“Muchas aguas no pueden sofocar
el amor, y ríos no lo pueden ahogar. Si un hombre diera toda la riqueza de su
casa a cambio de amor, él sería la burla hasta el escarnio.” (Cantar de los
Cantares 8:7)
Este sagrado amor ardiente no
puede ser destruido por nada, no importa qué tan grande o abrumador pueda
llegar a ser. Tampoco puede ser condicionado, adquirido o negociado por
posesiones materiales, porque el bien que procede de amor no cohabita con nada
diferente a sus modos y atributos.
“¿Podría un trono de maldad
asociarse a Ti, alguien que convierte la iniquidad en ley?” (Salmos 94:20)
“También el Eterno da bien, y
[así] nuestra tierra rinde su fruto.” (Ibíd. 85:12)
Entonces asimilamos que el bien
proveniente del amor de Dios es su propia cosecha, y debemos ser conscientes de
que nuestra redención total es el bien como origen y finalidad de Su creación.
Entre más vivamos en los modos y atributos de amor, más estaremos viviendo la
redención final de Dios.
“Nuestra hermana es pequeña y no
tiene pechos. ¿Qué podemos hacer por nuestra hermana el día que se hable de
ella? Si fuese ella una muralla, le construiremos un palacio de plata. Y si
fuese ella una puerta, la rodearemos con un cerco de cedro.” (Cantar de los Cantares
8:8-9)
Estos versículos y los restantes de
este poema se refieren a la nueva conciencia que nos aguarda con el
advenimiento de la era mesiánica. Esta nueva conciencia será como una hermana
menor para Dios e Israel, la cual se develará a nosotros cuando se complete
nuestra redención final. Esta se manifestará, ya sea como un nuevo paradigma
(“muralla” como ciudad amurallada) o como un nuevo principio regidor (“puerta”
de entrada) para la era mesiánica. El cerco de cedro es otra alusión al Tabernáculo
o Templo de Jerusalén.