“Os ordeno, hijas de Jerusalén, por las gacelas o ciervas del campo. No agitéis ni motivéis el amor hasta que ella lo desee.” (3:5)
El Creador no impone Su voluntad sobre Israel y sobre la humanidad, porque Él les dio libre albedrío para elegir ya sea los modos y atributos de amor o las fantasías e ilusiones de ego. De ahí que Él también advierta a nuestros más sublimes rasgos y cualidades (las hijas de Jerusalén) no forzar su bien sobre los aspectos y dimensiones (intelecto, mente, emociones, sentimientos, pasión e instinto) que abarca la conciencia.
Hay otra referencia a gacelas y ciervos como símbolos de cualidades delicadas y sublimes que constituyen nuestro nexo común con Dios. Él quiere que nuestro ser consciente retorne a Sus caminos y atributos por su propia voluntad y deseo. Así nos damos cuenta que nuestra relación con Dios se construye mediante un proceso de aprendizaje, basado en las experiencias que tenemos con las decisiones que tomamos.
“¿Quién es ella que asciende desde el desierto como columnas de humo, perfumada con mirra e incienso de todos los polvos del mercader? He aquí que es el lecho de Salomón [Él al que la paz le pertenece]. Sesenta poderosos lo rodean, de los poderosos de Israel. Todos ellos blandiendo espada, diestros en la guerra, todos ellos con espada en su muslo, ante el temor de las noches. Un palanquín se ha hecho el rey Salomón [Se ha hecho el Rey al que la paz le pertenece], de madera del Lebanón. Él hizo sus pilares de plata, sus coberturas de oro, su asiento púrpura, su entorno adornado de amor por las hijas de Jerusalén.” (3:6-10)
Este versículo y los siguientes (3:7-10) se refieren al Templo de Jerusalén como la habitación compartida por Dios e Israel. Las fragancias mencionadas representan las más sublimes cualidades humanas que ascienden para compenetrarse con los modos y atributos del Creador. La cámara interior es el lugar de la paz que pertenece a Él, el sagrado de los sagrados.
Los sesenta hombres poderosos son una alegoría de la fortaleza de carácter que sostiene y protege nuestra elevación al amor de Dios como su Creador. Hay un factor humano inherente que hace posible la conexión y compenetración con Él.
Este factor humano es amor como el motivador para alcanzar el amor de Dios. Esta fortaleza de carácter y sus cualidades deben ser dirigidas y guiadas hacia los modos y medios de los atributos de amor, para convertirse en parte esencial de la identidad espiritual y material de Israel.
Estos son los “poderosos de Israel” como las mejores cualidades de la conciencia humana. Son principios, valores y fundamentos que se yerguen fuertes para proteger los modos en los que abordamos el mundo material, y para confrontar y superar las tinieblas (“el temor en las noches”) de creencias, ideologías, ideas, pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones negativos. Sus espadas son la verdad de los modos y atributos de amor, como expresiones y propósito de la voluntad y mandamientos del Creador.
Nuestro más elevado nivel de conciencia respecto al conocimiento permanente de nuestra conexión con Dios (representado por el Templo de Jerusalén) es lo que Él ha hecho para vivir con nosotros. Israel construye el Templo con los pilares de sus más excelsas cualidades y características.
Estas columnas son referidas como árboles crecidos en los atrios del Templo. Como hemos mencionado, el Lebanón (lit. blanco o blanqueado) es otro nombre para el Templo de Jerusalén, por su capacidad de transformar lo oscuro en blanco, y las tinieblas en luz, además de la blancura del resplandor emanado de él.
Madera del Lebanón se refiere a los árboles que adornan los atrios del Templo, en alegoría de los fortísimos principios y valores que lo embellecen. También simbolizan los sabios de quienes aprendemos dichos principios y valores fundamentales del judaísmo. Las decoraciones interiores del Tabernáculo son mencionadas en representación del bien y la belleza de los caminos y atributos del amor de Dios, compartidos por las cualidades amorosas de Israel, representadas por las hijas de Jerusalén o Sión.