lunes, 25 de septiembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XVII)

“Si ves opresión al pobre y privación de justicia y rectitud en la provincia, no te preguntes sobre el asunto, porque el Altísimo sobre el elevado espera, y hay más elevados sobre ellos. (Eclesiastés 5:7)

Muchos dicen que el mal en este mundo ya es suficiente, mientras que otros se preguntan cuán peor podría ponerse. Todos somos responsables de la maldad que vemos en este mundo porque el mal ha continuado, o aumentado por las manos de los hombres.

Recordemos que Dios creó el mal no como una opción sino como referencia para elegir el bien, y que el mal no se manifiesta por sí solo sino mediante acciones concretas de los seres humanos.

El resto del “mal” puede ocurrir por las acciones de ciertos animales o por fuerzas de la naturaleza en detrimento de los humanos. Entonces podríamos decir que un terremoto o un huracán son tan malos como los ataques de cocodrilos, tigres, buitres o serpientes.

Aquí estamos hablando acerca del mal que hacen los hombres como “la opresión del pobre, y la privación de justicia y rectitud” que son transgresiones específicas contra el bien que nos debemos unos a otros.

Como fuente del bien, el amor de Dios no condona el mal o la maldad sino que nos hace acreedores de nuestra negligencia, ya que siendo capaces de ser y hacer el bien preferimos no hacerlo.

Podemos entender la última parte del versículo en el sentido de que Dios es el Altísimo sobre todo, que espera que todos seamos buenos con todos en vez de creernos o sentirnos “más elevados” para negar el bien necesitado por otros.

“Y los soberbios [lit. la elevación] de la tierra está en todo. Aún el rey es sirviente en el campo. Quien ama la plata no se saciará con plata, y quien ama una multitud sin aumento, esto también es vanidad. (5:8-9)

La elevación como soberbia es una de las tendencias y rasgos negativos en la conciencia, que nos mantiene separados de los demás. El rey Salomón tajantemente declara que nadie se escapa de la arrogancia en este mundo, inclusive el monarca que se inclina ante las limitaciones de la condición humana en el campo de la vida.

La soberbia nos hace insaciables bajo las fantasías e ilusiones de ego para las que nada es suficiente, y esto sabemos que es pura vanidad.

“Con el aumento del bien, sus comensales aumentan y, ¿cuál es la ventaja para su amo excepto ver [con] sus ojos? El sueño del trabajador es dulce aunque coma poco o mucho, pero la saciedad del rico no le deja dormir. (5:10-11)

Hemos mencionado que nuestros ojos nos llevan a lo que vemos o deseamos (Números 15:39), y aquí somos invitados a reflexionar acerca de la ventaja real de lo que perseguimos en la vida. Ya fuimos advertidos sobre el creciente deseo de tener más de lo suficiente y caer en apegos, obsesiones y adicciones que nos traen vejación y frustración.

Al ser lo bastante listos para vivir satisfechos sin crear dependencia o adicción a nada que obligue a deseos incontrolables, podremos dormir en paz; a diferencia de la intranquilidad que causa la dependencia.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XVI)

“No permitas que tu boca cause pecado en tu carne, y no digas ante el mensajero que se trata de un error. ¿Por qué habría de enojarse el Eterno con tu voz y destruir la obra de tus manos? Porque a pesar de muchos sueños y vanidades y muchas palabras, solamente reverencia [lit. teme] al Eterno.” (Eclesiastés 5:5-6)

El “pecado en nuestra carne” significa que ponemos en nuestra conciencia aquello que no somos o que se supone no debemos ser. Si dejamos de vivir en los modos y atributos del bien, entonces tendremos una vida (“carne”) según lo que elijamos.

Una vez tomemos nuestras decisiones, estas hablarán por nosotros y no podremos decir que “se trata de un error” a quien tengamos que rendir cuentas.

