“Un tiempo para llorar y un
tiempo para reír, un tiempo para el luto y un tiempo para la danza. Un tiempo
para remover las piedras y un tiempo para recoger las piedras. Un tiempo para
abrazar y un tiempo para alejarse de los abrazos. Un tiempo para buscar y un
tiempo para destruir. Un tiempo para mantener y un tiempo para abandonar.”
(Eclesiastés 3:4-6)
El llanto y el luto pueden ser
preludios para reír y danzar como la culminación de las lecciones aprendidas
con nuestro sufrimiento. Esto no quiere decir que tengamos que llorar y
lamentarnos para encontrar la alegría y el deleite sino para entender
situaciones y experiencias negativas como procesos que nos conducen a apreciar lo contrario a estas.
“Para
asignar a los dolientes en Sión, para darles una diadema en vez de cenizas; el
aceite de la dicha en vez de luto, un manto de alabanza para un espíritu de
flaqueza; y Él los llama ‘Árboles de rectitud, la siembra del Eterno para ser
embellecida’.” (Isaías 61:3)
Repetimos frecuentemente que la
vida en el mundo material es un proceso de aprendizaje diseñado para asimilar
la trascendencia del bien como razón y propósito de nuestra existencia. Así
comprendemos que hay piedras que obstruyen nuestra progresión, y también
piedras sobre las que construimos las cualidades y características rectoras de
nuestra esencia y verdadera identidad.
Al ver obstáculos ante nosotros
también nos esforzamos por recoger las lecciones aprendidas como piedras
angulares que nos ayudarán a procurar aquello que realmente importa en la vida.
En esta trayectoria de progresión abrazamos lo que nos nutre y anima a vivir en
el bien y en aras del bien, y rechazamos los rasgos y tendencias negativas que
sabotean nuestro propósito en este mundo.
En esta trayectoria de nuestra
alma todos nos vemos obligados a buscar, como parte del proceso empírico de
aprender con las experiencias positivas y negativas. Al buscar y tener experiencias nuestra conciencia igualmente nos obliga a descartar o destruir lo
que vemos como opuesto al bien que disfrutamos en los modos y atributos de amor.
Esta es la culminación de mantener lo que nos nutre, dignifica, honra y eleva
la vida, al mismo tiempo que abandonamos las tendencias y rasgos que destruyen,
desprecian, deshonran y degradan la conciencia humana.
“Un tiempo para rasgar y un tiempo para coser. Un tiempo para el silencio y un tiempo para hablar.” (Ecclesiastes 3:7)
“Un tiempo para rasgar y un tiempo para coser. Un tiempo para el silencio y un tiempo para hablar.” (Ecclesiastes 3:7)
Podemos entender la primera
frase de este versículo como las acciones necesarias que debemos tomar ante
situaciones que no podemos permitir en nuestro entorno. Tenemos que forzarnos a
responder con repudio las ideologías y creencias negativas que buscan acabar con
la dignidad de la vida, y destruirlas por todos los medios que sean
necesarios.
Nos empeñamos en rememorar los genocidios y atrocidades perpetrados
a través de la historia no sólo para recordar los horrores cometidos contra la
humanidad sino para denunciar las ideologías y creencias que llevaron a
semejante depravación.
Nuestros sabios nos recuerdan
que debemos luchar para eliminar el pecado y no los pecadores. De esta manera
cosemos las vestiduras que rasgamos cuando ponemos fin al silencio para hablar
y actuar de acuerdo a las circunstancias.
Al esforzarnos para vivir en el bien
de la amorosa bondad, ésta siempre nos indicará los caminos y senderos del
Creador.
“Hazme oír Tu amorosa bondad en la mañana, porque en Ti confío. Hazme conocer el camino donde debo andar, porque a Ti elevo mi alma.”, “Todos los senderos del Eterno son amorosa bondad y verdad para quienes guardan Su pacto y testimonios.”
“Hazme oír Tu amorosa bondad en la mañana, porque en Ti confío. Hazme conocer el camino donde debo andar, porque a Ti elevo mi alma.”, “Todos los senderos del Eterno son amorosa bondad y verdad para quienes guardan Su pacto y testimonios.”
(Salmos 143:8, 25:10)
El silencio es el espacio
necesario para meditar y reflexionar acerca de las cosas que importan, y tomar
las decisiones correctas cuando tenemos que elegir entre la vanidad, futilidad
y vejación de las fantasías e ilusiones de ego; y el honor, la verdad y la trascendencia
de los modos y atributos de amor.
“Un tiempo para amar y un tiempo
para odiar. Un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz.” (Eclesiastés 3:8)
Este versículo sella los
mensajes que el rey Salomón nos da en los anteriores, ya que ciertamente hay un
tiempo que viene tarde o temprano para apreciar, respetar, honrar y amar
aquello que celebra nuestra esencia y verdadera identidad; y un tiempo para odiar,
rechazar, repudiar y condenar todo lo que amenaza y perjudica lo que realmente
somos.
En este conocimiento libramos
contra aquello una guerra sin cuartel necesaria para perseguir y
alcanzar la paz como la totalidad, entereza y plenitud del completo
conocimiento de que Dios habita en nosotros.