domingo, 26 de febrero de 2017

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XXVIII)

Una vez unamos la diversidad de la conciencia humana y armonicemos sus tendencias y rasgos opuestos bajo la regencia de los modos y atributos de amor, también veremos esta unidad armónica funcional alrededor de nosotros. No sólo como un reflejo de nuestra paz individual y colectiva, sino también interactuando entre sí.

“Porque tendrás alianza [lit. pacto, asociación] con las piedras del campo, y las bestias del campo estarán en paz contigo.” (Job 5:23)

“En ese día Yo también haré un pacto para ellos [los hijos de Israel] con las bestias del campo, las aves del cielo y los que reptan sobre la tierra. Y Yo aboliré el arco, la espada y la guerra de la tierra, y los haré acostarse seguros.” (Oseas 2:18)

De ahí que todo lo viviente exista para servir a la vida y sostenerla con el fin de hacer prevalecer el bien en todos los modos, medios y fines, porque el bien es el máximo nivel de la vida. Es así como entendemos lo que nuestros sabios indican respecto a lo que hacemos.

“Y que tus actos sean por el bien del cielo.” (Pirké Avot 2:17)

El amor de Dios nos lo recuerda constantemente, porque deliberadamente pasamos por alto el bien de los modos y atributos de amor como lo que debemos honrar siempre y de todas las maneras.

“(…) y el Dios en cuya mano están tu aliento y todos tus caminos, a Él no lo has honrado.” (Daniel 5:23)

El bien es el propósito primordial de la creación de Dios, y como catalizador armonizador está destinado a transformar lo que es diferente del bien. El rey David nos recuerda frecuentemente que Dios es bueno porque Su amorosa bondad es eterna, y con ello nos hacemos conscientes del bien como principio regente de la prometida conciencia humana transformada para la era mesiánica.

“Y Él juzgará entre las naciones y decidirá para muchos pueblos, y ellos fundirán sus espadas en arados y sus lanzas en rastrillos. Ninguna nación levantará espada contra otra nación, y nunca más aprenderán guerra.” (Isaías 2:4)

Existimos para vivir el cambio, de la ignorancia hacia la sabiduría, de ilusión a conocimiento, del sueño al despertar, de necedad a madurez, de oscuridad a luz, de frialdad a calidez, del abismo hacia la cumbre. Este cambio es el proceso transformador conducido por el alma con el fin de encontrarse a sí misma en el bien como su propia esencia y finalidad.

Al ser conscientes de esto algunos de nosotros hacemos la pregunta fundamental acerca del alma, ¿soy yo ella, o es simplemente el nexo con nuestro Creador? O, ¿soy una conciencia en un cuerpo humano? La respuesta es más simple de lo que creemos, pues depende de dónde ponemos nuestra esencia e identidad.

Algunos la ponen en el cuerpo, algunos de nosotros la ponemos en el alma. Algunos se identifican con la naturaleza temporal del cuerpo y sus necesidades, carencias y deseos, y algunos de nosotros con la cualidad transcendental del alma con su bien infinito más allá de lo necesario, de lo que falta, de lo que desea y de lo que limita. Después de saber lo que ya sabemos del alma, ¿podríamos conformarnos con menos?

“Yo soy del Amado mío, y sobre mí está Su deseo.” (7:11)

Israel responde que la belleza del bien en su esencia e identidad pertenece a Dios, porque ambas provienen de Su amor. Así Israel destaca que ella es del amor de Dios, y ella es como es porque así es el amor de Dios. Israel es así, porque así lo desea Dios.

