domingo, 31 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXXI)

“Las palabras del sabio habladas en quietud son más aceptables que el grito de un gobernante entre tontos. La sabiduría es mejor que las armas de guerra, mientras que un pecador destruye tanto bien.
(Eclesiastés 9:17-18)

Estos versículos reiteran que la sabiduría habla palabras de persuasión, que en su quietud conduce a los ignorantes hacia su liberación de apegos, obsesiones y adicciones. Estas rigen sobre las fantasías e ilusiones de ego, que a su vez conducen la conciencia hacia la destrucción del bien que es precisamente su liberación.

“Las moscas muertas hacen que el aceite del perfumero emita un mal olor. Lo mismo hace una pequeña locura con la sabiduría y el honor. El corazón del sabio está en su mano derecha, y el corazón del tonto en su izquierda. Sí, también cuando el tonto anda por el camino, su entendimiento le falla, y dice a todos que es un tonto. (10:1-3)

Las metáforas en estos versículos hablan por sí solas. No debemos estropear el bien como nuestra esencia y verdadera identidad con nada diferente de sus modos y atributos. Esta es otra reiteración de que hay claras diferencias entre lo bueno y lo malo, y que si se mezclan el resultado es otro rasgo de lo negativo.

Las moscas muertas ciertamente representan la futilidad de las fantasías e ilusiones de ego, que estropean la agradable fragancia de los modos y atributos de amor. En la tonta elección de los malos caminos no hay sabiduría ni honor, por ser contrarios al sentido común y la decencia.

Aquí el corazón es la mente consciente con la que tomamos nuestras decisiones, y mientras tengamos un juicio coherente para afrontar la vida, la simple sabiduría del sentido común nos indica la decisión correcta.


La decisión errada se toma bajo la tonta creencia de que las fantasías, ilusiones y deseos materialistas nos lleven a la buena vida que estúpidamente creemos que aquellas puedan darnos. El discernimiento y el entendimiento rara vez coexisten con una actitud egocéntrica ante la vida. Las acciones procedentes de nuestra tontería hablan por sí solas de quienes somos.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXX)

“Esto también he visto como sabiduría bajo el sol, y pareció grande en mí. Había una pequeña ciudad y pocos hombres en ella, y ahí vino un gran rey contra ella y la sitió, y construyó barricadas contra ella. En ella fue encontrado un hombre pobre y sabio, y él por su sabiduría salvo la ciudad; pero ninguno recordó ese mismo hombre pobre. Entonces dije que la sabiduría es mejor que la fuerza; sin embargo, la sabiduría del hombre pobre es despreciada, y sus palabras no escuchadas.
(Eclesiastés 9:13-16)

Esta historia ilustra el mensaje central de Kohelet en sus algorías. Podemos entender la ciudad como nuestra conciencia, frecuentemente sitiada por el poder que las tendencias y rasgos negativos pueden tener sobre nosotros, todos procedentes de la fuerza impulsadora del ego, representada por el rey invasor. El salvador de la ciudad es el bien como su guía natural, porque son el uno para el otro.

Es interesante notar que Kohelet presenta “pobre” y “sabio” como rasgos complementarios, entendiendo el primero como la humildad inherente al bien. Nuestros sabios consideran la humildad como un rasgo intelectual, necesario para adquirir sabiduría como la manera de captar la Torá del Creador, para la humanidad en general y para Israel en particular como el elegido heredero para diseminar dicha instrucción.

La pregunta primordial en la historia es cómo el hombre sabio pobre salvó la ciudad del rey y su ejército. La respuesta es persuasión. El caso hace evidente que el sabio pobre no tenía un ejército ni armas para derrotar al invasor, de ahí que la sabiduría sea la salvación.

La sabiduría generalmente surge diferenciándose de la ignorancia, para traerla de regreso al entendimiento. Es similar a la luz que disipa las tinieblas para convertirlas en parte de su resplandor.

Así vemos que la oscuridad es la condición previa que da sentido a la luz. Lo mismo pasa con el bien y el mal, porque el segundo es la razón para que exista el primero. El propósito del bien es transformar el mal, extrayendo el bien oculto en este, ya que el mal no puede existir sin el bien.

Una vez estemos expuestos a los efectos y consecuencias de las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego, nos hacemos conscientes de que el mal no es una opción sino una referencia para elegir el bien.

