“Despierta,
despierta, viste
tu fortaleza, oh Sión.
Viste
tus ropas de hermosura, oh Jerusalén, la
ciudad
sagrada.
Porque
nunca más entrarán
a ti otra vez el incircunciso ni
el
impuro.”
(Isaías
52:1)
Hay un despertar que se hace necesario a través de los más altos
niveles del discernimiento y comprensión en nuestra conciencia, que
son los cimientos del conocimiento de nuestra conexión permanente
con Dios (representada
por Jerusalén y su Templo).
Este
despertar requiere una voluntariosa determinación e implacable obstinación como
la fortaleza requerida para retornar y recuperar tal conocimiento.
En
este despertar adornamos nuestra conciencia con las cualidades,
rasgos y tendencias de lo bueno en los modos y atributos de Amor.
Estos son nuestra verdadera hermosura e intrínseca santidad. En este
despertar y conocimiento no hay lugar para nada diferente u opuesto a
aquellos, que son los referidos como incircuncisos e impuros.
Este
versículo reitera implícitamente que el despertar de Jerusalén es
el renacimiento de Israel como advenimiento de la Era Mesiánica. Los
judíos exiliados recogidos y reunidos en la tierra de Israel son el
preludio de esta fase final decretada por Dios para la conciencia
humana.
“Sacúdete
del polvo, levántate y siéntate, oh
Jerusalén.
Se
han soltado las
ataduras de tu cuello, oh cautiva hija de Sión.
Porque
así dijo el Eterno:
'Por
nada os habéis vendido, y no por dinero sois redimidos'.”
(52:2-3)
El
Creador nos recuerda de nuevo que Él ha quitado la carga de las
tendencias y rasgos negativos de nuestra conciencia. Por lo tanto
ahora depende de nosotros sacudirnos el polvo y la suciedad que ya no
necesitamos llevar.
Tenemos
que levantarnos del polvo y sentarnos en el trono del bien que es
nuestra verdadera identidad esencial. Ya no somos cautivos porque
nuestro Creador nos lo está diciendo.
El Amor de Dios es tan bueno
con nosotros que nos dice que nuestra Redención no nos cuesta lo
mismo por lo que vendimos el bien en nosotros. Dios nos habla con
Su infinita amorosa bondad, aún si no la merecemos. Hemos vendido
nuestra conciencia por el vacío y la futilidad de fantasías e
ilusiones de ego, y Él nos la redime sin pedirnos un pago a cambio.
Dios
no nos paga con la misma moneda que vendimos nuestra conciencia.
“Porque
así dijo el Dios el Eterno:
'A
Egipto Mi pueblo descendió al principio para habitar ahí, pero
Asiria lo oprimió sin motivo. Por
tanto ahora, ¿qué hago Yo aquí, dice el Eterno, viendo que Mi
pueblo es tomado sin motivo? Los que dominan sobre ellos aúllan,
dice el Eterno, y Mi Nombre continuamente desprecian todo el día.”
(52:4-5)
Dios
hace una diferencia entre la subyugación
en Egipto decretada por Él, y la opresión de Asiria que era
innecesaria. De
hecho fuimos castigados por nuestra inclinación a la idolatría,
siendo conquistados y dominados por otras naciones, pero el caso de
Asiria era excepcional. Esta nación no sólo oprimió a Israel,
sino
que continuamente profanaba el Nombre de Dios. Nuevamente debemos
destacar que los sucesos acontecidos en los tiempos de Isaías
también representan situaciones que reflejan lo que ocurre en
nuestra conciencia.
Aún
si nos pasan cosas negativas sin aparentes razones, debemos
afrontarlas como el proceso de aprendizaje que Dios quiere que
tengamos en el mundo material. Además, seguimos viviendo dentro de
los parámetros del principio de causa y efecto. Todo lo que hemos
hecho o creado, no solamente tiene resultados y consecuencias en
nuestro entorno inmediato, sino también en el resto de la Creación
de Dios en general. El llamado “efecto mariposa” es una pálida
teoría comparado con el efecto real del solo hecho de ser seres
vivientes creados por un Dios infinito que no podemos concebir.
“Por
tanto Mi pueblo conoce Mi Nombre, entonces en ese día ciertamente
soy Yo el que habla, aquí estoy
Yo.”
(52:6)
Siempre
y cuando reconozcamos los caminos y atributos del Creador, eso que
debemos entender como el “conocer”
Su Nombre, podremos hacernos conscientes de que Su
voluntad es la única cumplida, no la nuestra. La Era Mesiánica es
el tiempo y espacio en los que la voluntad de Dios y nuestro libre
albedrío están unidos en consonancia. Ese es “el
día” en que todo habrá de saber que es
Él es el que habla, y nada más. La agenda de ego y todo lo opuesto
al bien que Él quiere que guíe y dirija
todos los aspectos de la vida, desaparecerán y podremos ser capaces
de ver Su voluntad totalmente revelada en Su Creación.