domingo, 24 de febrero de 2013

Ki Tisá: El Amor de Dios

El principio en la relación de Israel y Dios es Amor. Este principio lo proclamamos dos veces al día antes y después de decir “Escucha [¡entiende!] Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno [y Único]” porque ello define nuestra identidad. Lo que somos, tenemos y hacemos se fundamenta en esta relación, ya que reconocemos que lo que somos y tenemos proviene del Creador, incluyendo Amor como nuestro nexo común con Él. Ser contados por Él revela lo preciosos que somos para Él.

Mientras estemos unidos a Él, tomando lo que somos y tenemos para Él, nada negativo podría pasarnos entre las ilusiones del mundo material. En este contexto comprendemos el comienzo de esta porción.

“Cuando cuentes (ki tisá) la cabeza [la suma total] de los hijos de Israel según sus números, cada uno ofrendará para el Eterno una expiación de su alma cuando sean contados; entonces no habrá plaga entre ellos cuando sean contados” (Éxodo 30:12)

Debemos ser conscientes de que desde el momento en que Dios nos eligió como sus socios para Su Plan Divino, nuestro nexo con Él es permanente. Esta asociación, como indicamos antes, se fundamenta en Amor porque el Amor de Dios la hace posible. En este sentido nuestro deber es conocer al Creador en todos Sus caminos, revelados a nosotros por Él en la Torá.

Una vez adoptemos Sus caminos y atributos, no sólo como nuestras normas y propósito sino como nuestra identidad judía, cumpliremos nuestra asociación con Él. Esto da sentido a “Conócelo en todos tus caminos” (Proverbios 3:6) porque se trata de estar siempre conscientes de nuestro nexo con Él.

Este principio se cumple en el Santuario que Dios quiere que construyamos para que Él habite entre nosotros. Aunque cronológicamente el Santuario se presenta después de la transgresión del Becerro de Oro, la Torá lo menciona antes porque previo a cualquier transgresión que podamos cometer, ya existe un lugar en nuestra conciencia donde estamos permanentemente unidos a Dios. Pertenecemos a una casa que Él ya ha establecido, y esta casa es Su Amor por nosotros.

El principio al que nos hemos estado refiriendo se trata de elegir vivir y disfrutar plenamente nuestra conexión con Dios como un hecho concreto. Es un hecho porque Él nos lo está diciendo. Por lo tanto no es un hecho de fe y ni siquiera de confianza, porque se trata de la verdad. La Torá y nuestra historia lo comprueban, y sabemos que es verdad porque lo hemos vivido como experiencia. ¿Cómo podemos negar el Amor de Dios? ¿Cómo podemos negar Amor como lo mejor que somos y tenemos? Únicamente creando una ilusión de negación eligiendo vivir en falsos sentimientos y creencias de carencia instigados por ego.

Estos sentimientos y creencias construyen el Becerro de Oro y demás ídolos a los que damos fuerza y poder para reforzar la ilusión de separación de Amor como manifestación material del Amor de Dios. Nuestros Sabios dicen que la transgresión en el Jardín del Edén fue repetida con el Becerro de Oro. Cuando adoptamos la falsa creencia de que Dios no es suficiente, que Su Creación no es suficiente y que nada es suficiente, caemos por transgredir el hecho concreto de que Dios es suficiente, y que nosotros también somos suficientes porque provenimos de Él. Así comprendemos el siguiente versículo.

“El rico no dará más y el pobre no dará menos de medio shékel cuando den la ofrenda al Eterno para expiar por sus almas.” (Éxodo 30:15)

Tenemos que elevar nuestra conciencia al conocimiento de que en nuestro nexo con Dios somos y tenemos todo lo que hay que vivir y manifestar. El Amor de Dios restablece nuestra conexión con Él cuando nos damos cuenta de esto. Él expía por nuestras almas, ya que al quedar atrapados en las ilusiones de grandeza, autosuficiencia y avaricia de ego, la única salida de ellas es retornando a la Verdad.