En esta realización nos damos cuenta que la “persuasión” del sabio pobre es un proceso educativo para modificar o transformar las tendencias y rasgos negativos que someten nuestra conciencia a sus efectos y consecuencias destructivas.

La historia nos cuenta que al final el sabio pobre fue olvidado, desconocido e inclusive despreciado. Tal es el destino del bien en el campo de juego de las fantasías e ilusiones de ego.


Tan pronto sabemos que regresar al bien nos trae la liberación largamente añorada, y volvemos momentáneamente a sus modos y atributos, caemos otra vez en la naturaleza adictiva de las tendencias y rasgos negativos. De ahí que Kohelet concluya que vivir en ese círculo vicioso es vanidad y vejación del espíritu que sostiene la vida.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXIX)

“Disfruta con la mujer que has amado todos los días de la vida de tu vanidad, que Él te ha dado bajo el sol todos los días de tu vanidad; porque esa es la porción en tu vida y en tu trabajo donde has laborado bajo el sol. (Eclesiastés 9:9)

Esta es una declaración profunda que nos hace conscientes de la unidad complementaria del hombre y la mujer, aun en medio de las vanidades y futilidad de la vida humana. Hay un gozo implícito en este conocimiento, basado en el hecho de que ambos géneros se pertenecen el uno al otro como partes separadas que están destinadas a vivir unidas en las labores que exige la vida en el mundo material bajo el sol.

“Quien haya encontrado una esposa ha encontrado bien, y trae el favor del Eterno.
(Proverbios 18:22)

El versículo está escrito más como un mandamiento que como un consejo del rey Salomón. Esto nos hace reflexionar en torno al bien que disfrutamos en la totalidad que encontramos en la unión de ambos géneros, porque el bien es la culminación de esa totalidad que el Creador quiere para nosotros.

“Lo que logre hacer tu mano por tu fuerza, hazlo; porque no hay trabajo, o consejo, o conocimiento, o sabiduría en la tumba hacia la que vas. (Eclesiastés 9:10)

Kohelet nos recuerda que realizar y lograr, como resultado del conocimiento y el entendimiento, pertenecen al mundo material porque en las dimensiones espirituales todo ya es conocido, entendido, realizado y logrado.

“¿Qué provecho hay en mi muerte (lit. sangre), si desciendo la tumba? ¿Acaso Te puede alabar el polvo? ¿Puede proclamar Tu verdad? (Salmos 30:9)

“Porque la tumba no puede dar gracias a Ti, la muerte no puede alabarte. Aquellos que descienden a la tumba no pueden esperar Tu fidelidad. (Isaías 38:18)

En este contexto entendemos que vivimos en este mundo debido al bien y en aras del bien, por el cual alabamos al Creador, ya que el bien es Su verdad. Así también sabemos que el bien es Su fidelidad que sostiene Su creación.

“Yo regresé, y vi bajo el sol que la carrera no es para el ágil, ni la batalla para el fuerte, ni aun el pan para el sabio, ni las riquezas para aquellos con entendimiento, ni aun la ventaja del diestro; porque el tiempo y el azar se ciñe sobre todos ellos. Porque el hombre tampoco sabe su tiempo, como [ocurre con] los peces cogidos en una red maligna, y como los pájaros cogidos en una trampa; también así son los hijos de los hombres en un tiempo de desgracia, cuando cae repentinamente sobre ellos. (Eclesiastés 9:11-12)

Estos versículos nos hacen reflexionar acerca de la combinación de circunstancias que rodea a la vida bajo el sol, llamada aquí “el tiempo y el azar”. Esta reflexión viene a considerar que la vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego viven en un campo lleno de redes, trampas y ardides de su predicamento destructivo donde todo está sujeto al azar.


Así concluimos que vivir en la verdad del bien es nuestra libertad para elegir los senderos positivos y las buenas obras que nos llevan con certeza hacia sus frutos y beneficios, no sujetos a nada diferente de sus modos y atributos. En el bien no hay azar, accidentes, trampas, ardides ni prisiones.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXVIII)

“Este es un mal que se hace bajo el sol, que hay que acontece para todos. Sí, también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de maldad, y la locura está en su corazón mientras vivan hasta cuando vayan a los muertos. Porque para el que se une a los vivos hay esperanza, porque es mejor un perro vivo que un león muerto.
(Eclesiastés 9:3-4)

Todos enfrentamos la maldad en este mundo bajo el sol, porque nos pasa a todos. El mal habita en nosotros como una referencia necesaria para elegir el bien, como parte de la conciencia humana para poder ejercer el libre albedrío.

