“Sobre mi cama en las noches he buscado a mi
Amado. Lo he buscado y no lo he encontrado.” (Cantar de los Cantares 3:1)
Como hemos visto, las noches representan no
sólo tendencias y rasgos negativos sino también su resultado. Por simple
asociación, no podemos disfrutar el bien en la vida en medio de la maldad,
porque amor no cohabita con nada diferente a sus modos y atributos. En este
sentido no podemos encontrar las bendiciones redentoras del amor de Dios en el
sueño profundo de las fantasías e ilusiones de ego. Estas últimas pertenecen al
plano de las “noches” donde sufrimos su destructivo predicamento.
Entendemos esta situación como si el amor de
Dios se escondiese de nosotros. ¡La infinita amorosa bondad y compasión del
Creador nunca cesan de sustentar toda Su creación! Es como imaginar que Él nos
quitase el aire que respiramos. Somos nosotros los que nos escondemos del amor
de Dios al elegir los deseos materialistas de ego en vez de los modos y
atributos de amor. De ahí debemos hacernos conscientes de que los caminos del
bien no cohabitan con los caminos negativos. Este versículo sugiere abandono y
desamparo, y estos como resultado de nuestra separación de los caminos del
Creador.
El bien es la semilla que sembramos en cada
obra positiva, y el estilo de vida caracterizado por el bien es su cosecha. Por
ello debemos alegrarnos más con la cosecha que con la semilla, aun sabiendo que
la semilla siempre será más preciada por ser la causa primordial del bien en el
que nos alegramos. Del mismo modo Dios se regocija más en la cosecha de sus
obras.
El bien es la causa y propósito de la
creación de Dios, que la llamó “muy buena”. Así entendemos que fuimos creados
por el bien que emana del amor de Dios con el fin de manifestar el bien como
destino divino. La única manera de transgredirlo es eligiendo rechazarlo, y lo
hacemos a sabiendas de que el mal existe no como opción sino solamente como referencia
para elegir el bien.
Israel está encomendada a ser, tener y hacer
el bien para así cumplir su destino de “luz para las naciones”. De ahí que ser,
tener y hacer el bien son los medios para mostrar a la humanidad el sendero del
retorno a Dios, porque el bien es el nexo común con Él.
Así debemos enfrentar y vencer las
adversidades y obstáculos mediante la fortaleza del bien en nosotros. El mundo
material (la tierra) está destinada a reflejar el mundo spiritual (los cielos),
ya que el anterior se sustenta de este último. Tal como lo acabamos de
mencionar, Dios es la fuente y el sustento de todo lo existente y Su bondad
abarca toda Su creación.
“La amorosa bondad del Eterno llena toda la
tierra.” (Salmos 33:5)
Esto lo podemos entender al darnos cuenta que
la bondad del Creador ya ha llenado el mundo material, lo que implica que es
nuestra tarea ver ese bien y revelarlo donde no lo veamos. Esto quiere decir
que cuando estemos en lugares y situaciones donde no veamos el bien, estamos
encomendados a hacer que se manifieste para cumplir nuestro destino de ser luz
para las naciones. Así asimilamos el bien como la luz que disipa las tinieblas
de las tendencias y rasgos negativos en la conciencia.
También lo asimilamos como el imperativo de
hacer reflejar en el mundo material el bien inherente a los niveles más
elevados de la creación de Dios, conocidos como los cielos. Esta es la premisa
para entrar en la redención final y merecer vivir, contemplar y heredar el bien
y la bendición de la era mesiánica, y la vida en el mundo por venir.
Así emprendemos un proceso de toda la vida en
constante cambio, refinando todos los aspectos y dimensiones de la conciencia
para lograr su completa unidad armónica funcional, conocida como paz. Nos hemos referido a la paz como
cualidad multidimensional que lo abarca todo, integrando completación, entereza
y totalidad. La llamamos funcional porque
implica un propósito. Esta es el preludio, el precedente o premisa para abordar
las grandes obras y maravillas sin número del mundo espiritual que refleja la
perfección del Creador.
El objetivo entonces es superar y trascender las fantasías e ilusiones de
ego con sus tendencias y rasgos negativos, para cumplir la voluntad de Dios a
través de los modos y atributos de amor como las fuentes del bien. Estos son
medios conductores y cualidades de la era mesiánica. Nos dirigen a la luz que
el amor de Dios guardó para los justos que hacen del bien su constante
expresión, ya que sólo el bien rige en la era mesiánica. Las cualidades
integradoras, unificadoras y armonizadoras de los modos y atributos de amor son
las que traen completación al mundo material. Así cumplimos con nuestra parte
del pacto con el Creador de todo.