente: “Porque esta tierra que tú ves, Yo la daré a ti y a tu simiente por toda la eternidad.” (13:15).

Mientras vivimos esta bendición asimilamos su eternidad, porque Dios que la da es el Eterno y por ello no debemos temer al asombro que nos causa en nuestra conciencia. La bendición que es Dios es también nuestro escudo. Este escudo no sólo nos protege de las ilusiones de ego, sino que también es parte de nuestra identidad. Este escudo nos identifica en lo que estamos destinados a hacer en este mundo: “(...) la palabra del Eterno vino a Abram en una visión, diciendo 'No temas, Abram; Yo soy un escudo para ti, [por lo tanto] tu recompensa es excesivamente grande'.” (15:1).

Aquí entendemos esta identidad como nexo con el Creador, porque Sus caminos y atributos son nuestra dirección y destino, para vivirlos y disfrutarlos en este mundo. Como dijimos antes, estos caminos no coexisten con nada diferente a ellos, porque son senderos de bondad, rectitud y justicia. En esta dirección encontramos nuestra abundancia, prosperidad y felicidad excesivamente: “(…) y Él le dijo, 'Yo soy el Dios Altísmo, camina ante Mí y sé íntegro. Y Yo pondré Mi Pacto entre Yo y Tú, y Yo te multiplicaré grandemente'.” (17:1-2).

Este primer diálogo entre Dios y Abraham nos recuerda también eliminar todo aquello que es inútil en nuestra conciencia, lo que no necesitamos en nuestro destino para conocer al Creador y revelar Su Presencia y Gloria en el mundo. Aquello que obstruye nuestro camino para redimirnos de todos los males, a través de los modos y atributos de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad. Eso es lo que representa el prepucio en el cuerpo y en nuestra conciencia: “Y tú circuncidarás la carne de tu prepucio, y será la señal de un Pacto entre Yo y tú. (17:11).

Con esto sellamos nuestro Pacto para procurar, vivir, y deleitarnos en los caminos del Creador: “Pero tú, Israel Mi servidor, Jacob a quien Yo he escogido, la simiente de Abraham, Mi amado, a quien tomé de los confines de la tierra, y de sus nobles Yo te llamé, y Te dije 'Tú eres Mi servidor'; Yo te escogí a ti, y no te desprecié.” (Isaías 41:8-9).

En este conocimiento todas las fantasías, espejismos e ilusiones del mundo material se disipan, porque el Amor de Dios fortalece nuestro Amor para despejarlas todas:

“He aquí que Yo te he puesto como trillo, como rastrillo nuevo lleno de dientes. Trillarás los montes y los harás polvo; y a las colinas dejarás como hojarasca. Los aventarás, el viento se los llevará, y la tempestad los dispersará; pero tú te regocijarás en el Eterno, en el Sagrado de Israel te glorificarás.” (41:15-16).

domingo, 14 de octubre de 2012

Nóaj: Transformando y Construyendo con el Creador

Cada personaje de la Torá representa un aspecto de nuestra conciencia. Sea importante o no tan importante, cada uno refleja un rasgo o cualidad que definen nuestra vida en cada dimensión de nuestra identidad individual y colectiva. Estudiamos la Torá para conocer quiénes somos como humanos y como judíos, a través de los personajes, sus historias y las circunstancias vividas desde la Creación hasta nuestros tiempos.

Decimos esto porque la conciencia que el Creador nos dio abarca una multitud de dimensiones y facetas que integran desde intelecto hasta instintos, incluyendo discernimiento, emociones y sentimientos que se manifiestan mediante pensamientos, palabras y acciones. Esta es la manera en la que descubrimos y comprendemos los elementos o partes que forman nuestra conciencia, los cuales nos conducen a ser y hacer lo que somos y hacemos.

Hay un Adán y una Eva dentro de cada uno de nosotros, al igual que un Jardín del Edén, un Árbol de la Vida, un Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, una serpiente que instiga un sentido o sentimiento de carencia que nos hace desear convertirnos en dioses de nuestra actitud individual ante el mundo material, un Abel y un Caín, y situaciones que reflejan aspectos particulares de nuestra vida.