Cuando hacemos de la maldad nuestra opción, llena nuestros corazones y mentes para hacernos caer en las fantasías e ilusiones de ego que son expresiones de la locura por la que vivimos y por las que eventualmente moriremos.

Esto nuevamente nos hace conscientes de que una vida significativa está asociada al bien, mientras que la vanidad y la futilidad del mal nos hacen muertos en vida.

Es mejor vivir en el bien, aunque sea poco, que muertos en la abundancia como ocurrió en la generación del Diluvio y los pueblos de Sodoma y Gomorra, quienes en su extrema abundancia vivieron en la perversión y depravación como muertos en vida.

“Porque los vivos saben que morirán pero los muertos no saben nada, ni tienen recompense porque su recuerdo es olvidado. Al igual que su amor, su odio y su envidia perecidos desde hace tiempo; ni tienen ninguna porción para siempre de nada hecho bajo el sol. (9:5-6)

Se nos enseña sutilmente aquí que el bien es acumulable, agrega y multiplica, porque siempre es recordado y alabado por el beneficio que otorga a la condición humana.

Aquellos que viven en, con, por y para el bien, saben que es su única posesión porque es parte de lo que son. En este conocimiento sus vidas se completan en su propósito cuando mueren.

El bien que han hecho los hace siempre vivos, porque su recuerdo es bendecido y honrado aún después de morir; mientras que el recuerdo de los vivos es borrado porque sus acciones negativas son únicamente recordatorios de lo que debe ser eliminado de la vida.

“Anda tu camino, come tu pan con regocijo, y bebe tu vino con un corazón contento; porque el Eterno ya ha aceptado tus [buenas] obras. Que tus vestiduras estén siempre blancas y que no falte aceite en tu cabeza. (9:7-8)

Estos versículos también evocan la redención final en el judaísmo y la era mesiánica que estamos destinados a vivir, más pronto que más tarde, ya que el bien es el propósito de la creación de Dios, la cual incluye la vida en este mundo.

El bien es el propósito y la motivación para andar en el mundo y disfrutar las cosas que nos hacen felices, y para regocijarnos en un corazón contento sabiendo que cosechamos los frutos y beneficios del bien por el que vivimos.


Esta es la realización de que el bien es el nexo con nuestro Creador que nos mantiene puros, completos y plenos. Así estamos permanentemente iluminados por el aceite de nuestro conocimiento de Dios.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXVII)

“Por tanto mi mandato fue felicidad, que un hombre no tiene cosa mejor bajo el sol que comer, y beber, y ser feliz, y que esto lo acompañe en su labor todos los días de su vida que el Eterno le dio bajo el sol.
(Eclesiastés 8:15)

Uno de los mensajes esenciales de Kohelet es repetido para enfatizar que debemos abordar la vida con y para el bien que Dios nos manda disfrutar en este mundo, ya que se trata de ser, tener y procurar el bien  como nuestra labor diaria en este mundo material bajo el sol.

“Cuando apliqué mi corazón a conocer la sabiduría y ver los quehaceres realizados sobre la tierra, para que los hombres no se duerman con sus ojos ni de día ni de noche, entonces vi toda la obra del Eterno; que el hombre no pueda escudriñar la obra que ha sido hecha bajo el sol, porque aunque un hombre labore para entenderla, aun así no la habrá de encontrar. Sí, todavía más, aunque un hombre sabio crea conocerla, aun así no podrá encontrarla. (8:16-17)

El mandamiento general de perseguir el bien, sus modos, medios, atributos y expresiones es lo que importa para nosotros, porque en estos nos fortalecemos para desempeñar nuestra labor de cumplir con lo que Dios quiere para nosotros, que es nuestro bienestar. No hay mejor labor que esa, porque las obras del Creador son inescrutables para el discernimiento humano que no las puede encontrar.

