“Oye la voz
de mis súplicas cuando clamo a Ti, cuando elevo mis manos hacia el templo de Tu
sacralidad.”
(Salmos 28:2)
Debemos
hacer nuestra parte en el proceso de auto-redención, habilitado y reforzado con
la Divina providencia que pedimos al Creador en ferviente e intensa plegaria.
“Envía Tu
luz y Tu verdad, permite que me guíen. Permite que me traigan al monte de Tu
sacralidad y a Tus santuarios.” (43:3)
En el
judaísmo, luz es una forma abstracta referente al bien que emana del Creador, y
también a la verdad, amorosa bondad, gracia, perdón y redención, junto a otros
atributos, cualidades y rasgos positivos y liberadores. Estos de hecho son
principios éticos y morales mediante los cuales Dios quiere que nos rijamos, ya
que son inherentes al bien que es nuestro nexo eterno con Él.
El salmista
está plenamente consciente de esto, y de ahí que suplique en plegaria a Dios
con la añoranza de vivir en la libertad que ofrecen estos atributos cuando permitimos
que conduzcan todos los aspectos y dimensiones de la conciencia. Estos también
son los modos y medios para ascender al lugar donde mora la sacralidad del
Creador, en el Templo de Jerusalem que está en Sión.
En este
conocimiento sagrado solamente alabanza y júbilo son las expresiones de
nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos.
“Y vendré al
altar del Eterno, al Eterno, mi máxima alegría; y te alabaré con arpa, oh
Eterno, mi Dios.” (43:4)
No hay otra
manera de concebir, vivir y deleitarse en la presencia Divina, sino con el
mayor júbilo en alabanza; ya que estas expresan lo que se es ante el Creador de
toda existencia.
“Hay un río,
las corrientes que alegran la ciudad de Dios, los santuarios sagrados del Altísimo.” (46:5)
La Torá
menciona los ríos en el jardín del Edén, y algunos de nuestros Sabios comentan
que uno de aquellos fluye debajo del Templo de Jerusalem. Nos enseñan con esto
que el desaparecido Paraíso terrenal se encontraba en la tierra de Israel. También
se refieren a los mares y ríos como símbolos de rasgos o cualidades ilimitadas,
debido a su tamaño, o al permanente fluir de las aguas.
En este
versículo el salmista destaca la enorme alegría en la que se regocija Jerusalem,
la ciudad de Dios. ¿Acaso hay algo más regocijante que el lugar de los
santuarios del Altísimo? Un río de alegría y corrientes de regocijo son ciertamente
de lo que se trata la casa de Dios.