“Os ordeno, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi Amado. ¿Qué le diréis a Él? ¡Que yo estoy enferma de amor [por Él]!” (El Cantar de los Cantares 5:8)
Nuestro ser consciente, inspirado por el conocimiento de que nuestro amor está siempre ligado al amor de Dios nuestro Creador, llama a Su poder redentor que nos saque de las tinieblas de nuestras tendencias, decisiones y acciones negativas.
Llamamos a los buenos principios y valores conductores como nuestro nexo con Dios para que nos regresen a Él. El bien en nosotros es el que hace el llamado.
De ahí que primero debamos retornar a él y andar en sus modos y atributos, para que nos conduzcan de vuelta al bien mayor proveniente del amor de Dios. Debemos estar completamente enfermos de amor para añorar intensa y apasionadamente Su amor, y poder retornar a la casa que compartimos con Él.
Esto lo hacemos sirviendo a Su voluntad que es ser y hacer el bien como la fuente permanente de deleite, alegría y felicidad de nuestra vida en el mundo material.
Recordamos esto en la primera parte del rezo judío matutino del Shabat, no como una convocación abstracta o mística sino como un factor esencial de nuestra realidad material y spiritual. Todo nuestro ser debe estar plenamente compenetrado en amar a Dios.
“Por lo tanto los miembros que Tú has dispuesto dentro de nosotros, el espíritu y el alma que Tú has exhalado en nuestras narices, y la lengua que has puesto en nuestra boca, todos ellos han de agradecer, bendecir, alabar y glorificar, exaltar y adorar, santificar y proclamar el reinado de Tu nombre, nuestro Rey. Porque toda boca ha de agradecerte, toda lengua ha de jurar por Tu nombre, todo ojo ha de mirar a Ti, toda rodilla ha de inclinarse a Ti, y todos los erguidos han de prosternarse ante Ti, todos los corazones han de reverenciarte, y cada parte de nuestro interior ha de cantar a Tu nombre.”
El constante o al menos continuo estudio de la Torá aporta el refinamiento de este compromiso y conexión total, haciéndonos asimilar e integrar los caminos del Creador en todos los niveles de conciencia, al adoptar y expresar cualidades y rasgos positivos en lo que decimos y hacemos.
También adquirimos este conocimiento mediante la plegaria, porque esta eleva nuestra percepción de los modos y atributos de Dios respecto al bien en cada faceta y dimensión de la vida.
En la parte central de nuestros rezos judíos diarios integramos el bien de los caminos y atributos del Creador al bendecirlo por estos en nosotros, al evaluar las diecinueve bendiciones en la amidá.
Antes de proceder a ello, recordemos que en la tradición hebrea el verbo rezar no es pasivo ni activo sino reflexivo. Esto significa que rezar se hace a Dios como un acto de auto-concientización dirigido a compenetrarse con Él, y traer a nosotros las bendiciones con las que lo bendecimos a Él.
Este es un medio de auto-realización para despertar en nuestra conciencia la presencia de Dios en nosotros y en el mundo material. Esta acción nos permite compenetrarnos con Su amor a través de las bendiciones que Él nos otorga para cada expresión de la vida, y así hacer de ellas parte de nosotros.
Comencemos a abrazar las bendiciones del Creador bendiciendo Su presencia en nosotros.
“Bendito eres Tú, Eterno, escudo de Abraham”
Lo bendecimos por ser el Dios de nuestros patriarcas a los que bendijo siendo y hacienda amorosa bondad, porque esta última es el único medio para Él redimirnos como nuestro ayudante, redentor y escudo.
En esta bendición nos hacemos conscientes de que el bien eterno de la amorosa bondad de Dios es el principio rector, sustentador y regidor de la vida y toda la creación. De ahí que bendigamos a Dios como el escudo protector de Abraham; porque este, como la raíz de Israel, es la personificación de la amorosa bondad.
Esta bendición nos acerca al conocimiento de que nuestro bien se fusiona como uno con el bien del Creador como nuestra esencia e identidad, como nuestra verdad y escudo.
Bendecir a Dios significa reconocer que el bien proviene de Él, de ahí que “bendito es Dios” quiere decir “el bien es Dios” o “bueno es Dios”. Así al bendecirlo a Él nos bendecimos a nosotros mismos con el bien, para ser tener y manifestar el bien, lo cual es el entero propósito de la creación de Dios para hacer prevalecer el bien.
