domingo, 26 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXVI)

“No hay hombre que tenga poder sobre el viento o retener el viento, ni tiene poder sobre el día de [su] muerte; y no hay retiro en la guerra, ni maldad que lo libere de lo que se le ha dado. Todo esto he visto y también he aplicado mi corazón a cualquier obra hecha bajo el sol; cuando un hombre tuvo poder sobre otro en detrimento suyo.
(Eclesiastés 8:8-9)

Estos versículos vienen a expandir las razones para no evocar fantasías e ilusiones de las que no sabemos a fondo sus resultados cuando las hacemos reales. Así comprendemos que son similares a creer que podemos manejar el mal o controlarlo, como lo querríamos hacer con la muerte.

Una vez caemos en obsesiones, adicciones y apegos negativos, nos hacemos sus prisioneros sin tener alivio o redención fáciles. En esto no hay provecho, como tampoco lo hay de nada del reino de las fantasías e ilusiones de ego, incluyendo afligirnos unos a otros con maldad.

“Y así vi enterrado al malvado, y dentro de su descanso [final]; y a quienes han sido correctos que se alejaron del lugar sagrado, y fueron olvidados en la ciudad. Esto también es vanidad. Porque la sentencia contra una mala acción no es ejecutada con rapidez, por lo tanto en el corazón de los hombres está plenamente establecido hacer el mal.
(8:10-11)

Tanto el justo como el malvado terminan en los cementerios, tarde o temprano. Aquí a los justos se les advierte no separarse de su permanente conocimiento del bien como el lugar sagrado al que pertenecen. De lo contrario serán olvidados al igual que los malvados por las vanidades que eligieron vivir, porque en estas no hay juicio ni justicia.

Si dejamos que tendencias y rasgos negativos sean los modos y medios de nuestra conciencia, confirmamos que la maldad se refugia en nuestros corazones.

“Porque el pecador hace maldad cien veces y [aun así] prolonga sus días. Aunque sé que les irá bien a quienes reverencian [lit. temen] al Eterno, que reverencian ante Él. Pero no irá bien con el malvado ni prolongará sus días, que son como una sombra porque él no reverencia al Eterno. (8:12-13)

El rey Salomón nos invita nuevamente a hacernos conscientes de la vanidad y la futilidad de nuestras decisiones negativas, sea o no que alarguen o acorten nuestros días, porque en estas la vida pierde su significado. Así traducimos la reverencia (“temor”) de Dios como el aprecio y devoción al bien que ilumina nuestros pasos en el sendero de la vida.

“Hay una vanidad que ha sido hecha sobre la tierra, que hay hombres justos que les ocurre según lo que hacen malvados; e igualmente hombres malvados a quienes les ocurre según lo que hacen los justos. He dicho que esto también es vano. (8:14)


Este versículo reitera que vivir en la vanidad y futilidad de fantasías e ilusiones de ego no hace diferencias entre justos y malvados.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXV)

“No te apresures en salir de Su presencia, no pares ante algo malo; porque Él hace lo que plazca. (Eclesiastés 8:3)

Una vez más se nos recuerda permanecer en el bien por tratarse del reflejo de la presencia de Dios en Su creación, porque en este conocimiento no hay mal.

Nuevamente nos hacemos conscientes de que la maldad es la referencia constante para que elijamos el bien, hasta que llegue el día de la redención final en el judaísmo cuando el mal desaparecerá de la faz de la tierra.

Mientras tanto estamos aquí para elegir permanentemente lo positivo y no lo que nos plazca, porque esto último es un privilegio solamente del Creador de todo lo que existe.

“Porque mientras la palabra del Rey tenga poder, ¿quién podría decirle ‘qué hacer’? El que cumple el mandamiento no conoce ninguna cosa mala, y el sabio de corazón discierne en torno al tiempo y al juicio. (8:4-5)

El bien es la voluntad del Creador, la cual abarca todo, para cada decisión que tomamos momento a momento, y también es el poder en Su palabra. Su pueblo elegido está destinado a igualmente elegir Su voluntad y hacer lo que es ajeno al bien, porque este no cohabita con el mal.

En el bien como principio rector de la sabiduría nacemos para discernir y actuar con juicio porque el bien es la razón y propósito de la vida en este mundo.

“Porque para todo asunto hay un tiempo y un juicio, porque la maldad del hombre está encima de él. Porque no sabe lo que será; ya que cuando llegue a acontecer, ¿quién se lo anunciará? (8:6-7)

Ya hemos mencionado que debemos afrontar cada situación y asunto con la actitud apropiada que siempre procure el bien como nuestro juicio para actuar y responder de acuerdo a lo correcto para cada circunstancia.

Debemos vivir en este conocimiento porque la maldad está constantemente llamando, por ser la otra opción contra la que estamos instruidos por decreto divino evitar o transformarla en una expresión positiva.

Así seremos capaces de evitar los efectos, resultados o consecuencias de las decisiones negativas, acerca de las cuales no siempre estamos conscientes de lo que pueda salir de ellas, especialmente si no hay nadie que nos aconseje contra estas.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXIV)

“Conduje mi corazón para conocer, investigar y buscar sabiduría, y la razón de las cosas, y para conocer la maldad de la necedad, y la necedad y la locura. Y encuentro, más amargo que la muerte, la mujer cuyo corazón es trampas y redes, sus manos son ataduras; quien es bueno en los ojos del Eterno escapará de ella, y el pecador será prisionero de ella. (Eclesiastés 7:25-26)

No podemos asimilar las razones de una conducta descontrolada, y más aún en los demás. El caso presentado aquí de manipulaciones con maldad refleja lo que puede hacer la gente cegada por un entendimiento equivocado de la vida, donde el bien no existe. Los que comparten ese mismo predicamento viven atrapados en el destino destructivo de vivir carentes de bien.

