“No hay hombre que tenga poder sobre el viento o retener el viento, ni
tiene poder sobre el día de [su] muerte; y no hay retiro en la guerra, ni maldad que lo libere de lo que se le ha
dado. Todo esto he visto y también he aplicado mi corazón a cualquier obra
hecha bajo el sol; cuando un hombre tuvo poder sobre otro en detrimento suyo.”
(Eclesiastés 8:8-9)
Estos versículos vienen a expandir las razones para no evocar fantasías e
ilusiones de las que no sabemos a fondo sus resultados cuando las hacemos
reales. Así comprendemos que son similares a creer que podemos manejar el mal o
controlarlo, como lo querríamos hacer con la muerte.
Una vez caemos en obsesiones, adicciones y apegos negativos, nos hacemos
sus prisioneros sin tener alivio o redención fáciles. En esto no hay provecho,
como tampoco lo hay de nada del reino de las fantasías e ilusiones de ego, incluyendo
afligirnos unos a otros con maldad.
“Y así vi enterrado al malvado, y dentro de su descanso [final]; y a quienes han sido correctos que se
alejaron del lugar sagrado, y fueron olvidados en la ciudad. Esto también es
vanidad. Porque la sentencia contra una mala acción no es ejecutada con
rapidez, por lo tanto en el corazón de los hombres está plenamente establecido
hacer el mal.”
(8:10-11)
Tanto el justo como el malvado terminan en los cementerios, tarde o
temprano. Aquí a los justos se les advierte no separarse de su permanente
conocimiento del bien como el lugar sagrado al que pertenecen. De lo contrario
serán olvidados al igual que los malvados por las vanidades que eligieron
vivir, porque en estas no hay juicio ni justicia.
Si dejamos que tendencias y rasgos negativos sean los modos y medios de
nuestra conciencia, confirmamos que la maldad se refugia en nuestros corazones.
“Porque el pecador hace maldad cien veces y [aun así] prolonga sus días. Aunque sé que les irá bien a quienes
reverencian [lit. temen] al Eterno, que reverencian ante Él. Pero no irá bien
con el malvado ni prolongará sus días, que son como una sombra porque él no
reverencia al Eterno.” (8:12-13)
El rey Salomón nos invita nuevamente a hacernos conscientes de la vanidad y
la futilidad de nuestras decisiones negativas, sea o no que alarguen o acorten
nuestros días, porque en estas la vida pierde su significado. Así traducimos la
reverencia (“temor”) de Dios como el aprecio y devoción al bien que ilumina
nuestros pasos en el sendero de la vida.
“Hay una vanidad que ha sido hecha sobre la tierra, que hay hombres justos
que les ocurre según lo que hacen malvados; e igualmente hombres malvados a
quienes les ocurre según lo que hacen los justos. He dicho que esto también
es vano.” (8:14)
Este versículo reitera que vivir en la vanidad y futilidad de fantasías e
ilusiones de ego no hace diferencias entre justos y malvados.