Entonces asimilamos que el bien es suficiente por sí mismo y que no hay necesidad ni ganancia en buscarlo más allá del mundo que Dios creó para nosotros.

“Porque todo esto está puesto en mi corazón, para esclarecer todo esto: que el justo y el sabio, y sus obras, están en la mano del Eterno; ya sea amor u odio, el hombre no lo sabe; todo está ante ellos. (9:1)

Estes es uno de los mensajes más profundos de Kohelet, porque se trata de la conexión que tiene el bien procedente de lo humano con el bien proveniente del Creador.

En este conocimiento todas nuestras buenas acciones hablan por sí solas, porque son el propósito del bien del que proceden. De hecho el bien ama las acciones positivas y constructivas, al mismo tiempo que rechaza u odia lo opuesto a estas.

Así entendemos que rechazar expresiones, tendencias o rasgos negativos es inherente al amor y el bien. En este contexto “todo” es lo que está disponible ante nosotros para abordarlo con la actitud apropiada en aras del bien.

“Todas las cosas nos vienen a todos por igual. No hay un acontecer para los justos y otro para los malvados, para el bueno y para el limpio y para el impuro; para el que trae ofrendas de sacrificio y para el que no las trae; como es el bueno y como es el pecador, y al que ha dado juramento como al que teme un juramento. (9:2)

Todas las situaciones se presentan para todos, sin importar su condición. La diferencia radica en cómo las afrontamos. Inclusive para una situación u obra positiva hay uno que elige pecar o transgredir contra ellas, y también hay uno que elige actuar con la misma bondad que tiene ante él; uno que debe hacer lo correcto bajo promesa o juramento, y otro que prefiere no hacerlo ni por honor ni compromiso.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXVI)

“No hay hombre que tenga poder sobre el viento o retener el viento, ni tiene poder sobre el día de [su] muerte; y no hay retiro en la guerra, ni maldad que lo libere de lo que se le ha dado. Todo esto he visto y también he aplicado mi corazón a cualquier obra hecha bajo el sol; cuando un hombre tuvo poder sobre otro en detrimento suyo.
(Eclesiastés 8:8-9)

Estos versículos vienen a expandir las razones para no evocar fantasías e ilusiones de las que no sabemos a fondo sus resultados cuando las hacemos reales. Así comprendemos que son similares a creer que podemos manejar el mal o controlarlo, como lo querríamos hacer con la muerte.

Una vez caemos en obsesiones, adicciones y apegos negativos, nos hacemos sus prisioneros sin tener alivio o redención fáciles. En esto no hay provecho, como tampoco lo hay de nada del reino de las fantasías e ilusiones de ego, incluyendo afligirnos unos a otros con maldad.

“Y así vi enterrado al malvado, y dentro de su descanso [final]; y a quienes han sido correctos que se alejaron del lugar sagrado, y fueron olvidados en la ciudad. Esto también es vanidad. Porque la sentencia contra una mala acción no es ejecutada con rapidez, por lo tanto en el corazón de los hombres está plenamente establecido hacer el mal.
(8:10-11)

Tanto el justo como el malvado terminan en los cementerios, tarde o temprano. Aquí a los justos se les advierte no separarse de su permanente conocimiento del bien como el lugar sagrado al que pertenecen. De lo contrario serán olvidados al igual que los malvados por las vanidades que eligieron vivir, porque en estas no hay juicio ni justicia.

Si dejamos que tendencias y rasgos negativos sean los modos y medios de nuestra conciencia, confirmamos que la maldad se refugia en nuestros corazones.

“Porque el pecador hace maldad cien veces y [aun así] prolonga sus días. Aunque sé que les irá bien a quienes reverencian [lit. temen] al Eterno, que reverencian ante Él. Pero no irá bien con el malvado ni prolongará sus días, que son como una sombra porque él no reverencia al Eterno. (8:12-13)

El rey Salomón nos invita nuevamente a hacernos conscientes de la vanidad y la futilidad de nuestras decisiones negativas, sea o no que alarguen o acorten nuestros días, porque en estas la vida pierde su significado. Así traducimos la reverencia (“temor”) de Dios como el aprecio y devoción al bien que ilumina nuestros pasos en el sendero de la vida.