“Mira, esto he encontrado, dice Kohelet, sumando uno con otro para averiguar la cuenta que mi alma ha buscado pero sin determinarlo. Un hombre entre un millar he encontrado, pero una mujer entre tantos no he encontrado. Mira, sólo este he encontrado, porque el Eterno creó al hombre recto, pero han buscado muchas intrigas. (7:27-29)

Las estadísticas presentadas por Kohelet son decepcionantes en un mundo donde el bien es el principio rector en la creación de Dios. Lo cual nos hace reflexionar en torno a las razones que puedan tener los seres humanos para seguir tendencias y rasgos negativos derivados de fantasías e ilusiones de ego como las “muchas intrigas” que se apresuran a elegir lo negativo en vez de la rectitud de los modos y atributos del bien.

Las intrigas incitan manipulaciones alentadas por creencias o sentimientos de carencia que nos empujan a controlar a otros para obtener lo que creemos satisfará nuestra envidia, codicia, lujuria, ira y soberbia.

Mientras despreciemos el bien como la fuente de abundancia para todo lo que necesitemos, queramos y deseemos dentro de lo recto y lo justo, seguiremos viviendo en las prisiones de fantasías e ilusiones.

“¿Quién es como el sabio? ¿Y quién sabe la interpretación de una cosa? La sabiduría de un hombre hace resplandecer su rostro, y cambia la determinación de su rostro. (8:1)

Hemos dicho que el bien es el principio que define las cualidades de la sabiduría que nos conduce a entender (“interpretar”) lo que abordamos en la vida.

El versículo trae la luz como una abstracción del bien con el fin de enseñarnos que nuestra sabiduría debe reflejarlo como el resplandor que puede irradiar un rostro. Esto nos recuerda la segunda de las tres bendiciones sacerdotales en la Torá.

“Resplandezca el Eterno Su rostro sobre ti y te agracie.” (Números 6:25)

Sabemos que en el judaísmo los principios y atributos divinos son comparados simbólicamente con rasgos y otras cualidades materiales como un rostro, luz, manos, oscuridad, ojos, corona, etc. De ahí que la luz de Dios esté relacionada con el bien con el cual Dios crea, dirige y sustenta Sus obras, que nos reviste con la gracia inherente a éste.

Mientras que vivamos en, con y por el bien, el rostro que representa nuestra identidad cambia para que reflejemos lo que realmente somos con la “determinación” necesaria para afrontar todos los aspectos de la vida.

“Yo [te aconsejo]: cumple el mandato del Rey y aquello respecto al juramento del Eterno. (Eclesiastés 8:2)

Ejercemos nuestra identidad judía cumpliendo las instrucciones y mandamientos de Dios, lo cual es el juramento o Pacto que tenemos con Él. La Torá dice que somos Su pueblo elegido y esto nos obliga a elegir Su voluntad para cumplir nuestra alianza con Él.

Éste y los demás versículos de la Biblia hebrea son presentados en el contexto de ser, tener y hacer el bien como finalidad de ese Pacto.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXIII)

“Es bueno que te aferres a esto, y también de esto no separes tu mano porque aquel que reverencia [lit. teme] al Eterno se descarga de todos ellos. La sabiduría otorga fortaleza al sabio más que diez gobernantes que estuviesen en la ciudad, porque no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y no peque. (Eclesiastés 7:17-20)

Adquirir el conocimiento que mencionamos antes es la manera de asimilar los modos y atributos del Creador que motivan nuestra reverencia o “temor” de Él.

Al ser conscientes de ello liberamos (“descargamos”) la conciencia de adicciones, obsesiones y apegos negativos que alimentan las fantasías e ilusiones de ego. Esta sabiduría que adquirimos nos conduce a corregirnos mientras aprendemos a vivir en el bien.

“El que es sabio que entienda estas cosas. El que discierne, que las sepa. Porque los caminos del Eterno son rectos, y los justos andarán en ellos. Pero los transgresores tropezarán en ellos. (Oseas 14:9)

Así entendemos que Dios creó el mal para que aprendamos de este con el propósito de elegir el bien, y darnos cuenta que pecados y transgresiones son errores que cometemos son para saber que en el bien no existen ofensas, infracciones, violaciones o errores.

“También no creas todas las palabras que hablan, a menos que oigas a tu sirviente maldecirte. Porque tu corazón sabe que tú muchas veces maldijiste a otros. Todo esto es puesto a prueba con sabiduría. Yo he dicho, ‘me volveré sabio’, pero estaba lejos de mí. (Eclesiastés 7:21-23)

Una vez más Kohelet nos invita a hacernos sabios mientras lidiamos con contradicciones y ambigüedades que encontramos cada momento cuando tenemos que ejercer el libre albedrío en situaciones conflictivas entre lo bueno y lo malo.

“Lo que fue está lejos y muy profundo [en la conciencia], ¿quién podría encontrarlo? (7:24)

Nuestro sabio rey incurre en las complejidades de la conciencia humana, y algunas veces remotas causas nos obligan por defecto y a actuar o reaccionar sin control en ciertas circunstancias. En el desconocimiento de esas causas no podemos entender su origen o propósito en la vida.

Esto no significa que podamos pasar por alto o justificar nuestras malas obras o acciones por no ser capaces de dilucidar las causas de ciertas actitudes instintivas.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.