“Bendito eres Tú, Eterno, que da vida a los muertos”
Bendecimos a Dios por Su poder para crear y sostener la vida, y por traernos a la vida desde la muerte mediante el poder redentor de Su amor.
En esta bendición activamos el poder del Creador en nosotros para superar nuestras caídas, curar nuestros malestares, liberarnos de nuestro cautiverio y revivir desde las tumbas de las tendencias y rasgos negativos en la conciencia, para vivir en los florecidos campos de una completa redención.
Al bendecir a Dios por revivir a los muertos, traemos e nuestra conciencia al bien inherente a la vida para tener el poder de también crear vida, sustentarla, y superar la muerte.
“Bendito eres Tú, Eterno, el Dios sagrado”
Bendecimos lo sagrado en Dios, que lo hace único e imposible de concebir o comprender, porque en esta bendición también nos consagramos como portadores del bien.
En esta consagración lo alabamos por toda la eternidad. Nos hacemos sagrados al alabar lo sagrado en Él. Esto sagrado es lo sublime del bien, por el cual elevamos nuestra conciencia para adquirir la actitud adecuada para ser y hacer el bien.
Así nos hacemos conscientes de que el bien de Dios es lo sagrado en Él, y al ser y hacer el bien también nos consagramos. En este conocimiento nos damos cuenta de que lo sagrado del bien nos separa de lo diferente u opuesto a este.
De ahí que el significado literar en hebreo de sagrado es “separado” o “aparte”, y lo entendemos como exclusivo en términos de diferencia, no de exclusión. De esta manera comprendemos los pasajes de la Torá en los que Dios es descrito como “celoso” e “iracundo”, porque Sus caminos y atributos no se mezclan o cohabitan como nada distinto a ellos.
“Bendito eres Tú, Eterno, que con gracia otorga conocimiento”
Bendecimos a Dios por darnos con gracia el conocimiento necesario para entender Sus modos y atributos como Su voluntad para nosotros, que tiene como finalidad que el bien rija, guíe y dirija todos los aspectos y expresiones de la vida.
Este conocimiento es de hecho la realización de nuestra compenetración con el amor de Dios, con el cual Él pone gracia en nosotros. En este sentido entendemos gracia como el reflejo de amor similar a un resplandor que nos hace lo suficientemente amables para inspirar, despertar e incitar amor en otros y en nuestro entorno.
Con conocimiento somos capaces de discernir y distinguir entre lo sagrado y lo profano, luz y oscuridad, Israel y las naciones, el Séptimo Día y los seis días de trabajo.
En esta bendición bendecimos a Dios por darnos sabiduría, entendimiento y conocimiento, en ese orden. De ahí que estos nos habiliten para integrar nuestra compenetración con el amor de Dios para manifestarlo dentro del apropiado marco ético en cada momento e instancia de la vida.
Así asimilamos que el bien es la fundación del verdadero conocimiento.
“Bendito eres Tú, Eterno, que desea el retorno [a Él]”
Bendecimos a Dios por Su compasión y amorosa bondad que desean nuestro retorno a Él y a sus caminos y atributos. En esta bendición renovamos nuestro conocimiento de la Torá como nuestra identidad judía y propósito, al igual que el servicio del bien, realizado de todo corazón.
Así nos damos cuenta que al hacer bien estamos de regreso al Creador, que a Su vez desea que retornemos a Él siguiendo los caminos y expresiones del bien, porque es lo que quiera para nosotros.
“Bendito eres Tú, Eterno, graciable que perdona en abundancia”
Bendecimos a Dios por perdonarnos con gracia nuestras transgresiones y malas acciones contra el bien inherente a la rectitud, justicia, verdad y amorosa verdad.
En la gracia de Su perdón reaseguramos nuestra confianza en Él, y en nuestra fortaleza para seguir en Sus caminos y emular Sus atributos. En esta bendición hacemos recordatorio de que nuestra vida es un proceso de aprendizaje y corrección dirigido a ascender al más elevado nivel de nuestra conciencia, porque en este es donde nos compenetramos con nuestro Creador.
