Definimos este tipo de amor como aquel que añora no
sólo una completa redención del exilio entre las naciones, sino también de lo que estas representan como adicciones, obsesiones y apegos a expresiones negativas de las fantasías y
deseos materialistas de ego.
Este amor profundamente apasionado debe ciertamente
tener una poderosa esencia spiritual que también añore y aspire con toda su
fuerza ascender a planos de conciencia divina prometidos por Dios a Israel en
su redención final, para conocer a fondo que Él es la realidad de todo lo
existente.
“‘Retornad hijos
rebeldes’, dice el Eterno, ‘porque Yo soy un esposo para vosotros. Y os tomaré
uno de una ciudad, y dos de una familia, y os traeré a Sión. Y os daré pastores
como para Mi corazón, que os nutrirán con conocimiento e intelecto’.”
(Jeremías 3:14-15)
“Que el malvado abandone su camino, y el inicuo sus
pensamientos. Y que retorne al Eterno, y tendrá compasión por él y [él] por
nuestro Dios, porque Él perdona en abundancia.”
(Isaías 55:7)
Este llamado culmina en el encuentro final y eterno en
Sión, el Templo de Jerusalén, como el manzano (otra referencia a la Torá como
el árbol de la vida) donde el Creador nos despierta a lo que verdaderamente
somos.
“Para que yo relate Tu alabanza; en las puertas de la
hija de Sión me regocijo en Tu redención.”
(Salmos 9:14)
Aquí vemos otra vez que Dios e Israel están ligados a
través de la Torá y el Templo de Jerusalén, la hija de Sión, como fuentes de
nuestra redención y medios comunes de unión entre ambos.
“Cosas gloriosas se hablan de ti, oh ciudad de Dios, eternamente.” (Salmos
87:3)
Seamos conscientes de que Jerusalén es el corazón del
mundo, de donde todo se nutre y se sustenta, como lo hace al latir en nuestro
cuerpo. Jerusalén es el corazón que reparte el amor de Dios en cada aspecto y
dimensión de la vida.
“Alaba al
Eterno, Jerusalén; Sión ensalza a tu Dios, porque Él ha reforzado los
cerrojos de tus portales y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. Él ha hecho
paz dentro de tus fronteras y te sacia con el mejor de los trigos.” (Ibíd.
147:12-14)
Este es el corazón del bien, por el que alabamos al
Creador cuya amorosa bondad llena todo. En este conocimiento de ser, tener y
hacer el bien mediante todos sus modos y atributos es como llegamos a amar a
Dios “con todo el corazón, con toda el alma y con todos los recursos”, y es
también como retornamos a Él para ascender a la nueva conciencia en Su
prometida era mesiánica.
“(…) Oh Sión, portadora de bien; levanta con
fuerza tu voz, oh Jerusalén, bienhechora; levántala [a Israel], no temas.
Di a las ciudades de Judá, ¡‘Aquí está vuestro Dios’! (…) Cuán hermosos
sobre las montañas son los pies de quien hace bien, quien anuncia paz, quien
hace buenas acciones, quien proclama redención; quien dice a Sión, ¡‘Dios
reina’!” (Isaías 40:9, 52:7)
La Torá y el Templo unidos como la madre de donde el
amor de Dios fue revelado en Su creación. En esta metáfora, la revelación de Su
presencia en el mundo es dando a luz a Israel. El énfasis triplicado de su nacimiento
es para hacer plenamente consciente a Israel de que su origen, razón de ser e
identidad provienen de su nexo con el Creador.
“Pues la porción del Eterno es Su pueblo, Jacob la posesión
de Su legado.” (Deuteronomio 32:9)
También el “manzano” (usualmente considerado un fruto
cítrico por los sabios del Talmud) es un símbolo del huerto o jardín del Edén.
Así entendemos que el amor de Dios despierta el amor de Israel en un elevado
nivel de conciencia espiritual, representado por el Edén.