“Conduje mi corazón para conocer, investigar y buscar sabiduría, y la razón
de las cosas, y para conocer la maldad de la necedad, y la necedad y la locura. Y encuentro, más amargo que la muerte,
la mujer cuyo corazón es trampas y redes, sus manos son ataduras; quien es
bueno en los ojos del Eterno escapará de ella, y el pecador será prisionero de
ella.” (Eclesiastés 7:25-26)
No podemos asimilar las razones de una conducta
descontrolada, y más aún en los demás. El caso presentado aquí de
manipulaciones con maldad refleja lo que puede hacer la gente cegada por un
entendimiento equivocado de la vida, donde el bien no existe. Los que comparten
ese mismo predicamento viven atrapados en el destino destructivo de vivir
carentes de bien.
“Mira, esto he encontrado, dice Kohelet, sumando uno con otro para averiguar la cuenta que mi alma ha
buscado pero sin determinarlo. Un hombre entre un millar he encontrado, pero
una mujer entre tantos no he encontrado. Mira, sólo este he encontrado, porque
el Eterno creó al hombre recto, pero han buscado muchas intrigas.” (7:27-29)
Las estadísticas presentadas por Kohelet son decepcionantes en un mundo
donde el bien es el principio rector en la creación de Dios. Lo cual nos hace
reflexionar en torno a las razones que puedan tener los seres humanos para
seguir tendencias y rasgos negativos derivados de fantasías e ilusiones de ego
como las “muchas intrigas” que se apresuran a elegir lo negativo en vez de la rectitud de
los modos y atributos del bien.
Las intrigas incitan manipulaciones alentadas por creencias o sentimientos
de carencia que nos empujan a controlar a otros para obtener lo que creemos satisfará
nuestra envidia, codicia, lujuria, ira y soberbia.
Mientras despreciemos el
bien como la fuente de abundancia para todo lo que necesitemos, queramos y
deseemos dentro de lo recto y lo justo, seguiremos viviendo en las prisiones de
fantasías e ilusiones.
“¿Quién es como el sabio? ¿Y quién sabe la interpretación de una cosa? La sabiduría de un hombre
hace resplandecer su rostro, y cambia la determinación de su rostro.” (8:1)
Hemos dicho que el bien es el principio que define las cualidades de la
sabiduría que nos conduce a entender (“interpretar”) lo que abordamos en la
vida.
El versículo trae la luz como una abstracción del bien con el fin de
enseñarnos que nuestra sabiduría debe reflejarlo como el resplandor que puede
irradiar un rostro. Esto nos recuerda la segunda de las tres bendiciones
sacerdotales en la Torá.
“Resplandezca el Eterno Su rostro sobre ti y te agracie.” (Números 6:25)
Sabemos que en el judaísmo los principios y atributos divinos son
comparados simbólicamente con rasgos y otras cualidades materiales como un
rostro, luz, manos, oscuridad, ojos, corona, etc. De ahí que la luz de Dios
esté relacionada con el bien con el cual Dios crea, dirige y sustenta Sus
obras, que nos reviste con la gracia inherente a éste.
Mientras que vivamos en, con y por el bien, el rostro que representa
nuestra identidad cambia para que reflejemos lo que realmente somos con la
“determinación” necesaria para afrontar todos los aspectos de la vida.
“Yo [te aconsejo]: cumple el mandato del Rey y aquello respecto al juramento del Eterno.” (Eclesiastés 8:2)
“Yo [te aconsejo]: cumple el mandato del Rey y aquello respecto al juramento del Eterno.” (Eclesiastés 8:2)
Ejercemos nuestra
identidad judía cumpliendo las instrucciones y mandamientos de Dios, lo cual es el
juramento o Pacto que tenemos con Él. La Torá dice que somos Su pueblo elegido
y esto nos obliga a elegir Su voluntad para cumplir nuestra alianza con Él.
Éste
y los demás versículos de la Biblia hebrea son presentados en el contexto de
ser, tener y hacer el bien como finalidad de ese Pacto.