lunes, 28 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XV)

“Id y ved, hijas de Sión, en el rey Salomón con la corona que su madre lo coronó en el día de su boda, y en el día de la dicha de su corazón.” (3:11)

El amor de Israel por Dios la obliga a convocar sus más sublimes cualidades positivas (las hijas de Sión) en el Rey al que la paz le pertenece. Procuramos el amor de Dios como nuestra esencia y verdadera identidad, y en aquel como la corona de Su motivación (en este caso la “madre”) que hace posible toda Su creación.

El amor de Dios se hace manifiesto en Su creación como Su corona, con la que aprendemos Su dominio sobre todo lo existente. Así nos hacemos conscientes que nuestro amor y el amor de Dios están unidos desde el día cuando Él se reveló a nosotros al darnos Su Torá. Este es el día de Su boda que hace alegrar Su corazón. En ese día el Creador vio el amor de Israel por Él como un destino eterno, lleno de júbilo y dicha sin fin.

“Tú eres hermosa, amada Mía, Tú eres hermosa. Tus ojos son palomas detrás de tu velo. Tu cabello es como un rebaño de cabras resplandeciendo desde el monte Guilead. Tus dientes son como un rebaño bien contado, subiendo luego de lavarse. Todos ellos son perfectos y no hay tacha en ellos. Como una hebra escarlata son tus labios, y tu hablar es hermoso. Como una rebanada de granada son tus sienes detrás de tu velo. Como la torre de David es tu cuello construido como baluarte, un millar de escudos cuelgan de él, todos flechas de los poderosos. Tus pechos como venados, gemelos de gacelas que pastan entre las rosas. Hasta que el día comienza y las sombras se disipan, Yo me iré a la montaña de la mirra, y a la colina del incienso.” (4:1-6)

Los primeros seis versículos de este capítulo, al igual que la mayoría en el Cantar de los Cantares son una exaltación y alabanza al nexo del amor de Israel y el amor de Dios. Tal y como hemos señalado muchas veces, este nexo está simbolizado por el Templo de Jerusalén.

Belleza, amor, más belleza, palomas, velo y cabello, se refieren aquí a las decoraciones  del Tabernáculo y su cámara interior. Cabras y ovejas que brillan descendiendo de una montaña son las ofrendas que Israel eleva al Creador. Estos bovinos representan las cualidades vitales positivas que siguen como un rebaño la voz y vara del Pastor de Israel, “El Eterno es mi Pastor, nada me ha de faltar (...)”, “Conoce que el Eterno es Dios. Es Él quien nos hizo, somos Suyos, Su pueblo, y el rebaño de Su pastoreo (...)” (Salmos 23:1, 100:3).

Así comprendemos que las ofrendas traídas al Templo ciertamente representan nuestra disposición y determinación para elevar lo mejor en nosotros a Dios. Estas también reflejan nuestra buena voluntad, gratitud y paz que disfrutamos en nuestra cercanía a Su amor. Estos rasgos con cualidades fundamentales de la humildad como premisa para venir ante nuestro Creador.

Podemos comparar la humildad a la nada como lo vacío de aquello contrario al bien. We can compare humbleness to nothingness, as emptiness from anything contrary to goodness. Ciertamente la nada es un concepto complejo de asimilar, y dependiendo de lo que entendamos hay varias maneras de aprender de este. Otra manera de captar la nada es como la ausencia o inexistencia, del mismo modo en que lo negro es ausencia de color. Igualmente la nada, a pesar de sí misma, es considerada “algo” llamado nada como una referencia conceptual para definir cualidad, cantidad o valor. Debido a su carencia de valor, cualidad o propósito, la nada de hecho no existe.

En el contexto de la creación de Dios como algo procedente de la nada, vemos que tiene una función y  propósito. En este sentido podemos entender la nada como una abstracción imposible de asimilar que sólo Dios sabe, ya que todo proviene de Él incluyendo la nada que existe sin que la conozcamos. Así entendemos que “todo lo que es” tiene un propósito, ya que su razón de ser proviene del bien emanado del amor de Dios (ver arriba la cita de Salmos 136:1, 33:5).