En este proceso, la gracia del perdón de Dios también nos conduce a perdonarnos en el conocimiento de que esta acción se completa mediante la corrección de nuestras transgresiones y malas acciones, y trayendo bien al remover de nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones, instintos, habla y acciones, todo lo diferente de los modos y atributos de amor como fuente del bien.
Somos plenamente perdonados por la gracia del Creador cuando traemos de vuelta el bien a nosotros, ya que nuestras transgresiones y malas acciones las cometemos contra el bien.
“Bendito eres Tú, Eterno, redentor de Israel”
Bendecimos a Dios porque es nuestro redentor, y la bendición es que el bien es el medio y el fin para nuestra redención de las tendencias y rasgos negativos que nos mantienen cautivos en las fantasías e ilusiones de ego.
En el conocimiento de nuestras flaquezas y tendencias a transgredir lo bueno como nuestra esencia y verdadera identidad, bendecimos el poder redentor del amor de Dios, porque somos realmente redimidos por Su ayuda y apoyo en nuestra búsqueda individual y colectiva de la liberación total de las inclinaciones negativas de las fantasías e ilusiones de ego.
En esta bendición recordamos que el amor de Dios libra nuestras batallas, y lo bendecimos a Él por ser el redentor de Israel.
“Bendito eres Tú, Eterno, que cura a los enfermos de Su pueblo Israel”
Bendecimos a Dios por Su bondad que también cura nuestros dolores y quebrantos, sean físicos o espirituales. El Creador de hecho conoce el dolor y sufrimiento que infligimos en nosotros y en los demás, porque Su compasión es una expresión de Su eterna amorosa bondad.
Así nos hacemos conscientes de que la fidelidad de Dios hacia el bien asegura nuestra redención de las tribulaciones y aflicciones.
Nunca olvidemos que la mayoría de estas son creadas por nosotros para imponerlas unos a otros. El bien otra vez está con nosotros para traer alivio a nuestras carencias, debilidades, malestares, dolores y enfermedades.
Bendecimos a Dios por continuar curándonos de los efectos negativos de malas decisiones y acciones. En esta bendición traemos nuestra conciencia al bien derivado de los modos y atributos de amor como fuente permanente de sustento, alivio, curación y liberación total.
“Bendito eres Tú, Eterno, que bendice los años”
Bendecimos a Dios por Su amorosa bondad que es la fuente de nuestro sustento material y spiritual cada año de muestra vida, como el rocío y la lluvia para la tierra.
En esta bendición elevamos nuestra conciencia para vivir permanentemente en el amor de Dios, momento a momento en el bien de la amorosa bondad como nuestro constante y completo bienestar.
Lo bendecimos a Él por bendecir (otorgarnos bien) nuestros años, al igual que da rocío y lluvia a la tierra para que germinen los recursos necesarios para nuestro sostenimiento y abundancia.
En esta bendición nos hacemos conscientes de que nuestras buenas acciones y actos de amorosa bondad son también el rocío y la lluvia que también regresan a nosotros bajo el principio de que el bien es su propia causa y efecto.
Así nos damos cuenta que tal como sembramos bien cosechamos bien con nosotros y para nosotros, con los demás y para los demás.
“Bendito eres Tú, Eterno, que reúne a los dispersos de Su pueblo Israel”
Bendecimos a Dios por reunir a nuestros hermanos judíos dispersados en todos los rincones de la tierra. En esta bendición nos hacemos conscientes de que el bien es el estandarte que el amor de Dios eleva para atraer a Su pueblo repartido, porque el bien es la raíz e identidad común que Él nos dio, y que también es nuestro nexo común con Él.
El bien es el medio de atraernos y reunirnos a todos en aras del mismo bien. De ahí que todos tengamos que elevar y realzar el bien como el estandarte de nuestra existencia.
Todavía seguimos viviendo en el exilio entre las naciones, y esta bendición nos recuerda el propósito de nuestra vida en el mundo. Debemos asimilar en esta bendición que nuestros hermanos judío dispersados también representan las diversas cualidades y potenciales creativos positivos que integran las doce tribus de Israel.
Dios cumple Su promesa de recogernos y unirnos a todos como la unidad armónica funcional destinada a revelar completamente Su presencia en el mundo material.
