lunes, 28 de agosto de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XIII)

“Dos son mejor que uno, porque tiene mejor recompensa por sus esfuerzos. Porque si caen, uno levanta a su amigo; pero ay de aquel que cae y no tiene a otro para levantarlo. Más aún, si caen los dos, se tienen uno al otro [lit. tienen calidez]; pero, ¿cómo uno solo puede tenerse? (Ecclesiastés 4:9-11)

Generosidad y compasión dan sentido y significado a la vida en un mundo donde todos dependemos de todos para nuestro bien individual y colectivo. Con este conocimiento y actitud somos constantemente recompensados, porque el bien es su propia recompensa. Así también asimilamos que procurar el bien es el principal propósito de la vida, entendiéndola como un proceso de aprendizaje.

Llegamos a conocer el bien diferenciándolo de lo que no es o su opuesto, porque es la única manera de vivirlo, valorarlo, protegerlo y defenderlo. Es así como vemos que el bien es una bendición que debemos engrandecer para cuando vengan los momentos en los que nuestra propia bondad enfrente las amenazas de las tendencias y rasgos negativos procedentes de una actitud egoísta ante la vida.

El egoísmo es la mentalidad de que todo existe para nuestro exclusivo provecho personal, sabiendo que dependemos del bien pero nos negamos a darlo. Así vemos que esa manera de pensar nos conduce sólo a la muerte y la destrucción.

“Y si un hombre vence a otro, dos aún más lo vencerán, y una trenza de tres cantos no será partida rápidamente. (4:12)

En la unidad está nuestra fortaleza. Entre más estemos unidos unos a otros, mejor podremos abordar desafíos y dificultades, e igualmente enfrentar y vencer a nuestros enemigos. Este principio debe ser aplicado a nuestros propios niveles y dimensiones de conciencia.

El discernimiento debe dirigir nuestros pensamientos hacia el bien para fortalecer nuestras emociones y sentimientos, y poder ser capaces de encaminar nuestra expresión y acciones hacia buenas obras. El bien debe ser el común denominador de todos los aspectos y expresiones de la vida, como el nexo eterno con nuestro Creador.

“Mejor es un niño pobre y sabio que un rey necio que ya no sabe recibir admonición. Porque de la prisión ha venido a reinar, porque aún en su reino habrá de ser humilde. (4:13-14)

La humildad es una expresión de sabiduría, porque solamente la verdadera sabiduría puede hacernos humildes. El primer versículo se refiere a “pobre” como aquel que necesita menos, y su plenitud no depende de posesiones materiales que tendrá que cuidar y proteger, de la misma manera que un monarca gobierna una nación.

La necedad está unida a la ignorancia y carencia de sabiduría, lo cual nos hace impotentes o incapaces de discernir entre los modos y atributos del bien, y las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego que nunca acepta o responde a admoniciones.


En este sentido la necedad derivada de la ignorancia es la prisión desde donde el necio conduce su vida. Una vez aprendamos de los fracasos y las caídas a costa de nuestra ignorancia y la necedad de fantasías e ilusiones de ego, nos hacemos lo suficientemente humildes con la sabiduría necesaria para gobernar la vida como nuestro reino personal.

domingo, 20 de agosto de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XII)

“El necio dobla sus manos y come su propia carne. Mejor es un puñado de alivio que dos puñados de esfuerzo y frustración. Y regresé, y vi vanidad bajo el sol.
(Eclesiastés 4:5-7)

El egoísmo nos lleva a vivir dentro de las limitaciones de nuestra propia arrogancia, ira, lujuria, indiferencia e indolencia, con sus tendencias y expresiones negativas. Estas restringen nuestras acciones y obras a nuestras fantasías e ilusiones materialistas, a expensas y detrimento del bien inherente a la vida, al “doblar nuestras manos” hacia nosotros.

“Ellos cortan lo que está en la mano derecha si siguen hambrientos, y comen lo que está en la mano izquierda sin saciarse. Cada uno de ellos come la carne de su propio brazo. (Isaías 9:20)

En este predicamento acabamos devorando nuestra propia vida (“carne”) en vez de enfocarnos permanentemente en el bien como nuestro verdadero alivio. Entonces nos hacemos conscientes de que las fantasías e ilusiones de ego son nuestro “esfuerzo y frustración” como vanidad y vejación bajo el sol.

“Hay uno, pero no hay otro; sí, él no tiene hijo ni hermano y su labor no tiene fin, ni su ojo se sacia con riqueza. Entonces, ¿para quién laboro y privo mi alma del deleite? Esto también es vanidad y un asunto desgraciado. (Eclesiastés 4:8)

Una persona centrada en sí misma no tiene a nadie más en mente excepto a sí misma, y cree que no hay nadie menor que ella. Esta carencia total de generosidad y compasión hacia otros la hace trabajar solamente para sus propios deseos, que nunca habrá de saciar debido a la naturaleza temporal de aquellos.


De ahí que esto nos haya replantear el propósito real de la vida, y preguntarnos para quién y para qué laboramos, privando a nuestra verdadera esencia e identidad de la plena satisfacción y deleite en el bien.

