Un conocido rabino en Israel recientemente dijo que la crisis del Coronavirus pasaría cuando la gente aprenda sus lecciones, pero no se refirió a éstas. Parecería que él quería que las dilucidamos. Como judío observante, en lo que primero que pensé de la admonición del rabino fue en las Diez Plagas de Egipto, y su impacto como el preludio del Éxodo del pueblo de Israel de esa tierra. Estas plagas tuvieron su efecto, tanto interno como externo, según las desgraciadas circunstancias sufridas por el pueblo judío bajo una esclavitud sin precedentes.
Si las palabras del rabino tuviesen alguna relación con ese momento crucial en la historia judía, me tocaría averiguar las actuales circunstancias que podrían compararse con la pandemia del Coronavirus. En particular, las medidas globales implementadas para prevenir o mitigar sus efectos, incluyendo morir a consecuencia del virus. Estos efectos se identifican de manera general como fiebre, tos, falta de aliento con dificultad para respirar, dolores musculares, dolor de cabeza, y pérdida del sentido del olfato o del gusto.
De una manera u otra, la mayoría de la gente tiene los mismos síntomas de la gripe estacional, excepto la pérdida del olfato o del gusto. Así que, en general, todos probablemente los hayamos padecido con mayor o menor intensidad, sin tener que ponernos a pensar o considerar las “lecciones” que pudiesemos aprender o no de ellos. Aun así, las palabras del rabino sugieren que deberíamos.
La fiebre puede invitarnos a reflexionar acerca de cuán obsesivo uno puede ser con lo que codicia o desea, y que no lo puede obtener. Toser es una reacción incontenible para expulsar o remover algo que obstruye el correcto funcionamiento de un órgano del cuerpo, y lo mismo debiera pasar con pensamientos, sentimientos y emociones que afectan negativamente una conciencia equilibrada.
La falta de aliento muestra la incapacidad de adquirir la vitalidad necesaria para moverse y actuar, como si nos privara de la deseada capacidad de vivir. Respirar sin dificultad es fundamental para sentirse vivo. Si uno no “inhala” lo esencial para vivir, tarde o temprano va a morir. La pregunta aquí es, qué es lo que una persona valora como “esencial” para vivir; además de respirar bien, comer, dormir, tener ropa para vestirse y vivir bajo un techo.
Lo que importa es lo que nos “falta” para vivir. Los dolores de cuerpo o musculares pueden traducirse como los pesares excesivos y no deseados que uno sufre cuando nota que algo le hace falta en la vida que lleva o que no le compensa, ya sea por las malas decisiones u opciones que haya tomado, o por otras cosas.
Dolores de cabeza aparecen como resultado de pensar demasiado u obsesionarse en algo que no puede conseguir a su manera. Pueden ser un efecto extremo a reacciones neuróticas insalubres, aunque no todas éstas lo sean. Una incomodidad mental o emocional no tiene que ser necesariamente etiquetada como neurótica, cuando las mínimas normas de la decencia y el decoro son violadas, causando una emotiva reacción.
Perder el olfato o el gusto es una forma implacable de hacernos aprender cuán precioso es el “sabor de la vida”, con sus aromas y fragancias que llamamos buenos tiempos para disfrutarse alegremente al vivir de la mejor manera posible.
Estas reflexiones han sido acerca de los símtomas del Coronavirus. Ahora enfoquémonos en el tratamiento o medidas para lidiar con éste.
El aislamiento social ha sido indicado como la forma de “mitigar” (otro término para decir “evitar” ser infectado), al igual que el “distanciamiento social”. En un nivel “interno”, se refiere a evitar contagiarse por otros que lo estén. Por asociación, lo que ya habíamos dicho sobre los síntomas que se supone deberíamos evitar de otros. Pero no somos más santos que los demás para creer que estamos exentos de pensamientos negativos, o de obsesionarnos, codiciar o sentirse frustrado.
En este sentido, el aislamiento y distanciamiento tienen más que ver con nosotros a nivel individual, que con los demás. Esto es probablemente a lo que el rabino quería referirse. Las lecciones de esta plaga son acerca de lo que uno tiene que identificar como los “síntomas” dentro de su conciencia, con el fin de evitarlos, corregirlos, y luego procurar vivir la equilibrada conciencia que mencionamos antes.
El caso que también debemos considerar es el del “asíntomático” o que no presenta los síntomas. Aquel que no es consciente de lo que pasa por su cabeza e infecta a quienes se acerca. Éste requiere una mayor reflexión, ya que la mayoría de los crímenes más horribles perpetrados en la historia han sido de aquellos que se volvieron totalmente insensibles a la dignidad de la vida, su diversidad, su belleza; pero sobre todo, el bien inherente a ésta. De ahí que someterlos a “pruebas clínicas” para detectar el virus sea de suprema importancia. De esa manera podrían ser aislados hasta que el resto de las personas no corran el riesgo de verse afectados por los síntomas que “esconden”.
En conclusión, la “lección” general de esta plaga es tomar un tiempo de “aislamiento” y “distanciamiento” para individualmente separarnos de lo negativo que puedan entrañar pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones, dentro o alrededor de nosotros. Esto podría mantenernos “fuera” de hacernos daño a nosotros y a otros cuando nos relacionamos.
Comparándolo con las Diez Plagas, confiemos en que, como advirtió el rabino, aprendamos las lecciones de esta plaga actual para evitar otras que puedan forzarnos aún más a que finalmente separemos de la conciencia humana todas las formas y expresiones de la maldad, y afrontemos la vida de la manera como merece ser vivida: sólo en el bien.