Esta Verdad expía por nuestras decisiones equivocadas. Nuestra expiación y retorno al Creador acontecen cuando nos damos cuenta de Sus caminos y atributos, y los adoptamos.

“Y el Eterno pasó por delante de él [Moisés], y proclamó: 'El Eterno, el Eterno, Dios de bondad, compasión y gracia, paciente, y abundante en amorosa bondad y [abundante] en verdad; preserva amorosa bondad por miles de generaciones, perdona iniquidad y rebelión y transgresión; [aunque] y ello no exime [al transgresor] de su culpa; que ve [cómo] la iniquidad de los padres [recae] sobre los hijos, y sobre los hijos de sus hijos hasta la tercera y la cuarta generación'.” (34:6-7)

¿Deberíamos explicar todavía más estos modos y atributos? Simplemente digamos cómo los llamamos aquí en nuestro blog: Amor de Dios. Todo proviene de Él y es sustentado por Él, y ese es el más grande Amor de todo. Lo contrario a esto es nuestra ilusión de mejor creer en nuestros sentimientos de carencia provenientes del deseo de ego de ser su propio dios.

Estos sentimientos y creencias de carencia son las “naciones” que nos incitan a la codicia, la lujuria, la envidia y caer atrapados en su indolencia, indiferencia y negatividad.

Cuídate de hacer alianza con el habitante de la tierra hacia donde vienes, porque se convertirá en un tropezadero en medio de ti. Mas derribaréis sus altares, destruiréis sus monumentos, y cortaréis sus árboles sagrados. Porque no te inclinarás ante otro dios, porque el Eterno, cuyo nombre es “el Exclusivo”, es un Dios celoso, exclusivo'.” (34:12-14)

De la misma manera, los modos de Amor excluyen todo aquello diferente u opuesto a sus cualidades y atributos.

“No te harás dioses fundidos para ti.” (34:17)

Estamos destinados a conocer a nuestro Creador, de quien procede todo lo que existe. Estamos instados a conocer nuestra Esencia y verdadera identidad. No podemos conformarnos con menos y vivir en las fantasías e ilusiones de una falsa realidad construida por la agenda de ego.

Debemos adoptar una actitud existencial ante la vida y el mundo material, y cuestionarnos las preguntas trascendentales de quiénes somos, de dónde venimos, y adónde vamos. Como judíos tenemos todas las respuestas en la Torá, la cual define nuestra identidad y delinea nuestro propósito como socios del Creador en Su Creación.

No debemos conformarnos con menos. Nuestra porción y verdad es Amor como nuestro nexo común con Dios. Eso es lo que somos y tenemos, y es más que suficiente.

domingo, 17 de febrero de 2013

Tetzavé: Realizando Nuestro Nexo con el Creador

Una de las definiciones del Tabernáculo o Santuario [Templo de Jerusalén], además de ser una ubicación geográfica específica en la tierra de Israel, es un tiempo y espacio en nuestra conciencia en los que estamos unidos permanentemente con el Creador.

El Profeta nos los recuerda.

“Así dijo Dios el Eterno: 'Porque Yo los envié lejos entre las naciones, y porque los dispersé a través de tierras, Yo también soy para ellos un pequeño Santuario en tierras adonde ellos [los hijos de Israel] han ido'.” (Ezequiel 11:16)

Hay un Templo en el más alto nivel de la conciencia, y también un Sumo Sacerdote que realiza esta conexión. Este lugar en la conciencia indica lo que procuramos.

“Porque Tú, oh Eterno, eres mi refugio, en lo más elevado Tu has establecido Tu morada” (Salmos 91:9)

El Rey David se refiere a Sión/Jerusalén en muchos de sus salmos para expandir nuestro conocimiento de lo que significa estar cerca de Dios. ¿Qué tipo de lugar en nuestra conciencia es aquel que Él más desea para que Él y nosotros estemos juntos? Hemos repetido con frecuencia que Amor es nuestro nexo común con Él, y estos versículos lo reafirman.

