“Si el Eterno no construye la casa, en
vano sus constructores laborarían en ella. Si el Eterno no vigila una ciudad,
en vano un vigía la velaría.” (Salmos 127:1)
Nuestros Sabios dicen que Dios es el
lugar del mundo y el mundo no es el lugar de Dios. Este fundamento define el
propósito de Su creación, ya que todo proviene de Él y es sustentado por Él. En
este respecto, el lugar como razón para que el mundo exista es Dios. De ahí que
seamos nosotros lo que dependamos de Él y no al revés.
Con esta premisa abordaremos el
versículo citado. Si Dios no nos da una razón para Su creación, ¿cómo podríamos
hacer algo de ésta? La “casa” aquí representa lo que Él nos da para que hagamos
algo de ella, y eso es el bien. Vivimos en vano si tenemos una vida sin
significado.
Si descartamos el bien como causa y
propósito de la creación de Dios, ¿que podríamos construir con algo distinto al
bien?
La “casa” también significa nuestra conciencia, y es nuestro deber
construirla de aquello con lo que el Creador nos sustenta. Volvemos a lo mismo;
sin el bien, ¿qué podríamos construir?
También hemos mencionado que “montañas”
y “ciudades” representan firmes creencias e ideas o principios rectores con los
que conducimos nuestros pensamientos, mente, emociones, sentimientos e
instintos. Si éstos no se sostienen en los modos y atributos de Dios, ¿cómo
podríamos nosotros sostenerlos?
En conclusión, somos vanos, insignificantes e
irrelevantes transeúntes en este mundo, si tenemos una vida sin lo que
realmente importa.
“Que el Eterno te bendiga desde Sión, y
ve en el bien a Jerusalem todos los días de tu vida.” (128:5)
Las bendiciones de Dios proceden de
nuestra conexión y compenetración con Sus modos y atributos. Al ser conscientes
permanentemente de ello, el bien fluye en cada manera de abordar los momentos y
las circunstancias que vivimos día a día.
Una vez más Jerusalem es señalada como
el más elevado nivel de conciencia, totalmente libre de nada diferente al bien.
En este sentido Jerusalem es el lugar desde y a través del cual queremos vivir
en este mundo.
“Retornados y avergonzados serán los que
odian a Sión.” (129:5)
Todo lo que es ajeno al bien nos conduce
caer en las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego. El
versículo puede interpretarse de otra manera. En algún momento los que
desprecian y rechazan el bien se harán conscientes de su predicamento
destructivo, y en su vergüenza eventualmente regresarán al bien.
Todas las referencias proféticas acerca
del “regreso” o “retorno” se relacionan a la recuperación del conocimiento de
que vivir en el bien es lo que verdaderamente importa.