Él desea lo que hace Israel de Su amor en el mundo material, porque Él quiere que la humanidad sea plenamente consciente de Su presencia en todo lo que Él ha creado. La existencia tiene significado debido al bien, porque el bien da sentido a la existencia.

domingo, 19 de febrero de 2017

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XXVII)

“Tus dos pechos [son] como dos cervatillos, gemelos de una gacela. Tu cuello [es] como una torre de marfil. Tus ojos [son como las] albercas en Jeshbón, allende el portal de las hijas de una multitud. Tu nariz [es] como una torre del Lebanón frente al Damasco. Tu cabeza sobre ti [es] como [el monte] Carmelo, y el cabello de tu cabeza [es] como púrpura. El rey [está] atado a sus rizos. ¡Cuán hermosa eres, y cuán agradable, oh amor en delicias! Tu estatura [es] como una palma de dátiles, y tus pechos como racimos de uvas.” (7:4-8)

Nuevamente la descripción del Creador de los rasgos y cualidades de Israel evoca la estructura o cuerpo del Tabernáculo y del Templo de Jerusalén. Como hemos mencionado antes, estas alegorías sugieren una fusión entre Israel y el Templo como uno solo en compenetración espiritual con el amor de Dios.

“Yo dije, ‘Subiré en la palma de dátiles para sostenerme en sus ramas, y dejar que tus pechos sean como racimos de uvas, y el aliento de tu nariz como [la fragancia de] manzanas. Y tu paladar [sea] como el mejor de los vinos, yendo a Mi amada en rectitud. Haciendo que los labios de los que duermen hablen’.” (7:9-10)

Dios reafirma a Israel Su promesa de redención final y de la era mesiánica. En el tiempo que Él considere apropiado, tal como lo han anunciado los profetas hebreos, el Creador revelará Su presencia en Sión como Jerusalén y su Templo. Este último referido aquí como una palma de dátiles, donde Él será visto elevado.

“Y la gloria del Eterno será revelada, y toda carne la verá junta; porque la boca del Eterno ha hablado. (…) juntos cantarán, porque habrán visto ojo a ojo el retorno del Eterno a Sión.” (Isaías 40:5, 52:8)

Ahí el amor de Dios se compenetrará con el amor de Israel con los más elevados rasgos y cualidades como sus ramas, racimos de uvas, el bien de sus obras y acciones como la fragancia de su aliento, y el deleite del regocijo que causan en todos los corazones, similar al mejor de los vinos.

Todo el bien de estas cualidades, características, obras y acciones emanan como corrientes que provienen únicamente de la rectitud de amor. En la rectitud del amor de Israel, los dormidos (las naciones) hablarán los modos y atributos del amor de Dios.

Como ya hemos visto, estos versículos aluden a una nueva conciencia humana que será guiada solamente por el bien de los modos y atributos de amor, destinados a prevalecer en el mundo material, y dirigidos por Israel como ella heredera de la redención final de Dios para toda la humanidad.

“Y Yo os daré un nuevo corazón y un nuevo espíritu dentro de vosotros, y quitaré el corazón de piedra de vuestro cuerpo y os daré un corazón de carne.” (Ezequiel 36:27)

Aquí la carne representa vida y el corazón como el bien que la impulsa. La existencia tiene significado debido al bien, porque el bien da sentido a la existencia.

La nueva conciencia prometida por Dios, guiada solamente por el bien, completará Su nexo eterno con Israel, porque es la manifestación material y espiritual del amor de Dios, como Su espíritu, gloria, majestad, poderío, victoria, esplendor, soberanía y grandeza.

“(…) Dice el Eterno, ‘Mi espíritu que está sobre ti, y Mis palabras que he puesto en tu boca no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos’, afirma el Eterno, ‘de aquí a la eternidad’.” (Isaías 59:21)

Todos estamos en este mundo para vivir experiencias, aprender, disfrutar y manifestar el bien como nuestra esencia e identidad. Ya hemos dicho que el bien es la esencia del alma como extensión del amor de Dios, y nosotros como almas estamos aquí para encontrarnos a nosotros mismos en todos los aspectos, facetas y dimensiones de la vida y el mundo material.

De este modo revelamos las bendiciones del Creador en todo lo que está en nosotros y nuestro entorno, ya que todo lo que percibimos a través de los sentidos también tiene el propósito de ser y tener bien, un grano de arena, una hoja de hierba, una hormiga o un elefante.

