domingo, 12 de agosto de 2018

JERUSALEM EN EL LIBRO DE SALMOS (XXVI)


“Si el Eterno no construye la casa, en vano sus constructores laborarían en ella. Si el Eterno no vigila una ciudad, en vano un vigía la velaría. (Salmos 127:1)

Nuestros Sabios dicen que Dios es el lugar del mundo y el mundo no es el lugar de Dios. Este fundamento define el propósito de Su creación, ya que todo proviene de Él y es sustentado por Él. En este respecto, el lugar como razón para que el mundo exista es Dios. De ahí que seamos nosotros lo que dependamos de Él y no al revés.

Con esta premisa abordaremos el versículo citado. Si Dios no nos da una razón para Su creación, ¿cómo podríamos hacer algo de ésta? La “casa” aquí representa lo que Él nos da para que hagamos algo de ella, y eso es el bien. Vivimos en vano si tenemos una vida sin significado.

Si descartamos el bien como causa y propósito de la creación de Dios, ¿que podríamos construir con algo distinto al bien?

La “casa” también significa nuestra conciencia, y es nuestro deber construirla de aquello con lo que el Creador nos sustenta. Volvemos a lo mismo; sin el bien, ¿qué podríamos construir?

También hemos mencionado que “montañas” y “ciudades” representan firmes creencias e ideas o principios rectores con los que conducimos nuestros pensamientos, mente, emociones, sentimientos e instintos. Si éstos no se sostienen en los modos y atributos de Dios, ¿cómo podríamos nosotros sostenerlos?

En conclusión, somos vanos, insignificantes e irrelevantes transeúntes en este mundo, si tenemos una vida sin lo que realmente importa.

“Que el Eterno te bendiga desde Sión, y ve en el bien a Jerusalem todos los días de tu vida.” (128:5)

Las bendiciones de Dios proceden de nuestra conexión y compenetración con Sus modos y atributos. Al ser conscientes permanentemente de ello, el bien fluye en cada manera de abordar los momentos y las circunstancias que vivimos día a día.

Una vez más Jerusalem es señalada como el más elevado nivel de conciencia, totalmente libre de nada diferente al bien. En este sentido Jerusalem es el lugar desde y a través del cual queremos vivir en este mundo.

“Retornados y avergonzados serán los que odian a Sión.” (129:5)

Todo lo que es ajeno al bien nos conduce caer en las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego. El versículo puede interpretarse de otra manera. En algún momento los que desprecian y rechazan el bien se harán conscientes de su predicamento destructivo, y en su vergüenza eventualmente regresarán al bien.

Todas las referencias proféticas acerca del “regreso” o “retorno” se relacionan a la recuperación del conocimiento de que vivir en el bien es lo que verdaderamente importa.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.