Nuestros sabios sugieren que aquel que desea vivir y conducirse en los caminos de Dios debe “anularse” (vaciarse a sí mismo) de lo que no es como Él (en referencia a Sus modos y atributos). Tal como hemos destacado frecuentemente, cada aspecto, nivel y dimensión de la conciencia son vasijas que debemos mantener vacías de todo lo diferente o contrario a los modos y atributos del Creador.

Esta precondición se refiere a remover las ilusiones materialistas de ego y sus tendencias negativas para llenarlas con rasgos y cualidades del bien que Dios quiere que seamos, tengamos y manifestemos, para hacerlos prevalecer en el mundo. Dios creó estas vasijas para complementarse entre sí y expresarse todas como una unidad armónica funcional, en consonancia con la unidad del amor de Dios. Así es como nos unimos en Dios.

En este último versículo el Tabernáculo y el Templo de Jerusalén son comparados con una agraciada mujer adornada con la belleza de su bondad, manifiesta en la identidad de Israel. El bien es la expresión del amor de Israel y del amor de Dios como cualidad “gemela” complementaria de los modos y atributos del Creador, y el propósito y misión de Israel en el mundo.

La “voz” de Dios como Su amor se manifiesta tan dulce y hermosa como Sus mandamientos, similares a las semillas dentro de una granada, provenientes de la cámara interior del Templo. El bien inherente a ellos es también el escudo protector de una torre de fortaleza que nutre y sustenta las expresiones positivas en la vida. La dualidad como una “gemela”, mencionada en estos versículos representa la voluntad de Dios y la misión de Israel como los dos pechos, dos ciervas, dos gacelas pastando en la amplitud de los caminos y atributos del amor de Dios por Israel, su esposa.

En esta unión, Dios revela la promesa de Su redención final, eterna e infinita como un día que amanece y continúa para siempre sin tinieblas, porque las sombras desvanecieron. EN este conocimiento, Israel entra en la unidad y unicidad del amor de Dios en el Tabernáculo, el Templo en la montaña a la que Israel se trae a sí misma como ofrenda ante Él.

martes, 22 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XIV)

“Os ordeno, hijas de Jerusalén, por las gacelas o ciervas del campo. No agitéis ni motivéis el amor hasta que ella lo desee.” (3:5)

El Creador no impone Su voluntad sobre Israel y sobre la humanidad, porque Él les dio libre albedrío para elegir ya sea los modos y atributos de amor o las fantasías e ilusiones de ego. De ahí que Él también advierta a nuestros más sublimes rasgos y cualidades (las hijas de Jerusalén) no forzar su bien sobre los aspectos y dimensiones (intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasión e instinto) que abarca la conciencia.

Hay otra referencia a gacelas y ciervos como símbolos de cualidades delicadas y sublimes que constituyen nuestro nexo común con Dios. Él quiere que nuestro ser consciente retorne a Sus caminos y atributos por su propia voluntad y deseo. Así nos damos cuenta que nuestra relación con Dios se construye mediante un proceso de aprendizaje, basado en las experiencias que tenemos con las decisiones que tomamos.

“¿Quién es ella que asciende desde el desierto como columnas de humo, perfumada con mirra e incienso de todos los polvos del mercader? He aquí que es el lecho de Salomón [Él al que la paz le pertenece]. Sesenta poderosos lo rodean, de los poderosos de Israel. Todos ellos blandiendo espada, diestros en la guerra, todos ellos con espada en su muslo, ante el temor de las noches. Un palanquín se ha hecho el rey Salomón [Se ha hecho el Rey al que la paz le pertenece], de madera del Lebanón. Él hizo sus pilares de plata, sus coberturas de oro, su asiento púrpura, su entorno adornado de amor por las hijas de Jerusalén.” (3:6-10)

Este versículo y los siguientes (3:7-10) se refieren al Templo de Jerusalén como la habitación compartida por Dios e Israel. Las fragancias mencionadas representan las más sublimes cualidades humanas que ascienden para compenetrarse con los modos y atributos del Creador. La cámara interior es el lugar de la paz que pertenece a Él, el sagrado de los sagrados.