Si has sido sabio, lo has sido por ti; y [si] has sido necio [lit. has despreciado], lo cargarás por ti.” (Proverbios 9:12)

El “enojo” de Dios no es otra cosa que nuestra propia separación de Sus caminos y atributos. En esta separación destruimos el bien que estamos supuestos a ser, tener y manifestar. Seamos conscientes de que Dios no se “enoja” y “destruye” lo que somos o hacemos.

Este versículo nos dice de manera retórica que el Creador no interfiere con lo que elegimos o decidimos, incluido aquello instigado por la vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego. Estas son la causa real de nuestro enojo debido a su destrucción de nuestra esencia y verdadera identidad, que son solamente el bien.

‘Tu propia maldad te corregirá, y tu reincidencia te reprobará. Por lo tanto, sabe y ve que es algo inicuo y amargo que hayas abandonado al Eterno tu Dios, y que Mi reverencia [lit. temor] no esté en ti’, dice el Eterno de multitudes.”
(Jeremías 2:19)

De esta manera nos hacemos conscientes de que reverenciar (“temer”) a Dios es vivir con, en, por y para las cualidades y expresiones del bien, opuestas a los “sueños”, “vanidades” and “palabras” vacías de las fantasías e ilusiones de ego. A pesar de las muchas que son, el bien las trasciende a todas tal como nos los recuerda el salmista.

“Muchos son los pensamientos en el corazón del hombre, pero el consejo del Eterno [es el que] prevalece.” (Salmos 19:21)

Los reyes David y Salomón nos invitan a concentrarnos en lo que realmente importa en la vida, pero más aún aquello que da significado y propósito a la vida, que es el bien como el consejo que prevalece.

En vez de desperdiciar la vida en fantasías e ilusiones materialistas en el “corazón del hombre” que son nuestros “muchos (incontables) pensamientos”, mejor vivamos en el bien como nuestro verdadero propósito en este mundo.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XV)

“No seas irritante con tu boca, y que tu corazón no se apresure a expresar una palabra ante Dios, porque el Eterno está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto que tus palabras sean pocas porque un sueño viene con mucha ansiedad, y la voz del necio con muchas palabras. (Eclesiastés 5:1-2)

Sabemos que el pensamiento precede a las palabras y a la acción, excepto para aquellos que hablan y actúan antes de pensar. Generalmente queremos que nuestras palabras reflejen fielmente nuestros pensamientos e intenciones para no dar la impresión equivocada, y aún más cuando nos comunicamos con Dios “que está en el cielo”. Aquí entendemos que nuestra comunicación con Él debe estar más allá de nuestra concepción humana de lo divino.

“‘Porque Mis pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos Mis caminos’, dice el Eterno. ‘Porque altos están los cielos sobre la tierra, así de altos han sido Mis caminos encima de tus caminos, y Mis pensamientos encima de tus pensamientos’. (Isaías 55:8-9)

Como hemos dicho antes, debemos relacionarnos con Dios a través de los modos y atributos con los que Él quiere que lo emulemos. Así podremos hacer de este mundo un lugar donde Él more con [en] nosotros.

Mientras que continuemos viviendo en las fantasías e ilusiones de ego, nuestros pensamientos, sueños, palabras y acciones también reflejarán su vanidad, vejación y frustración, como la futilidad de la vida de un necio.

“Cuando jures en nombre del Eterno, no demores en pagar porque a Él no le complacen los necios; lo que prometas lo cumples [lit. pagues]. Es mejor que no jures, que prometas y no lo pagues. (Eclesiastés 5:3-4)

Nuestras palabras y acciones reflejan lo que somos, a pesar nuestro. Nos guste o no, tarde o temprano rendiremos cuentas por lo que decimos o hacemos los unos a otros, incluido Dios. En este sentido somos responsables ante Él, ya que estamos supuestos a pensar, hablar y actuar de acuerdo a lo que nos une a Él.