Mientras leemos el libro que define nuestra identidad como humanos y judíos, debemos discernir sobre cuáles personajes o situaciones influyen más en nosotros, y los menos dominantes en nuestra conciencia y realidad individual. Dios quiere que descubramos nuestra verdadera Esencia e identidad en la Torá que nos dio, al nosotros aprender lo que ella enseña. La Torá nos fue dada como la instrucción mediante la cual nos conducimos en el mundo material, y esto lo hacemos a través de las lecciones que aprendemos de los personajes y situaciones narradas en la Torá. Aprendemos de ellos, de sus modos y atributos, para darnos cuenta de nuestros rasgos individuales que definen lo que somos y hacemos.

En este proceso no sólo aprendemos acerca de nosotros mismos sobre aquellos mencionados en la Torá, sino también los modos y medios con los que Dios se relaciona con Su Creación y con nosotros. En el caso de Nóaj, aprendemos de él nuestro potencial para construir, para transformar, y para destruir. Estos tres potenciales también están representados en los hijos de Nóaj, quien los poseía para transformar su decadente generación (finalmente destruida en el Diluvio) pero optó por no hacerlo.

Nóaj tenía el potencial de construir bajo la voluntad de Dios para empezar un nuevo mundo con una nueva humanidad, convertido en un socio activo del Creador al andar en Sus caminos: “Nóaj fue en sus generaciones un hombre justo e íntegro, Nóaj caminó con el Eterno.” (Génesis 6:9) y en este conocimiento encontramos gracia en el Creador: “Nóaj halló gracia en los ojos del Eterno.” (6:8)

En verdad somos bendecidos mientras vivimos en los caminos de Dios, y nuestra vida se llena de gracia cuando nos hacemos conscientes de que Él es la bendición. Nóaj también tenía el potencial de destruir, y cayó en la desgracia de fantasías e ilusiones negativas derivadas de los deseos materialistas de ego. Caemos con facilidad en el reino de fantasías materialistas cuando nos emborrachamos con deseos de ego y quedamos atrapados en sus ilusiones. Estos son los ídolos en los que nos convertimos cuando abandonamos los modos, medios y atributos de Amor.

Esto ocurre cuando permitimos que las ilusiones de ego manejen todos los niveles de la conciencia, en vez de permitir que los modos de Amor guíen y dirijan todos los aspectos de nuestras vida (ver en este blog nuestro comentario sobre la Parshat Nóaj: “Idolatría como corrupción, Amor como vidadel 2 de octubre de 2010).

Seamos conscientes de que hay un Adán, una Eva, un Caín, un Abel, al igual que un Nóaj en nuestro discernimiento, pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Para nosotros lo que se trata es de elegir sus potenciales positivos para transformar y construir todos los aspectos de la vida bajo la inspiración y conducción de Amor como la manifestación material del Amor de Dios para nosotros y Su Creación.

Nuestros Sabios enseñan que Nóaj era el nuevo padre de la humanidad en un nuevo mundo, todos dirigidos a convertirnos en socios de los planes de Dios para Su Creación. Esto es realmente Su voluntad y nuestro destino, el cual comienza revelando Su Presencia en y alrededor de nosotros. Es así como construimos un espacio para que Él habite en nuestro mundo material. Comenzamos a hacerlo removiendo aquello que no es necesario en todos los niveles de la conciencia, a lo que la Torá se refiere como los ídolos que representan los aspectos negativos de creencias, ideas, ideologías, pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Estos son los potenciales destructivos que todos tenemos en la conciencia. Los removemos o transformamos a través del libre albedrío, cuando vivimos las bendiciones y la bondad de los atributos de Amor, y también las maldiciones e iniquidades de los deseos negativos de ego.

Reiteramos una vez más que la maldad es sólo una referencia para que elijamos Amor, y no una opción para vivir bajo el dominio de fantasías e ilusiones negativas. Las falsas creencias y sentimientos de carencia son los que nos hacen creer que la única manera de sentirnos completos es convirtiéndonos en dioses de nuestras propias vidas. En este viaje de ego negamos todo lo que potencialmente pueda estar fuera de nuestro control.

Los “fanáticos del control” son los que mejor personifican la dictadura de ego en nuestra conciencia, porque no pueden concebir nada que esté fuera de su control. Los fundamentalistas, fascistas, nazis, y promotores del totalitarismo son todos fanáticos del control. Este tipo de actitud ante la vida busca sustraer, restringir, reducir, y limitar lo que Dios creó como exactamente todo lo contrario en la conciencia humana. Dios nos creó con libertad en Su Creación, donde no hay límites excepto aquellos que nos imponemos cuando discernimos, pensamos, sentimos, y experimentamos (ver en este blog nuestro comentario sobre Nóaj: “La Vida como Diversidaddel 23 de octubre de 2011).