Los sesenta hombres poderosos son una alegoría de la fortaleza de carácter que sostiene y protege nuestra elevación al amor de Dios como su Creador. Hay un factor humano inherente que hace posible la conexión y compenetración con Él.

Este factor humano es amor como el motivador para alcanzar el amor de Dios. Esta fortaleza de carácter y sus cualidades deben ser dirigidas y guiadas hacia los modos y medios de los atributos de amor, para convertirse en parte esencial de la identidad espiritual y material de Israel.

Estos son los “poderosos de Israel” como las mejores cualidades de la conciencia humana. Son principios, valores y fundamentos que se yerguen fuertes para proteger los modos en los que abordamos el mundo material, y para confrontar y superar las tinieblas (“el temor en las noches”) de creencias, ideologías, ideas, pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones negativos. Sus espadas son la verdad de los modos y atributos de amor, como expresiones y propósito de la voluntad y mandamientos del Creador.

Nuestro más elevado nivel de conciencia respecto al conocimiento permanente de nuestra conexión con Dios (representado por el Templo de Jerusalén) es lo que Él ha hecho para vivir con nosotros. Israel construye el Templo con los pilares de sus más excelsas cualidades y características.

Estas columnas son referidas como árboles crecidos en los atrios del Templo. Como hemos mencionado, el Lebanón (lit. blanco o blanqueado) es otro nombre para el Templo de Jerusalén, por su capacidad de transformar lo oscuro en blanco, y las tinieblas en luz, además de la blancura del resplandor emanado de él.

Madera del Lebanón se refiere a los árboles que adornan los atrios del Templo, en alegoría de los fortísimos principios y valores que lo embellecen. También simbolizan los sabios de quienes aprendemos dichos principios y valores fundamentales del judaísmo. Las decoraciones interiores del Tabernáculo son mencionadas en representación del bien y la belleza de los caminos y atributos del amor de Dios, compartidos por las cualidades amorosas de Israel, representadas por las hijas de Jerusalén o Sión.

martes, 15 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XIII)

“Me levantaré ahora para dar vueltas por la ciudad, por las calles y por las plazas. Buscaré a Él que ama mi alma. Lo busqué a Él, pero no lo encontré.” (3:2)

En la oscuridad como elección de Israel para vivir en las fantasías de ego y sus tendencias negativas, ella trata de buscar al Creador, asumiendo que sus caminos y atributos comparten el mismo plano de su elección, y no lo encuentra. Aun tratando de elevar su conciencia en las tinieblas de las ilusiones y deseos materialistas, representados por ciudades, sus calles y sus plazas, ella sabe que los modos y atributos de Dios no comparten tendencias negativas.

“Los vigías que rondan la ciudad me encontraron. ¿Habéis visto a Él, que ama mi alma?” (3:3)

Los vigías o guardias que rondan la ciudad representan creencias e ideologías malignas, de las cuales se derivan las tendencias y rasgos negativos. Del mismo modo que hay principios éticos y morales elevados que protegen sus cualidades positivas, hay bajas tendencias negativas que dominan y rodean sus efectos malignos.

Israel cuenta que estos vigías la encontraron en sus dominios, y les pregunta acerca de su Amado y protector que ella no puede encontrar en ese ambiente. Israel reafirma su añoranza y deseo hasta el extremo de preguntar a las tendencias y rasgos negativos en los que su Amado no se encuentra.

“Apenas pasé entre ellos, encontré a Él que mi alma ama. Lo tomé a Él, y no lo dejaría irse hasta traerlo a la casa de mi madre, y a la habitación donde ella me concibió.” (3:4)

Aquí Israel se hace consciente de que puede encontrar a su Amado solamente superando las fantasías e ilusiones de ego y sus tendencias negativas. Sólo en este pleno conocimiento podemos ser uno con el Creador y Su amor. Entonces seríamos capaces de “tomarlo” y “no dejarlo irse”.

