“Y todo lo que mis ojos pedían no se los negué. No me
abstuve mi corazón de ninguna dicha, porque mi corazón se regocijaba con todas mis
obras, y esta ha sido mi porción de todas mis obras. Y mire todas las obras que
hicieron mis manos, y en lo que me empeñé para realizar. ¡Era todo vanidad y
una vejación del espíritu, y no hay ganancia bajo el sol!” (Eclesiastés 2:10-11)
El rey Salomón nos invita a vivir en el mundo material
como debemos y abordarlo tan plácidamente como podamos “con un corazón dichoso”.
También nos dice que los “ojos” (por los cuales deseamos y codiciamos) y el “corazón”
(que es la mente con la que alimentamos nuestros deseos y caprichos) son los vehículos
que empujan las fantasías e ilusiones de ego, tal como nos lo advierte el
Creador en la Torá.
“(…) y no seguiréis tras vuestro corazón y tras vuestros
ojos por los cuales os desviáis (lit. prostituid), (…)” (Números 15:39)
Mientras que experimentemos la vida con buenos “ojos” en
sentido positivo y un buen corazón como actitud también positive, el bien y la
dicha serán “nuestra porción en todas nuestras obras”. Sin embargo si nuestros
ojos y corazones siguen el predicamento de las fantasías e ilusiones de ego, las
viviremos como la vanidad que es una vejación para el espíritu de la vida. De
ahí que nos hagamos conscientes de que no ganamos nada ni obtenemos ningún
beneficio con una actitud materialista que ha sido y seguirá siendo en este
mundo “bajo el sol”.
“Y me volví a ver la sabiduría, y la locura y la
insensatez; pero, ¿qué es del hombre que viene al rey? ¡Aquello
que ya ha sido, ellos lo han hecho! Y vi que hay la sabiduría aventaja a la
insensatez, como aventaja la luz a la oscuridad.” (Eclesiastés 2:12-13)
Lo único positivo de las fantasías e ilusiones de ego es
que nos hacen experimentar su vanidad y futilidad. Con sus patrones repetitivos
tarde o temprano nos harán lo suficientemente sabios para verlas como
referencias que nos hagan siempre elegir el bien trascendente de los modos y
atributos de amor donde la verdadera sabiduría nos conduce sin locuras ni
insensateces.
Debemos saber que tanto el sabio como el necio “vienen al
rey” como si lo que el monarca hace fuese diferente o nuevo, y luego ambos se dan
cuenta de que inclusive lo que hace el rey también “ellos lo han hecho”. Así
asimilamos que la sabiduría aventaja a la insensatez como la luz aventaja a la
oscuridad.
“¡El sabio! Sus ojos están en su cabeza y
el necio en la oscuridad camina. Y también supe que algo les ocurrió a todos; y
dije en mi corazón, ‘Así como le pasó al necio me pasó a mí también. ¿Y por qué
entonces yo soy más sabio?’ Y [lo que] hablé en mi corazón eso también es
vanidad.” (2:14-15)
A veces creemos que ser más sabios que los necios nos
hace mejor que ellos, pero no es así si caemos bajo las fantasías e ilusiones
de ego como ellos. En ese bajo nivel de conciencia todos somos tontos sin importar
qué tan listos podamos ser, porque también es vanidad vivir con una actitud
egocentrista sea pequeña o grande nuestra sabiduría.