“¡Como una rosa entre espinas, así es la amada Mía
entre la hijas!” (2:2)
Aquí las hijas representan las naciones como
tendencias y rasgos negativos en la conciencia, que son las espinas que se
oponen a nuestro propósito y misión en la vida, para expresar y hacer prevalecer
los rasgos y acciones positivos en la humanidad. Podemos notar que hay una
conexión entre flor y belleza, espinas y dolor.
Nuestras buenas acciones reflejan belleza (flor)
como plenitud y totalidad. Acciones y tendencias negativas reflejan dolor
(espinas) como separación y carencia de bien. Israel es referida aquí como el
bien es que amado por Dios.
“Como una manzana [árbol de manzana] entre los
árboles del bosque, así es el Amado mío entre los hijos. En Su sombra me
deleito y me siento. Y Su fruto es dulce a mi paladar.” (2:3)
Israel responde a Dios comparando Su amor a un
árbol frutal ente árboles estériles. Lo que quiere decir que solamente del amor
de Dios el mundo y toda Su creación reciben su sustento. No podemos ser
sustentados de donde no hay poder para dar vida o mantenerla.
Los árboles estériles también son comparados con
ídolos sin vida ni medios de subsistencia. “Entre los hijos” puede ser
entendido de dos maneras. Como creaciones de Dios que pueden ser consideradas
“hijos” (sol, luna, estrellas, tierra, viento, lluvia, etcétera), e hijos como
árboles que no dan fruto.
“Y Su fruto es dulce a mi paladar”, ya que todo lo
proveniente de Dios es dulce. Aún las tinieblas que son amargas ante nuestros
ojos y paladar ocultan la dulzura de la luz escondida en ellas, que también
sale de Su amor.
“Y Yo te daré los tesoros de las tinieblas, y las
riquezas ocultas de lugares cerrados, para que sepas que Yo soy el Eterno que
te llama por tu nombre, sí, el Dios de Israel.” (Isaías 45:3)
También podemos entender el árbol frutal como la
Torá, porque Dios, Israel, el Shabat y la Torá son uno solo.
“Él me ha traído a la casa del vino, y Su bandera
sobre mí es amor.” (Cantar de los Cantares 2:4)
La casa del vino es una alusión al Templo de
Jerusalén, y las delicias y placeres de la Torá son comparadas con el vino. Así
nos damos cuenta que ser traídos por Dios a Su casa es participar en las
delicias y placeres derivados de Sus caminos y atributos, como expresiones
materiales de Su amor.
Vino es también el resultado de un proceso de
transformación que culmina en la delicia y el placer de quien lo bebe.
Igualmente, a través de los modos y atributos de Dios transformamos nuestra
conciencia al separarnos de las tendencias y rasgos negativos de las fantasías
e ilusiones de ego. Estos últimos son los ídolos que no tienen vida, no dan
vida, ni la sustentan.
Uno de los primeros pasos hacia esta transformación
es la humildad, la cual es una de las muchas lecciones aprendidas por Israel
durante su esclavitud en Egipto. La opresión nos enseña a ser humildes tras ser
forzados a vivir en las peores condiciones imaginables. El pan ázimo (matzá)
fue una de las condiciones para salir de Egipto, y nuestros sabios indican que matzá representa humildad.
Esta debe ser una motivación para ser y hacer el
bien, lo cual es contrario a las expresiones negativas derivadas de la
soberbia. Esta última crea separación y división, mientras que la humildad
invita a la cercanía y la unidad.
En este sentido humildad nos mantiene unidos a los
rasgos y cualidades que integran y armonizan todos los aspectos y dimensiones
de la conciencia, como punto de partida para acercarnos unos a otros en torno
al bien como el mayor propósito.
Honramos el bien cuando evitamos lo negativo. Al
evitar situaciones y reacciones negativas mantenemos en nosotros el bien que
esencialmente somos, como nuestra verdadera identidad y como nuestro sustento
en cada momento.
Al darnos cuenta plenamente de la mano de Dios en
toda Su creación, entendemos que “Su bandera sobre mí es amor”. El amor de Dios
es la causa, y amor también es el propósito y efecto eminente en Su creación,
toda incluida.
En el contexto de la relación entre Dios e Israel,
su venida a Su casa es para recibir la cualidad infinita y trascendente de Su
amor. Esto abarca la prometida redención divina para Israel, con el tipo de
amor que trasciende tiempo y espacio para penetrar realidades divinas más allá
de la compresión humana. Esto hace referencia a la era mesiánica.
Recordamos la “bandera” de Dios en la bendición de
la reunión de los exiliados, y en la última de las tres bendiciones
sacerdotales en la plegaria central de los rezos judíos diarios. En ellas nos
damos cuenta que la bandera de Dios es ciertamente Su amor.