Esta es la revelación total del bien en todas las facetas y dimensiones de la vida. En esta bendición también nos hacemos conscientes de que el amor de Dios reúne en nosotros como individuos judíos y como nación los infinitos potenciales del bien atrapado en las fantasías e ilusiones materialistas de ego, representadas por las naciones en las que ellos (los infinitos potenciales del bien) viven en exilio.
“Bendito eres Tú, Eterno, Rey que ama la rectitud y la justicia”
Bendecimos a Dios por Su amor a la rectitud y la justicia, que son expresiones primordiales del bien. Traemos nuestra conciencia a los modos y atributos del bien como nuestros jueces y consejeros que con compasión y amorosa bondad apartan de nosotros tristeza y suspiro.
Así con esta bendición fortalecemos nuestro juicio y criterio con las expresiones éticas del bien, con el fin de hacer prevalecer la rectitud y la justicia en lo que somos y hacemos.
Esta bendición nos dice que la compasión y amorosa bondad del Creador preceden a Su juicio. De la misma manera traemos a nuestra conciencia estos principios regidores y conductores de nuestros pensamientos, sentimientos, emociones, y de lo que decimos y hacemos.
“Bendito eres Tú, Eterno, que quebranta a los enemigos y subyuga a los malvados”
Bendecimos a Dios por destruir a nuestros enemigos y subyugar a los malvados. Así Él nos hace saber que el bien de los modos y atributos de amor no cohabitan con los modos de la maldad y sus tendencias, rasgos y efectos negativos.
De ahí que el bien supere y venza la maldad, eliminando sus cualidades destructivas, además de corregirla y reorientarla hacia caminos y propósitos positivos.
Nos hacemos conscientes de que debemos protegernos de traicionar o sabotear nuestro constante conocimiento del bien como principio regidor de nuestra vida.
En esta bendición reforzamos nuestra determinación de subyugar y corregir tendencias y rasgos negativos como enemigos que debemos vencer y eliminar de nosotros y en nuestro entorno, porque estos afligen y ponen en peligro las expresiones y cualidades positivas del bien en nosotros.
“Bendito eres Tú, Eterno, soporte y seguridad de los justos”
Bendecimos a Dios por hacernos confiar en el bien como nuestro nexo común con Él, y constante expresión de Su amor como la fundación de nuestra relación con Él.
Si no confiamos en Dios junto con Sus caminos y atributos, no habría significado para vivir en este mundo. Con nuestra confianza en el bien nos compenetramos con el amor de Dios.
Lo bendecimos a Él por apoyar y proteger a los justos y a los amorosos entre los de la casa de Israel, porque el bien es nuestro soporte y seguridad. En el bien ponemos nuestra confianza en lo que somos y como el destino que el Creador ha asegurado para nosotros.
“Bendito eres Tú, Eterno, que reconstruye Jerusalén”
Bendecimos a Dios por construir Jerusalén como el conocimiento permanente de nuestra conexión con Él.
En esta bendición tenemos presente que en dicha conexión nos hacemos conscientes de nuestra redención final, permitiendo que el poder redentor del amor de Dios transforme y eleve nuestra conciencia al reino de la era mesiánica. Esta última simbolizada en esta bendición por el establecimiento del trono de David, Su servidor.
En esta bendición damos poder a nuestro propio bien para traernos al pleno y total conocimiento de nuestro nexo con Dios, como un edificio eterno, porque el bien es la causa y propósito de Su creación.
“Bendito eres Tú, Eterno, que hace florecer el poder de la redención”
Bendecimos a Dios por hacer florecer en nosotros el poder redentor de Su amor, representado por el vástago de David, Su servidor.
Esta simiente es la expresión humana de la nueva conciencia para la prometida era mesiánica, como el tiempo y espacio de nuestra eterna redención en el bien que el Creador quiere que reine para siempre en nosotros y en el mundo material.
En esta bendición nos hacemos conscientes que al entronizar exclusivamente el bien de los modos y atributos de amor en todos los niveles de conciencia estamos verdaderamente redimidos.
