“[Que el Eterno] Envíe tu ayuda
desde el altar [lit. desde el sagrado], y [que Él] te sostenga desde Sión.” (Salmos 20:3)
Todo proviene de Dios y Él
mantiene y sustenta Su creación, lo cual abarca la ayuda que podamos necesitar
para vivir, especialmente cuando sea de acuerdo a Su voluntad.
En este versículo el rey David se
refiere a un tipo de ayuda y apoyo que solamente puede venir de la sacralidad
de Su presencia en este mundo, la cual mora en Su lugar elegido conocido como
Sión.
En este sentido no damos cuenta que el Creador tiene múltiples formas de
sostener Su creación, unas más sublimes que otras, y en este versículo vemos
que es así.
Tenemos que ser sagrados para
aproximarnos a la sacralidad de Dios. Esto requiere desapegarnos de tendencias
y rasgos negativos derivados de una actitud egocéntrica ante la vida, y lo
logramos abrazando los modos y atributos que son nuestro nexo con el Creador de
todo.
Para ello necesitamos la ayuda que proviene precisamente del más elevado
nivel de nuestra conciencia, también conocido como el altar del Santuario erigido
en Sión.
Los versículos que siguen ponen en
contexto la petición que hace el salmista al Creador.
“[Que el Eterno] Recuerde todas
tus ofrendas por siempre. [Para] Otorgarte lo que tu corazón desea, y cumplir
todos tus planes.” (20:4-5)
Las ofrendas que traemos al Templo
de Jerusalén son encomendadas por Dios para que estemos siempre cerca de Él. Hemos
mencionado que la raíz semántica en hebreo de “ofrenda” es la misma de
“cercanía”. En esta última en verdad estamos redimidos de todo lo que impide
nuestro completo bienestar, plenitud y autorrealización.
De ahí que nuestros
deseos y planes deban estar dirigidos a perseguir sólo lo bueno en la vida como
quiere Dios, para vivir Sus modos y atributos en este mundo.
“Sólo amorosa bondad y compasión
me seguirán todos los días de mi vida, y yo viviré en la casa del Eterno para
siempre [lit. por muchos largos días].” (23:6)
Con este versículo en paráfrasis
entendemos que para vivir en la manifiesta presencia de Dios en Su casa, el
Templo de Jerusalem, solamente amorosa bondad y compasión deben gobernar todos
los aspectos y expresiones de la vida.
Los versículos anteriores en el
capítulo (23) citado aquí se refieren a lo que acontece en nosotros cuando
abrazamos los modos y atributos del Creador como principios y fundamentos
éticos para vivir en este mundo.
El resultado es lo indicado en
este versículo, como la culminación de vivir en pleno conocimiento del bien proveniente
de nuestro Creador.