Hemos señalado que el propósito del alma es encontrarse en todas las expresiones de la creación material de Dios, viendo el bien oculto en lo que percibimos como opuesto a éste. Así asimilamos los mensajes de nuestros profetas en torno a la era mesiánica.

 “‘El lobo y el cordero pastarán juntos, y el león comerá paja como el buey; y polvo será el alimento de la serpiente. Ellos no harán mal ni afligirán en toda Mi montaña sagrada’, dice el Eterno.” (Isaías 65:25, 11:6)

domingo, 12 de febrero de 2017

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XXVI)

“¡Retorna, retorna, oh Shulamith! Retorna, retorna, para que te contemplemos. ¿Qué habéis visto en la Shulamith, como una danza de los campos?” (Cantar de los Cantares 7:1)

Las hijas de Jerusalén llaman a Israel, urgiéndola a regresar a su esencia y verdadera identidad como su nexo común con el amor de Dios. Una vez elegimos abandonar las fantasías e ilusiones de ego, y regresamos a los modos y atributos de amor como los medios para seguir Su voluntad, nuestras cualidades positivas nos apoyan en nuestro camino de vuelta al amor de Dios.

Estas saben que Dios llama a Israel la que ella es toda paz (Shulamith), porque mediante la paz integradora de los modos y atributos de amor llegamos a Él, al que la paz le pertenece.

El Creador les pregunta a las hijas de Israel qué ven ellas en la entereza de Israel, como una danza en los campos. Se trata de una pregunta retórica, porque ellas ya saben del bien inherente a Israel. Los dos campos evocan el episodio del encuentro de Esaú y Jacob al regreso de este último a la tierra de Canaán (Génesis 32:2, 8).

Ha habido y hay una distinción entre los rasgos de carácter de los dos hermanos, al extremo de que son opuestos. En este contraste la entereza de Israel es recordada en el último versículo del sexto capítulo de este Cantar. Es relevante en el contexto de Israel y las naciones. Dios elogia a Israel como portadora de la paz que le pertenece.

“¡Cuán hermosos son tus pasos en sandalias, oh hija de Nadib! ¡La redondez de tus caderas como joyas, obra de mano maestra!” (Cantar de los Cantares 7:2)

Los pasos de humildad (representada en las sandalias) en su camino a encontrarse con su Amado. Israel como hija del bien y amorosa bondad del Benefactor (Nadib). El Creador destaca esta vez la belleza de la redondez de un cuerpo que personifica la gracia de sus cualidades y rasgos, como atributos de la compasión de Dios con cuyas manos forma y dirige Su entera creación.

“Tu ombligo [es] como una cuenca redonda, en la que no falta el vino mezclado. Tu vientre [es como] un manojo de trigo enrejado por rosas.” (7:3)

El “cuerpo” de Israel como la integrada expresión material de su identidad espiritual es descrito en metáforas como circular (“redondez”), lo cual implica totalidad y entereza. Vino mezclado generalmente se refiere a vinos diversos como conocimientos multidimensionales derivados de la Torá, que es la esencia que abarca la identidad judía. Aquí el cuerpo físico refleja expresiones materiales del cuerpo espiritual que la Torá representa para Israel.

El vientre (lit. estómago) es metáfora para el lugar de donde nace la vida y es nutrida desde sus comienzos. Trigo es el alimento primordial por excelencia para nutrir la vida humana, y al ser mencionado aquí como vientre refuerza sus cualidades de sustento vital. El Creador describe el vientre de Israel como fuente de sustento para alimentar el bien en la vida. Este es bordeado con rosas como lo hermoso característico del bien.

domingo, 5 de febrero de 2017

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XXV)

“Yo no supe [de] mi alma, que mi alma me hizo como carrozas para mi pueblo, Nadib.” (Cantar de los Cantares 6:12)

Israel responde a las evocaciones de Dios, admitiendo que en su largo y tenebroso exilio ella se alienó y asimiló lo suficiente como para desconocer su propia alma.

