“Yo anuncié, y redimí, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros pues sois Mis testigos, dice el Eterno, que Yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, Yo era. Y no hay quien de Mi mano escape. Si Yo hiciere, ¿quién lo revertirá?” (Isaías 43:12-13)
La Redención Final es inminente, porque Dios reafirma que no hay vuelta atrás. Deja claro una y otra vez que ni ídolos ni falsos dioses tienen ningún poder aparte de Él. Pongamos atención a las reiteradas advertencias y repeticiones contra aquello a lo que demos poder para controlar nuestras vidas. Debemos comprender esto como una constante invitación para reconocer que somos creaciones de Dios, y que debemos todo lo que somos, tenemos y hacemos a Su Amor por nosotros. Somos una emanación de Su eterna amorosa bondad, que es la Esencia que define nuestra verdadera identidad.
La única manera de asimilar plenamente esta irrefutable realidad es poniendo de lado todas las fantasías e ilusiones individualistas provenientes de la creencia egocéntrica de que somos dioses de nuestras propias vidas. A partir de esta creencia ilusoria creamos los ídolos y dioses a los que servimos con nuestra codicia, ambición, lujuria, arrogancia e ira por un lado; y con nuestras frustraciones, depresiones, obsesiones, adicciones y apegos que nos mantienen cautivos y alejados de lo bueno de los modos y atributos de Amor como la libertad inalienable de nuestra Esencia e identidad.
“Así dice el Eterno, Redentor vuestro, el Sagrado de Israel: 'Por vosotros envié a Babilonia, e hice descender fugitivos a todos ellos; y el estruendo de caldeos en las naves. Yo soy el Eterno, vuestro Sagrado, el Creador de Israel, vuestro Rey.” (43:14-15)
El Creador reafirma Su promesa de transformar nuestra conciencia retirando las cargas de las tendencias y rasgos negativos, referidos aquí como Babilonia, fugitivos y caldeos, incluyendo el estruendo de sus modos (“naves”). Otra vez Él se presenta no sólo como Dios sino como el Sagrado de Israel, lo que significa que Él es lo sagrado en nosotros. De ahí que sea el Rey como único conductor de todos los aspectos y dimensiones de la vida que Él espera que abracemos.
“He aquí, Yo hago algo nuevo, ahora surge. ¿No lo sabéis? Hago un camino en el desierto y ríos en el yermo.” (43:19)
Aún si no creyéramos posible retirar el mal y lo negativo de la conciencia humana, para el Creador sí es posible. Por lo tanto más nos valga que lo creamos. También nos pregunta si no lo sabemos, en caso de que ignoremos que Él puede transformar desiertos en ríos y yermos en campos fructíferos. Igualmente puede transformar nuestra conciencia hacia una sola dirección, en la que únicamente el bien sea la causa y el efecto con el elevado destino que el Creador tiene para nosotros. Este es el propósito de la Redención Final y la Era Mesiánica.
Dios evoca nuestra memoria del Éxodo de Egipto (43:16-18) para recordarnos de Su total control sobre Su Creación, y de todos los acontecimientos ocurridos desde el comienzo de nuestra historia. Esta premisa es el preámbulo para asimilar la Conciencia Mesiánica.
“La bestia del campo Me honra, dragones y las crías de avestruz. Porque He dado aguas en el desierto, ríos en la desolación, para que beba Mi pueblo, Mi elegido. El pueblo que Yo he formado para Mí, proclama Mi alabanza.” (43:20-21)
En la Era Mesiánica todas las criaturas vivientes rendirán honor y alabanza al Creador, porque no solo tiene el poder de crear y sustentar sino también de transformar. Esto igualmente se aplica en particular para Israel, a quien Él da Su conocimiento (la Torá) como el agua que nutre la conciencia que Él quiere para Su voluntad. Esta misma conciencia es la que le expresa alabanzas como el Rey de todo.
“Pero no Me has llamado, Jacob, sino que te has cansado de Mí, Israel.” (43:22)
A pesar del Amor de Dios por Israel, Él cuestiona los motivos de nuestros corazones para despreciar el nexo eterno con Él (43:23-24). Somos Sus elegidos, pero nos olvidamos de elegirlo a Él. Esto nos conduce a reflexionar acerca de la Esencia e identidad que Él nos da en la Torá, la cual es también el agua que nos sustenta a lo largo de nuestro paso por el mundo material.
“Yo, Yo soy el que borro tus transgresiones por amor a Mí mismo, y no Me acuerdo de tus pecados. Hazme acordar, entremos en juicio juntos; declara tú para justificarte.” (43:25-26)
Si Dios es presto para borrar y olvidar nuestras transgresiones, y ya nos ha perdonado, ¿cómo podríamos justificar nuestros pecados? El Amor de Dios es mayor que nuestro Amor, y no debemos tomar esto como una razón para deshonrar nuestro nexo con Él. Dios quiere que recordemos Su Amor y retornemos a Sus caminos y atributos que son la verdadera libertad en nuestra conciencia.
“Tu primer padre pecó, y tus maestros transgredieron contra Mí. Por lo tanto Yo declaro profanos los príncipes del Santuario, y doy a Jacob condena, y a Israel reproches.” (43:27-28)
Nuestra separación de Dios rompió el nexo con Él, y nuestras decisiones negativas nos llevaron a sus consecuencias destructivas. Aún así el Creador en Su Amor se atribuye esto, diciéndonos que Él invalidó el servicio sacedotal en el Templo, y envió a Israel a la condena y reproches de las naciones. Esto quiere decir que, en vez de culpar a Dios por las consecuencias de nuestras malas acciones, debemos reflexionar en nuestras decisiones.
Así comprenderemos que nuestra Redención comenzará cuando retornemos a nuestra Esencia y verdadera identidad, con la que Él nos creó como lo bueno de Jacob, y lo recto de Israel. Estos son los nombres con que Dios nos llama para recordarnos lo que somos y tenemos en la vida, y el propósito y destino de estos dos nombres.