“¿Qué es tu Amado sobre [otros] amados, oh
hermosa entre las mujeres? ¿Qué es tu Amado entre [otros], que tú nos
encomiendas?” (El Cantar de los Cantares 5:9)
Nuestros buenos rasgos, cualidades,
pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos, junto a nuestras
palabras y acciones positivas (todas estas “las hijas de Jerusalén”, porque
provienen de nuestra conexión permanente con Dios) cuestionan a Israel la
veracidad y fidelidad de su añoranza del amor de Dios y Su prometida
redención final.
Estas preguntan a Israel quién es su Dios, su
Amado, por encima de otros dioses menores como ídolos reverenciados por las
creencias y sentimientos de carencia del ego derivados de fantasías e ilusiones
materialistas.
Las hijas de Jerusalén parecen preguntar,
“¿Por qué apelas a
nosotros si tú misma has deseado escoger ir tras tus falsos dios de vanidad,
futilidad, arrogancia, 'glamor', 'prestigio', 'clase', y 'sofisticación', en el
mundo de fantasía de la sociedad de consumo, cultura 'light', tendencias de
moda, falsas creencias e ideologías?”
“¿Acaso eres consciente de que el bien de amor
como manifestación material del amor de Dios no cohabita con fantasías e
ilusiones de ego?”
Nuestro ser consciente debe verse obligado a responder a
nuestra esencia y verdadera identidad, que se fundamentan en la verdad del bien. Hablando de la verdad, vivir por esta y hacerla
fuente y fundamento de juicio son las expresiones del bien en el mundo
material.
Así nos hacemos conscientes de que procuramos el bien como la verdad
por la que aplicamos nuestro juicio. De ahí que el bien sea la máxima verdad de
la vida, para vivir por ella y para ella en el mundo, y saber que la razón de
la justicia es hacer prevalecer la verdad como imagen del bien.
Todas las expresiones del bien provienen del
Creador. Al ser y hacer el bien nos bendecimos como extensiones y expresiones
de la bondad de Dios. Nuestros sabios llaman a esto ser socios Suyos en Su
creación (Talmud, Shabbat 10a).
Así nos hacemos canales, pero también vasijas
del bien. No sólo hacemos bien en aras del bien, sino igualmente para proclamar la enseñanza de sus principios y hacerlos regir todos los aspectos de la vida.
Este es el significado original en hebreo de
rectitud, generalmente traducida como caridad; porque hacer el bien es lo
correcto. No se trata solamente de dar o proveer alimento y bienes materiales
para los necesitados, sino también del principio ético detrás de la acción. Somos
buenos porque es manera correcta de ser y vivir.
“La avenida de la rectitud conduce la vida, y
en su sendero no existe la muerte.” (Proverbios 12:28)
En este contexto ético, la muerte representa
lo opuesto a los rasgos y cuaIidades del bien. La muerte como tendencias y rasgos
destructivos en la conciencia que debemos transformar y reorientar hacia los
modos y atributos de amor.
De esta manera eliminamos la maldad de la faz de la
tierra, y comenzamos a vivir el bien del amor de Dios completamente revelado en
la era mesiánica.
Debemos saber que el bien es la fuente y
objeto de nuestra plenitud. Al hacernos conscientes de que el bien satisface
todos los aspectos, niveles y dimensiones de la vida nos hacemos completos, lo
cual es cualidad primordial de la paz.
En esta plenitud no hay espacio para
carencia, deficiencia, malestar, enfermedad, fracaso, error, falsedad o pecado,
porque no hay nada por lo que transgredir. Esta plenitud caracteriza la era
mesiánica como el comienzo de la redención total prometida por Dios en la
profecía judía.
Así mismo asimilamos la quietud de la paz como la perfección de vivir por,
con y en aras del bien. Esta quietud es el resultado final de estar completos
al concluir el proceso de transformación desde una conciencia de carencia hacia
una de plenitud.
Entonces cuando oímos que el sendero de la rectitud se camina
con vigilancia eterna, entendemos que si miramos a la derecha o a la izquierda
debemos sólo ver el mismo bien que dejamos atrás al caminar, y que adelante nos
esperan nuevas y mayores expresiones del bien que Dios reserva para nosotros.