domingo, 2 de julio de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (V)

“Que no hay recuerdo para el sabio  -- con el insensato – a través de los tiempos, porque aquello que está en los días por venir todo ha sido olvidado. ¿Y cómo muere el sabio? ¡Con el insensato! Y yo he odiado la vida, porque es triste para mí el trabajo realizado bajo el sol, porque todo es vanidad y vejación del espíritu.” (Eclesiastés 2:16-17)

Nuestra sabiduría convencional no nos ayuda mientras seamos insensatos en nuestras decisiones por las que no nos van a recordar en las futuras generaciones. Una vez más el rey Salomón se reprocha por dedicarse a fantasías y deseos que son vanidades que socavan el verdadero propósito de la vida y el espíritu que la mantiene.

“He odiado todo a lo que me dediqué bajo el sol, porque habré de dejárselo al hombre que viene después de mí. ¿Y quién sabe si éste es sabio o insensato? ¡Aun así mandará sobre todo mi trabajo y por lo que he laborado, y que he hecho sabiamente bajo el sol! También esto es vanidad. Y ello causó pesar a mi corazón respecto a todo lo que dediqué bajo el sol.” (2:18-20)

El sabio monarca hebreo llama a nuestra atención en torno al interés que damos a las riquezas y posesiones por las cuales trabajamos en este mundo. No podremos llevárnoslas cuando muramos e inevitablemente acabarán en manos de otros que tal vez no sean tan sabios como creíamos. De ahí que debamos enfocarnos en lo que realmente importa en la vida y que requiere atención inmediata, en vez de circunstancias futuras en las que no estamos seguros de que estaremos.

Esto no quiere decir que no debamos prepararnos para los próximos días, semanas y años respecto a nuestras necesidades y esfuerzos. La idea aquí es evitar fantasías e ilusiones de ego que nos conducen a situaciones que luego lamentaremos debido a nuestra vanidad. El rey David también nos lo recuerda.

“Ciertamente cada hombre camina deambulando como un fantasma, ciertamente hacienda un alboroto por nada. Amasa riquezas y no sabe quién las recogerá. (…) Porque ve que cada hombre sabio muere. El tonto y el insensato perecen por igual y dejan su riqueza a otros. (Salmos 39:6, 49:10)

Tenemos que ser conscientes de que somos la medida de nuestra porción y de las circunstancias. Nuestra porción es lo que somos, lo que tenemos, y nuestra relación con Dios, y esta última determina las anteriores. Nuestro deber individual y colectivo es saber que el bien es nuestra esencia y verdadera identidad, además de ser nuestro nexo con el Creador. Cuando el bien es la causa, la referencia y el propósito de la vida humana, también será lo que seamos y tengamos, porque eso es lo que Dios quiere para nosotros.

“Porque hay un hombre cuya dedicación está en sabiduría y en conocimiento y en equidad, y a un hombre no dedicado él se lo da, ¡su porción! Esto tambien es vanidad y una gran maldad. ¿Para qué ha sido para un hombre con toda su dedicación, y por el pensamiento de su corazón dedicado bajo el sol? Porque todos sus días son pesares, y su esfuerzo tristeza; y hasta en la noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad.
(Eclesiastés 2:21-23)

Se nos recuerda constantemente que el bien no cohabita con nada diferente a sus modos y atributos. El primero de estos dos versículos destaca que dar el trabajo de la sabiduría y el conocimiento a quienes no lo merecen es como alimentar el mal con el bien. Esto no solamente es vano e inútil sino también una gran maldad. De ahí que tengamos que considerar seriamente para qué y para quién trabajamos cada día, para después no tener que lamentarnos con pesares y tristeza de todo lo que desperdiciamos en nuestras fantasías e ilusiones pasajeras.

“A menos que el Eterno construya la casa, en vano trabajan los que la construyen. A menos que el Eterno guarde la ciudad, el vigía sigue despierto en vano. Es vano que te levantes temprano, que te retires tarde, para comer el pan de dolorosos esfuerzos, porque Él da a Su amado aun cuando este duerme.
(Salmos 127:1-2)


Tenemos que construir nuestra conciencia (“la casa”) con el bien que Dios quiere seamos, tengamos y manifestemos en la vida. Si la construimos sobre deseos materialistas, trabajaremos en vano, y todo lo que hagamos para satisfacer fantasías e ilusiones de ego será el pan de todos nuestros esfuerzos. Una vez entronicemos el bien el todos los niveles y dimensiones de la conciencia, ese mismo bien estará con nosotros aun estando dormidos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.