“Yo soy de mi Amado y mi Amado es mío, que se
deleita entre las rosas.” (Cantar de los Cantares 6:3)
Israel conoce a su Amado y Sus moradas,
porque ambos son uno para el otro, y comparten sus nexos comunes fundamentados en
el bien de los modos y atributos de amor, de donde Dios sustenta Su creación
con las constantes bendiciones como rosas que recoge de Su jardín. Como ha sido
mencionado, Dios lo comparte con Israel como Su socia para revelar Sus
bendiciones y hacer prevalecer el bien en el mundo material.
“Tú eres hermosa, Amada Mía, como Tirzá.
Hermosa como Jerusalén, que inspira la reverencia de un ejército con
estandartes.” (6:4)
Dios reconoce y elogia el amor de Israel como
su deseo (“Tirzá”) de compenetrarse con Su amor. También reitera Su amor por
ella comparándola con Jerusalén. Podemos entender a Tirzá como la motivación y
determinación, disposición y deseo para que Israel cumpla su destino de ser la
luz que guía a las naciones.
En ese sentido Jerusalén es la realización de
ese destino. Una vez alcanzado, este es tan persuasivo e imponente como un
ejército cuyos altos estandartes de amorosa bondad, rectitud, compasión,
equidad, verdad y paz, inspiran a las naciones a reverenciarlos. Así se
convierten para estas en sus principios y valores por los cuales vivir.
Dios compara Israel con Jerusalén como una
sola y la misma, porque el amor que Él comparte con ella persuade a las
naciones a seguirla en su misión de erradicar la maldad y los rasgos negativos
de la conciencia humana, iniciando así la redención final y el establecimiento
de la era mesiánica.
En estos tiempos venideros el más alto nivel
de conciencia en el que amor conduce todos los aspectos, facetas y dimensiones
de la vida, inspira y evoca la reverencia y obediencia de los niveles
inferiores. De este modo despertando en ellos su deseo de seguir las
directrices y caminos de los modos y atributos de amor, para regocijarse en su
bien.
“Quita Tus ojos de mí, porque ellos me han
hecho soberbia. Tu cabello [es] como un rebaño de cabras que descienden del
Guilead. Tus dientes como rebaño de corderos que ascienden de lavarse, [los
cuales son] perfectos y no falta ninguno. Tus sienes son como un pedazo de
granada detrás del velo.” (6:5-8)
Israel confiesa que el amor de Dios la volvió
soberbia. Esta arrogancia la llevó a deseos materialistas derivados de las
fantasías e ilusiones de grandeza del ego. También podemos entender esta
primera declaración como la dificultad para Israel de asimilar y asumir a
plenitud las abrumadoras cualidades del amor de Dios en la conciencia humana,
llevándola así a seguir las tendencias profanas de las naciones.
Volviendo a su humildad natural, Israel evade el amor de Dios por no
sentirse merecedora de este. Al mismo tiempo, ella añora y evoca la belleza y
el deleite del regocijo en el nexo con Su amor dentro de la cámara interior de
su Templo, como ha sido descrito alegóricamente en los capítulos anteriores.