“La desolación y el yermo se alegrarán, y se regocijará el desierto y florecerá como la rosa. Florecerá abundantemente, y también se alegrará y cantará con júbilo. La gloria del Lebanón le será dada, la hermosura del Carmel y del Sarón. Ellos verán la gloria del Eterno, el esplendor de nuestro Dios.” (Isaías 35:1-2)
Asociamos desolación y yermo como cualidades del desierto. El Profeta se refiere a estos como parte de una misma realidad. En nuestra conciencia representan no solamente una situación de privación y abandono, sino el resultado de una condición o estado negativo. Se trata de nuestro exilio de la Tierra Prometida, de nuestra separación de los caminos del Creador, donde nos encontramos en un desierto privados de nuestra libertad.
En este predicamento nos vemos obligados a regresar a nuestra Esencia y verdadera identidad -- como nuestro nexo común con Dios --, que Él nos otorga como nuestra propia Redención. En este sentido comprendemos lo que nuestros Sabios místicos jasídicos quieren decir cuando señalan que el exilio es la premisa para la Redención. Del mismo modo las tinieblas son el preámbulo para reconocer la Luz, y el mal la referencia para elegir lo bueno.
Transformamos la carencia en un campo destinado a ser llenado con la abundancia que nos hemos negado durante el exilio de lo bueno de los modos y atributos de Amor. De ahí que el yermo se alegre y el desierto se regocije ante la inagotable abundancia en lo bueno. Esta se realiza en el completo conocimiento de nuestra conexión con Dios, que es la gloria del Lebanón (uno de los nombres del Templo de Jerusalén). En este conocimientos nos damos cuenta de los rasgos y cualidades de lo bueno, representados por el verdor y lo fértil de la cordillera del Carmel y la región del Sarón, como metáforas de la gloria y esplendor de Dios.
“Fortaleced las manos débiles y afianzad las rodillas endebles. Decid a los de corazón temeroso: 'Esforzaos, no temáis'. He aquí que vuestro Dios viene con vindicación, con retribución. Dios mismo, Él viene y os redime.” (35:3-4)
Debemos ser conscientes de que todo lo que existe proviene del Creador:
“Tuyos, oh Eterno, son la grandeza, y el poder, y la gloria, y la victoria, y la majestad; porque todo en el cielo y en la tierra Tuyo es. Tuyo es el reinado, oh Eterno, y Tú eres exaltado por sobre todos los gobernantes. La riqueza y el honor de Ti proceden, y Tú riges sobre todo. Y en Tu mano está el poder y la fortaleza, y en Tu mano está conceder grandeza y fortaleza a todos.” (I Crónicas 29:11-12)
De ahí que nuestra fortaleza y determinación provengan de Dios. En este sentido el temor es una ilusión que creamos para negarnos nuestra Esencia y verdadera identidad. El miedo es usualmente el resultado de las fantasías e ilusiones de ego cuando quedamos atrapados en el vacío y la desolación de la envidia, codicia, lujuria, arrogancia e indiferencia.
Miedo es el juicio final, la sentencia que imponemos a nuestra conciencia cuando perdemos la más preciada de todas las posesiones, que es el pleno conocimiento de nuestra conexión permanente con Dios. Todos los temores que aparecen en nuestra separación del Creador los vemos reflejados en nuestra separación de lo bueno de los modos y atributos de Amor. Entre más nos alejamos de Amor, más cerca estamos del temor. Así nos damos cuenta que uno de los oponentes de Amor es el miedo.
Miedo es nuestra prisión, y Amor nuestra libertad. Nuestra verdadera libertad es vivir en la tierra de lo bueno que es nuestra Tierra Prometida. Dios nos promete traernos de vuelta a esta, y nos pide que demos los primeros pasos en esa dirección, superando nuestros temores y recuperando nuestra fortaleza. Al elegir lo bueno junto a pensamientos, emociones y sentimientos positivos todo el tiempo, también invitamos la bondad del Amor de Dios para que nos redima de la desolación y el desierto de las fantasías e ilusiones de ego.
“Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán. El cojo entonces saltará como un ciervo, y la lengua del mudo gritará de júbilo, porque aguas brotarán en el yermo y arroyos en el desierto.” (Isaías 35:5-6)
Dios abrirá nuestra conciencia en toda su extensión para que podamos ver claramente, sin las tinieblas de la maldad y las tendencias y rasgos negativos. Veremos lo que oigamos, y oiremos lo que veamos. En esta conciencia caminamos hacia el conocimiento de Dios con pasos rápidos y agigantados. Todas las expresiones de nuestra conciencia se alegrarán al manifestar el Amor de Dios en lo que somos, tenemos y hacemos. Este conocimiento se convierte en las aguas y arroyos que removerán para siempre los aspectos negativos en la conciencia, transformándolos de un desierto a un campo abundantemente florido donde los modos y atributos de Amor son las semillas y la cosecha.
“Y un gran camino estará ahí, y un sendero, y es llamado 'el sendero de la santidad'. Sobre él no pasará el inmundo, y Él [Dios] mismo está con ellos, Él que anda en el sendero, -- aún los tontos no errarán. No habrá león en él, ni bestia dañina subirá ahí, no serán hallados ahí; pero los redimidos caminarán ahí.” (35:8-9)
El Profeta nos dice que el sendero es el camino de Dios como amplia vía donde sólo santidad conduce el trayecto. En la limpieza de lo bueno en nosotros junto con la amorosa bondad del Creador no hay espacio para lo inmundo, porque Él mismo está con nosotros en el sendero. Hasta el más inocente o ingenuo no errará, porque no hay errores en los modos y atributos de Amor como la manifestación material del Amor de Dios. Estas son las cualidades de la Redención Final y la Era Mesiánica, donde no existe nada negativo.
“Y los rescatados del Eterno retornarán, y vendrán cantando a Sión, y alegría eterna estará en sus cabezas. Tendrán alegría y regocijo, y la tristeza y el suspiro huirán.” (35:10)
Somos los rescatados de Dios cuando elegimos retornar a Sus caminos y atributos como lo bueno que queremos hacer prevalecer en todas las dimensiones de la conciencia, y hacerlos regir en todos los aspectos de la vida. Todos nos alegramos cuando comenzamos a manifestar a Sión como nuestra conexión permanente con Dios. Este nexo es la alegría eterna en nuestras cabezas. En este pleno conocimiento no hay tristeza ni suspiro, porque el Amor de Dios está completamente revelado.