“Porque el Eterno ha escogido a Jerusalén, Él la ha deseado para Su morada: 'Esta es Mi morada para siempre. Aquí viviré, porque Yo la he deseado'.” (132:13-14)

Tetzavé destaca el Mandamiento como conexión con ese medio llamado Santuario, que también es el tiempo y espacio que compartimos con Sión/Jerusalén, al que se refiere David en sus salmos de alabanza. Es el nexo donde el Santuario y el Sumo Sacerdote son uno solo. Ambos inclusive comparten los materiales de los tejidos de sus mantos, que los hijos de Israel traen como ofrendas tomadas de su corazón para el Creador.

Recurramos a las alabanzas de David para alcanzar un mayor conocimiento de esta conexión.

“Glorifica al Eterno, oh Jerusalén, alaba a tu Dios, oh Sión. Porque Él ha reforzado los cerrojos de tus portales. Él ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Él ha hecho paz dentro de tus muros. Él te sacia del mejor de los trigos (...)” (147:12-14)

Debemos ser conscientes de que emanamos del Amor de Dios. En este verdaderamente vivimos a plenitud lo bueno que es Él, y lo bueno que Él quiere para nosotros, siempre que elijamos estar cerca de Él. Su Amor es nuestro sustento como la bendición que Él es y de donde provienen todas las bendiciones

“Su provisión [la de Sión/Jerusalén] Yo bendigo con abundancia, a sus necesitados Yo los sacio con pan, y a sus sacerdotes Yo los visto con Redención; y sus piadosos cantarán con voz alta.” (132:15-16)

En el Amor de Dios es donde todos queremos vivir.

“¡Mi Dios es mi roca [sobre la que me recuesto y apoyo], en Él tomo refugio; mi escudo [protector], y el shofar de mi Redención; mi torre elevada, y mi refugio! ¡Mi Redentor que me salva de la violencia!” (2 Samuel 22:3)

Así nos lejamos del malestar derivado de las fantasías e ilusiones de ego, de las que tratamos de escapar.

“Acontecerá que quien llame en el Nombre del Eterno será redimido. Porque en el monte Sión y en Jerusalén habrán aquellos que escapan, como ha dicho el Eterno, y entre el remanente de aquellos que llaman al Eterno.” (Joel 2:32)

En este conocimiento nos damos cuenta que Amor es nuestro nexo permanente con el Amor de Dios.

“El Eterno tu Dios está en medio de ti, Uno poderoso que redimirá. Él se regocijará en ti [Sión/Jerusalén] con alegría. Él te confortará con Su Amor. Él se alegrará en ti con cánticos.” (Sofonías 3:17)

Una vez más reiteramos que el Sumo Sacerdote es el mayor nivel de conciencia, lejos de las cadenas que nos atan en el cautiverio de las fantasías e ilusiones de ego. El Sumo Sacerdote tiene el poder de convocar y unir los demás niveles y dimensiones, representados por los diferentes materiales de sus vestiduras.

Este máximo nivel de conciencia está destinado a integrar y armonizar cualidades y rasgos opuestos que forman parte de lo que somos. El propósito no es reprimir o acallar los niveles inferiores de la conciencia, sino de conducirlos en los caminos y atributos del Creador, de los cuales provienen los modos y atributos de Amor. Al lograr esta formidable tarea también realizamos nuestra conexión con el Creador.

De la misma manera el Amor de Dios integra y une la diversidad de Su Creación. Él no espera menos de nosotros. Con nuestras opciones y decisiones determinamos nuestras vidas y el mundo donde vivimos. De ahí que dependa de nosotros corregir lo que hemos alterado. Ver en este blog nuestro comentario sobre Tetzaveh: “Viviendo Nuestra Unidad con el Amor de Dios” del 26 de febrero de 2012.

Nuestra capacidad de armonizar cada parte que define nuestra conciencia es también el medio para encontrarnos con el Creador. Él es nuestro Dios que nos encomienda no tener dioses de otros ante Su Presencia. Esto quiere decir que tenemos que venir a Él en Sus caminos y atributos, y en nada diferente.