En el exilio, Israel ha tenido la tendencia a perder el conocimiento de su esencia y verdadera identidad. En vez de asumir la responsabilidad por su separación de los caminos y atributos del Creador, y las consecuencias de sus decisiones negativas, Israel lo culpa a Él de su predicamento bajo las naciones.

Cuando permitimos las fantasías e ilusiones de ego, estas se convierten en regidoras de nuestro libre albedrío. En ese predicamento nos hacemos vulnerables ante aquellos controlados por tendencias y rasgos negativos. Nuestra libertad completa está en los modos y atributos de amor, con los que estamos plenos y sin carencias. Así los hacemos los regidores que traen las bendiciones que el amor de Dios quiere que disfrutemos en el mundo material y en todas las expresiones de la vida.

Debemos ser conscientes de que también podemos bendecirnos a nosotros mismos para así ser la bendición que queremos ser para poder bendecir a otros. Nuestros pensamientos, palabras y acciones tienen el potencial para reflejar nuestras bendiciones o maldiciones. Tendencias y rasgos negativos son de hecho maldiciones que nos convierten en maldad para nosotros y para los demás. Las maldiciones no sólo vienen de nuestro entorno sino también de nosotros mismos. Así entendemos la advertencia del rey David.

“Los ídolos de las naciones son plata y oro, la obra de las manos de los hombres. Tienen bocas pero no hablan, tienen ojos pero no ven, tienen orejas pero no oyen, ni aliento en sus bocas. Aquellos que los hacen se volverán como ellos; sí, todos los que confían en ellos.” (Salmos 135:15-18)

Los ídolos, vistos como fantasías e ilusiones de ego con sus tendencias negativas, son las maldiciones que traemos a nosotros para gobernar y controlar nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Cuando estos nos convierten en ellos nos volvemos la personificación de la envidia, codicia, lujuria, ira, soberbia, indiferencia o indolencia, entre otros rasgos malditos.

Entonces nos damos cuenta que las bendiciones de los modos y atributos de amor nos elevan, mientras que las maldiciones de tendencias y rasgos negativos nos mantienen prisioneros de la superficialidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.

Debemos compenetrarnos constantemente con lo bueno para que las bendiciones fluyan en nosotros, para nosotros y para otros, y para cumplir el propósito de nuestra alma que es hacer prevalecer el bien en la vida humana y el mundo material. Mantenemos este constante fluir siendo y haciendo el bien, permitiéndonos ser su vasija y canal, siendo conscientes de que el bien proviene del amor de Dios. Así entendemos que la causa de Su creación es el bien, y que el propósito y finalidad de Su creación es el bien, tal como está escrito.

“Todo lo que el Eterno ha hecho [es] por Su propósito.” (Proverbios 16:4)

“Y el Eterno vio todo lo que Él hizo; y he aquí, muy bueno.” (Génesis 1:31)

“(...) que el Eterno se regocije en Sus obras.” (Salmos 104:31)

El bien ciertamente se regocija en el bien. Hemos mencionado frecuentemente que nuestra total plenitud en cada aspecto de la vida es completa únicamente con el bien que emana del amor de Dios. Esto lo logramos con nuestro constante deseo del bien compenetrándonos con Su amorosa bondad.

“(…) Tú [Eterno] abres Tu mano y satisfaces el deseo de todos lo viviente.” (Ibíd. 145:16)

“El Eterno desea a quienes lo reverencian, aquellos que ansían Su amorosa bondad.” (Ibíd. 147:11)
                    
Así también nos hacemos conscientes de la trascendencia del bien, la cual lo hace perfecto.

