“Mi Amado es claro y rojizo, ¡notorio entre
millares! Su cabeza [es como de] oro finísimo, Sus rizos [son como] corrientes,
negros como cuervo. Sus ojos [como] palomas allende corrientes de aguas,
bañándose en leche, sentado en plenitud.” (El Cantar de los Cantares 5:10-12)
Israel responde que ella conoce muy bien a
Dios, y puede reconocerlo entre la infinita multitud de Su creación. Israel
sabe que ciertamente Él está presente y evidente como el Creador de todo lo
existente, que controla y dirige Su creación.
Esta presencia evidente es la que
hace “claro” a Dios, y viviente como la sangre rojiza que fluye en nuestro
cuerpo. De ahí que sea notorio y preeminente por encima de la multitud de Su
creación que podemos percibir con ojos humanos.
La alegoría continúa describiendo al Creador
como causa y fuente de todo como el más sublime y exaltado, similar a lo que el
oro representa. Causa y sustento de todo, como la cabeza que rige encima del cuerpo. Los rizos ondulantes simbolizan las dimensiones eternas y sin fin que
emanan del plan y voluntad de Dios para Su creación, imposibles de concebir
para nosotros como el resplandeciente negro impenetrable de las plumas de un
cuervo.
El amor de Dios fija Sus “ojos” en el bien y
sus expresiones en Su creación, fluyendo y moviéndose libres como “palomas” que
beben las aguas vivas de Sus caminos y atributos, de donde todo ha sido creado
y sustentando. Este sustento es también la “leche” con la que somos renovados y
revitalizados en cada momento, como la fuente de nuestra saciedad y plenitud
con la que nos mantenemos.
Las corrientes de aguas y manantiales de
leche son la sabiduría y el conocimiento de la Torá dada por Dios a Israel como
el contrato matrimonial que constituye la plenitud en la que nos sentamos
cuando el amor de Israel abraza el amor de Dios.
Nuestra percepción humana está condicionada
según nuestras circunstancias, ya sea llenadas y abordadas con los modos y
atributos de amor, o con las fantasías e ilusiones de ego. El amor de Dios ciertamente
sustenta y sacia toda Su creación.
“¡Toda la tierra está llena de Su gloria!”
(Isaías 6:3)
Nos hacemos conscientes de la perfección de
la creación de Dios cuando la abordamos con una percepción libre de egoísmo,
dándonos cuenta que todo proviene del amor de Dios; y que amor es la fuerza que
mueve y une todo, sostiene todo, y llena a todo con perfección.
Solamente en nuestro pleno conocimiento de
amor como nuestra esencia y verdadera identidad, seremos capaces de
relacionarnos con el amor de Dios como el origen y sustento de todo lo
existente.
Comenzamos a relacionarnos con la creación de Dios a través de los ojos de
los modos y atributos de amor. Entonces nos hacemos conscientes de que amor es
lo que atrae, conecta, une y armoniza todo. Así nos aproximamos los unos a los
otros y a nuestro entorno, con amorosa bondad, gracia, compasión, cooperación y
empatía, coexistiendo en armonía y paz. Cuando esta realización se haga
permanente en nuestra conciencia, comenzaremos a vivir nuestra redención final
y entrar en la era mesiánica.