“El necio dobla sus manos y come su propia carne. Mejor es un puñado de
alivio que dos puñados de esfuerzo y frustración. Y regresé, y vi vanidad bajo
el sol.”
(Eclesiastés 4:5-7)
El egoísmo nos lleva a vivir dentro de las limitaciones de nuestra propia
arrogancia, ira, lujuria, indiferencia e indolencia, con sus tendencias y
expresiones negativas. Estas restringen nuestras acciones y obras a nuestras
fantasías e ilusiones materialistas, a expensas y detrimento del bien inherente
a la vida, al “doblar nuestras manos” hacia nosotros.
“Ellos cortan lo que está en la mano derecha si siguen hambrientos, y comen
lo que está en la mano izquierda sin saciarse. Cada uno de ellos come la carne
de su propio brazo.” (Isaías 9:20)
En este predicamento acabamos devorando nuestra propia vida (“carne”) en
vez de enfocarnos permanentemente en el bien como nuestro verdadero alivio. Entonces
nos hacemos conscientes de que las fantasías e ilusiones de ego son nuestro
“esfuerzo y frustración” como vanidad y vejación bajo el sol.
“Hay uno, pero no hay otro; sí, él no tiene hijo ni hermano y su labor no
tiene fin, ni su ojo se sacia con riqueza. Entonces, ¿para quién laboro y
privo mi alma del deleite? Esto también es vanidad y un asunto desgraciado.” (Eclesiastés 4:8)
Una persona centrada en sí misma no tiene a nadie más en mente excepto a sí
misma, y cree que no hay nadie menor que ella. Esta carencia total de
generosidad y compasión hacia otros la hace trabajar solamente para sus propios
deseos, que nunca habrá de saciar debido a la naturaleza temporal de aquellos.
De ahí que esto nos haya replantear el propósito real de la vida, y
preguntarnos para quién y para qué laboramos, privando a nuestra verdadera
esencia e identidad de la plena satisfacción y deleite en el bien.
En algún
momento de la vida habremos de darnos cuenta de que el bien es la razón y
propósito de nuestro complete bienestar, y que las fantasías e ilusiones de ego
son una vanidad y una desgracia.