lunes, 26 de junio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (IV)

“Y todo lo que mis ojos pedían no se los negué. No me abstuve mi corazón de ninguna dicha, porque mi corazón se regocijaba con todas mis obras, y esta ha sido mi porción de todas mis obras. Y mire todas las obras que hicieron mis manos, y en lo que me empeñé para realizar. ¡Era todo vanidad y una vejación del espíritu, y no hay ganancia bajo el sol! (Eclesiastés 2:10-11)

El rey Salomón nos invita a vivir en el mundo material como debemos y abordarlo tan plácidamente como podamos “con un corazón dichoso”. También nos dice que los “ojos” (por los cuales deseamos y codiciamos) y el “corazón” (que es la mente con la que alimentamos nuestros deseos y caprichos) son los vehículos que empujan las fantasías e ilusiones de ego, tal como nos lo advierte el Creador en la Torá.

“(…) y no seguiréis tras vuestro corazón y tras vuestros ojos por los cuales os desviáis (lit. prostituid), (…)” (Números 15:39)

Mientras que experimentemos la vida con buenos “ojos” en sentido positivo y un buen corazón como actitud también positive, el bien y la dicha serán “nuestra porción en todas nuestras obras”. Sin embargo si nuestros ojos y corazones siguen el predicamento de las fantasías e ilusiones de ego, las viviremos como la vanidad que es una vejación para el espíritu de la vida. De ahí que nos hagamos conscientes de que no ganamos nada ni obtenemos ningún beneficio con una actitud materialista que ha sido y seguirá siendo en este mundo “bajo el sol”.  

“Y me volví a ver la sabiduría, y la locura y la insensatez; pero, ¿qué es del hombre que viene al rey? ¡Aquello que ya ha sido, ellos lo han hecho! Y vi que hay la sabiduría aventaja a la insensatez, como aventaja la luz a la oscuridad. (Eclesiastés 2:12-13)

Lo único positivo de las fantasías e ilusiones de ego es que nos hacen experimentar su vanidad y futilidad. Con sus patrones repetitivos tarde o temprano nos harán lo suficientemente sabios para verlas como referencias que nos hagan siempre elegir el bien trascendente de los modos y atributos de amor donde la verdadera sabiduría nos conduce sin locuras ni insensateces.

Debemos saber que tanto el sabio como el necio “vienen al rey” como si lo que el monarca hace fuese diferente o nuevo, y luego ambos se dan cuenta de que inclusive lo que hace el rey también “ellos lo han hecho”. Así asimilamos que la sabiduría aventaja a la insensatez como la luz aventaja a la oscuridad.

“¡El sabio! Sus ojos están en su cabeza y el necio en la oscuridad camina. Y también supe que algo les ocurrió a todos; y dije en mi corazón, ‘Así como le pasó al necio me pasó a mí también. ¿Y por qué entonces yo soy más sabio?’ Y [lo que] hablé en mi corazón eso también es vanidad. (2:14-15)


A veces creemos que ser más sabios que los necios nos hace mejor que ellos, pero no es así si caemos bajo las fantasías e ilusiones de ego como ellos. En ese bajo nivel de conciencia todos somos tontos sin importar qué tan listos podamos ser, porque también es vanidad vivir con una actitud egocentrista sea pequeña o grande nuestra sabiduría.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.