“Porque en Mi Monte Sagrado, la montaña elevada de Israel, declara el Eterno que reina, ahí en la [esa] tierra toda la casa de Israel Me servirá, y Yo los aceptaré. Ahí Yo requeriré vuestras ofrendas y vuestras primicias, junto con todos vuestros sacrificios sagrados.” (Ezequiel 20:40)

Nuestras primicias son lo mejor que podemos hacer de cada parte de nosotros, bajas o altas, con el fin de consagrarlas a Su voluntad.

El salmista también se refiere a esta tarea.

“Alabad al Eterno desde la tierra, monstruos marinos, y todos [los que viven en] los abismos. Fuego y granizo, nieve y vapor, viento tempestuoso, que cumplen Su palabra. Montañas y todas las colinas, árboles frutales y todos los cedros. Bestias y todo ganando, reptiles y pájaros alados. Reyes de la tierra y todas las naciones, príncipes y todos los jueces de la tierra. Adolescentes y doncellas, ancianos y niños. Que alaben ellos el Nombre del Eterno, porque Su Nombre solo es exaltado. Su Gloria está sobre la Tierra y el Cielo” (Salmos 148:7-13)

Ya hemos dicho que Su gloria es Su Amor.

La ausencia física del Templo urgió a nuestros Sabios a instituir los tres rezos diarios en lugar de las ofrendas cotidianas. Orando es como nos compenetramos con Dios por casi dos mil años.

Nuestros Sabios sabían que la Presencia Divina está con nosotros como un pequeño Santuario (ver al inicio la cita de Ezequiel 11:6) dentro de cada uno de nosotros, y los rezos se convierten en los sacrificios que traemos a Él. En ellos estamos unidos en nuestro Amor a Él.

“(...) porque Él es bueno, porque Él es grato, merece alabanza. El Eterno es el reconstructor de Jerusalén. Él recogerá a los dispersos de Israel. Sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas.” (Salmos 147:1-3)

Tetzavé termina con la consagración del incienso, que nuestros Sabios destacan como la culminación de nuestra compenetración con el Creador.

“Y Aarón hará incienso (...) incienso continuo ante el Eterno por [todas] vuestras generaciones.” (Éxodo 30:7-8)

Diariamente suplicamos al Creador que restaure Su Presencia en Sión, una y otra vez.

“Tú eres nuestro Dios, Tú eres nuestro Amo, Tú eres nuestro Redentor. Tú nos salvarás. Tú Te levantarás y Te compadecerás de Sión, pues es hora de ser compasivo con ella. Ha llegado el momento señalado.” (Salmos 102:14)

Y nuestros Sabios inmediatamente agregan en los rezos.

“Tú eres el Eterno nuestro Dios y Dios de nuestros padres, ante quien nuestros antepasados quemaban la ofrenda de incienso”.

Porque en nuestra unión con el Creador estamos redimidos.

domingo, 10 de febrero de 2013

Terumá: Construyendo una Casa para el Creador

¿Cómo construimos una casa para que Dios viva en nosotros? Nuestros Sabios nos dicen que las referencias sobre la Casa de Dios en la Torá son la montaña que Él le mostró a Abraham, el campo donde oró Isaac, y la piedra donde Jacob tuvo el sueño de la escalinata. Estos son lugares físicos que representan tres maneras de acercanos al Creador.

Uno de los significados de terumá es ofrenda, y aprendemos que el preludio para construir Su casa es lo que tenemos para ofrecer, según lo que nuestro corazón nos motive a dar para ese propósito. Vemos varios elementos en ese proceso. No podemos dar lo que no tenemos, ni podemos ser lo que no somos.

En este sentido lo que tenemos es lo que somos, de ahí que demos de acuerdo a lo que abarca nuestra identidad. A menudo citamos a nuestros Sabios cuando se preguntan, “¿Quién es rico?” y responden “Aquel que es feliz con su porción”.

