“Oídme vosotros
que conocéis rectitud, un pueblo
en cuyo corazón está Mi Torá. No
temáis oprobio de hombre, ni
desmayéis por sus injurias.” (51:7)
Después
del versículo introductorio anterior relacionado con rectitud, Dios
nos convoca a retornar a Sus caminos y atributos como quienes lo
siguen con su corazón. Estos aparecen en la Torá para que los
asimilemos como nuestra identidad judía, con la cual no hay nada que
temer ante las tinieblas de las tendencias negativas en la
conciencia. Estas son el “oprobio de
hombre” que busca nuestra derrota a
manos de las fantasías e ilusiones de ego, que insultan el bien
intrínseco de los modos y atributos de Amor.
“Porque
como a vestido se los comerá la polilla, y como
a lana se los comerá el
gusano.
Pero Mi rectitud durará
para siempre, y Mi Redención por
todas las generaciones. [Isaías
dice] Despiértate,
despiértate, vístete de fortaleza, oh brazo del
Eterno;
despiértate como otrora, en
las generaciones pasadas. ¡No eres [acaso] Tú
el que corta a
Rahab en
pedazos, el
que hiere al dragón!” (51:8-9)
Tendencias
y rasgos negativos en la conciencia,
derivados de las fantasías e ilusiones de ego, por definición son
temporales y destinados a desaparecer. No son permanentes y no
trascienden, a diferencia de los modos y atributos de Amor que son
nuestra causa, razón y propósito para vivir. Estos últimos son las
expresiones de la rectitud que trasciende al igual que la Redención
que Dios nos da para vivir en ella eternamente. De ahí que tengamos
que confiar en lo que trasciende en la vida que Dios quiere que
tengamos en el mundo material.
Esta confianza es la fortaleza a la
que debemos despertar, ya que es la fuerza motriz que abre cada nivel
y dimensión de la conciencia hacia la Redención de Dios. Rectitud
es el brazo fuerte con el que Amor dirige y guía el ego (“hiere
al dragón”) junto con las
tendencias y rasgos negativos (“corta
a Rahab en pedazos”).
“¿No
eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que
transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los
redimidos? Los rescatados del Eterno [los
hijos de Israel] retornan. Entran en Sión con
gritos de júbilo, con
alegría eterna sobre sus cabezas. Gozo y alegría
alcanzan, y huyen la
tristeza y el gemido.” (51:10-11)
Dios
es el Creador de todo, y Él controla y dirige todo lo que existe,
incluyendo Su poder para transformar en aras de la libertad y la
redención. El versículo alude al Éxodo de Egipto (“camino
del mar para que pasaran los redimidos”), como
referencia de que Él también nos redimirá de las tinieblas de
nuestra conciencia. Desde la oscuridad retornaremos a Dios con un
corazón alegre que se regocijará eternamente.
“Yo, [solo] Yo soy su consolador. ¿Quién eres tú que temes al hombre?
Él muere. Y al
hijo del hombre, ¡[como] hierba
es hecho! ¡Y
olvidas al Eterno, tu
Hacedor, que extiende los
cielos y cimienta la
tierra! Y
temes sin
cesar todo el día por la
furia del opresor, mientras está
preparado para destruir. ¿Y dónde está la furia del
opresor?” (51:12-13)
Dios
cuestiona el apego y la dependencia de nuestras adicciones,
obsesiones y creencias negativas, emociones,
sentimientos y acciones como obras (creaciones) del hombre. Estas
son nuestras propias invenciones provenientes de fantasías e
ilusiones de ego. Tememos alejarnos de
ellas porque creemos que son más fuertes que nuestra voluntad para
abandonarlas. Así es como entendemos nuestro temor de ellas,
aún si fuesen tan efímeras como la yerba, y temporales como la vida
material. Mientras dependamos de ellas, son los opresores preparados
para destruirnos.
Dios llama nuestra atención para darnos cuenta que
todo lo que procede de nuestras propias fantasías e ilusiones
no tiene ira, furia o poder para destruirnos, a menos que se lo
demos. En conclusión, nos convertimos
en los opresores de nuestra verdadera identidad al permitir que
nuestros rasgos y tendencias negativas controlen nuestro
discernimiento, pensamientos, mente, emociones, sentimientos,
pasiones e instintos.
“El
cautivo se apresura para ser libre,
para no morir en la
fosa, y no le falta su pan. Porque Yo
soy el Eterno tu
Dios, apaciguando el
mar cuando
sus olas rugen. El
Eterno de las multitudes es Su Nombre.” (51:14-15)
Dios
nos recuerda otra vez que Su Redención siempre ha estado cercana y a
nuestro alcance. También nos hace conscientes de que Su promesa será
cumplida, a pesar de nuestra negligencia a retornar a Sus
caminos y atributos como causa y efecto de nuestra completa
libertad. El Amor de Dios jamás
carece de nada y el bien nunca muere, aún en los abismos de las
tinieblas.
Provenimos del Amor de Dios, que es nuestra paz, entereza,
integridad, totalidad y plenitud. Este también alivia los altibajos
de nuestras batallas contra las tendencias negativas,
“apaciguando el mar cuando sus olas rugen”. El
Amor de Dios crea las inmensurables multitudes de Su Creación, que
lo proclaman como nuestro Hacedor y Rey, en aras de Su Nombre.