“Hay una vanidad que ha sido hecha sobre la tierra, que hay hombres justos que les ocurre según lo que hacen malvados; e igualmente hombres malvados a quienes les ocurre según lo que hacen los justos. He dicho que esto también es vano. (8:14)


Este versículo reitera que vivir en la vanidad y futilidad de fantasías e ilusiones de ego no hace diferencias entre justos y malvados.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXV)

“No te apresures en salir de Su presencia, no pares ante algo malo; porque Él hace lo que plazca. (Eclesiastés 8:3)

Una vez más se nos recuerda permanecer en el bien por tratarse del reflejo de la presencia de Dios en Su creación, porque en este conocimiento no hay mal.

Nuevamente nos hacemos conscientes de que la maldad es la referencia constante para que elijamos el bien, hasta que llegue el día de la redención final en el judaísmo cuando el mal desaparecerá de la faz de la tierra.

Mientras tanto estamos aquí para elegir permanentemente lo positivo y no lo que nos plazca, porque esto último es un privilegio solamente del Creador de todo lo que existe.

“Porque mientras la palabra del Rey tenga poder, ¿quién podría decirle ‘qué hacer’? El que cumple el mandamiento no conoce ninguna cosa mala, y el sabio de corazón discierne en torno al tiempo y al juicio. (8:4-5)

El bien es la voluntad del Creador, la cual abarca todo, para cada decisión que tomamos momento a momento, y también es el poder en Su palabra. Su pueblo elegido está destinado a igualmente elegir Su voluntad y hacer lo que es ajeno al bien, porque este no cohabita con el mal.

En el bien como principio rector de la sabiduría nacemos para discernir y actuar con juicio porque el bien es la razón y propósito de la vida en este mundo.

“Porque para todo asunto hay un tiempo y un juicio, porque la maldad del hombre está encima de él. Porque no sabe lo que será; ya que cuando llegue a acontecer, ¿quién se lo anunciará? (8:6-7)

Ya hemos mencionado que debemos afrontar cada situación y asunto con la actitud apropiada que siempre procure el bien como nuestro juicio para actuar y responder de acuerdo a lo correcto para cada circunstancia.

Debemos vivir en este conocimiento porque la maldad está constantemente llamando, por ser la otra opción contra la que estamos instruidos por decreto divino evitar o transformarla en una expresión positiva.

Así seremos capaces de evitar los efectos, resultados o consecuencias de las decisiones negativas, acerca de las cuales no siempre estamos conscientes de lo que pueda salir de ellas, especialmente si no hay nadie que nos aconseje contra estas.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXIV)

“Conduje mi corazón para conocer, investigar y buscar sabiduría, y la razón de las cosas, y para conocer la maldad de la necedad, y la necedad y la locura. Y encuentro, más amargo que la muerte, la mujer cuyo corazón es trampas y redes, sus manos son ataduras; quien es bueno en los ojos del Eterno escapará de ella, y el pecador será prisionero de ella. (Eclesiastés 7:25-26)

No podemos asimilar las razones de una conducta descontrolada, y más aún en los demás. El caso presentado aquí de manipulaciones con maldad refleja lo que puede hacer la gente cegada por un entendimiento equivocado de la vida, donde el bien no existe. Los que comparten ese mismo predicamento viven atrapados en el destino destructivo de vivir carentes de bien.

“Mira, esto he encontrado, dice Kohelet, sumando uno con otro para averiguar la cuenta que mi alma ha buscado pero sin determinarlo. Un hombre entre un millar he encontrado, pero una mujer entre tantos no he encontrado. Mira, sólo este he encontrado, porque el Eterno creó al hombre recto, pero han buscado muchas intrigas. (7:27-29)

Las estadísticas presentadas por Kohelet son decepcionantes en un mundo donde el bien es el principio rector en la creación de Dios. Lo cual nos hace reflexionar en torno a las razones que puedan tener los seres humanos para seguir tendencias y rasgos negativos derivados de fantasías e ilusiones de ego como las “muchas intrigas” que se apresuran a elegir lo negativo en vez de la rectitud de los modos y atributos del bien.

Las intrigas incitan manipulaciones alentadas por creencias o sentimientos de carencia que nos empujan a controlar a otros para obtener lo que creemos satisfará nuestra envidia, codicia, lujuria, ira y soberbia.