Ellos se refieren a “porción” o “lote” en diversos niveles que van desde posesiones materiales y bienestar personal hasta plenitud espiritual. Otros llaman a esa porción la relación de cada individuo con Dios. De ahí que nuestra felicidad dependa de nuestra relación con Él, especialmente sabiendo que todo lo que somos y poseemos proviene de Él. Por lo tanto nuestra felicidad depende de nuestra relación con Él.

Es así como asimilamos que lo que ofrecemos a Dios para construir una casa para Él, como el tiempo y espacio de nuestra conexión con Él, proviene de cuán ricos o pobres seamos en nuestra relación con Él. Dicho de otro modo, entre más lo amamos más cerca estamos de Él. Así nos damos cuenta que Amor es nuestra porción.

También así entendemos lo que significa “(...) de cada hombre cuyo corazón le motive a tomar Mi ofrenda” (Éxodo 25:2) y seamos conscientes de que esta ofrenda es tomada y no dada a Dios.

Habla a los hijos de hijos de Israel, que tomen para Mí una ofrenda (…)” (25:2)

La idea detrás de tomar y no dar nos conduce a saber que lo que somos y tenemos proviene de Dios, de ahí que tomemos de lo que Él nos da con el fin de entregarlo a Él.

No se trata de un juego de “toma y dame” sino de elevar el conocimiento de nuestra relación y nexo con el Creador. Tomamos nuestro Amor para estar cerca de Su Amor. Es otra manera de decir que Amor es nuestro nexo común con Dios. Es la manera de darnos cuenta que nuestra porción es Amor como lo que recibimos de Dios para unirnos a Él.

Dijimos arriba que hay varios elementos vinculados a este conocimiento. Amor primero como nuestra identidad y más valiosa posesión, luego la intención que nos motiva a construir nuestra conexión permanente con Dios, y finalmente los niveles y dimensiones de nuestra conciencia material integrados en lo que somos.

Abraham es la montaña, Isaac el campo, y Jacob la piedra con los que construimos la Casa de Dios, para que Él pueda habitar entre (en) nosotros. Una montaña representa la magnitud de una concepción o creencia. Un campo representa la manera como adoptamos una concepción o creencia. Una piedra representa la conexión permanente entre la concepción o creencia y quien la tiene.

Los niveles y dimensiones a los que nos referimos son los aspectos y cualidades de la conciencia, incluyendo discernimiento, pensamiento, emociones, sentimientos e instintos, sumados a cualidades, talentos y destrezas individuales.

Como mencionamos anteriormente (ver nuestros comentarios sobre la parshat Terumá: “Elevando la Vida al Amor de Dios” del 30 de enero de 2011 y “El Santuario como Conexión con el Amor de Dios” del 19 de febrero de 2012 en este blog), todos estos son los elementos requeridos por Dios para construir nuestro nexo permanente con Él, representados por el oro, la plata, el cobre, el lino, el aceite de oliva, la madera de acacia, etc.

El mensaje es que no hay nada superior o inferior en ninguno de esos elementos, ya que todos son parte de cómo Dios nos creó. No tiene por qué haber juicios respecto a cómo son porque todos sirven el propósito común en la motivación de estar cerca de nuestro Creador.

También mencionamos que nuestros Sabios relacionan el cobre (de menor valor comparado con la plata y el oro) con los aspectos inferiores de la conciencia esenciales para sostener el Tabernáculo.

“Todos los instrumentos del Tabernáculo en todo lo que sirven, y todos los clavos de aquel, y todos los clavos del tendido serán de cobre” (27:19)

Entonces tenemos que valorar y apreciar aún más los aspectos inferiores de la conciencia porque sobre ellos sostenemos y afianzamos Amor como la casa que construimos para que el Amor de Dios habite en nosotros.

De ahí que tenemos que aplicar el poder y la fuerza motriz del ego, las pasiones e instintos en nuestras emociones, sentimientos y pensamientos hacia la manera como vivimos Amor como nuestra verdadera identidad. Amor como lo que somos, tenemos y hacemos, y como nuestra más valiosa posesión.