Esta unicidad es completamente asimilada en el nexo y conexión permanente con el amor de Dios, que son representados por el Templo de Jerusalén como “la casa de madre”. La madre de la que uno nace y adquiere la existencia e identidad, incluidos rasgos, cualidades y atributos que las definen a ambas.

Esta madre en particular es Jerusalén como el punto de conexión y compenetración en tiempo y espacio entre Dios e Israel. Jerusalén literalmente quiere decir “paz será vista”, e implica donde Dios aparecerá o será visto.

Paz y ver al Creador son un solo acontecimiento. Nosotros como el pueblo de Dios nacimos para ese propósito y destino. Este conocimiento ciertamente es nuestra madre, porque fuimos concebidos para ser y vivir en la paz del Creador y Su amor. Debemos reiterar y enfatizar que paz abarca atributos y cualidades que incluyen completación, entereza, unidad, armonía, equilibrio y totalidad.

Paz implica la serenidad de un equilibrio perfecto con el fin de expresarse como una unidad armónica, con el trascendental destino divino de conocer la ocultada presencia de Dios en Su creación. Este tipo de paz, como ya hemos indicado, es el fundamento de la conciencia mesiánica destinada a reinar eternamente porque el conocimiento del Creador no tiene fin.

Traer a Dios a nuestra madre también significa hacer que Sus caminos y atributos dirijan cada aspecto, nivel y dimensión de la vida. Lo traemos a Él para que viva permanentemente en el más elevado nivel de conciencia, donde es entronizado y coronado no sólo como el único regente de la identidad de Israel sino como exclusivo conductor de Su creación. Este máximo nivel es el lugar del alma que constantemente añora a su Creador.

El propósito del alma es dar dirección y significado a la vida. De ahí entendemos en principio de que el alma es intelecto puro, como cualidad divina en la conciencia humana para discernir y establecer el imperativo moral de hacer prevalecer el bien como voluntad del Creador para el mundo, ya que el alma es la que nos hace conscientes de Su presencia en nosotros.

Este intelecto puro posee pleno conocimiento y experiencia del bien emanado de amor como principio integrador y abarcador, destinado a unificar las complejidades de la diversidad en todos los planos y dimensiones de la conciencia, y sus expresiones en todas las facetas de la vida.

A partir de ello nacemos para vivir y experimentar tal principio, mediante el uso adecuado del libre albedrío como vehículo para ejecutar el discernimiento del intelecto como cualidad conductor del alma, para hacer que el bien dirija y guíe todos los aspectos de la vida.

“La lámpara del Eterno es el alma del hombre, buscando en todos los rincones de las entrañas.” (Proverbios 20:27)

Podemos entender este versículo en dos partes. Por un lado, el alma como el vehículo del Creador para revelar Su presencia en el mundo material, ya que la luz del bien proviene de Él.

“(…) Y el Eterno vio la luz, que es buena.” (Génesis 1:4)

De ahí que el alma sea la lámpara de Dios para iluminar la vida con bien en el mundo material. Por otro lado, el alma busca en todos los rincones de las entrañas como bien procurando ocupar todos los aspectos y dimensiones de la conciencia humana.

El propósito del alma como bien absoluto es expresarse conduciendo nuestra mente, pensamientos, emociones, pasiones e instintos. Así el alma cumple la voluntad del Creador para ser Su lámpara.


Esto nos invita a reflexionar sobre el alma como nuestra esencia e identidad, con sus cualidades, modos, medios y atributos; y sus expresiones en la vida humana. De esta manera asimilamos las formas en las que cuerpo y alma se relacionan para complementarse con el propósito común de hacer que el bien dirija todos los aspectos y dimensiones de la vida.

Nacemos con el potencial para realizar este principio, ya que es la razón y propósito de nuestra existencia en el mundo material. Esto, teniendo en cuenta que nuestro libre albedrío debe elegir esa opción.

