“Para decir toda Tu alabanza en los portales de
la hija de Sión, para regocijarme en Tu redención.” (Salmos 9:15)
Decir “toda” la alabanza a nuestro
Creador es una inmensa declaración que implica la búsqueda no de una simple o
pasajera redención sino la eternal. “Decir todo” no se trata de elaborar el interminable
inventario de las acciones y obras de Dios, por las que lo alabamos, sino de un
retorno total a Dios que abarque todos los niveles aspectos dimensiones de la conciencia humana.
En otras palabras, si suplicamos la
redención de Dios, lo debemos hacer con “todo” lo que hay en nosotros. “Decir
todo” también significa expresar lo que ocupa nuestro corazón, mente y alma, en
una genuina manifestación de lo que tenemos en nuestro discernimiento,
pensamiento, emociones, sentimientos y acciones. En este conocimiento “decimos”
todas las alabanzas para suplicar a la gracia y compasión de Dios que nos
muestre Su completa redención.
Esto debe ocurrir en los “portales” de
la “hija” de Sión, que tradicionalmente entendemos como Jerusalem. Nuestra
tradición oral nos cuenta que la ciudad de Dios refleja la cabeza del cuerpo,
de ahí que “capital” signifique “cabeza”.
Los “portales” son los siete orificios
en la cabeza, que son los ojos, oídos, conductos nasales y boca. Esto significa
que el conocimiento que acabamos de señalar debe abarcar lo que vemos, oímos,
olemos e ingerimos. Todos nuestros sentidos y conciencia deben estar alineamos
y consonantes lo sagrado que Dios exige de nosotros para que Él nos conceda Su
completa redención.
Jerusalem vista como la “hija de Sión”
es el máximo conocimiento de Dios en nuestra conciencia. Este elevado nivel de
conciencia es lo sagrado que el Creador quiere que compartamos con Él en este
mundo, y de donde quiere compenetrarse con nosotros. Esto es el preludio del
júbilo y deleite inherentes a la redención de Dios.
“¿Quién dará desde Sión la redención de Israel? El
Eterno hará volver del cautiverio a Su pueblo. Jacob se alegrará, Israel se
regocijará.” (14:7)
En el judaísmo la redención final requiere
e implica un cambio en la conciencia humana. Este cambio ha de ser dictado y
determinado por el bien, para hacerlo prevalecer en todas las facetas y
expresiones de la vida, completamente libre del mal.
Así nos hacemos
conscientes de que el bien sin coexistir con el mal es lo sagrado por lo que
somos redimidos. Este bien sagrado que mora en Sión es de donde proviene liberación
del cautiverio de Jacob y la redención de Israel.
Nuestro “cautiverio” significa vivir
en las tendencias y rasgos negativos que elegimos como moradas en nuestra
conciencia. El Creador nos hará “volver” del cautiverio bajo ilusiones y
fantasías materialistas hacia la libertad de las cualidades y rasgos positivos
del bien.
Jacob e Israel son aquí la inocencia,
pureza y entereza, combinadas con la fortaleza, determinación y autorrealización
necesarias para abordar el júbilo de la redención. Este versículo nos presenta
el fundamento de todas las profecías hebreas.
“Y muchos pueblos habrán dicho, ‘Venid y vayamos a la
montaña del Eterno, a la casa del Dios de Jacob, y Él nos enseñará Sus caminos
y nosotros caminaremos en Sus senderos’. Porque de Sión ha
salido la Torá [lit. Instrucción], y la palabra del Eterno de Jerusalem.” (Isaías 2:3)
En este principio
primordial se fundamenta el conocimiento que debemos adquirir para
compenetrarnos con nuestro Creador. Así nos hacemos conscientes de que la Torá es
la instrucción necesaria para vivir a Dios en todos los aspectos y expresiones
de la vida, y que ese conocimiento proviene precisamente del lugar de conexión
que es Sión/Jerusalem.
“¿Quién habrá de morar en Tu templo? ¿De quién la
presencia en el monte de Tu sacralidad?” (Salmos 15:1)
Una vez más la respuesta es la misma,
lo sagrado del bien que el Creador quiere que vivamos y manifestemos en el
mundo, porque Su presencia también mora en el bien. Ello es lo que caracteriza
el fundamento ético del bien, que se basa en actuar conforme a lo justo, lo
correcto y lo constructivo en aras del bien individual y colectivo, como lo
sugieren los versículos siguientes.
“Aquel que camina recto y trabaja en rectitud, y dice la verdad en su
corazón; que no haya difamación en su
lengua, ni haga mal a su prójimo, ni que reproche a su vecino. En cuyos ojos
repudie al malvado, pero que honre a quienes reverencian al Eterno; aquel que
desprecia el mal y no cambia.” (15:2-4)
Estas
cualidades abrazan los modos, medios y fines positivos del bien, completamente
libre de los rasgos negativos y destructivos de una actitud egocéntrica o
malévola ante la vida.