Una vez unamos la
diversidad de la conciencia humana y armonicemos sus tendencias y rasgos
opuestos bajo la regencia de los modos y atributos de amor, también veremos
esta unidad armónica funcional alrededor de nosotros. No sólo como un reflejo
de nuestra paz individual y colectiva, sino también interactuando entre sí.
“Porque tendrás alianza [lit. pacto,
asociación] con las piedras del campo, y las bestias del campo estarán en paz
contigo.” (Job 5:23)
“En ese día Yo también
haré un pacto para ellos [los hijos de Israel] con las bestias del campo, las
aves del cielo y los que reptan sobre la tierra. Y Yo aboliré el arco, la
espada y la guerra de la tierra, y los haré acostarse seguros.” (Oseas 2:18)
De ahí que todo lo
viviente exista para servir a la vida y sostenerla con el fin de hacer
prevalecer el bien en todos los modos, medios y fines, porque el bien es el
máximo nivel de la vida. Es así como entendemos lo que nuestros sabios indican respecto
a lo que hacemos.
“Y que tus actos sean
por el bien del cielo.” (Pirké Avot 2:17)
El amor de Dios nos lo
recuerda constantemente, porque deliberadamente pasamos por alto el bien de los
modos y atributos de amor como lo que debemos honrar siempre y de todas las
maneras.
“(…) y el Dios en cuya
mano están tu aliento y todos tus caminos, a Él no lo has honrado.” (Daniel 5:23)
El bien es el propósito
primordial de la creación de Dios, y como catalizador armonizador está
destinado a transformar lo que es diferente del bien. El rey David nos recuerda
frecuentemente que Dios es bueno porque Su amorosa bondad es eterna, y con ello
nos hacemos conscientes del bien como principio regente de la prometida
conciencia humana transformada para la era mesiánica.
“Y Él juzgará entre las
naciones y decidirá para muchos pueblos, y ellos fundirán sus espadas en arados
y sus lanzas en rastrillos. Ninguna nación levantará espada contra otra nación,
y nunca más aprenderán guerra.” (Isaías 2:4)
Existimos para vivir el
cambio, de la ignorancia hacia la sabiduría, de ilusión a conocimiento, del
sueño al despertar, de necedad a madurez, de oscuridad a luz, de frialdad a calidez,
del abismo hacia la cumbre. Este cambio es el proceso transformador conducido
por el alma con el fin de encontrarse a sí misma en el bien como su propia
esencia y finalidad.
Al ser conscientes de
esto algunos de nosotros hacemos la pregunta fundamental acerca del alma, ¿soy
yo ella, o es simplemente el nexo con nuestro Creador? O, ¿soy una conciencia
en un cuerpo humano? La respuesta es más simple de lo que creemos, pues depende
de dónde ponemos nuestra esencia e identidad.
Algunos la ponen en el cuerpo,
algunos de nosotros la ponemos en el alma. Algunos se identifican con la
naturaleza temporal del cuerpo y sus necesidades, carencias y deseos, y algunos
de nosotros con la cualidad transcendental del alma con su bien infinito más
allá de lo necesario, de lo que falta, de lo que desea y de lo que limita.
Después de saber lo que ya sabemos del alma, ¿podríamos conformarnos con menos?
“Yo soy del Amado mío, y
sobre mí está Su deseo.” (7:11)
Israel responde que la
belleza del bien en su esencia e identidad pertenece a Dios, porque ambas provienen
de Su amor. Así Israel destaca que ella es del amor de Dios, y ella es como es
porque así es el amor de Dios. Israel es así, porque así lo desea Dios.
Él
desea lo que hace Israel de Su amor en el mundo material, porque Él quiere que
la humanidad sea plenamente consciente de Su presencia en todo lo que Él ha
creado. La existencia tiene significado debido al bien, porque el bien da
sentido a la existencia.