En esta Pésaj debemos reflexionar en lo que dejamos en Egipto, y lo
que recibimos después del Éxodo. La mayoría de nosotros conocemos la historia,
pero tomemos en cuenta algo además de esclavitud y libertad, sumisión e
independencia, alienación e identidad. Nuestros sabios místicos llaman a Egipto
e Israel dos niveles de conciencia opuestos que no están destinados a coexistir
juntos. Ellos destacan que vivir en Egipto bajo el dominio del faraón fue una
aberración.
Nuestra tradición oral señala que la sociedad egipcia era la más
depravada y abyecta de la antigüedad. Los hijos de Israel no solo vivieron en
esa nación sino que fueron esclavos en ella. Ante los ojos de las naciones
vecinas, los israelitas vivían en lo peor de la condición humana. También
parecía imposible escapar de la esclavitud bajo quienes gobernaban la que era
considerada la nación más poderosa de su tiempo.
Nuestros sabios también indican que, precisamente esta era la clase de
realidad que Dios eligió para hacer ver al mundo Su preferencia por los hijos
de Israel. La piedra que despreciaron los constructores se convirtió en la
piedra angular. Dios lo quiso así, y es algo que las naciones no pueden
cuestionar ni rechazar, ya que se trata de la voluntad de Dios.
Bajo estas circunstancias el Creador de todo cumplió Su promesa a los
patriarcas hebreos, Abraham, Isaac y Jacob. Así los dramáticos acontecimientos
que ocurrieron no solamente estaban dirigidos hacia la liberación de Israel,
sino un claro y rotundo mensaje para el mundo respecto a la voluntad de Dios. Las
plagas y el Éxodo fueron el preámbulo de la culminación de ese mensaje que es
la Torá.
La Torá contiene la distinción entre el bien y el mal, correcto e
incorrecto, falso y verdadero, útil e inútil, etc. La Torá delinea los
principios éticos que el Creador quiere hacer prevalecer en la humanidad, e
Israel el pueblo elegido para entregar dicho mensaje. En este contexto debemos
asimilar el significado transcendental de nuestra liberación de la esclavitud
en Egipto bajo el faraón.
La destrucción de la nación más poderosa de la tierra en su tiempo es
la premisa para la identidad judía. De ahí que Dios nos encomiende recordar esto
diariamente, ya que es parte de lo que somos. Igualmente debemos asimilar que
nuestro Éxodo de Egipto también implica nuestro rechazo a lo que Egipto
representa en la conciencia humana.
El símbolo más emblemático de Egipto es la pirámide. La mayoría de
nosotros sabemos lo que significa, además de ser la tumba de uno de los
faraones. Como tumba la pirámide representa la muerte, la cual era la principal
veneración en el antiguo Egipto, el culto a la muerte. Así nos damos cuenta de
una de las razones por las que Israel es lo opuesto a Egipto.
Reflexionemos sobre el otro significado de la pirámide. Carlos Marx
usó el modelo piramidal para exponer las divisiones entre clases, y los
"niveles" que determinan los conflictos y contradicciones, que según
él generan la "lucha de clases" que eventualmente conduce a
revoluciones cuyo objetivo es procurar y establecer la "igualdad"
entre la gente. Desde tiempo inmemorial el modelo piramidal ha regido en la mayoría
de los pueblos y naciones del mundo. Aquí lo llamaremos la
"mentalidad" de los goim (usualmente traducido como “naciones”).
Dios pidió a Moisés pedirle permiso al faraón para dejar salir a los
hijos de Israel al desierto para una jag (usualmente traducida como “festividad”,
pero literalmente significa “estar en círculo”) dedicada a su Dios, HaShem.
Esta palabra nos lleva a entender que el Dios de Israel quiere que Su pueblo
esté unido en un círculo alrededor de Él, no debajo de Él. Dios no quiere que
el modelo piramidal domine en el mundo, sino el circular.
El pueblo de Israel lo vivió y lo experimentó durante su trayectoria
en el desierto por 40 años. Dios estaba en el centro (el tabernáculo), y el
pueblo lo rodeaba Él. Algunos podrían argüir que también había niveles y divisiones
entre los hijos de Israel después del Éxodo. Ni niveles ni divisiones, sino
diferentes funciones de acuerdo al tipo de nación y sociedad que Dios delinea
para Israel en la Torá. El pueblo de Israel es inherentemente diverso, de ahí
doce tribus con distintos rasgos, cualidades y talentos, todos encomendados a
estar “juntos unidos” para server la voluntad de Dios.
En el judaísmo no hay diferencias entre aguatero, leñador, juez,
sacerdote, soldado, artista, gobernante, agricultor, etc. Todos son igualmente
importantes en la unidad armónica funcional que Israel está encomendada a ser,
tener y manifestar. Nuestras diferencias no significan que nos separen sino que
nos unan, a diferencia de otras naciones. Desafortunadamente a través de
nuestra historia el pueblo judío ha preferido emular el modelo piramidal de las
naciones en vez del círculo que nuestra Torá quiere que vivamos.
Es un asunto de identidad, ya que elegimos ser lo que somos con el
libre albedrío que Dios nos dio. Esto nos lleva a una las propuestas que Dios
nos hace en torno a decisiones. La bendición y la maldición. La primera como
vida y la segunda como muerte, y Él nos ordena elegir la vida. De ahí que
seamos el pueblo que elige la vida sobre la muerte predicada y venerada en el
antiguo Egipto, y también en nuestros tiempos bajo el mandato de los islamofacistas.
Reunámonos juntos unidos otra vez en esta Pésaj venidera, tal como lo
hicimos luego de nuestra milagrosa liberación de la esclavitud en Egipto. Regocijémonos
en círculo alrededor de nuestro Dios, y celebremos la identidad que Él nos dio,
honrando nuestra herencia. Volvamos a contarles a nuestros niños quiénes somos,
de Quién venimos, y el destinos que debemos realizar juntos unidos.