domingo, 8 de enero de 2017

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XXI)

“Mi Amado es claro y rojizo, ¡notorio entre millares! Su cabeza [es como de] oro finísimo, Sus rizos [son como] corrientes, negros como cuervo. Sus ojos [como] palomas allende corrientes de aguas, bañándose en leche, sentado en plenitud.” (El Cantar de los Cantares 5:10-12)

Israel responde que ella conoce muy bien a Dios, y puede reconocerlo entre la infinita multitud de Su creación. Israel sabe que ciertamente Él está presente y evidente como el Creador de todo lo existente, que controla y dirige Su creación.

Esta presencia evidente es la que hace “claro” a Dios, y viviente como la sangre rojiza que fluye en nuestro cuerpo. De ahí que sea notorio y preeminente por encima de la multitud de Su creación que podemos percibir con ojos humanos.

La alegoría continúa describiendo al Creador como causa y fuente de todo como el más sublime y exaltado, similar a lo que el oro representa. Causa y sustento de todo, como la cabeza que rige encima del cuerpo. Los rizos ondulantes simbolizan las dimensiones eternas y sin fin que emanan del plan y voluntad de Dios para Su creación, imposibles de concebir para nosotros como el resplandeciente negro impenetrable de las plumas de un cuervo.

El amor de Dios fija Sus “ojos” en el bien y sus expresiones en Su creación, fluyendo y moviéndose libres como “palomas” que beben las aguas vivas de Sus caminos y atributos, de donde todo ha sido creado y sustentando. Este sustento es también la “leche” con la que somos renovados y revitalizados en cada momento, como la fuente de nuestra saciedad y plenitud con la que nos mantenemos.

Las corrientes de aguas y manantiales de leche son la sabiduría y el conocimiento de la Torá dada por Dios a Israel como el contrato matrimonial que constituye la plenitud en la que nos sentamos cuando el amor de Israel abraza el amor de Dios.

Nuestra percepción humana está condicionada según nuestras circunstancias, ya sea llenadas y abordadas con los modos y atributos de amor, o con las fantasías e ilusiones de ego. El amor de Dios ciertamente sustenta y sacia toda Su creación.

“¡Toda la tierra está llena de Su gloria!” (Isaías 6:3)

Nos hacemos conscientes de la perfección de la creación de Dios cuando la abordamos con una percepción libre de egoísmo, dándonos cuenta que todo proviene del amor de Dios; y que amor es la fuerza que mueve y une todo, sostiene todo, y llena a todo con perfección.

Solamente en nuestro pleno conocimiento de amor como nuestra esencia y verdadera identidad, seremos capaces de relacionarnos con el amor de Dios como el origen y sustento de todo lo existente.

Comenzamos a relacionarnos con la creación de Dios a través de los ojos de los modos y atributos de amor. Entonces nos hacemos conscientes de que amor es lo que atrae, conecta, une y armoniza todo. Así nos aproximamos los unos a los otros y a nuestro entorno, con amorosa bondad, gracia, compasión, cooperación y empatía, coexistiendo en armonía y paz. Cuando esta realización se haga permanente en nuestra conciencia, comenzaremos a vivir nuestra redención final y entrar en la era mesiánica.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.