Tengamos en cuenta que todo lo que creemos o sentimos que carecemos en lo que somos, tenemos y hacemos son las limitaciones que nos imponemos en la conciencia. Todas ellas son los falsos dioses e ídolos que seguimos y creemos. Ellas son las fantasías e ilusiones que debemos remover con el propósito de despejar el espacio y tiempo infinitos donde la eterna abundancia del Creador quiere morar dentro de nosotros.

Aprendemos de la Torá que Dios nos creó a Su imagen y semejanza, lo cual significa que tenemos los potenciales para vivir en la bondad de Su Amor que nosotros encontramos, vivimos, nos regocijamos y deleitamos en los modos y atributos de Amor en nuestra conciencia.

La Torá es la instrucción de Dios para nosotros con el fin de hacernos conscientes de nuestro libre albedrío y libertad de elegir los potenciales para transformar y construir con el Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad, y Amor como su manifestación material destinada a conducir todos los aspectos y dimensiones de la vida. Descubramos y abracemos lo bueno y los potenciales positivos que simbolizan los personajes y episodios que la Torá nos presenta, para que definamos, formemos y manifestemos nuestra identidad judía, y nuestro nexo permanente con el Creador.

domingo, 7 de octubre de 2012

Bereshit: La Luz es Buena

Y vio el Eterno que la Luz era buena, y el Eterno separó entre la Luz y entre la oscuridad” (Génesis 1:4). Luz es el principio y la referencia de la Creación de Dios, porque a través de la Luz percibimos, concebimos, comprendemos y asimilamos cada rasgo, dimensión y aspecto de la Creación. En la ausencia de Luz simplemente no podemos vivir en lo que es real y verdadero dentro y fuera de nosotros. La Luz como metáfora nos revela la naturaleza de la oscuridad, de aquello que oculta la Luz. En este sentido todo realmente es Luz, la cual percibimos ya sea totalmente revelada u ocultada en las tinieblas. De ahí que dependa de nosotros revelar la Luz, y esa elección es de hecho la principal que nos enseña el Creador cuando leemos en la Torá cómo Él hizo Su Creación.

Luz es la primera lección que Él quiere que aprendamos y abracemos como el principio fundamental que debemos incorporar en todas las dimensiones de la conciencia. Esto lo decimos porque, como hemos indicado, está claro que la Luz es el principio y la referencia para revelar y descubrir la Esencia real de la Creación de Dios, la cual nos incluye a cada uno de nosotrosLa Luz se revela y nos conduce al entendimiento, la sabiduría y el conocimiento, guiando nuestro discernimiento hacia “aclarar” algo con el fin “esclarecer” su razón y propósito en la vida. Es así como comprendemos que la Luz es buena, porque es el fundamento para establecer la diferencia entre lo bueno y aquello que lo oculta, lo niega, lo rechaza y hasta lo combate. Así entendemos la Luz ante la oscuridad.

La Luz como discernimiento se convierte en la premisa y referencia para distinguir entre lo claro como positivo, y lo oscuro como negativo: “La Luz iluminará tus caminos” (Job 22:28). Visto de manera práctica, la Luz de hecho es la Verdad que estamos destinados a perseguir y entronizar en todos los aspectos de la conciencia, y esta Verdad es lo que el Creador nos enseña a procurar como la referencia y la elección que estamos destinados a realizar.

En este sentido la Luz es la razón de la Creación de Dios, y es el propósito de la vida porque la Luz es la bendición de la vida. Estamos bendecidos cuando la Luz está en nosotros, con nosotros y para nosotrosSeamos plenamente conscientes de que la Luz es el principal y máximo Principio de la Creación de Dios, el cual precede al resto de Su Creación. Dios nos creó a partir de Su Luz para enseñarnos que somos Luz para ser la Luz y vivir en la Luz, y que la única razón de la oscuridad es para que nos hagamos conscientes de lo que es la Luz.

