El Creador continúa proclamando Su absoluto dominio sobre Su Creación (capítulos 45 y 46). Llama al rey de Persia Su servidor, porque todos y todo sirven a Su voluntad.
“Por amor a Jacob Mi servidor e Israel Mi elegido, Yo te he llamado [Ciro] por tu nombre. Te he nombrado a ti, aunque tú no Me has conocido.” (Isaías 45:4)
En este versículo aprendemos de nuevo que todo lo que ocurre en el mundo está directamente relacionado con Israel. Lo que hagan las naciones y sus gobernantes está vinculado a la presencia y misión de Israel, de acuerdo a la voluntad de Dios. Él decretó la liberación y retorno de Israel a la Tierra Prometida tras el exilio en Babilonia, ocupada entonces por Persia bajo la regencia de Ciro.
“Yo soy el Eterno y no hay nada más, no hay dios fuera de Mí. Yo te he fortlecido [Ciro], aunque no Me hayas conocido. Para que sepan que desde donde sale el sol y desde el poniente, que no hay otro [dios] además de Mí. Yo soy el Eterno y no hay otro más.” (45:5-6)
El Creador nos recuerda que Su voluntad es cumplida por todos, inclusive aquellos que no creen en Él o no lo conocen. La presunción general de las fantasías e ilusiones de ego es que todo lo que creamos o hacemos proviene de nuestra cabeza, olvidando que Dios nos la dio al igual que lo que somos, tenemos y hacemos. Este probablemente es el principio más difícil de aceptar y asimilar por el sentido de individualidad que conocemos como ego. Hasta los más depravados y abyectos entre nosotros también cumplen la voluntad de Dios. Esto genera los consabidos debates en torno a Dios y Su Creación, porque si Él quiere que el bien prevalezca no hay aparentemente necesidad del mal. Así concluimos que el mal y la maldad existen como referencias para que conozcamos el bien y lo elijamos.
Así asimilamos que el propósito esencial de la Torá es enseñarnos que Dios nos creó para ser éticos y morales. De ahí que tengamos leyes y reglas para que el bien como lo justo sea lo que queremos hacer prevalecer. Esto nos hace rechazar todo lo que rebaje y desprecie lo bueno en la vida tal como la Torá lo encomienda a Israel, cuya misión es propagar este principio entre las demás naciones. Una vez toda la humanidad integre el bien individualmente y colectivamente en todos los aspectos y dimensiones de la vida, todos entraremos en la culminación del plan de Dios que es la Era Mesiánica. Entonces sabremos que “(...) no hay otro además de Mí. Yo soy el Eterno y no hay otro más”. Entonces podremos aprender el bien de donde vinimos que es el Amor de Dios, eterno.
De esta manera nos damos cuenta que todos estos años vividos en las tinieblas de tendencias y rasgos negativos han sido el proceso de aprendizaje para conocer y apreciar plenamente lo bueno de los modos y atributos de Amor. Estos son nuestro verdadero nexo y conexión con nuestro Creador. Esto nos enseña que debemos ayudarnos unos a otros, cuidar unos de otros y elevarnos unos a otros, erradicando la maldad de la faz de la tierra. Lo hacemos individual y colectivamente. No podemos eliminar la negatividad exterior si no lo hacemos primero en nuestro interior.
“Rociad cielos de arriba, y las nubes destilen la rectitud. Ábrase la tierra y prodúzcanse redención y rectitud, que broten juntas. Yo el Eterno lo he creado.” (45:8)
La Redención cae de “arriba” y la rectitud es su expresión. Asimilemos esto con una concepción multidimensional, ya que en nuestro más elevado nivel de conciencia sabemos que Amor como rectitud es lo que rige. Este es nuestro cielo desde donde estamos por encima de las bajas tendencias y rasgos donde nos mantienen cautivos las fantasías e ilusiones de ego. De ahí que tengamos que abrir la tierra como la vida con todas sus facetas a lo bueno que queremos vivir y disfrutar.
Así es como traemos Redención a nuestras vividas como individuos y como humanidad. Esto también quiere decir que tanto la rectitud del Creador como la nuestra brotan juntas, porque ambas tienen un nexo común que es el Amor de Dios, el mismo que creó nuestra Redención. Sólo tenemos que comenzar a abrazar el bien como nuestra Redención, ya que esta es el inicio de una fase final y eterna en el plan de Dios para Su Creación.
Dios nos recuerda otra vez que nuestro exilio en las fantasías e ilusiones de ego se deriva de estas como los ídolos que adoramos. Hay dos referencias a esto (45:16, 45:20) en el contexto de nuestra Redención, para recordarnos también que Dios es nuestro único Redentor. De Él vivimos y justificamos nuestra existencia.
“En el Eterno toda la descendencia de Israel será justificada, y se glorificará.” (45:25)