“Los vigías que rondan la ciudad me encontraron, ellos me golpearon, ellos me hirieron. Los guardias de las murallas levantaron mi velo de mí.” (El Cantar de los Cantares 5:7)
En su elegida separación de los caminos del Creador, Israel enfrenta el efecto negativo de la codicia, lujuria, arrogancia, ira, envidia, indolencia e indiferencia. Además unidas con la crueldad, despotismo, discriminación, opresión, intolerancia y odio. Estos son los vigías que rondan la ciudad (conciencia), golpeando e hiriendo lo que es bueno en nosotros.
Los guardias cuidan las murallas del Templo de Jerusalén, y representan las cualidades y rasgos positivos que protegen el bien como nuestro nexo común con Dios. Ellos exponen a nuestra conciencia nuestras iniquidades y las consecuencias de las acciones negativas. Ellos levantan el velo que representa vivir en negación.
Por lo tanto en tal predicamento nos damos hacemos conscientes de que nuestra única salida es retornar a las cualidades del bien como nuestra verdadera esencia e identidad (“las hijas de Jerusalén”).
La permanencia del bien con el que Dios creó el mundo material depende de nuestro conocimiento del bien y del bien que debemos ser y hacer para que prevalezca continuamente. En este principio el bien trasciende las limitaciones de tiempo y espacio, porque es eterno.
“Dad gracias al Eterno porque Él les bueno, pues Su amorosa bondad es eterna.” (I Crónicas 16:34, Salmos 100:5, 145:9, 25:6)
De ahí que todo lo que no es bueno es deficiente, carente, limitado y temporal; y como tal no sustenta vida, por la existencia de la vida depende de la transcendencia del bien que a su vez hace la vida trascienda. Así nos damos cuenta que, siendo el bien lo que sostiene la vida, lo distinto a este la destruye.
En términos prácticos, todos los rasgos y cualidades del bien y su marco ético protegen y realzan la vida, a diferencia de las tendencias y rasgos negativos que procuran destruirla.
Adquirimos pleno conocimiento del bien eliminando todo lo opuesto a este en todos los niveles y dimensiones de la conciencia. Este es el verdadero refinamiento que logramos mediante el estudio de la Torá, del cual se trata seguir los caminos del Creador y emular Sus atributos. Estos contienen las normas y directrices para vivir de, por, en y hacia el bien.
“Bueno y justo es el Eterno, porque instruye a los pecadores el camino [correcto]. Él guía a los humildes en justicia, y Él enseña a los humildes Su camino. Todos los senderos del Eterno son amorosa bondad y verdad para aquellos que cumplen Su pacto y testimonios.” (Ibid. 25:8-10)
Este refinamiento culmina en un estilo de vida regido por cualidades conductoras para manifestar el bien, tal como también lo señala el rey David.
“Que la integridad y la rectitud me ayuden, porque mi esperanza está en Ti [Dios].” (Ibid. 25:21)
Este marco ético define los múltiples modos del bien como actos de amorosa bondad, y así asimilamos que estos son en sí nuestra propia recompensa. Esto quiere decir que nuestro beneficio y recompensa son el hecho de que seamos canales y vasijas del Creador para manifestar el bien.
No podemos dar lo que no tenemos, ni tampoco ser lo que no somos. Al hacernos conscientes de que el bien es lo que somos y tenemos, Dios nos lo da para que podamos darlo. Así todas las cosas buenas que hacemos están continuamente viniendo a nosotros.
Debemos insistir en que nos hacemos vasijas para el bien al eliminar de nosotros todo lo diferente a este, porque no cohabita con nada opuesto a sus modos, medios y atributos.