Amor también es la fuerza abarcadora e integradora en nuestra conciencia para construir la casa como el nexo permanente con el Amor de Dios. En la Torá Él nos muestra los caminos, los medios y los atributos para lograr ese propósito. La Torá es también el lugar de encuentro como conexión.

“Y en el Arca tú pondrás el Testimonio [la Torá] que Yo te daré. Y ahí Yo me encontraré contigo, y Yo hablaré contigo desde encima de la tapa del Arca, de entre los dos querubines que están sobre el Arca del Testimonio, de todas las cosas que Yo te daré en mandamiento para los hijos de Israel.” (25:21-22)

Construimos una casa para Dios con lo que Él ya nos ha dado. Amor como la manifestación material del Amor de Dios es la porción que sustenta nuestra vida. De esta porción tomamos para revelar Su Presencia entre nosotros, en nosotros, y en el mundo material. Podremos revelar Su Presencia al remover los aspectos negativos de la conciencia a través de los modos y atributos de Amor.

Dichosos son aquellos que residen en Tu Casa, ellos te alabarán eternamente. Dichoso el pueblo cuyo destino es este, dichoso es el pueblo cuyo Dios es el Eterno” (Salmos 84:4, 144:15), “¡Dichosos son aquellos que Tú has elegido [los hijos de Israel] y traído cerca para vivir en Tus patios! Nos llenamos con las cosas buenas de Tu Casa, de tu Sagrado Templo” (65:4).

domingo, 3 de febrero de 2013

Mishpatim: Aprendiendo a Vivir en el Amor de Dios

Las fantasías e ilusiones de ego corresponden a la idolatría, como los modos y atributos de Amor corresponden a la libertad real. En este sentido la idolatría es lo opuesto a la libertad. Mientras nos postremos a lo que restringe nuestra libertad estaremos atrapados en ello. Lo podemos llamar una actitud negativa ante la vida, adicciones, malos hábitos o bajas pasiones, derivados de una falsa creencia o sentimiento de carencia. Estos son los “falsos dioses” de las “naciones” que estamos encomendados a rechazar, subyugar, conquistar y destruir: “No te postrarás ante sus dioses, y no los adorarás, y no harás como ellos, sino que los destruirás y derrumbarás sus altares” (Éxodo 23:24) esto como parte de una anterior advertencia sobre esto: “Concerniente a todo lo que Yo te he dicho, estarás atento, y los nombres de los dioses de otros tú no mencionarás; no se oirá de tu boca” (23:13)

Esta porción de la Torá contiene varias leyes como Mandamientos precedidos por advertencias contra la idolatría (al final de la porción inmediatamente anterior), y seguidas por advertencias similares como indicamos arriba. Hemos dicho que uno de los mensajes fundamentales de la Torá es la condena de la idolatría como el mayor obstáculo para vivir una conciencia superior dirigida a conectarnos permanentemente con nuestro Creador. Esto lo vemos de principio a fin en la Torá. Desde la transgresión en el Jardín del Edén, considerada como una “caída” en los deseos, fantasías e ilusiones de ego (representados por la seducción de la serpiente a Eva). La idolatría de ego en torno a su actitud centrada en sí mismo como lo vivió la generación del Diluvio. Más engrandecimiento de la concepción egocéntrica de ser su propio dios en la generación de la Torre de Babel. Más idolatría en los tiempos de Abraham, más egolatría con el faraón en Egipto, el Becerro de Oro, y demás variaciones idolátricas en nuestros tiempos.

