“Así
dijo el Eterno:
'Los
cielos son Mi trono y la tierra Mi escabel. ¿Dónde está esta, la
casa que vosotros construid para Mí?
¿Y
dónde está este, el lugar de Mi reposo?”
(Isaías
66:1)
Dios
nos pregunta acerca de nuestro nexo y conexión con Él, que son los
cimientos de nuestra identidad judía. Los cielos representan una
dimensión ajena al entendimiento humano, ya que desde ella el
Creador dirige todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos
y conciencia.
La creación material está gobernada por una fuerza que trasciende sus limitaciones por el tiempo, espacio y esencia vital. Esta fuerza emana del Creador, y aquí la llamamos Su Amor. Así comprendemos que el mundo material es Su escabel, como el “lugar” bajo Su regencia.
La creación material está gobernada por una fuerza que trasciende sus limitaciones por el tiempo, espacio y esencia vital. Esta fuerza emana del Creador, y aquí la llamamos Su Amor. Así comprendemos que el mundo material es Su escabel, como el “lugar” bajo Su regencia.
El
pueblo judío es el mensajero del Creador para hacer prevalecer Su
voluntad en la Torá, tal como Él lo encomienda. De ahí que
pregunte por nuestro Pacto con Él, que se encuentra en sacrosanto del
templo que construimos para Él. Como hemos indicado, este representa
el conocimiento de nuestra conexión permanente con Dios. Esta
pregunta tiene que ver con nosotros, nuestra identidad judía, la
razón y el propósito de nuestras vidas en el mundo.
Dios
nos pide que regresemos a Él para restablecer e implementar el bien
como nuestro nexo común con Él. El Creador nos pide cumplir el
destino que la Torá nos encomienda ser, tener y manifestar, ya que
ese es el lugar de Su “reposo”.
Aquí vemos una clara referencia al Shabat, porque este es también un principio fundamental --igualmente más allá de nuestro entendimiento-- que une a Israel con Dios.
Aquí vemos una clara referencia al Shabat, porque este es también un principio fundamental --igualmente más allá de nuestro entendimiento-- que une a Israel con Dios.
La
respuesta a la pregunta-petición de Dios es el retorno a Sus caminos
y atributos como nuestra esencia e identidad, ya que haciéndolo
cumplimos Su voluntad. De ahí que la construcción del Templo de
Jerusalén es la manifestación material de nuestra disposición y
determinación de cumplir Su prometida Redención Final y comienzo de
la era mesiánica.
“Y
todo esto Mi mano ha hecho, y todas estas cosas son, una afirmación
del Eterno. Y a este miro con atención, al humilde y al quebrantado
en espíritu, y al que tiembla ante Mi palabra.”
(66:2)
El
Creador nos recuerda que todo lo que existe es obra de Su voluntad,
incluyendo Su Redención como Su mayor regalo para la eternidad. Para
tenerla debemos despojarnos de las fantasías e ilusiones que creamos
a partir de creencias y sentimientos de carencia que nos conducen a
la soberbia, ira, envidia, lujuria, codicia, indiferencia e
indolencia.
Para
vivir permanentemente en los dominios de los modos y atributos de
Amor, que caracterizan a la era mesiánica, debemos vaciar las
vasijas de nuestro discernimiento, mente, emociones y sentimientos de
tendencias y rasgos negativos; y convertirlos en vasijas de humildad.
Solamente
entonces podremos llenarlas con los modos y atributos de Amor, ya que
esos únicamente pueden ser contenidos por vasijas de humildad y en
la reverencia que debemos a nuestro Creador. Una vez más dejemos que
el rey David nos los recuerde.
“Los
soberbios no se paran ante Tus ojos. Tú desprecias a todos los que
hacen iniquidad.”
“(...)
Porque
el malvado alardea del deseo de su alma,
él
bendice a los que codician y desprecian al Eterno.”
(Salmos
5:5, 10:3)
Los
quebrantos de nuestro corazón y alma son las tendencias y rasgos
negativos que infligimos en nuestra conciencia. Y en nuestro dolor y
sufrimiento expiamos para finalmente hacernos conscientes de que los
modos y atributos de Amor son el verdadero hogar de nuestra alegría
y felicidad.
Dios mira los quebrantos de nuestras aflicciones y aprecia la expiación que nos trae de vuelta a la humildad como la vasija para Su Redención. La humildad es lo que nos hace temblar ante el Amor de Dios y Su palabra.
Dios mira los quebrantos de nuestras aflicciones y aprecia la expiación que nos trae de vuelta a la humildad como la vasija para Su Redención. La humildad es lo que nos hace temblar ante el Amor de Dios y Su palabra.
“Aquel
que sacrifica el becerro golpea a un hombre, el que sacrifica el
cordero degüella a un perro. El que eleva una ofrenda vespertina es
como elevar la sangre de cerdo, el que ofrenda incienso bendice la
iniquidad. Sí, ellos han fijado sus propios caminos, y en sus
abominaciones se deleita su alma.”
(Isaías
66:3)
Dios
nos advierte sobre jugar con nosotros mismos, y convertir la
hipocresía en estilo de vida. Nos recuerda que es contrario al
judaísmo como
nuestro verdadero estilo de vida rezarle
a Él mientras vivimos en tendencias y rasgos negativos. Traerle
sacrificios y ofrendas a Él no nos da licencia para transgredir Sus
Mandamientos. Esto es equivalente a convertirnos como las “naciones”
que fijan sus propios caminos y reglas, deleitándose en ellas.
Esta
advertencia es parte del mismo mensaje que Dios nos da si deseamos Su
Redención. Solamente si somos capaces de eliminar lo que nos
mantiene en nuestro infierno diario, podremos también entrar en los
tiempos semejantes a los cielos que nos esperan en la era mesiánica.