En algún momento de la vida habremos de darnos cuenta de que el bien es la razón y propósito de nuestro complete bienestar, y que las fantasías e ilusiones de ego son una vanidad y una desgracia.

domingo, 13 de agosto de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XI)

“Y elogié los difuntos que ya han muerto, más que los vivientes que siguen vivos. Y mejor que ambos es aquel que todavía no ha nacido, que no ha visto la obra de la maldad hecha bajo el sol. (Eclesiastés 4:2-3)

Estos versículos contienen la más poderosa de las advertencias en contra de elegir las fantasías e ilusiones de ego, hasta el extremo de mejor no haber nacido en vez de vivir en un mundo de vanidad.

En este sentido la vanidad es la propia maldad como vejación o frustración de la vida. La lección en esta cruda advertencia no es rechazar o evitar vivir en el mundo material “bajo el sol”, sino ser conscientes de que la única razón de la vida es vivirla en la realidad del amor y no en la ilusión de la vanidad.

“Y vi todo el esfuerzo y toda la excelencia del trabajo, que es la envidia de un hombre por su amigo; esto también es vanidad y frustración. (4:4)

Hay varias lecciones en este versículo.

La primera, que tenemos que enfocarnos en nuestros propios pensamientos, emociones y acciones, en vez hacerlo con los demás.

La segunda, que el bien es lo excelente en nuestras obras por las que nos esforzamos como parte de nuestra vida, con el fin de mantenerlo y preservarlo en ésta.

La tercera, que si nuestros pensamientos, emociones y sentimientos se basan en premisas falsas con propósitos falsos, nos encontraremos trabajando para la vanidad.

La cuarta, que si envidiamos y codiciamos las posesiones y obras de los demás, estaremos condenándonos a la frustración y la ira como producto de lo que cosechamos en la vida.

“La ira es cruel y la rabia es abrumadora; pero, ¿quién puede soportar la envidia? Mejor es una reprimenda que un amor ocultado. Fidedignas son las heridas de un amante, pero los besos de un enemigo son engañosos. (Proverbios 27:4-6)

Se nos recuerda que todo lo que envidiamos o codiciamos se convierte en nuestra frustración e ira, las cuales terminan llenando el vacío creado por nuestra carencia.

Debemos enfrentar las creencias o sentimientos de carencia como aquello que niega nuestro propio bien, el cual llena todo lo que necesitamos o queremos. El bien proveniente del amor satisface todo porque en el amor no hay carencia.

lunes, 7 de agosto de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (X)

“Y vi que no hay nada mejor [lit. bien] que el hombre se regocije en sus obras, porque esa es su porción. Porque, ¿quién lo traerá para ver lo que será después de él?
(Eclesiastés 3:22)

El bien debe caracterizar todas las obras del hombre en su vida, porque el bien es su porción para regocijarse en esta. Hemos oído el proverbio de “haz bien y no mires a quién”, ya que el bien conoce sus modos y propósito, y no depende de nuestro control. El bien es autosuficiente y sirve su propio propósito. Nosotros sólo somos sus medios o vehículos, lo cual de por sí es nuestra propia recompensa.

“¿Quién es rico? Aquel que es feliz con su porción.” (Pirké Avot 4:1)

Nuestros sabios enseñan que la humildad es la vasija del bien, lo que quiere decir que nosotros no lo poseemos sino que nos posee a nosotros. En este sentido no necesitamos “ver lo que será después”. Del mismo modo, no deberíamos tener expectativas por el hecho de ser vasijas para el bien. Como ya lo hemos dicho, el bien es su propia recompensa.

Este versículo enseña que el bien es la razón de nuestro placer y deleite, porque nos regocijamos en sus modos y atributos provenientes del amor de Dios. El rey Salomón reitera que el bien es la única razón para vivir, y es opuesto a la vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.

“Pero yo regresé y vi todos los oprimidos que son hechos [así] bajo el sol. Y he aquí, las lágrimas de los oprimidos y no tienen consolador; y de la mano de sus opresores hay poder, pero no tienen consolador.
(Eclesiastés 4:1)

Debemos investigar las causas de nuestra opresión en este mundo, y también los modos y medios de nuestra liberación como el “consolador” que añoramos. Puede que haya algunos que nos opriman u obliguen contra nuestra voluntad por diversas razones.

También hay otras causas de nuestras aflicciones que infligimos sobre nosotros, tales como adicciones, apegos y obsesiones que tienen un impacto negativa en nuestros pensamientos, emociones o nuestro cuerpo físico. La separación del bien como nuestro nexo con el Creador es nuestra mayor aflicción.

“Su inmundicia ha estado en sus faldas, ella no ha recordado como acabó. Por lo tanto cae estupefacta, ella no tiene consolador. Mira, oh Eterno, mi aflicción; porque el enemigo se ha engrandecido. (Jeremías 13:17)


El rey Salomón nos invita a reflexionar acerca de las fuentes de la vanidad como fantasías e ilusiones derivadas de creencias o sentimientos de carencia. En todo caso, debemos regresar a la realidad del amor mediante el bien de sus modos y atributos, una vez nos hagamos plenamente conscientes de la ilusión de la vanidad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.