Mientras despreciemos el bien como la fuente de abundancia para todo lo que necesitemos, queramos y deseemos dentro de lo recto y lo justo, seguiremos viviendo en las prisiones de fantasías e ilusiones.

“¿Quién es como el sabio? ¿Y quién sabe la interpretación de una cosa? La sabiduría de un hombre hace resplandecer su rostro, y cambia la determinación de su rostro. (8:1)

Hemos dicho que el bien es el principio que define las cualidades de la sabiduría que nos conduce a entender (“interpretar”) lo que abordamos en la vida.

El versículo trae la luz como una abstracción del bien con el fin de enseñarnos que nuestra sabiduría debe reflejarlo como el resplandor que puede irradiar un rostro. Esto nos recuerda la segunda de las tres bendiciones sacerdotales en la Torá.

“Resplandezca el Eterno Su rostro sobre ti y te agracie.” (Números 6:25)

Sabemos que en el judaísmo los principios y atributos divinos son comparados simbólicamente con rasgos y otras cualidades materiales como un rostro, luz, manos, oscuridad, ojos, corona, etc. De ahí que la luz de Dios esté relacionada con el bien con el cual Dios crea, dirige y sustenta Sus obras, que nos reviste con la gracia inherente a éste.

Mientras que vivamos en, con y por el bien, el rostro que representa nuestra identidad cambia para que reflejemos lo que realmente somos con la “determinación” necesaria para afrontar todos los aspectos de la vida.

“Yo [te aconsejo]: cumple el mandato del Rey y aquello respecto al juramento del Eterno. (Eclesiastés 8:2)

Ejercemos nuestra identidad judía cumpliendo las instrucciones y mandamientos de Dios, lo cual es el juramento o Pacto que tenemos con Él. La Torá dice que somos Su pueblo elegido y esto nos obliga a elegir Su voluntad para cumplir nuestra alianza con Él.

Éste y los demás versículos de la Biblia hebrea son presentados en el contexto de ser, tener y hacer el bien como finalidad de ese Pacto.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXIII)

“Es bueno que te aferres a esto, y también de esto no separes tu mano porque aquel que reverencia [lit. teme] al Eterno se descarga de todos ellos. La sabiduría otorga fortaleza al sabio más que diez gobernantes que estuviesen en la ciudad, porque no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y no peque. (Eclesiastés 7:17-20)

Adquirir el conocimiento que mencionamos antes es la manera de asimilar los modos y atributos del Creador que motivan nuestra reverencia o “temor” de Él.

Al ser conscientes de ello liberamos (“descargamos”) la conciencia de adicciones, obsesiones y apegos negativos que alimentan las fantasías e ilusiones de ego. Esta sabiduría que adquirimos nos conduce a corregirnos mientras aprendemos a vivir en el bien.

“El que es sabio que entienda estas cosas. El que discierne, que las sepa. Porque los caminos del Eterno son rectos, y los justos andarán en ellos. Pero los transgresores tropezarán en ellos. (Oseas 14:9)

Así entendemos que Dios creó el mal para que aprendamos de este con el propósito de elegir el bien, y darnos cuenta que pecados y transgresiones son errores que cometemos son para saber que en el bien no existen ofensas, infracciones, violaciones o errores.

“También no creas todas las palabras que hablan, a menos que oigas a tu sirviente maldecirte. Porque tu corazón sabe que tú muchas veces maldijiste a otros. Todo esto es puesto a prueba con sabiduría. Yo he dicho, ‘me volveré sabio’, pero estaba lejos de mí. (Eclesiastés 7:21-23)

Una vez más Kohelet nos invita a hacernos sabios mientras lidiamos con contradicciones y ambigüedades que encontramos cada momento cuando tenemos que ejercer el libre albedrío en situaciones conflictivas entre lo bueno y lo malo.

“Lo que fue está lejos y muy profundo [en la conciencia], ¿quién podría encontrarlo? (7:24)

Nuestro sabio rey incurre en las complejidades de la conciencia humana, y algunas veces remotas causas nos obligan por defecto y a actuar o reaccionar sin control en ciertas circunstancias. En el desconocimiento de esas causas no podemos entender su origen o propósito en la vida.

Esto no significa que podamos pasar por alto o justificar nuestras malas obras o acciones por no ser capaces de dilucidar las causas de ciertas actitudes instintivas.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.