“Contempla a Sión, ciudad de nuestros festivales asignados; tus ojos verán a Jerusalén, morada de paz, tienda que no será desarmada, ni serán arrancadas sus estacas, ni ninguna de sus sogas será rota.” (33:20)
Este versículo es uno de los pilares de la Era Mesiánica en el judaísmo. En nuestras Escrituras Hebreas y tradición oral, Jerusalén es Sión y Sión es Jerusalén: “Porque de Sión saldrá la Torá y la palabra del Eterno de Jerusalén.” (2:3). Tenemos que reiterar el significado de este lugar en nuestra conciencia. Se trata de nuestro origen espiritual y material, la conexión con nuestro Creador, y nuestro conocimiento permanente de esta.
Nuestra tradición oral cuenta que de la tierra de este lugar Dios creó al primer hombre. Ahí este elevó su primera ofrenda al Creador, Noé hizo lo mismo después del Diluvio, y Abraham trajo a Isaac como ofrenda a Dios. Jacob lo llamó la Casa de Dios, y posteriormente fue el predio del Templo de Jerusalén. Todo proviene de este lugar y está destinado a retornar a él.
Ahí mismo nuestros antepasados se congregaban tres veces al año para Pésaj, Shavuot y Sucot, como nos lo recuerda el rey David: “Nuestros pies estaban parados ante tus portales, Jerusalén Jerusalén, la construida como cuidad en la que todo [Israel] está junto unido. Ahí subían las Tribus, las Tribus del Eterno, como ordenanza para Israel, para dar gracias al Nombre del Eterno.” (Salmos 122:2-4). Jerusalén es una sola capital indivisible y eterna de Israel.
Esta unión “en la que todo está junto unido” es donde todos los aspectos y dimensiones de la conciencia están integrados como una unidad armónica funcional. Es funcional porque tiene un propósito y destino, al elevarla como las Tribus de Dios para agradecerle por dicho destino. Hay una correspondencia entre ascender y ser agradecido. Nuestra gratitud manifiesta nuestro ascenso y este es la causa de nuestra gratitud. Hay un propósito elevado en unir nuestra conciencia para el servicio a Dios, el cual es revelar Su Nombre, Su Presencia y Su gloria en y entre nosotros.
Así nos hacemos conscientes de que Sión es la “morada de paz” donde realizamos nuestra completación (paz, eternidad, infinito, entereza y completación son los principales significados de shalom), la cual alcanzamos en nuestra conexión permanente con Dios: “Orad por la paz de Jerusalén. Prósperos son aquellos que te aman.” (122:6). Lo hacemos siendo y manifestando Sus caminos y atributos, lo bueno que es nuestro nexo común con Él. Esto tiene lugar en “tienda que no será desarmada”, porque nuestro nexo con Dios nunca se rompe, pero lo olvidamos cuando elegimos las fantasías e ilusiones de ego en vez de los modos y atributos de Amor. Estos son los cimientos, las “estacas” y “sogas” que sostienen nuestra conexión con el Amor de Dios.
“Porque ciertamente allí es fuerte el Eterno para nosotros, lugar de anchos ríos y arroyos, por el cual no anda galera, ni por él pasa grande navío. Porque el Eterno es nuestro juez, el Eterno nuestro legislador, el Eterno es nuestro Rey; Él mismo nos redime.” (33:21-22)
Nuestra fuerza está en Sión, el más alto conocimiento y nivel de conciencia donde la Presencia de Dios vive en nosotros. Aquí nuestro nexo con Él es ancho y extenso como ríos y su fluir, donde no hay lugar para nada diferente a Sus caminos y atributos. En este conocimiento eterno vivimos en Su voluntad, como Creador y Rey nuestro que es.
“No dirá el morador: 'Estoy enfermo'. El pueblo que mora en ella le será perdonada la iniquidad.” (33:24)
Nada negativo o contrario a los modos y atributos de Amor tiene lugar en nuestra conexión con Dios. No hay enfermedad, daño, dolor, sufrimiento, ni ninguna expresión de maldad en este conocimiento. En este alcanzamos la Redención Final y la Era Mesiánica.
Aquí toda iniquidad y negatividad dejarán de ser parte de nuestra conciencia. Estas serán perdonadas y olvidadas como un proceso doloroso de aprendizaje para finalmente darnos cuenta de que Amor, como nuestro nexo común con el Amor de Dios, es la Esencia y expresión destinada a manifestarse en quienes somos, tenemos y hacemos.