“No
me tengáis miedo por estar oscura, porque el sol me ha bronceado.
Los hijos de mi madre se enojaron conmigo, me hicieron cuidar las
viñas.
[Porque]
Mi
propia viña no he cuidado.”
(1:6)
Israel habla a los cimientos (“los hijos de mi madre”) de su verdadera esencia e identidad como aquellos a los que debe regresar, porque la oscuridad no es parte de ella.
Aquí entendemos que las elecciones negativas de las fantasías e ilusiones de ego (incluyendo adicciones, apegos y obsesiones) son temporales. Estos en definitiva son experiencias necesarias para hacernos apreciar y valorar la esencia trascendente de la identidad de Israel.
Así Israel, como el ser consciente, habla de sus propias cualidades positivas trascendentes como vástagos de su propia madre. Aquí la madre es Jerusalén, el punto de conexión con Dios, desde donde Israel viene a cumplir Su voluntad para el mundo material. De ahí que los hijos de su madre, sus hermanos, representen modos y atributos para retornar al Creador, y estar unido a Él permanentemente.
Esta interpretación es similar a la opinión del comentario Yafé Kol del Rav Shmuel Yafé Ashkenazi (n. en el siglo XVI), que se refiere a “los hijos de mi madre” como los profetas que la urgieron a retomar los caminos del Creador para así evitar su exilio y destrucción.
Bajo este punto de vista, nuestros profetas también representan el máximo conocimiento de la identidad judía, al igual que las directrices y principios positivos para mantener y proteger nuestra conexión permanente con Dios. Estos últimos reprochan a Israel estando enojados (lit. “encendidos”) con ella por sus decisiones y acciones negativas que la llevaron a las tinieblas del exilio entre las naciones. Estas como los campos de juego de las fantasías e ilusiones de ego.
“Dime, Tú a quien ha amado mi alma, ¿dónde Te deleitas [pastoreas], dónde Tú descansas [Tu rebaño] al mediodía? ¿Por qué fuera yo una ocultada por los rebaños de Tus acompañantes?” (1:7)
Israel pregunta al amor de Dios en su deseo de retornar a Sus modos y atributos como el rebaño que Él pastorea. La primera oración sugiere que el alma está unida a Dios. El pasado compuesto (“ha amado mi alma”) indica separación y añoranza de otra vez amar a Dios adecuadamente, lo cual tiene que ver con vivir en los caminos y atributos del Creador.
También hay un campo donde tiene lugar el pastoreo del rebaño, y es el lugar de Dios. En el conocimiento de Su unicidad nos damos cuenta que el Shabat es el lugar de Dios donde Él se deleita, y también el tiempo de la redención final de Israel. Este es el eterno lugar de descanso en el conocimiento total del amor de Dios.
“Si no sabes, [tú] hermosa entre las mujeres, ¡sigue el rastro del rebaño y alimenta a los cabritos allende las moradas de los pastores!” (1:8)
Dios responde a Israel que seguir Sus rebaños (Sus modos y atributos) es lo que ella debe hacer, y “alimentar” (inspirar) nuestras acciones (los cabritos) al igual que nuestros niños, hijos e hijas, con principios, valores y guías (“tiendas de pastores”, “pastores” y “moradas”). Huellas (“rastros”) son los efectos de nuestras acciones por la dirección que estas toman.
Así asimilamos que la sabiduría, como la fuente de la cual el intelecto se expresa en sí, es también la fuente de las expresiones genuinas de amor. De ahí que sabiduría y amor se contengan entre sí, y son parte uno del otro. No hay verdadero amor sin sabiduría, y no hay verdadera sabiduría sin amor.
En este contexto, amor es una expresión pura e inalterada de la sabiduría, y sus modos y atributos están concebidos por la rectitud inherente a la sabiduría.
La sabiduría implica una concepción y expresión ética del amor. Esta sabiduría es adquirida mediante un profundo discernimiento y proyección del intelecto, que nos hace entender el amor de Dios y acercarnos a Él.