“Todos los llamados [creados] en Mi Nombre, y que Yo los he creado por Mi gloria [bien]; Yo lo he creado, Yo lo hice [perfecto].” (Isaías 43:7)

Las fantasías e ilusiones materialistas empañan el conocimiento de nuestra esencia y verdadera identidad, mientras que los modos de amor nos otorgan la claridad para elevar nuestra conciencia a planos elevados donde somos capaces de revelar la presencia ocultada del Creador. Previo a nuestro viaje hacia el conocimiento de los caminos y atributos de Dios debemos conocer los nuestros. Sólo entonces podremos ser conscientes de la fortaleza de nuestro conocimiento de amor, de las flaquezas de nuestros temores y sentimientos de carencia; de los potenciales creativos para traer y manifestar el bien en lo que somos y hacemos; y de las limitaciones de ideas, emociones y sentimientos negativos.

De esta manera aprendemos que lo que más nos acerca a nuestro Creador es el bien, y que nos separa de Él aquello que no es bueno. Entonces sí comenzamos el viaje hacia refinar nuestra conciencia y cuerpo físico, eliminando y evitando rasgos negativos; reorientando nuestros impulsos básicos, tendencias y potencias creadoras; y fortaleciendo nuestras cualidades positivas para con ellas guiar todas las expresiones de la vida.

Esta auto-refinación es de hecho la premisa para abordar los caminos y atributos de Dios; porque, como hemos indicado, solamente mediante el bien podemos compenetrarnos con Él. De ahí que nos comprometamos con el conocimiento de nuestra identidad como bien, ya que de este proviene el alma y es la única referencia que esta tiene para involucrarse en el mundo material. Así vemos que el propósito del alma es encontrar bien como el lugar que le es conocido, antes de entrar en la conciencia humana.

Evidentemente el mundo material no es apto para la altura del alma, por ello esta procura hacer del plano físico una reflexión del plano espiritual. Entonces nosotros como almas tenemos que perseguir el bien permanentemente y en todas las formas posibles. Así asimilamos que “los caminos [modos] del mundo son Suyos” (Habacuc 3:6), porque todos ellos son los caminos de Su bondad. El alma encuentra sus caminos en los modos y atributos de su Creador, para los cuales está destinada en el mundo.

“Ciertamente hay un espíritu en el hombre, y el aliento del Todopoderoso les da entendimiento. (Job 32:8)

Como hemos indicado antes, el alma como intelecto puro comienza su proceso analizando la naturaleza de la conciencia humana a través de la dinámica de los rasgos positivos y negativos, y sus expresiones y efectos; y seleccionando aquellos compatibles e inherentes al alma. Esto lo hace en todos los niveles de conciencia, desde la mente y los pensamientos pasando por las emociones, sentimientos, pasiones e instintos, separándolos de todo lo opuesto al bien de los modos y atributos de amor.

Debemos ser tan prácticos, empíricos y pragmáticos como podamos para aprender del bien que proviene de acciones y cualidades positivas, al igual que de lo opuesto a estas. Así podemos ejecutar eficientemente cambio en nuestra conciencia y entorno, a menos que nos encadenemos al repetitivo círculo vicioso de obsesiones, apegos y adicciones a ideas, pensamientos, emociones y sentimientos destructivos.

El alma es la que en verdad conduce el refinamiento de la conciencia humana hacia su cometido de compenetrarse permanentemente con el Creador mientras se encuentra en este mundo. No debemos permitir que el alma como nuestra esencia y verdadera identidad esté atrapada en las expresiones y tendencias negativas de las fantasías e ilusiones de ego, ya que estas no son su lugar.

El alma nos ofrece intelecto y discernimiento necesarios para eliminarlas completamente y permitirle manifestar sus cualidades y origen divino, como extensiones del amor de Dios. Este es uno de los significados de la misión de Israel de crear un lugar para Dios habite entre (en) nosotros.


Israel reconoce ante Dios (llamado aquí Nadib, Benefactor) su elección de caer en tendencias y rasgos negativos. Esta caída, representada por el exilio entre las naciones, convirtió en vasallos (“carrozas”) a Su pueblo.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.