“Mi
Amado me ha respondido y me dijo, 'Levántate a ti, amada Mía,
hermosa Mía, y ve a ti'.” (2:10)
Israel
sabe que Dios le responde cuando le llama, y puede apegarse a Él
tanto como ella desee. El Creador nos habla a través de Sus modos,
atributos y mandamientos, para elevar nuestra conciencia a senderos
altos y elevados.
De ahí que nos pida elevarnos a Él, levantándonos
(e ir) a nuestra esencia y verdadera identidad que son nuestro nexo
común con Él. “Levántate a ti, amada Mía, hermosa Mía, y ve a
ti”, porque en nuestro retorno a nuestro verdadero ser ciertamente
regresamos a Él.
Este
es un llamado de Dios a Israel para su redención de la falsa imagen
de sí misma como resultado de las fantasías e ilusiones de ego, y
sus tendencias y rasgos negativos en la conciencia. Dios decretó la
redención de Israel desde la entrega de Su Torá, por lo cual
depende de nosotros decidir y responder a Su llamado.
“Porque
he aquí que el invierno ya pasó, la lluvia ha cesado y se ha ido.”
(2:11)
Dios
reafirma Su redención para Israel, diciéndole que la naturaleza
temporal de las fantasías e ilusiones de ego junto a su negativo
predicamento no están atados permanentemente a nuestros pensamientos
y acciones. Podemos elegir poner fin a su permanencia y romper con
nuestras adicciones, obsesiones y apegos a ellas, y retornar a los
modos y atributos de amor.
Contrario
a lo que podríamos creer, no hay nada (la nada como vacío) en las
fantasías e ilusiones de ego, ya que nada trasciende en lo vacío y
no hay algo que prevalezca en aquellas. Así vemos lo vacío como
lo oscuro, como situaciones negativas, o como un estado de
conciencia efectivamente temporal.
Las
fantasías e ilusiones de ego provienen de creencias o sentimientos
de carencia. De ahí nos damos cuenta que carencia es el estado del
no tener, como ocurre con la nada y lo vacío. Mientras alimentemos
nuestra fantasías e ilusiones materialistas, estaremos alimentando
la creencia o sentimiento de carencia.
“Los
justos comen para satisfacer su alma, pero el estómago de los
malvados nunca se llena (lit. siempre está
carente).” (Proverbios
13:25)
Una
vez asimilemos esta realidad incuestionable, comenzamos a abordar el
bien como lo verdaderamente trascendente, y lo opuesto a la carencia,
la nada y lo vacío.
El bien es lo que realmente es y tiene, por lo
cual trasciende el mundo material debido a que proviene del bien
eterno inherente al Creador. Así nos
hacemos conscientes de que el bien es nuestra esencia fundamental y
verdadera identidad, sin restricciones de tiempo y espacio.
Tenemos
que amar continuamente, apreciar, abrazar y proteger el bien con el fin de poder vivir permanentemente en el deleite de sus modos, atributos y
bendiciones. Como expresión primordial de amor, el bien es nuestra
esencia y el sustento de lo que verdaderamente es y tiene.
“[Porque]
Yo doy a aquellos que Me aman sustento [lit.
haber, tener] y lleno
sus despensas [con
ello].” (Ibid. 8:21)
Amar
a Dios es amar el bien que proviene de Él, con el cual satisface
todas nuestras necesidades para dar significado,
propósito y dirección a nuestro intelecto, mente, pensamientos,
sentimientos, emociones, pasión e instinto (nuestras
despensas), y a sus expresiones en el mundo
material.
“Dad
las gracias al Eterno porque Él es bueno, porque Su amorosa bondad
es para el mundo. (…) La amorosa bondad
del Eterno llena la tierra.” (Salmos
136:1, 33:5)
Así
asimilamos que Dios creó las tinieblas, la maldad y lo negativo no
como opciones sino referencias para que elijamos la luz, el bien y lo
que es positivo para nuestras vidas.
El Creador nos recuerda una vez
más Su redención desde el momento en que nos dio la Torá. Lo hace
muchas veces más mediante Sus profetas, y nuevamente depende de
nosotros responder e iniciar el viaje de regreso a nuestra verdadera
identidad como nexo común con Sus caminos y atributos.