“Yo
que hago que se abra la matriz, ¿no hago
nacer?, dice el Eterno.
Yo que hago nacer, ¿cierro
la
matriz?, dice tu Dios.
Alegraos
con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis. Llenaos
de gozo con ella, todos los que os enlutáis por ella.”
(Isaías 66:9-10)
Dios
crea, controla y dirige toda Su Creación, y quiere que los hijos de
Israel se regocijen en su nexo con Él que es Jerusalén, aquellos
que la aman. Todos los judíos que han estado de luto por ella deben
estar felices y alegres en ella, porque está destinada a ser
reconstruida con su Templo para siempre. Que todo Israel nos
regocijemos en la palabra y la promesa del Creador.
“Para
que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones. Para
que exprimáis
y os deleitéis con la
abundancia de
su gloria. Porque
así dice el Eterno:
'He
aquí que
Yo
extiendo hacia ella paz como un río, y el
respeto de
las naciones como torrente desbordado. Y
mamáis
llevados sobre la cadera y acariciados sobre las rodillas.”
(66:11-12)
El
pecho de las consolaciones de Jerusalén es precisamente la nueva
conciencia que viene para nuestra Redención. Sus cualidades
inescrutables saciarán nuestra añoranza del conocimiento de Dios,
en el que nos deleitaremos infinitamente en su eternidad. La
expansión de nuestra conciencia como un desbordado torrente de paz
como completación y totalidad.
Las
naciones como nuestros rasgos y tendencias inferiores respetarán y
honrarán esta nueva conciencia. Lo harán sosteniéndonos y
apoyándonos en nuestra asimilación del conocimiento de la revelada
Presencia Divina en nosotros.
“Como
uno a quien consuela su madre, así Yo
os
consolaré. Sí,
en
Jerusalén sois
consolados. Y
habréis
visto y regocijado vuestro
corazón, y vuestros huesos reverdecerán como la hierba tierna.
Y la
mano del
Eterno ha sido conocida en Sus servidores, y Su
indignación con Sus
enemigos.”
(66:13-14)
El
Amor de Dios será completamente revelado a nosotros, tal como Él lo
promete en estos versículos. Seremos confortados de maneras
indescriptibles que sólo serán captadas mediante nuestra nueva
conciencia, en la que tendencias y rasgos negativos no existirán
más. Esto nos recuerda el ruego de Moisés al Creador, citado por el
rey David.
“Permite
que la obra de Tus manos se revele a Tus servidores, y Tu esplendor
(lit. camino) sobre sus hijos.”
(Salmos
90:16)
Para
que esto ocurra, la “indignación” de Dios con Sus “enemigos”
también debe acontecer, ya que esta nueva
conciencia no cohabita con nada diferente de lo que Él promete para
la era mesiánica.
“Porque,
he aquí que el Eterno viene en fuego, y como huracán Sus carrozas
refrescan en furor Su ira. Y Su reclamo en llamas de fuego. Porque
con fuego y por Su espada el Eterno imparte juicio a toda carne. Y
muchos han sido los heridos del Eterno.”
(Isaías
66:15-16)
Debemos
entender que el Amor de Dios es como fuego, el catalizador que
transformará nuestra actual conciencia adulterada por la oscuridad y
negatividad en las doradas y elevadoras cualidades de los modos y
atributos de Amor, como manifestación material del Amor de Dios.
Fuego y espada son las alegorías apropiadas para hacernos conscientes del poder del Dios para hacer prevalecer Su voluntad. Dios ya lo ha hecho antes con sus mensajeros y Profetas a quienes transformó para servirle como a Él le plazca.
Fuego y espada son las alegorías apropiadas para hacernos conscientes del poder del Dios para hacer prevalecer Su voluntad. Dios ya lo ha hecho antes con sus mensajeros y Profetas a quienes transformó para servirle como a Él le plazca.
“Aquellos
que se santifican y se limpian en los huertos, [uno]
tras
otro en ellos, comiendo carne del puerco. Y de la abominación, y de
la rata, juntas son comidas. Una afirmación del Eterno.”
(66:17)
El
culto a los ídolos como fantasías e ilusiones de ego, derivadas de
tendencias y rasgos negativos, desaparecerá de la conciencia humana.
Estos ídolos son las creencias, ideas, ideologías, pensamientos,
emociones y sentimientos bajos que dejamos que controlen nuestras
vidas como huertos dedicados a la idolatría. El cerdo, lo abominable
y el roedor como símbolos de la conciencia abyecta que cesará de
existir, tal como lo afirma Dios.