Así asimilamos que la humanidad no sólo tiene el potencial de subordinar y reorientar las tendencias y rasgos negativos, sino también el potencial de manifestar únicamente el bien en todas las expresiones de la vida.

jueves, 10 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XII)

“Sobre mi cama en las noches he buscado a mi Amado. Lo he buscado y no lo he encontrado.” (Cantar de los Cantares 3:1)

Como hemos visto, las noches representan no sólo tendencias y rasgos negativos sino también su resultado. Por simple asociación, no podemos disfrutar el bien en la vida en medio de la maldad, porque amor no cohabita con nada diferente a sus modos y atributos. En este sentido no podemos encontrar las bendiciones redentoras del amor de Dios en el sueño profundo de las fantasías e ilusiones de ego. Estas últimas pertenecen al plano de las “noches” donde sufrimos su destructivo predicamento.

Entendemos esta situación como si el amor de Dios se escondiese de nosotros. ¡La infinita amorosa bondad y compasión del Creador nunca cesan de sustentar toda Su creación! Es como imaginar que Él nos quitase el aire que respiramos. Somos nosotros los que nos escondemos del amor de Dios al elegir los deseos materialistas de ego en vez de los modos y atributos de amor. De ahí debemos hacernos conscientes de que los caminos del bien no cohabitan con los caminos negativos. Este versículo sugiere abandono y desamparo, y estos como resultado de nuestra separación de los caminos del Creador.

El bien es la semilla que sembramos en cada obra positiva, y el estilo de vida caracterizado por el bien es su cosecha. Por ello debemos alegrarnos más con la cosecha que con la semilla, aun sabiendo que la semilla siempre será más preciada por ser la causa primordial del bien en el que nos alegramos. Del mismo modo Dios se regocija más en la cosecha de sus obras.

El bien es la causa y propósito de la creación de Dios, que la llamó “muy buena”. Así entendemos que fuimos creados por el bien que emana del amor de Dios con el fin de manifestar el bien como destino divino. La única manera de transgredirlo es eligiendo rechazarlo, y lo hacemos a sabiendas de que el mal existe no como opción sino solamente como referencia para elegir el bien.

Israel está encomendada a ser, tener y hacer el bien para así cumplir su destino de “luz para las naciones”. De ahí que ser, tener y hacer el bien son los medios para mostrar a la humanidad el sendero del retorno a Dios, porque el bien es el nexo común con Él.

Así debemos enfrentar y vencer las adversidades y obstáculos mediante la fortaleza del bien en nosotros. El mundo material (la tierra) está destinada a reflejar el mundo spiritual (los cielos), ya que el anterior se sustenta de este último. Tal como lo acabamos de mencionar, Dios es la fuente y el sustento de todo lo existente y Su bondad abarca toda Su creación.

“La amorosa bondad del Eterno llena toda la tierra.” (Salmos 33:5)

Esto lo podemos entender al darnos cuenta que la bondad del Creador ya ha llenado el mundo material, lo que implica que es nuestra tarea ver ese bien y revelarlo donde no lo veamos. Esto quiere decir que cuando estemos en lugares y situaciones donde no veamos el bien, estamos encomendados a hacer que se manifieste para cumplir nuestro destino de ser luz para las naciones. Así asimilamos el bien como la luz que disipa las tinieblas de las tendencias y rasgos negativos en la conciencia.

También lo asimilamos como el imperativo de hacer reflejar en el mundo material el bien inherente a los niveles más elevados de la creación de Dios, conocidos como los cielos. Esta es la premisa para entrar en la redención final y merecer vivir, contemplar y heredar el bien y la bendición de la era mesiánica, y la vida en el mundo por venir.

Así emprendemos un proceso de toda la vida en constante cambio, refinando todos los aspectos y dimensiones de la conciencia para lograr su completa unidad armónica funcional, conocida como paz. Nos hemos referido a la paz como cualidad multidimensional que lo abarca todo, integrando completación, entereza y totalidad. La llamamos funcional porque implica un propósito. Esta es el preludio, el precedente o premisa para abordar las grandes obras y maravillas sin número del mundo espiritual que refleja la perfección del Creador.