“Y yo, con voz de gratitud, elevo mi sacrificio a Ti. Lo que he prometido lo cumplo, la redención es del Eterno. (Jonás 2:9)

Si creemos y perseguimos el bien, debemos responder al bien y a nada más, y más aún si proclamamos que somos buenos. Si no somos capaces de vivir por este principio, mejor no comprometernos a este como lo sugiere el versículo.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XIV)

“Vi todo [en] el que camina bajo el sol, con el segundo hijo que crecerá en su lugar. No hay final para toda la gente, a todos los que fueron antes de ellos; también los últimos no se regocijarán en él, porque esto también es vanidad y frustración. (Eclesiastés 4:15-16)

Mientras que “caminamos bajo el sol”, en este mundo material, estamos sujetos a vivir de acuerdo con las decisiones tomadas cada vez que podamos ejercer el libre albedrío. Fijamos nuestros límites basados en nuestra capacidad de discernir entre el bien y el mal, y las prioridades que tengamos ya sea viviendo en los modos y atributos del bien o en las fantasías e ilusiones de ego.

En momentos de aflicción tenemos que mantener el conocimiento de que el bien proveniente del amor de Dios es nuestra liberación, tal como lo indica el salmista.

“Muéstrame Tus caminos, oh Eterno, enséñame Tus sendas. Guíame en Tu verdad e instrúyeme, porque Tú eres el Dios de mi redención. En Ti espero todo el día. Recuerda Tu compasión y amorosa verdad, oh Eterno, porque estas han existido desde siempre.(Salmos 25:4-5)

Una vez establezcamos nuestras prioridades y tomemos decisiones, estaremos sujetos a estas y viviremos por y para estas. Cada acción o creación (incluyendo tener hijos) también estarán regidos por estas y seguirá siendo así bajo el predicamento de vanidad y frustración que conllevan.

Nuestros sabios también llaman “hijos” a nuestras obras o invenciones, para indicarnos que todas nuestras acciones tienen consecuencias y que más vale pensar más de dos veces cuáles son nuestras prioridades reales y las decisiones a tomar en la vida. Así nos hacemos conscientes de que lo que realmente importa es el bien como nuestro verdadero sustento, plenitud y alegría.

“Mira tus pies cuando vayas a la casa del Eterno, y alístate para obedecer en vez de los necios que traen ofrendas de sacrificio, porque ellos no saben el mal que hacen. (Eclesiastés 4:17)

Hemos señalado a menudo que la “casa” representa nuestra conciencia y lo que tenemos o hemos puesto en esta. En este versículo “la casa de Dios” son los modos y atributos que el Creador quiere compartir con nosotros como parte de nuestra esencia e identidad.

“Envíame Tu luz y Tu verdad. Que estas me guíen, me lleven a Tu sagrado monte y a las moradas de Tu presencia. Para ir al altar del Eterno, a Dios, la alegría de mi regocijo. Y he de agradecerte con arpa, oh Eterno, mi Dios. (Salmos 43:3-4)

Venir a Su casa significa abrazar todas las formas y expresiones del bien, paz, gracia, compasión, lentitud para la ira, abundancia de amorosa bondad y verdad, como rasgos y cualidades con las que Dios dirige Su creación y se relaciona con esta (ver los atributos de compasión de Dios en Éxodo 34:6-7). Estos son la luz y la verdad que nos conducen a Él.

Para tener una vida inspirada, sustentada y dirigida por esos atributos como nexo común con nuestro Creador, tenemos que “mirar nuestros pies” permitiendo que nuestro discernimiento y juicio adoptar constantemente todas las expresiones del bien en cada decisión que tomamos.

Vivimos en la “casa de Dios” al seguir (“obedecer”) los principios que nos unen a Él. Así asimilamos que las decisiones de nuestra necedad no son las “ofrendas de sacrificio” que traemos a Él, porque tarde o temprano nos haremos conscientes de que una actitud egocéntrica ante la vida tiene efectos negativos como el mal del que parecemos no reconocer.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.