“¿Cuál es el provecho de quien trabaja? Yo he
visto la carga (lit. interés) que Dios ha dado a la gente (lit. hijos del
hombre) para afligirse por ella.” (Eclesiastés 3:9-10)
El rey Salomón nuevamente reitera la tontería de trabajar
para las fantasías e ilusiones de ego como cargas que desvían el verdadero
propósito de la vida. Esta advertencia recurrente llama nuestra atención para
concentrarnos en lo que debemos invertir vitalidad a lo largo de nuestra breve
travesía en el mundo material.
También nos invita a evaluar la fuente y causas de
nuestras aflicciones siendo plenamente conscientes para diferenciar entre la
trascendencia del bien y la futilidad de una actitud inútil e improductiva ante
la vida. Así reconocemos que el bien es el propósito de Dios en Su creación, el
mal como destino de los malvados.
“El Eterno ha creado todo para Su propio beneficio,
también el malvado para el día del mal.” (Proverbios 16:4)
“El mal causa la muerte del malvado y los enemigos del
justo están condenados.” (Salmos 34:21)
En este contexto asimilamos que el conocimiento habilita
nuestro libre albedrío para tomar las decisiones correctas, ya que sin
sabiduría estamos condenados a sufrir por nuestra ignorancia. De esta manera la
ignorancia equivale a la aflicción, y conociendo los modos del bien dentro de
su marco ético viviremos en la libertad inherente al bien.
Así mismo nos
hacemos conscientes de que nuestras adicciones son nuestras cárceles y su mal
nuestro sufrimiento, porque el mal es su razón y también su fin.
“El mundo Él ha hecho hermoso en su tiempo. También
conocimiento Él ha puesto en sus corazones para que el hombre no comprenda
(lit. encuentre) la obra que el Eterno ha hecho de principio a fin. También
que cada hombre coma y beba, y goce de su labor, [porque] es el regalo del Eterno.”
(Eclesiastés 3:11-12)
(Eclesiastés 3:11-12)
Una vez más somos advertidos de que la creación de Dios
está lejos de nuestro discernimiento para que cumplamos Su voluntad y vivamos por,
en y para el bien, porque es el regalo de Dios para nosotros. Estos versículos ciertamente
nos dicen que el bien es suficiente por sí mismo, y no hay necesidad de
transgredir contra este regalo divino al seguir aquello opuesto a sus modos y
atributos.
“Y ahí vosotros comeréis ante el Eterno vuestro Dios, y
os regocijaréis en todo donde pongáis vuestras manos, en lo que el Eterno
vuestro Dios os ha bendecido.” (Deuteronomio 12:7)
Debemos asimilar que el bien abarca el propósito de los
mandamientos de Dios, y que nuestra regocijo es el propósito del bien. Así
constantemente somos conscientes de que las bendiciones del Creador son los
modos, atributos, medios y finalidad del bien.
“Yo sé que lo que el Eterno hace es para la eternidad.
Nada puede añadírsele ni nada sustraérsele; y el Eterno lo ha hecho para que lo
reverencien a Él.” (Eclesiastés 3:13)
La
trascendencia del bien lo hace eterno y así comprendemos su perfección, porque
no tiene carencia ni defecto. En este conocimiento también asimilamos la
magnificencia de la creación de Dios, por la que siempre lo reverenciamos.