Así nos damos cuenta que el intelecto puro es la expresión del alma en la conciencia humana, y que el alma es nuestra conexión permanente con Dios.
Israel habla a los cimientos (“los hijos de mi madre”) de su verdadera esencia e identidad como aquellos a los que debe regresar, porque la oscuridad no es parte de ella.
Aquí entendemos que las elecciones negativas de las fantasías e ilusiones de ego (incluyendo adicciones, apegos y obsesiones) son temporales. Estos en definitiva son experiencias necesarias para hacernos apreciar y valorar la esencia trascendente de la identidad de Israel.
Así Israel, como el ser consciente, habla de sus propias cualidades positivas trascendentes como vástagos de su propia madre. Aquí la madre es Jerusalén, el punto de conexión con Dios, desde donde Israel viene a cumplir Su voluntad para el mundo material. De ahí que los hijos de su madre, sus hermanos, representen modos y atributos para retornar al Creador, y estar unido a Él permanentemente.
Esta interpretación es similar a la opinión del comentario Yafé Kol del Rav Shmuel Yafé Ashkenazi (n. en el siglo XVI), que se refiere a “los hijos de mi madre” como los profetas que la urgieron a retomar los caminos del Creador para así evitar su exilio y destrucción.
Bajo este punto de vista, nuestros profetas también representan el máximo conocimiento de la identidad judía, al igual que las directrices y principios positivos para mantener y proteger nuestra conexión permanente con Dios. Estos últimos reprochan a Israel estando enojados (lit. “encendidos”) con ella por sus decisiones y acciones negativas que la llevaron a las tinieblas del exilio entre las naciones. Estas como los campos de juego de las fantasías e ilusiones de ego.
“Dime, Tú a quien ha amado mi alma, ¿dónde Te deleitas [pastoreas], dónde Tú descansas [Tu rebaño] al mediodía? ¿Por qué fuera yo una ocultada por los rebaños de Tus acompañantes?” (1:7)
Israel pregunta al amor de Dios en su deseo de retornar a Sus modos y atributos como el rebaño que Él pastorea. La primera oración sugiere que el alma está unida a Dios. El pasado compuesto (“ha amado mi alma”) indica separación y añoranza de otra vez amar a Dios adecuadamente, lo cual tiene que ver con vivir en los caminos y atributos del Creador.
También hay un campo donde tiene lugar el pastoreo del rebaño, y es el lugar de Dios. En el conocimiento de Su unicidad nos damos cuenta que el Shabat es el lugar de Dios donde Él se deleita, y también el tiempo de la redención final de Israel. Este es el eterno lugar de descanso en el conocimiento total del amor de Dios.
“Si no sabes, [tú] hermosa entre las mujeres, ¡sigue el rastro del rebaño y alimenta a los cabritos allende las moradas de los pastores!” (1:8)
Dios responde a Israel que seguir Sus rebaños (Sus modos y atributos) es lo que ella debe hacer, y “alimentar” (inspirar) nuestras acciones (los cabritos) al igual que nuestros niños, hijos e hijas, con principios, valores y guías (“tiendas de pastores”, “pastores” y “moradas”). Huellas (“rastros”) son los efectos de nuestras acciones por la dirección que estas toman.
Así asimilamos que la sabiduría, como la fuente de la cual el intelecto se expresa en sí, es también la fuente de las expresiones genuinas de amor. De ahí que sabiduría y amor se contengan entre sí, y son parte uno del otro. No hay verdadero amor sin sabiduría, y no hay verdadera sabiduría sin amor.
En este contexto, amor es una expresión pura e inalterada de la sabiduría, y sus modos y atributos están concebidos por la rectitud inherente a la sabiduría.
La sabiduría implica una concepción y expresión ética del amor. Esta sabiduría es adquirida mediante un profundo discernimiento y proyección del intelecto, que nos hace entender el amor de Dios y acercarnos a Él.
Así nos damos cuenta que el intelecto puro es la expresión del alma en la conciencia humana, y que el alma es nuestra conexión permanente con Dios.