El objetivo entonces es superar y trascender las fantasías e ilusiones de ego con sus tendencias y rasgos negativos, para cumplir la voluntad de Dios a través de los modos y atributos de amor como las fuentes del bien. Estos son medios conductores y cualidades de la era mesiánica. Nos dirigen a la luz que el amor de Dios guardó para los justos que hacen del bien su constante expresión, ya que sólo el bien rige en la era mesiánica. Las cualidades integradoras, unificadoras y armonizadoras de los modos y atributos de amor son las que traen completación al mundo material. Así cumplimos con nuestra parte del pacto con el Creador de todo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XI)

“Mi Amado es mío, y yo soy de Él que se deleita entre las rosas. Hasta que el día comience y las sombras se hayan disipado. Vuélvete Amado mío y sé como un venado o un cervatillo sobre los montes de separación.” (2:16-17)

Vemos aquí otra dulce declaración de amor entre Dios e Israel, cargada de totalidad, entereza y completación, tal como lo son lo infinito y la eternidad. Esta es una relación amorosa que se extiende más allá de tiempo y espacio. La misma trasciende lo que podemos concebir, asimilar o comprender. De ahí que Israel deba ser consciente de lo que todo este representa en términos de su identidad como individuos judíos y como nación judía.

La clave para abordar y asimilar esa identidad es entendiendo los caminos y atributos de Dios, y cómo Él mediante Su amor se relaciona con toda Su creación. Porque amor es el centro, la base y el fundamento de todo lo que Él ha creado en aras de Su amor. Al comenzar a asimilar el alcance del amor de Dios, nos damos cuenta de nuestro amor por Él y de Su amor por nosotros.

El amor compartido entre Dios e Israel tiene un propósito en la vida humana y en el mundo. Al Israel crear un espacio en el mundo (comenzando con nuestra propia conciencia individual) para que Dios viva entre (en) nosotros, Él también nos revela Su presencia para que entremos en la trascendencia de Su amor.

Así también nos hacemos conscientes de que Dios es nuestro y nosotros somos de Él, como lo es Su amor y nuestro amor, el uno para el otro. Para asimilar esto plenamente, primero debemos encontrar la esencia de nuestro amor como una extensión del amor de Dios. Al hacerlo podremos saber verdaderamente cómo amar a Dios.

Este es el comienzo de nuestra redención final. En este sentido, la reciprocidad es fundamental en nuestra relación con Dios. Él constantemente nos manifiesta Su amor de muchas maneras, comenzando por el aire que respiramos. Entonces estamos destinados a reciprocar, emulando y honrando lo mejor que podamos la abundante amorosa bondad de Sus caminos y atributos. Así es como lo amamos de vuelta.

Este amor compartido se deleita entre rosas que representan la belleza y fragancia de los modos y atributos de amor, como complementos de los caminos y atributos del Creador, destinados a prevalecer y reinar en toda la humanidad y en el mundo por la eternidad que nos espera. Esta es la fundación de la era mesiánica tras dejar atrás los desechos de nuestras fantasías e ilusiones junto con sus tinieblas.

Otra vez el Creador invita a Israel a asumir plenamente su verdadera identidad, representada por el venado y el cervatillo mencionados antes en este poema, y reunirse con su Amado sobre los montes de separación. Esto se refiere a dos montañas separadas que se desprendieron de la montaña, tal como está literalmente el hebreo original en la última parte del versículo final en este capítulo, “sobre las montañas de la montaña”.

“La montaña” o “el monte” es el símbolo común de Sión y el Templo de Jerusalén, mencionados por los profetas judíos respecto a la promesa de Dios para la redención final: “Redentores habrán subido al monte de Sión para juzgar al monte de Esaú, y del Eterno ha sido el reinado.” (Ovadia 1:21)

Hay dos montañas como la dualidad dividida en nuestra actual conciencia humana, reflejada en la constante confrontación entre el bien y el mal para controlar las expresiones en la vida. Este enfrentamiento cesará cuando el poder redentor del amor de Dios sea revelado a Israel ante las naciones.


Este reforzado poder del amor redentor se verá manifiesto en la renovada fortaleza de las tendencias y rasgos positivos en la conciencia que eliminarán todas las formas de maldad de la faz de la tierra. Estos serán los redentores que ascenderán a la montaña de Sión para juzgar (encauzar y conducir) la montaña de Esaú.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.