“Bendito eres Tú, Eterno, que escuchas la plegaria”
Bendecimos a Dios por oír nuestras plegarias, porque en estas nos hacemos conscientes del bien que emana de Él en nosotros, como la fuente y el sustento para ser y manifestar el bien, también como Su voluntad para Su creación.
En nuestras plegarias abrazamos el bien como la fuente que satisface todas nuestras necesidades. En este conocimiento Dios ciertamente oye nuestras rezos y súplicas, porque por el bien es para lo que Él quiere que vivamos en todas los aspectos de la vida.
En esta bendición sabemos que lo único que pedimos a Dios es el bien, en aras del bien y no por nada diferente al bien. Así nos comprometemos sólo a pedir la asistencia de Dios para el bien que necesitamos para nosotros y para los demás, y no para las fantasías e ilusiones de ego.
“Bendito eres Tú, Eterno, que restaura Su presencia divina en Sión”
Bendecimos a Dios por hacernos conscientes de Su presencia en nosotros, porque ciertamente Él mora en el más elevado nivel de conciencia, representado por Jerusalén y su templo. De ahí que lo bendigamos “por restaurar Su presencia divina en Sión”.
Así nos damos cuenta que nuestras ofrendas de elevación y plegarias son expresiones del bien que recibimos de Dios, y que le ofrendamos de vuelta a Él en nuestras buenas obras y acciones como nuestro nexo común con Él.
Estas son nuestras ofrendas cotidianas diarias, junto con nuestras ofrendas por pecados, culpa, gratitud y paz, con las que constantemente renovamos nuestra cercanía a Sus modos y atributos.
“Bendito eres Tú, Eterno, el bien es Tu nombre y Ti corresponde agradecer”
Bendecimos a Dios por el bien que el pone en nosotros, comenzando por el hecho de que É les nuestro Creador, que nos da vida y nos sostiene. Este solo hecho es lo suficientemente grande para que impregnemos en nuestras bendiciones para Él la mayor gratitud, por reconocer que es el realmente la fuente de nuestra existencia.
Entre más agradezcamos a Dios cada momento por el que respiramos, nos elevamos a Él para hacernos merecedores de Su continuo sustento.
Así apreciamos las maravillas, milagros y bondades de Dios hacia nosotros, haciéndonos plenamente conscientes de que mediante el bien que nos concede nos abraza con Su eternal compasión, y que con Su compasión Su amorosa bondad es eterna.
También le pedimos que nos reúna a nosotros y a nuestros dispersados en los patios de Su templo, para así poder todos retornar a Su voluntad para servirlo a Él de todo corazón, porque lo reconocemos con agradecimiento.
De ahí que en nuestra gratitud nos comprometemos con Su voluntad, porque nosotros somos la arcilla y Él nuestro alfarero. Nuestra gratitud debe ser permanente con el fin de asegurar el bien como nuestro nexo eterno con Él.
Con esta bendición también agradecemos a nuestro propio bien como la causa y finalidad de nuestra vida.
“Bendito eres Tú, Eterno, que bendice a Su pueblo Israel con la paz”
Por último, bendecimos a Dios por bendecir a Su pueblo Israel con la paz, porque esta es lo completo, el balance perfecto, la entereza y armonía, como propósito y finalidad del bien.
En esta bendición le pedimos al Creador que nos dé la paz, el bien, vida, gracia, amorosa bondad y compasión, acompañadas de rectitud. Todas estas como los rasgos, cualidades, modos y medios del amor de Dios en todos los niveles de la conciencia.
Esta es la bendición que abarca todas las anteriores en unidad armónica funcional para cumplir con totalidad la voluntad del Creador, más allá de nuestros propios deseos y expectativas.
Recibimos la bendición de Dios para la paz con el fin de hacernos conscientes de que el bien, vida, gracia, amorosa bondad, compasión y rectitud son las expresiones que el Creador quiere que tengamos, disfrutemos y vivamos con total plenitud material y espiritual.
En conclusión, rezamos a Dios bendiciendo Sus modos y atributos como los medios para traernos a nosotros mismos al bien inherente a ellos, porque en ellos está el poder y capacidad del bien como nuestra esencia y verdadera identidad.
Así asimilamos que nuestros rezos judíos son una acción reflexiva, porque en ellos alineamos todos los niveles de conciencia para compenetrarnos totalmente con el amor de Dios.