El Amor de Dios nos creó con libre albedrío, el cual requiere algo distinto a la Luz para poder reconocerla y apreciarla. Esto es lo que damos a entender cuando decimos que la oscuridad, la maldad y la negatividad son referencias y no opciones, porque la verdadera opción es la Luz como lo bueno y lo positivo. De ahí que haga perfecto sentido que Dios llamara buena a la Luz, e igualmente hace perfecto sentido para nosotros procurar la Luz como lo bueno que también vemos y vivimos en los modos y atributos de Amor, ya que todos ellos están contenidos en la bondad de la Luz de Dios, la cual es Amor de Dios en su forma Divina abstracta.

Mientras Dios realiza Su Creación aprendemos cómo se relaciona con ella, y esto define para nosotros Sus modos y atributos que debemos abrazar en nuestra conciencia. Esto es lo que significa haber sido creados a Su imagen y semejanza, porque estas son las maneras en las que Él se revela a nosotros. Por lo tanto nuestra Esencia e identidad están definidas como la imagen y semejanza que el Creador menciona dos veces en la Torá: “Y el Eterno dijo, 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza' (…) Y el Eterno creó al hombre en Su imagen; en la imagen del Eterno, Él lo creó; hombre y mujer Él los creó.” (Génesis 1:26-27).

Esto es dulcemente reafirmado cuando Él infunde Su propia Esencia, Su aliento, dentro de nosotros: “Y el Eterno formó al hombre de polvo de la tierra, y Él exhaló en los orificios de su nariz el alma de vida, y el hombre se convirtió en un alma viviente.” (2:7), porque Dios es la Fuente de toda vida, y esta es nuestra mayor bendición porque Dios es la bendición: “Y el Eterno los bendijo, y el Eterno les dijo, 'Creced y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla (...)” (1:28).

Este Mandamiento nos revela que, como Sus criaturas dotadas con vida proveniente de Él, también estamos dotados para generar vida; entonces el propósito de la vida es crear vida y expandirlaA través de la vida llenamos la tierra como el campo de la realidad material que también estamos encomendados a someter en todos sus aspectos y manifestaciones. Seamos conscientes de que el mundo material tiene cualidades particulares que lo distinguen de las otras dimensiones de la Creación.

Dios creó el mundo material con reglas diferentes de los mundos no materiales, y bajo esas reglas estamos instados a llenar la tierra y someterla. En un sentido más profundo, estamos ligados a las fuerzas de la naturaleza y a niveles de conciencia que abarcan intelecto, mente, pensamiento, emociones, sentimientos, pasión es instinto, los cuales estamos comandados y destinados a someter con el propósito de vivir bajo la conducción del Creador: “Entonces el Eterno Dios tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para trabajarlo y cuidarlo.” (2:15). La vida humana tiene un propósito Divino, hacia el que tenemos que trabajar para cumplirlo (ver en este blog nuestros comentarios sobre la parshat Bereshit: “¡Hágase la Luz!” del 26 de septiembre de 2010 y “En el Principio” del 16 de octubre de 2011).

Y el Eterno vio todo lo que Él había hecho, y he aquí que era muy bueno, y fue noche y fue día, el sexto día.” (1:31). La vida al igual que toda la Creación es ciertamente muy buena, y por ello tenemos que cuidarla y protegerla. Lo bueno es algo en lo que tenemos que trabajar y proteger. En este contexto, el Jardín del Edén representa las “muy buenas” cualidades de la vida en nuestra conciencia, que debemos construir y cuidar como lo bueno de la Luz revelado a nosotros en el mundo material. Leemos esta primera porción de la Torá y en sus versículos vemos lo bueno de Dios y lo bueno de Sus obras.

Nos damos cuenta que la causa de la Creación de Dios es bondad en aras de la bondad, como manifestación del Amor de Dios en aras del Amor. Esta es la identidad que Dios creó para nosotros con el fin de ser buenos para honrar el hecho que seamos Su imagen y semejanzaDios nos dice en Su Torá que provenimos de Él, de Su Luz, de Su Amor, y de Su Esencia que infundió en nosotros para hacernos vivir y conocer lo buena que es Su Creación. Esto es lo que somos, y lo que estamos destinados a vivir y a realizar. El Amor de Dios tiene un propósito, y Amor como su manifestación material también tiene un propósito que es conocer a Dios y revelar Su Presencia ocultada en la oscuridad que estamos comandados a disipar con la Luz de la que estamos hechos.

En vez de caer bajo la ilusiones de la oscuridad y permanecer atrapados en ellas, despertemos al conocimiento de Luz y Amor como muestra verdadera Esencia e identidad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.