Debemos aprender de nuestra destreza en materia de control egocéntrico, tanto en nuestras vidas individuales como en la cultura, modas, ideologías, creencias, patrones de comportamiento, obsesiones, hábitos y adicciones. Tenemos que conocer a fondo los falsos dioses que veneramos, y los ídolos a los que servimos. En este proceso podemos diferenciar entre las fantasías e ilusiones producto de nuestra propia invención a partir de un sentimiento de carencia. Hemos señalado muchas veces que el “pecado” en el Jardín del Edén fue el resultado de una falsa creencia derivada del deseo de ego de convertirse en su propio dios. Una vez sepamos el origen real de nuestras fantasías e ilusiones, reconoceremos que Amor, como manifestación material del Amor de Dios, es nuestra Esencia e identidad. Cuando asimilemos que sin Amor estamos muertos en los espejismos de las ilusiones de ego, podremos retornar a lo que es verdaderamente real.

Es por ello que la Torá nos instruye que hay leyes que nos hacen entender los Diez Mandamientos entregados en la pasada porción. Tenemos que reiterar que los modos y atributos de Amor contienen sus fundamentos éticos. Amor no es tal sin sus principios y valores. Hay una manera de amar y esta se aplica universalmente a quienes afirman amar. Así es como rechazamos y condenamos a quienes pretenden no ser juzgados, alegando que obedecían órdenes cuando asesinaban gente inocente. Son los mismos que, apoyándose en ideologías nefastas, odian, instigan y perpetran masacres, con el cinismo de ampararse en su amor por la patria, por sus cónyuges y por sus hijos. Así entendemos que sus malvadas ideologías, creencias destructivas y sentimientos negativos son los dioses e ídolos que veneran, y en los que terminan convertidos. Ver nuestros comentarios sobre la parshat Mishpatim: “Las Leyes del Amor de Dios” del 23 de enero de 2011, y “Las Leyes de la Torá como Amor de Dios” del 12 de febrero de 2012 en este blog.

El Rey David nos abre los ojos para despertar de las invenciones de ego: “Ellos [ídolos] tienen manos, mas no pueden tocar. Tienen piés, más no pueden caminar, ni tampoco hablar por su garganta. Aquellos que hacen ídolos terminan convirtiéndose en estos” (Salmos 115:7-8), y nuestros Profetas lo reafirman: “¿Qué valor tiene un ídolo, si un hombre lo ha tallado? ¿O una imagen que enseña mentiras? Porque el que los hace confía en su propia invención (...)” (Habacuc 2:18), “Aquellos que hacen ídolos son nada, y las cosas que atesoran no valen nada. Aquellos que hablasen por estos están ciegos; son ignorantes, [sirven] a su propia vergüenza” (Isaías 44:9) La lección de la idolatría es para hacernos retornar a la verdadera realidad que es Dios: “Mas al Eterno vuestro Dios serviréis, y Él bendecirá tu pan y agua, y Yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti” (Éxodo 23:25) porque Él es la bendición de donde provienen todas las bendiciones: “No habrá mujer que aborte ni [ninguna] estéril en tu tierra; y Yo colmaré el número de tus días” (23:26) Otra vez el Amor de Dios nos recuerda que Él no cohabita con nada diferente a Sus caminos y atributos: “No harás alianza con ellos ni con sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra Mí sirviendo a sus dioses, porque será un tropiezo para ti” (23:33)

Las leyes en esta porción nos enseñan que la vida es un proceso de aprendizaje, de la esclavitud a la libertad. En nuestros comentarios anteriores sobre esta porción decimos que nuestros Sabios explican estas leyes, no para justificar ni promover la esclavitud sino para entenderla como el servicio que la gente debe realizar luego de haber perdido el privilegio de conducir sus propias vidas. Ellos además explican que la esclavitud debe entenderse como el servicio necesario para recuperar la libertad. En este contexto, los amos de alguien que es vendido son los maestros, reglas y normas que debemos asimilar para no caer en una situación negativa que nos haga perder nuestra libertad. En este sentido, libertad es el privilegio de conducir nuestras vidas en los modos y atributos de Amor y no en las tendencias negativas de los deseos, fantasías e ilusiones de ego. Así entendemos que Amor es nuestra libertad mientras vivamos en las leyes y ordenanzas de sus modos y atributos. Contrario a la idolatría como esclavitud bajo los dominios de ego.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.