“Id y ved, hijas de Sión, en el rey Salomón
con la corona que su madre lo coronó en el día de su boda, y en el día de la
dicha de su corazón.” (3:11)
El amor de Israel por Dios la obliga a
convocar sus más sublimes cualidades positivas (las hijas de Sión) en el
Rey al que la paz le pertenece. Procuramos el amor de Dios como nuestra esencia
y verdadera identidad, y en aquel como la corona de Su motivación (en este caso
la “madre”) que hace posible toda Su creación.
El amor de Dios se hace manifiesto en Su
creación como Su corona, con la que aprendemos Su dominio sobre todo lo
existente. Así nos hacemos conscientes que nuestro amor y el amor de Dios están
unidos desde el día cuando Él se reveló a nosotros al darnos Su Torá. Este es
el día de Su boda que hace alegrar Su corazón. En ese día el Creador vio el
amor de Israel por Él como un destino eterno, lleno de júbilo y dicha sin fin.
“Tú eres hermosa, amada Mía, Tú eres hermosa.
Tus ojos son palomas detrás de tu velo. Tu cabello es como un rebaño de cabras
resplandeciendo desde el monte Guilead. Tus dientes son como un rebaño bien
contado, subiendo luego de lavarse. Todos ellos son perfectos y no hay tacha en
ellos. Como una hebra escarlata son tus labios, y tu hablar es hermoso. Como
una rebanada de granada son tus sienes detrás de tu velo. Como la torre de
David es tu cuello construido como baluarte, un millar de escudos cuelgan de
él, todos flechas de los poderosos. Tus pechos como venados, gemelos de gacelas
que pastan entre las rosas. Hasta que el día comienza y las sombras se disipan,
Yo me iré a la montaña de la mirra, y a la colina del incienso.” (4:1-6)
Los primeros seis versículos de este
capítulo, al igual que la mayoría en el Cantar de los Cantares son una
exaltación y alabanza al nexo del amor de Israel y el amor de Dios. Tal y como hemos
señalado muchas veces, este nexo está simbolizado por el Templo de Jerusalén.
Belleza, amor, más belleza, palomas, velo y
cabello, se refieren aquí a las decoraciones
del Tabernáculo y su cámara interior. Cabras y ovejas que brillan
descendiendo de una montaña son las ofrendas que Israel eleva al Creador. Estos
bovinos representan las cualidades vitales positivas que siguen como un rebaño
la voz y vara del Pastor de Israel, “El Eterno es mi Pastor, nada me ha de
faltar (...)”, “Conoce que el Eterno es Dios. Es Él quien nos hizo, somos
Suyos, Su pueblo, y el rebaño de Su pastoreo (...)” (Salmos 23:1, 100:3).
Así comprendemos que las ofrendas traídas al
Templo ciertamente representan nuestra disposición y determinación para elevar
lo mejor en nosotros a Dios. Estas también reflejan nuestra buena voluntad,
gratitud y paz que disfrutamos en nuestra cercanía a Su amor. Estos rasgos con
cualidades fundamentales de la humildad como premisa para venir ante nuestro
Creador.
Podemos comparar la humildad a la nada como
lo vacío de aquello contrario al bien. We can compare humbleness to nothingness, as emptiness from
anything contrary to goodness. Ciertamente la nada es un concepto complejo
de asimilar, y dependiendo de lo que entendamos hay varias maneras de aprender
de este. Otra manera de captar la nada es como la ausencia o inexistencia, del
mismo modo en que lo negro es ausencia de color. Igualmente la nada, a pesar de
sí misma, es considerada “algo” llamado nada como una referencia conceptual
para definir cualidad, cantidad o valor. Debido a su carencia de valor,
cualidad o propósito, la nada de hecho no existe.
En el contexto de la creación de Dios como
algo procedente de la nada, vemos que tiene una función y propósito. En este sentido podemos entender
la nada como una abstracción imposible de asimilar que sólo Dios sabe, ya que
todo proviene de Él incluyendo la nada que existe sin que la conozcamos. Así
entendemos que “todo lo que es” tiene un propósito, ya que su razón de ser
proviene del bien emanado del amor de Dios (ver arriba la cita de Salmos 136:1,
33:5).
Nuestros sabios sugieren que aquel que desea
vivir y conducirse en los caminos de Dios debe “anularse” (vaciarse a sí mismo)
de lo que no es como Él (en referencia a Sus modos y atributos). Tal como hemos
destacado frecuentemente, cada aspecto, nivel y dimensión de la conciencia son
vasijas que debemos mantener vacías de todo lo diferente o contrario a los
modos y atributos del Creador.
Esta precondición se refiere a remover las
ilusiones materialistas de ego y sus tendencias negativas para llenarlas con
rasgos y cualidades del bien que Dios quiere que seamos, tengamos y
manifestemos, para hacerlos prevalecer en el mundo. Dios creó estas vasijas
para complementarse entre sí y expresarse todas como una unidad armónica
funcional, en consonancia con la unidad del amor de Dios. Así es como nos
unimos en Dios.
En este último versículo el Tabernáculo y el
Templo de Jerusalén son comparados con una agraciada mujer adornada con la
belleza de su bondad, manifiesta en la identidad de Israel. El bien es la
expresión del amor de Israel y del amor de Dios como cualidad “gemela”
complementaria de los modos y atributos del Creador, y el propósito y misión de
Israel en el mundo.
La “voz” de Dios como Su amor se manifiesta
tan dulce y hermosa como Sus mandamientos, similares a las semillas dentro de
una granada, provenientes de la cámara interior del Templo. El bien inherente a
ellos es también el escudo protector de una torre de fortaleza que nutre y
sustenta las expresiones positivas en la vida. La dualidad como una “gemela”,
mencionada en estos versículos representa la voluntad de Dios y la misión de
Israel como los dos pechos, dos ciervas, dos gacelas pastando en la amplitud de
los caminos y atributos del amor de Dios por Israel, su esposa.
En esta unión, Dios revela la promesa de Su redención final, eterna e
infinita como un día que amanece y continúa para siempre sin tinieblas, porque
las sombras desvanecieron. EN este conocimiento, Israel entra en la unidad y
unicidad del amor de Dios en el Tabernáculo, el Templo en la montaña a la que
Israel se trae a sí misma como ofrenda ante Él.